sábado, 19 de diciembre de 2015

LORENZO DESPRADEL (MULEY), SOBRE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE CUBA

Cuenta el capitán Despradel en sus memorias, que en cierta ocasión una columna española avanzaba disparando rumbo al campamento del Ejército Libertador:

Todo el campamento se ponía en guardia para ensillar y cargar, tan pronto como el general diera las órdenes a su corneta de que diera esos toques. Silbaban las balas enemigas más cerca, y con gran asombro nuestro oíamos la voz del viejo caudillo ordenándole a su asistente que le colgara la hamaca. Cesaba el fuego, y a poco venían los exploradores a avisar que la columna había acampado en determinado sitio. “Ya lo sabía –decía el general– son las once y media. Salió esta mañana del pueblo, y la única aguada apropiada que tienen para descansar y hacer el rancho, es donde se han quedado”. (Ferrara, 1942:270)

El propio General en Jefe no dejaba de criticar el mando español por el esquematismo y rigidez de sus acciones. Avanzada ya la campaña, en declaraciones al periódico norteamericano The Sun, expresó: “Estos generales españoles carecen de originalidad [...] no conocen más que una táctica [...] Todos siguen inalterables, la antigua rutina, todos dan las mismas órdenes”. (Souza, 1948:224) Del mismo modo, en carta a Estrada Palma, fechada el 20 de julio de 1897, escribió:

Los españoles están cansados y en estos días, en que el calor a nosotros mismo nos sofoca, no concibo cómo esas tropas se muevan. La verdad es que el general Weyler [...] está acabando con sus soldados. Les hace emprender marchas terribles por caminos intransitables, para no hacer más que apresar familias y talar sembrados. Por la noche, nuestras avanzadas se ponen a la vista de ellos, y empieza el tiroteo hasta por la mañana. (Souza, 1948:212
)
Junto a ello, Gómez poseía un gran dominio acerca del terreno en que operaba. Había sido esta zona escenario de muchos de sus combates durante la Guerra Grande. Aquí varias veces había hecho su campamento y recorrido cada uno de sus caminos, veredas y montes. Al respecto, escribía Despradel (1941:291):
Abonaba el éxito de esa rara campaña el conocimiento que tenía el general del terreno en que estaba batiéndose. Lo conocía palmo a palmo y muy raras veces consultaba los mapas magníficos que llevaba consigo, ni a los prácticos que le rodeaban, para moverse en aquel terreno cruzado por infinidad de veredas y sendas que desembocaban en los inmensos potreros en que nos debatíamos incesantemente insurrectos y españoles.

Las primeras acciones tuvieron como objetivo llamar la atención del enemigo y hacerlo concentrar grandes fuerzas sobre la región. En esta idea se inscribió el sitio y ataque al poblado de Arroyo Blanco, el cual contaba con buenas obras de fortificación y se comunicaba directamente con Sancti Spíritus, a través del heliógrafo y con La Habana, por medio del telégrafo. Al referirse a esta acción, Gómez (1968:320) anotó en su Diario de Campaña: “[...] mi propósito principal es ver la manera de obligar al general Weyler que mueva grandes fuerzas sobre estas jurisdicciones de Las Villas, debilitando las que ha echado sobre Matanzas, La Habana y Pinar del Río”.

El mando español reaccionó enviando muy pronto refuerzos en auxilio de la plaza sitiada. A partir de aquí, sin levantar el cerco a la plaza, Gómez puso en práctica la táctica de interceptar y luchar contra los refuerzos del enemigo. Ello dio lugar, el primero de febrero, al combate en el potrero Juan Criollo, donde, a pesar de sufrir bajas de consideración, las tropas cubanas sometieron al enemigo a un hostigamiento constante que le ocasionó a su vez pérdidas no precisadas.

Después de este combate se levantó el sitio al poblado de Arroyo Blanco, pero el objetivo se había conseguido. El mando español concentró sobre la zona cuantiosos efectivos y se inició una ofensiva dirigida a aplastar la la insurrección y aniquilar a su principal jefe militar.


Cierto día, a principios de marzo de 1897 –refiere Despradel (1942:298)– una fuerte columna española se obstinó en hacer a Gómez una persecución tenaz, y este le expresó a su Estado Mayor: “Puesto que esa columna lo quiere, me veré –si persiste en seguirme– en la ocasión de aniquilarla esta noche sin necesidad de dispararle un tiro”. Y más adelante añadió:

[...] La persecución duró muchas horas, y ya al caer la tarde penetrábamos en una región húmeda, cenagosa, cubierta de lagunatos de agua salobre e invadida por nubes de mosquitos y jejenes. Hasta allí nos persiguió la columna que se vio obligada a acampar en aquel sitio, puesto que la noche se le venía encima; en tanto que nosotros, que constituíamos un cuerpo de caballería ligera, tomamos una vereda y nos alejamos a paso vivo de aquel lugar donde se respiraba un ambiente envenenado.
Al otro día la columna tuvo que tomar el camino de la trocha, urgida por la necesidad de encontrar hospitales en que alojar a los centenares de soldados que se habían envenenado tomando el agua salobre de esa región pantanosa en que tuvo que acampar.

Para este tipo de acciones, Máximo Gómez supo convertir la noche en uno de sus aliados más poderosos. En tal sentido, intuyó con maestría el obstáculo psicológico que esta representaba para el soldado español, así como las ventajas que reportaba el hábil aprovechamiento de las condiciones nocturnas para el desarrollo de la lucha irregular. “El combatiente –escribió el general Gómez (1968:137)– amó la vereda tortuosa para la emboscada; amó la noche oscura, lóbrega para descanso suyo y para el asalto al descuidado o vigilado fuerte enemigo”.

Por su larga experiencia, el jefe mambí conocía que las tropas españolas solo en casos muy excepcionales combatían o maniobraban de noche. Por lo general, las fuerzas colonialistas salían del combate o acampaban allí, donde les sorprendiera el final del día. De ahí que durante la campaña, Gómez empleara en gran escala las acciones nocturnas más diversas, tales como marchas y contramarchas, salidas del combate, maniobras, hostigamiento, exploración y otras.

Durante la Campaña de La Reforma, el Generalísimo practicó el principio de hostigar de forma permanente al enemigo, procurando obtener siempre resultados diarios por muy pequeños que estos fueran. Al describir este modo de operar, su jefe de despacho apuntó:
[...] Gómez, puso en práctica la táctica de permanecer siempre en contacto con el enemigo, hacerle notar constantemente su presencia y burlar sus combinaciones, teniéndolo de día y de noche bajo el fuego mortífero de sus guerrillas volantes, pequeños cuerpos compuestos por soldados de caballería que se convertían en infantes cuantas veces lo requería la naturaleza del terreno o cualquiera exigencia de carácter táctico. (Despradel, 1942:289 y 290)

Cada noche, al resumir en su Diario las ocurrencias de la jornada, sus ayudantes oían expresar al general: “Un día más: una batalla ganada”. (Despradel, 1942:290)
Esta lucha tenaz frente a un enemigo muy superior en fuerzas y medios la debió desarrollar el General en Jefe en desventajosas condiciones materiales, casi sin avituallamientos, sin el alijo de expediciones y sin los recursos con que pudieron contar los patriotas en otras regiones del país, sobre todo en el Departamento Oriental, lo cual hizo arraigar en los combatientes la idea de enfrentar y derrotar al enemigo confiándolo todo a las propias fuerzas, convicción que quedó patente en las siguientes declaraciones del propio Gómez al periódico The Sun:

Estamos luchando contra fuerzas muy desigualmente superiores. Desamparados del universo entero, nos alzamos todos enfrente de una potencia europea. Pero resueltos como estamos a morir o ser libres de una vez y para siempre, debemos ser tan cautos como valerosos, puesto que nuestra salvación depende solo de nuestras propias fuerzas. (Boza, 1974, T. II:62)

Su arma más mortífera durante la campaña fue el hábil aprovechamiento de las condiciones del clima y de la topografía del terreno; de las plagas y epidemias como el vómito, el paludismo y la disentería amebiana; de los terrenos pantanosos plagados de insectos; de las intrincadas maniguas y ásperos montes, así como de los torrenciales aguaceros y el calor sofocante.


Para desarrollar con éxito esta lucha desigual, el General en Jefe exigió en todo momento una férrea disciplina militar. En el campamento del general se castigaba con severidad cualquier falta o delito que violara las reglamentaciones establecidas.
El primer cumplidor y el más exigente, incluso consigo mismo, era el propio Gómez, quien por otro lado llevaba la vida de campaña con suma austeridad, sufría las mismas privaciones y sacrificios que cualquier soldado de filas, a pesar de su elevada responsabilidad e, incluso, de su avanzada edad.

La siguiente anécdota, también relatada por el capitán Despradel (1942:302), es reveladora del alto concepto que tenía el General en Jefe del cumplimiento de los deberes militares: En cierta ocasión, en que las tropas de Gómez salían del potrero Demajagua, el general dejó olvidados al lado de un árbol algunos documentos, y al percatarse de ello, envió a uno de los asistentes a recogerlo
.
Más tarde, al hacer campamento, el cocinero le entregó su ración, consistente en un par de huevos para que los tomara con un poco de ron. El general rehusó comer ese día y distribuyó su ración entre el Dr. Valdés-Domínguez y el propio Despradel, quienes no entendieron esa actitud del jefe, pues sabían que ese era el único alimento con que contaba para pasar el día. Solo varios meses después conocieron las causas de este hecho, cuando escucharon al general increpar duramente a un oficial, por el incumplimiento de una orden, con las siguientes palabras:
Aquí a nadie se le puede olvidar el cumplimiento de sus obligaciones. Yo llevo el peso de la guerra sobre mis hombros; tengo miles de deberes que cumplir, y puedo jactarme de que nunca se me ha olvidado nada [...] ¡Miento! –agregó– un día dejé por olvido unos documentos [...] en el tronco de un árbol en Demajagua, y ese día me castigué no comiendo nada absolutamente, para guardar recuerdo de ese olvido.

De su gran sacrificio personal son elocuentes estas palabras escritas en el Diario de Campaña, (1968:347) el 24 de febrero de 1898, al cumplirse tres años del inicio de la guerra:
[...] He vivido 34 meses encima del caballo, mi sueño por la noche se reduce, de cuatro a cinco horas y las más de las veces a menos. Mi alimentación [...] carne sin condimentos y vianda cuando se encuentra [...] Siento mi pobre cuerpo cansado de la fatiga y hace muchos días, que con el pretexto del frío, mi cama es el duro suelo, suavizado con pajas de potreros donde pastan los ganados. La hamaca no me es ya cómoda, como lo era antes [...]

En conclusión, la Campaña de La Reforma aportó valiosas experiencias para el Arte Militar cubano. A lo largo de un año, las tropas mambisas, empleando el método irregular de lucha, supieron enfrentar con éxito a un adversario muy superior en fuerzas, medios y recursos, y convirtieron los potreros de La Reforma en un virtual avispero, donde las poderosas fuerzas colonialistas allí concentradas sufrieron infinidad de pequeñas derrotas.

 Fuente consultada:

 Historia Militar de Cuba, Ira. Parte. Tomo III. Vol. II. Editorial Verde    Olivo. Año 2009. Habana Cuba.

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