sábado, 9 de julio de 2016

Mujeres dominicanas atormentadas Mercedes Mota: Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (10)

Mujeres dominicanas atormentadas Mercedes Mota: Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (10)

Por 
dcespedes[@]claro.net.do 
09 julio, 2016http://hoy.com.do/mujeres-dominicanas-atormentadas-mercedes-mota-correspondencia-con-pedro-henriquez-urena-10/
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Mercedes Mota en Puerto Plata. Foto cortesía de Ylonka Nacidit- Perdomo. Fuente externa

Al igual que en el hogar de los Henríquez-Ureña, la familia Reyes-Mota también disfrutó de un poco de tranquilidad económica y de relativa paz con el triunfo de la revolución llamada de la desunión en contra del gobierno lilisista de Alejandro Woss y Gil.
Morales Languasco encabezó un gobierno provisional, llamó a elecciones y marginó a Jimenes, al igual que ya lo había hecho Woss y Gil. Morales Languasco ganó, apoyado en el poder, las elecciones y los jimenistas se sintieron traicionados y por este motivo conspiraron junto con los horacistas para tumbarle, como en efecto ocurrió.
Nuevamente se desató la guerra porque el vicepresidente Cáceres, al aprovechar un descontento de los mismos partidarios de Morales Languasco, se alzó con la presidencia de la República, devorando a su aliado como cualquier parricida. Caso único en la historia, según narra Bosch, donde un presidente, Morales Languasco, se levanta en armas en contra de su propio gabinete. Pero en esas luchas clientelistas por apoderarse del Estado, único lugar donde acumular riquezas, se entiende ese levantamiento. Controlado el gabinete por el vicepresidente Cáceres, la lucha era entonces contra ese gabinete y su líder horacista.
Morales Languasco gobernó del 19 de junio de 1904 al 29 de diciembre de 1905, cadáver ya, víctima de su Vicepresidente, quien gobernaría con mano de hierro hasta 1911.
En el gobierno de Morales Languasco, jimenista, las Mota vivieron un pequeño espacio de bienestar y tranquilidad.
La inestabilidad política del país se inició con el empréstito Hartmont y culminó con la quiebra financiera del país llevada a cabo por Lilís, lo que explica su asesinato, pero también el predominio imperial de los Estados Unidos en el Caribe y Centroamérica. La turbulencia terminó con el asesinato del presidente Cáceres, pero comenzó de nuevo con la elección de Juan Isidro Jimenes.
Desiderio Arias, Ministro de Guerra, se insubordinó contra su presidente y le amenazó con un juicio político. Jimenes renunció, pues Desiderio tenía dominio del Congreso. De este hecho de fuerza se derivó la elección de Francisco Henríquez y Carvajal. Tanto Jimenes como Henríquez y Carvajal se negaron a autorizar el nombramiento de un ciudadano americano como Secretario de Hacienda. Esto fue el pretexto para la ocupación militar de nuestro país el 29 de noviembre de 1916.
Pero antes de llegar a la ocupación militar y estudiar la relación de MM y PHU con respecto a este acontecimiento histórico, veamos los puntos más sobresalientes de ese intercambio epistolar.
La carta de MM con el juicio sobre Virginia Elena Ortea acicateó a PHU a escribir un artículo sobre esta y que anuncia su publicación en el Listín (BVega, 110), pero se publicó finalmente en La Cuna de América el 3 de mayo de 1903. Pero lo impactante es lo que avancé en la entrega anterior, donde dije que las palabras de elogio de MM a Ortea eran fingidas. En efecto, en su misiva a Phu fechada en San Juan de Puerto Rico el 23 de octubre de 1903, MM le dice a PHU lo siguiente sobre Ortea: «No me explico cómo V. Ortea, viviendo largo tiempo en un medio como este no pudo levantar más alto el vuelo de su talento de escritora. Juzgo acertado el decir que era un talento intelectual mediocre.» (BVega, 137).
