lunes, 22 de agosto de 2016

Ese arrebato de banderas

Ese arrebato de banderas

Por 
imbert.brugal[@]gmail.com 
22 agosto, 2016
http://hoy.com.do/ese-arrebato-de-banderas/#comentarios

El triunfo de Luis Pie Desquille, en los juegos de Río, ha provocado el episódico desborde patriótico. De nuevo la pregunta y lo escrito cuando la pasión obnubiló seseras en el tiempo de la sentencia 168. De cuál dominicanidad se trata. La discusión sobre identidad desconoce mayorías. Es trifulca entre logias. Unos y otros no sacuden sus prejuicios y ninguno quiere ser lo que es. Desde antes de “Cartas a Evelina” de Moscoso Puello, hemos sido la nada. La externalidad es una impronta.
Encuestas y sondeos avalan la actitud. Queremos salir de la isla como si se tratara de una prisión, rotos los barrotes, comienza la reafirmación nacionalista que nos salva. Caribe, taínos, mandingas y manchegos, carabalíes y canarios, bucaneros, filibusteros, galos, normandos, teutones, sajones, están en el ADN de una identidad insoportable, que irrita y se transforma.
Después del tiranicidio, gracias al éxodo por razones políticas y económicas, comienza la forja de la dominicanidad errante. El proceso ha sido indetenible. La identidad está en la factoría y la marketa, en la corner y el basemant, el drink y el subway, el taxi y el laundry. Es la filiación que aquí se pierde y allá se solloza y preserva. A partir de los 80 las dominicanas ocupan las ciudades europeas. Conquistadores, conquistados. Ya no solo somos hijos de los barcos sino nietos de los aviones. El muchacho que grita en una esquina de la Saint Nicholas “ganó el Licey”, la mulata que besa el piso del aeropuerto y dice: por fin aquí. La sesentona que regresa de Hamburgo y comenta: esa gente es muy aburría, nosotras le ponemos salsa.
El bar tender que en una cervecería de Boston pregunta: mami ¿qué tú quieres? Prueba el sabor dominicano, expresan una dominicanidad arraigada. Que nadie se atreva a endilgar veleidades fascistas al cocinero indocumentado, residente en alguna ciudad española, cuando dice: nosotros no cocinamos el arroz así. Porque sí, porque existe un sentimiento nacional lejos de fundamentalismo y xenofobia, de arbitrariedad y maldad, que nada tiene que ver con la esvástica ni el ku klux klan. Un amor por lo nuestro que se transmite generación tras generación con el murmullo del barrio y la jumiadora del paraje. Está en el moro y los chicharrones, en la tisana y la yautía, en el romo y la cerveza. Dominicanidad alejada de las élites y de convivios progre.
Dominicanidad de chen chén y jengibre, de gallos y arepa, de la vecindad bullangera y solícita que reza y canta. La de mofongo y sancocho, meneo y alboroto. Dominicanidad de padres de la patria preteridos y difusos, de orgullo por algo o alguien, que inventamos para ir más allá del pesimismo y la decepción. Somos ese mestizaje tan prófugo como náufrago que esconde su origen o lo inventa, por eso no tiene defensa. La minoría prefiere la negación. Apátrida emocional, jamás coincidiría con la colectividad satisfecha con su hibridez y desparpajo. Opta por el coloniaje, pertenecer a un hato bastardo es inaceptable, bochornoso.
Prefiere presumir de ancestros dudosos y de una blanquecina estirpe. Nada en común con esos connacionales ágrafos, devotos de la dominicanidad de anafe y fritura. Dejemos la fábula y enfrentemos la realidad. Nos desnacionalizamos cada día porque la minoría detesta el sambenito de dominicano. Le satisface reiterar nuestros defectos: “El dominicano urbano no tiene iniciativa, haragán, gusta de la lotería, las armas y la política. El rural es inteligente, holgazán, pendenciero, valiente en ocasiones, ignorante siempre. La indolencia, la imprevisión, falta de amor al trabajo, son características para los dos”.(op.cit) El gentilicio avergüenza. Identifica peloteros, mujeres prostituidas, capos de zaguán. ¿De cuál dominicanidad hablamos? ¿Qué defendemos cuando mencionamos la patria, si la propensión al anexionismo no terminó con Santana? Perdidos en reyertas sin sentido postergamos una tarea pendiente. Es un pleito de clase, no de razas, un revolú de intereses. Demasiado antifaz y confusión. Parias nosotros, no los otros, ahora con medalla de bronce.

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