lunes, 28 de marzo de 2016

EL TEATRO DE LOS TRINITARIOS, EL TEATRO DE LA REVOLUCION.

EL TEATRO DE LOS TRINITARIOS,   EL TEATRO DE LA REVOLUCION.
El Teatro de los Trinitarios fue realmente teatro de la revolución. Todos los dramas que se pusieron  en escena, así como las  breves comedias que escribía Pedro Alejandrino Pina revelan una profunda concepción social y un auténtico contenido nacionalista.
De La Trinitaria nació La Filantrópica y de ésta, a su vez, dirigió la Sociedad  Dramática, cuyas principales actividades eran  recaudar fondos para los trabajos revolucionarios.
Los principales actores eran Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina,  Jacinto de la Concha, Félix María Serra, José García  Fajardo, José M. Pérez Fernández, Joaquín Gómez,  Manuel María Guerrero, hijo, Juan Bautista Alfonseca y otros no menos ardorosos idealistas dominicanos, haitianos. Duarte ere el apuntador.

Las representaciones teatrales se montaban en el teatro del patriota Manuel Guerrero, en  el edificio de la Cárcel Vieja o Casa del Coliseo, junto  a la residencia del gobernador Maximiliano Borgellá, frente a la Plaza  de la Catedral. —Hoy  Parque Colón—donde estuvo el local de la Sociedad Amigos del País, tribuna de José Martí en 1892, y más tarde Comisaria Municipal y asiento de la Cámara de Diputados en tiempos de la tiranía de Rafael L. Trujillo.
Nada detuvo ni arredró de los trinitarios en su empresa revolucionaria. Ni  las intrigas de los haitianatizados, ni las amenazas del gobernador Alexis Carrié.
Ya no sumarían adeptos a las filas de La Trinitaria por medio del sistema secreto de iniciación ideado por Duarte. Ahora, desde el teatro, despertaban el amor a la libertad en el espíritu de los dominicanos.
Afortunadamente, esta declaración  favorece los propósitos de los patriotas, y  mientras los haitianos alentados por las autoridades llevan a las tablas algunas que otra obra de Recine, los trinitarios aprovechan la oportunidad para reunirse públicamente, sin  despertar sospechas, y  fortalecer en el pueblo los sentimientos de dignidad y patriotismo.
Entre las piezas dramáticas que se representaron se recuerdan;
Brutoo Roma Libre, de Victorio Alfiere;
La Viuda de Padilla, de Francisco Martínez de la Rosa.
Un Día del año 23 en Cáliz.
Todas contenían expresiones que podrían  ser alusivas a estado  de opresión en que se vivía.
Cuando se estrenó Un Día de los años 23 en Cáliz el teatro se hallaba colmado de público. Las mujeres vestían  esa noche trajes vaporosos de lila con hombreras de terciopelo, y lucían en sus cabelleras una flor blanca que  llamaban filoria. Los caballeros llevaban casacas negras, corbatas de mariposa y blancas pecheras almidonadas.
La obra se interrumpía frecuentemente por aplausos férvidos y vehementes y los actores salían a escena infinitas veces requeridos por el público enardecido. En  casi todas las escenas del drama había alusiones maliciosas diálogos revolucionarios y vituperios soslayados que de algún  modo resultaban aplicables a los denominadores haitianos.
Al finalizar la última escena, el auditorio se puso  de pie electrizado con este  pasaje.
“A nadie je puede gustar ver su pueblo lleno de gentes con arman un quirigel y las echan de amos…..y yo mismo, sin ir más lejos, cuando veo tantas bocas que piden pan y no lo piden en español, me da un gusto como  si me escaldaran”.
Cae el telón. Esta frase despierta la  suspicacia del coronel  Santillana, quien sube al escenario para  pedir al director de la sociedad el texto de la obra,  a fin  de comprobar si es cierto que en ella estaban escritas aquellas palabras.
La noche que se montó el drama Bruto o Roma Libre se oyó gritar entre el público que se apretujaba en las butacas; ¡Haití como Roma! El personaje principal de la  obra es Lucio Junio el primer Bruto que se hizo famoso en la historia de Roma. El verso final, puesto en labios de Bruto hace temblar las carnes de todos: ¡Roma es libre!.
La tragedia La viuda de Padilla exalta apasionadamente al público. Los actores reclaman lo que todo el mundo dice en voz baja y nadie se atreve a gritar en la calle.
