martes, 15 de diciembre de 2015

De Rubirosa a Berlusconi

De Rubirosa a Berlusconi

Por Pablo Gómez Borbón. 15 de diciembre de 2015 - 12:09 am -  2
http://acento.com.do/2015/opinion/8307460-de-rubirosa-a-berlusconi/
Se preguntarán por qué su abogado no la defendió mejor. La respuesta es evidente. Fiel a su costumbre, Previti había cambiado nuevamente de chaqueta. Se había convertido en abogado del comprador.
pgomez

Pablo Gómez Borbón

Escritor. Apasionado por la escritura y la comunicación. Autor de la guía de conversación "L'espagnol de la République dominicaine de poche" y de "Combatiendo Fantasmas", recuento de la dictadura de Trujillo, la Revolución de Abril y los doce años de Balaguer.
Que Rubirosa y Berlusconi compartían vicios tales como la lujuria y la codicia es de todos conocidos. Pero no el que el grado de separación entre ambos fue mínimo. Según una teoría, dos personas cualesquiera pueden ser conectadas con un máximo de seis pasos. Entre el chulo dominicano y el italiano mediaban apenas dos. Veamos.
Todo comenzó en una fiesta en Cannes, en la exclusiva Costa Azul francesa, a finales de los cincuenta. Entre los asistentes se encontraba Anna Fallarino, napolitana aspirante a estrella de cine que carecía de talento y de abolengo, pero no de belleza, y su primer esposo, el ingeniero Giuseppe Drommi. En la fiesta, que reunía a todo el Jet Set internacional, estaba además Porfirio Rubirosa, naturalmente.  Fiel a sus costumbres, Rubirosa le echó inmediatamente el ojo a la bella Fallarino y se dedicó inmediatamente a seducirla. Cuando su marido, chivo, empujó a Rubirosa, el playboy echó mano a sus conocimientos de boxeo y noqueó al marido celoso con una sola trompada.
Anna Fallarino Casati
Un buen samaritano se propuso separar a los contrincantes: se trataba del marqués Camilo Casati Stampa di Soncino. Seguramente se le pegaron dos o tres pescozones, tal como sucede a los que se meten en pleitos ajenos. Lo que es seguro que se le pego algo mejor: No fue Rubirosa, sino el conde Casati el que se levantó a la Fallarino.
El marqués era seguramente un mejor partido que Rubirosa. Era veinte años más joven y, sobre todo, tenía una posición mucho mejor. Casati Stampa di Soncino descendía de nobles lombardos. Su abolengo se remontaba a más de mil años. Su fortuna era incalculable: casas de lujo en Roma y en Milán, siete fincas donde cazar venados y jabalíes, un castillo en Cusago, una casa de verano en la isla de Zannone y, sobre todo, un palacio en Arcore, cerca de Milán, con más de diez mil libros antiguos y una colección de cuadros de un valor incalculable.  Su familia formaba parte de la nobleza romana que durante siglos había dado papas y centenares de cardenales.
Fueron seguramente esas cuñas en el Vaticano las que le permitieron anular su propio matrimonio y el de Anna Fallarino, con la que se casó algún tiempo después. Por las molestias ocasionadas, el marqués compensó generosamente a su propia esposa, Letizia Izzo, y al esposo de Fallarino, el ingeniero Drommi, y todo el mundo quedó conforme.
Lo que para Anna Fallarino parecía un sueño se convirtió rápidamente en pesadilla. Al conde Casati lo que le gustaba era delegar sus deberes conyugales. Se buscaba hombres para que se acostaran con su mujer, mientras el tomaba fotos y anotaba en su diario cosas como: «Me gustas cuando estás en la cama con otro, siento que te amo aún más». Todos estaban contentos: El conde y los muchachos que lo ayudaban – que se daban tremenda hembra y, además, recibían dinero por ello. Todos menos Anna, que se cansó de esos juegos y se enamoró de un chulo fascista de nombre Massimo Minorenti.
Al final, el marqués Casati, celoso, mató con su fusil de caza a su mujer y al amante de esta, y luego se suicidó con un disparo bajo la barbilla.
El marqués tenía una hija de su primer matrimonio, Annamaria, de diecisiete años,  la cual debía ser su heredera universal. Sin embargo, el marqués Casati Stampa di Soncino había establecido en su testamento que legaba toda su fortuna a su esposa, Anna Fallarino. La familia Fallarino vio la gloria, y se busco un abogado calabrés, Cesare Previti, también fascista, para que los defendiera en los tribunales. Sin embargo, los Fallarino perdieron: los jueces establecieron que, como Anna Fallarino había muerto antes que su esposo, no había llegado a heredar la fortuna del marqués, la cual pasaba a las manos de Annamaria, su hija.
Villa Arcore Berlusconi
Los Fallarino perdieron, no asi su abogado Previti, que cambió de bando y se convirtió en tutor de la candida. Tan pronto fue mayor de edad, Annamaria ordenó al abogado-tutor Cesare Previti que liquidara parte de su patrimonio inmobiliario. Vendería la villa de Arcore, pero no las colecciones  de libros y pinturas, ni la finca en la que se encontraba. Previti fue diligente: al poco tiempo dijo haber encontrado un comprador dispuesto a pagar un precio «fabuloso» por la villa: quinientos millones de liras. Pero ese precio, incluía también la biblioteca, los cuadros y los jardines. La pobre Annamaria aceptó estas exigencias, además las de que los pagos no se hicieran al cascarazo sino a plazos, y no en efectivo sino en acciones de la constructora Edilnord, propiedad del comprador. Cuando Annamaria intentó vender las acciones, no encontró comprador y tuvo que ofrecérselas al mismo comprador de la finca y la villa, quien las compró por doscientos cincuenta millones de liras, la mitad del precio original. Las transacciones se hicieron inicialmente en escritura privada. La formalización pública se hizo cinco años después. Durante ese tiempo, Annamaria tuvo que pagar los impuestos por una propiedad que ya no era de ella.
Se preguntarán por qué su abogado no la defendió mejor. La respuesta es evidente. Fiel a su costumbre, Previti había cambiado nuevamente de chaqueta. Se había convertido en abogado del comprador. No tengo que decir quién era: Silvio Berlusconi, por supuesto.
El negocio fue “capaperros” para la pobre Annamaria: Vendió una de las mansiones más lujosas del norte de Italia – y sus jardines y sus libros y sus cuadros – por doscientos cincuenta millones de liras (menos impuestos), el precio de un apartamentico en las afueras de Milán. En cambio, para Berlusconi, el negocio fue redondo. Un palacio del siglo XVI, de tres mil quinientos metros cuadrados (que es ahora su residencia principal), con invaluables objetos dentro,  prácticamente por cheles. En 1980, Berlusconi lo hipotecó por siete mil trescientos millones de liras. Si tenemos en cuenta de que los bancos nunca hipotecan una propiedad por la totalidad de su valor, este debía andar por los diez mil millones de liras. O sea, aproximadamente cuarenta veces lo que pagó. Este palacio, por cierto, fue escenario de las famosas fiestas Bunga-Bunga de Berlusconi.
Volviendo a los grados de separación, entre Rubirosa y Berlusconi habían solo dos: el marqués Camillo Casati Stampa di Soncino y su hija Annamaria.
Resulta curioso pensar que si Rubirosa no hubiera podido disfrutar de esa transacción, tan rentable como las de Félix Bautista…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario