miércoles, 30 de marzo de 2016

TOMAS BODADILLA Y BRIONES

TOMAS BODADILLA Y BRIONES
Fuente. Miguel Ángel Garrido. Obra         Silueta. Pág. 187.
Este personaje, es un prodigio de  confusiones andróginas. Una luz esquiva juguetona en su  sonrisa saturnina. Visto de frente, tiene la unción de un benedictino. De perfil, es meramente la reminiscencia de un carbonario. Hacia el mal  consolado a la víctima. Hacia el bien burlándose  del beneficio.
Duelista impasible, lo mismo estimaba  a Satanás  que a Cristo. Un cirio de llama verde, en medio a la oscuridad agorera de un templo en ruina, es menos fantástico  que  el  resplandor de su historia. Cantaba el salmo  de la libertad en un libro de Maquiavelo. Su  ironía  era  un fluido anestesianete. Una carcajada sin tregua era su fe. Se reía de todo, de la justicia, del Derecho, de la Religión, del Deber,  de Duarte, de Santana, de Jiménez, de Báez, de sí mismo cuando no hallaba de quien reírse en su  infinita  ineredulidad.
Viejo, tenía la juventud  de Saint-Just. Joven, tuvo la vejez de Richelieu. Que tránsfuga  de los principios. Que inventario de paradojas casuísticas y de axiomas liberticidas. Para  su conciencia la  vida era una oriflama que debía plegarse dulcemente a las inciertas ondulaciones del viento. Con Boyer, con  la menguada servidumbre de la República, en su calidad de Comisario del Gobierno, votaba y ejecutaba la muerte de los revolucionarios dominicanos  de Los Alcarrizos, en  1824, y defendía en la prensa,  en 1825, las notas diplomáticas  de Haití contra el  reclamo hecho por  España en  favor de la desocupación  inmediata de la parte España de Santo Domingo.
Con el grupo de los  afrancesado, con los que no creyeron jamás  en la Independencia Nacional, se  complacía en desacreditarlos planes separatistas de Duarte, y corrió, no obstante, inopinadamente 

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