Las palabras juramos ser fieles o morir, viles tiranos, fiero opresor, manos salpicadas de sangre resuenan en los labios de los filorios. La escena se desenvuelve  en Toledo, en un salón del Alcázar. Los comuneros llevan cruz roja al pecho, y  los imperiales cruz blanca. Tema: la guerra de las comunidades  de Castilla. Es el momento culminante de la lucha contra la corrupción  francesa y de la  elaboración  de la primera Constitución de Cáliz.
Dirigiéndose a los soldados del ejército real la viuda de Padilla le dice con  palabras enérgicas, decididas y llenas de emoción.
 “Esclavos, que abomino y que desprecio.
Gozad vosotros el perdón  infame;
Mi libertad hasta el sepulcro llevo”.
Pero  el entusiasmo de los  espectadores llega a su clímax cuando uno de los actores cuenta los insultos que ha recibido en una disputa.
n  Y no le dijiste francés?
n  --¡Ah! No, las injurias no llegaron hasta ese grado.
Animoso, firme y tenaz Juan Isidro Pérez ridiculiza a los dominadores desde La Filantrópica con detonantes discursos inflamados del más puro nacionalismo.
Los trinitarios dan rienda suelta a su espíritu revolucionario. Incitan  a la rebelión y a la conquista de sus derechos.
Afirma Emilio Rodríguez Demorizi que el “teatro, fecunda sementera  de patriotas, no es un simple lugar de evocaciones, sino de mágica resurrección  de los hechos pasados”. Añade que así se acrecienta la “aversión entre las  dos razas representadas en los  espectadores, dividiese el elemento dominicano del haitiano, prepárese  a enardecida juventud para la  empresa separatista” .
Las obras que representaba la Sociedad Dramática eran acogidas con jubilosas aclamaciones del pueblo. La labor secreta de La Trinitaria estaba hecha. La semilla estaba lanzada en el surco. Las esquinas de la Capital eran  focos de insurrección. Eran días de fervor patriótico. La juventud iba por las calles en grupo. La  ciudad ardía en la fiebre revolucionaria. Se vivía un momento  histórico.
Apacible  Santo Domingo de comienzos del 1844. En los hogares se jugaba a prima noche a la brizca y al burro, se celebraban juegos de prenda, se  bailaba la cuadrilla y se  servían  dulces y sangrías mezcladas en plásticas conspirativas.
No era misterio para las autoridades haitianas las actividades separatistas. La obra llevaba a feliz  término por los luchadores de la Trinitaria y los actores de la Sociedad Dramática habían encendido la llama revolucionaria en el corazón de los dominicanos.
Desde los primeros días del mes de febrero (1844), la alegría revolucionaria suspiraba en el fondo de cada hogar, de cada poblado, de cada vecindario. El país estaba incendiado por los cuatro costados.
Todos los comerciantes y personas acomodadas ofrecieron a los patriotas su concurso en diversas formas. José Diez y  Enrique Duarte contribuyeron para la compra de pólvora, plomo, reunión de armas y confección de cartuchos. El  platero Cayetano Abad confecciono cartuchos y balas para el movimiento libertador,
Al par de los hombres y las mujeres colaboraban en los preparativos de la Independencia. Ellas convirtieron en balas las planchas de plomos que  quedaban en el almacén de  don Juan José Duarte.
Chepita Pérez de la Paz,  Ana Valverde, María Trinidad Sánchez, María Baltasara, María de la Concepción Bona y Hernández, María de Jesús Piña, las Hermanas Villas, en La Vega, y Encarnación Villaseca del Rosario en Baní, se sacrificaron y promovieron en sus casas complots contra los invasores haitianos.
Del almacén de los hermanos político  el prócer Juan Ravelo la señorita Petronila Abreu Delgado saca pólvora y  municiones en compañía de su hermana y la llevan a su casa. En el hogar de los Acosta, Guerrero, Concha y Puello se arreglan escopetas, se derrite el plomo y zinc y se cosen cartuchera.
No se puede negar que la  Independencia, que se proclamó la noche del 27 de febrero de 1844, en las alturas del Conde, se operó en virtud de un fenómeno étnico histórico. No fue obra de políticos fríos y calculadores, ni  de espíritus sedentarios y simples, sino la obra de la juventud, la obra de Duarte y de sus compañeros  iluminados con las ideas  de La Trinitaria y con los dramas que se presentaron en el Teatro de los soñadores de 1838.

Tomado de la fuente: Manuel Machado Báez. ¡Ahora! *No. 930* 21 de Septiembre de 1981. Págs...40 y 41.










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