lunes, 15 de febrero de 2016

Sobre el humorismo

Sobre el humorismo

Publicado el 12:02 am porYASIR MATEO CANDELIER
e-mail: redaccion[@]elnacional.com.do
Humor
Con cierta frecuencia aparece en los medios locales este tipo de noticia: Ha sufrido un accidente, se encuentra enfermo, o ha muerto el señor X, destacado humorista dominicano.
El hecho de que una persona enferme o incluso muera son dos actividades muy comunes entre los que estamos vivos; lo que a mí me sorprende de ese tipo de noticia es que a esa persona la cataloguen como “humorista”, y por demás de nacionalidad dominicana.
Vamos a sacar del DRAE lo que, a mi modo de ver, es un intento más o menos feliz de definir el humorismo:
“Manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón, y, aunque sea en apariencia, ligero. Linda a veces con la comicidad, la mordacidad y la ironía, sin que se confunda con ellas, y puede manifestarse en la conversación, en la literatura y en todas las formas de comunicación y de expresión”.
De inmediato paso a transcribir una parte de la explicación sobre el humorismo que expuso Wenceslao Fernández Flórez (El humor en la literatura española. Discurso leído ante la RAE en la recepción del 14 de mayo de 1945):
“La confusión vulgar entre comicidad y humorismo ha sido causa del mal entendimiento que a este se le tiene… el humor puede hacer reír y puede no hacer reír, sin dejar de ser humor, porque no es eso precisamente lo que se propone, a diferencia del chiste, cuyo éxito culmina en la carcajada”.
“El humor se coge del brazo de la vida, con una sonrisa un poco melancólica… tiene la elegancia de no gritar nunca, y también la de no prorrumpir en ayes…pone siempre un velo ante su dolor. Miras sus ojos, y están húmedos, pero mientras, sonríen sus labios… no hay nada más serio que el humor, porque puede decirse de él que está ya de vuelta de la violencia… necesita para producirlo un temperamento especial; este temperamento no fructifica en la mayoría de los casos hasta que lo ayudan una experiencia y una madurez”.
Pocos humoristas
En la literatura tenemos a Chesterton, Jonathan Swift, Bernard Shaw y Miguel de Cervantes… y difícilmente encontremos a alguien más. Entramos al cine y solo hay dos individuos en la sala: Mario Moreno (Cantinflas) y Charlie Chaplin. A Woody Allen ha entreabierto las puertas del cine humorístico, pero solo ha echado un vistazo, porque el señor Allen, quien es productor, guionista, actor y cómico, no es humorista, sino que se pueden observar en sus obras algunas salidas humorísticas.
El humorismo no es común porque es propio de personas que han asumido una actitud ante la vida. Por lo tanto, no se encuentra en la clase popular que vocifera, ríe a carcajadas, se desternilla con un chiste basto y ramplón, de esos que florecen abundantemente en el conventillo, el arrabal o los medios masivos de comunicación dominicanos y extranjeros con los que compartimos la cultura occidental.
El común de la gente confunde el humor con la comicidad por el simple hecho de que el humor a veces hace reír.
Después de la risa que produce el chiste o la ocurrencia no queda nada en el ánimo del recipiente, contrariamente a lo que ocurre con el humor. Este último trae consigo un sentimiento de ternura o de tristeza que mueve a una obligatoria reflexión sobre la condición humana.
En República Dominicana han visto la luz del mundo buenos cómicos, histriones cómicos, gente con gracia (en España le llaman duende) natural para hacer reír a la gente (a la masa), maestros del chiste, pero nunca ha habido humoristas per se. Personas con rasgos humorísticos, sí las ha habido, y las hay. Les voy a presentar a un par de ellas:
Un individuo que estuvo presente en aquél lugar me comentó un rasgo de humor que tuvo mi abuelo materno ante el lecho de un amigo suyo, quien, al igual que él, estaba viejo y muy enfermo. Mi abuelo se arrimó al moribundo, miró a ambos lados de la habitación, como cuidándose de nuevos testigos, y le dijo a su entrañable amigo, casi al oído: “Usted y yo ya no tenemos futuro”, tocó el hombro del enfermo, quien sonrió con tristeza, recibiendo mi abuelo en reciprocidad el toque de un brazo flaco y descolorido, como si confirmara con ello estar de acuerdo con lo dicho por el visitante… y no estarlo. Era la despedida.
Otro rasgo humorístico encontré en un joven (¡un joven!) que al igual que yo es dominicano y se trasladó a estudiar a Madrid, donde me encontraba en esa misma condición. Mi amigo conoció a una chica muy bonita y me la presentó. Al día siguiente, le advertí que había visto en el rostro de aquella mujer algo raro, algo que a mí no me inspiraba confianza. Pues mi amigo se molestó conmigo, llegando a tildarme de “envidioso”.
La semana siguiente recibí una llamada de aquél amigo para juntarnos a conversar. Lo recibí en mi casa. Estaba triste. Dijo que yo había tenido razón sobre la impresión que me había causado la mujer que me había presentado; se disculpó de haberme llamado “envidioso”.
De inmediato me refirió que aquella linda chica, la muchacha con la que se había ilusionado y con la que pensaba tener una relación formal, en la intimidad había tenido la ocurrencia de encender un cigarrillo y fumarle a través del conducto que conduce a sus gónadas. Le dije que no tenía que excusarse y además, que en su camino encontraría otra chica simpática para salir y enamorarse. Para mi sorpresa, su respuesta fue la siguiente:
“No. Ella me gusta y con ella me quedaré. Además, por lo menos tengo la certeza de que aunque ella fume lo que quiera, no se le pondrán los dientes amarillos”. Y me miró con cara de desilusión y ojos vidriosos, un mucho menos divertidos; un mucho más tristes.
Si yo hubiese sido Woody Allen, no hubiese encontrado mejor momento para compartir con mi amigo su genial frase –la de Woody-: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”

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