Si MM es punzante, PHU no le queda a la zaga. Claro, yo escribí en algún libro el juicio negativo de Mon Ureña sobre Amelia Francasci, y dije que debió ser compartido por el clan Henríquez Ureña, pero no había dado con el de PHU, en carta a MM , Nueva York, 25 de septiembre de 1903: «Las mujeres dominicanas han dado en la manía de escribir prosa poética (que era según Núñez de Arce, la peor forma posible)(…) De Amelia Francasci no hay que hablar; es la disparatera más grande entre las dominicanas, el peor discípulo que ha formado Meriño, y eso que este formó a Andrés J. Montolío y a M. A. Machado.» (BVega, 123, 125).
PHU infla el ego de MM al declararle lo siguiente en la misiva de marras: «Pienso que eres hoy la única dominicana que tiene fibra de escritora, fecundidad a lo menos, porque Leonor Feltz no es fecunda y lo que escribe es muy indeciso para que se conozca lo que ella vale como cerebro. Quizá a ella le pase lo que a un personaje de D’Anunzio que no tenía la facultad de crear, aunque todas las bellezas las comprendía; o aunque puede ser una escritora, quizá no llegue a serlo por no querer decidirse a escribir.» (BVega, 124). Verdad de a folio, profecía cumplida.
Si este juicio sobre Francasci y Feltz es valedero para las escritoras dominicanas del siglo XX, también lo para los hombres de aquella centuria, vicios que se han extendido hasta el siglo XXI, a causa del defecto señalado por PHU. ¿Por qué mujeres y hombres arrastran esta escritura sin energía? PHU no se planteó esta pregunta. Doy mi respuesta hoy: porque no asumen la escritura como riesgo. Y aparte de eso, les falta cultura y dominio cabal del idioma. Las que han asumido algún riesgo, luego se arrepienten y terminan su vida y su carrera literaria, al igual que los hombres, como auxiliares del poder y sus ideologías y, sobre todo, como intelectuales ancilares de lo teológico-político.
Si los escritores dominicanos adolecen de los vicios idiomáticos que señala PHU, peor les va a las escritoras cuando adoptan el rol de amas de casa y de madres. Entonces la literatura que producen unos y otras son obras frívolas o si no un vómito de clichés, como decía Roland Barthes. Esto lo muestra con creces el Álbum simbólico y el libro La mujer en la Era de Trujillo, donde tanto hombres y mujeres, poetas y feministas, celebran con fervor teológico-político la grandeza del semidiós Trujillo.
Y PHU, que también apunta a una enseñanza socrática con MM revela por qué no escribe sobre las escritoras dominicanas, aunque ha estado tentado de hacerle, pero aquí función lo del “alacrán con ponzoña”: «A veces tengo ganas de escribir una crítica, Cómo escriben las mujeres, pero pienso que muchas escritoras son amigas mías. Hay que fijarse en el estilo de los buenos escritores. Para mí, el modelo más perfecto de estilo español, José Enrique Rodó, en cuya prosa cada palabra tiene su valor y su peso, cuyo tono es [a] la vez amable y docto, profundo y gracioso, enérgico y elástico. Imitándole no se corre el riesgo de adquirir defectos, como imitando a Vargas Vila, muy exagerado.» (BVega, 124).
En esta lección de valoración crítica, PHU le imparte un curso gratis a MM y a nosotros también, hoy, lectores suyos: «De los otros escritores españoles, Valera es más pueril, Menéndez Pelayo más macizo, pero menos elástico. Zumeta más voluble y Díaz Rodríguez es más lento y más exclusivamente analista y poético. Estos cinco son hoy reyes de la prosa española. Me olvidaba de gente tan alta como la Pardo Bazán, muy nerviosa, Pérez Galdós, deliciosamente castizo, Pereda, muy regional. Los españoles que llegan a prominencia tienen sello europeo. Pero en América hay menos estilistas de lo que parece y la mayoría tiene en general la misma indecisión y descuido de los escritores dominicanos.» (BVega, 124)

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