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Historia del Merengue Juanita Morel tocaba la güira y bebía ron a “pico de botella
En El Seibo fuimos terminados de alfabetizar por quien sería religioso, conocido con el nombre de padre Antonio, fundador del colegio San Juan Bautista en la ciudad capital. ¡Qué feliz fuimos en El Seibo! Nuestro padre era un militar respetado y querido como pueden atestiguar los que le conocieron y están vivos. Esa ciudad fue una escuela para aprender a relacionarnos con nuestro pueblo con todos los sectores de su integración. Pero nos sentíamos realmente realizados cuando comenzamos a recibir las clases de música, bajo la dirección de Julio Gautreaux, estudiando con el primer método de Miguel Hilarión Eslava, compositor y musicólogo español del siglo XIX.
Un año después, cuando nuestro padre fue trasladado a la capital y nombrado capitán jefe instructor del Ejército dominicano y comandante de las 25 Compañía de Armas Auxiliares e instructor del pelotón de cadetes, casi habíamos finalizado, prácticamente, el primer método de Hilarión Eslava. Pero algo muy importante fue que quedaba en el recuerdo de nuestra memoria el sonido de aquella banda de música pequeña dirigida por Julio Gautreaux que en la retreta que tocaba los domingos en el parque central de El Seibo, interpretaba una variedad extraordinaria de música.
En El Seibo escuchamos en varias ocasiones “Sobre las olas”, el hermoso vals de Juventino Rosas, el compositor mexicano que asombró al mundo con una pieza tan original y hermosa que ha competido con la música de los Strauss a lo largo y ancho de todo el planeta. En aquel momento el pueblo dominicano comenzaba a llegar a la cúspide de la expresión de su talento musical e interpretativo. Y estamos hablando de la década que se había iniciado en 1940.
Cuando regresamos de El Seibo volvimos a vivir en la casa que nuestro padre había construido en la Doctor Delgado No. 55 esquina Moisés García. Cuando llegamos a la capital mi madre nos llevó a inscribirnos en el Conservatorio Nacional de Música para seguir recibiendo clases de solfeo y dar término al método de Hilarión Eslava, para lo cual faltaban pocas lecciones.
En el Conservatorio recibíamos esas clases de Rodolfo Díaz, Fofo, quien era en ese momento segundo teniente del Ejército y primera trompeta de la banda de música del cuartel general. Las maniobras del ejercicio de las tropas y las prácticas para desfiles se realizaban en el Centro de Enseñanza del Ejército, ubicado, como hemos referido, en el lugar donde se encuentra el Palacio Nacional, en la colina llamada “La Generala”; y debemos reiterar que esos momentos son, tal vez en nuestra niñez, los más emocionantes de la vida.
Era era el más pequeño de la familia y aunque estaba inscrito en el kindergarden de las hermanas Amiama, realmente no asistíamos mucho a la escuela porque pasábamos el día detrás de nuestro padre en el Centro observando los desfiles y escuchando esa banda de música reforzada, de gran calidad, que dirigía José Dolores Cerón.
Para la conmemoración y celebración del Centenario de la República, el 27 de febrero de 1944, el Gobierno preparó un programa que fue realmente marco del acto patriótico, republicano, democrático y político mas importante que se ha celebrado en toda la historia de la nación dominicana.
Al autor de esta columna que ha tratado de apegarse estrictamente a la verdad de los hechos, en términos históricos, no le importa, y debo consignarlo, que esos actos fueron, en el orden patriótico, militar y político, preparados, organizados y realizados por la dictadura que encabezaba Rafael Trujillo Molina, que había ratificado su impronta represiva, intolerante y asesina. No hemos vuelto a ver jamás en nuestro país manifestaciones de esa naturaleza, porque, en la realidad de los hechos, no ha existido la sensibilidad para realizarla.
La conmemoración y celebración del Centenario de la República fue realmente una fiesta y acontecimiento nacional. Para ese momento, de las 15 o 18 provincias que existían, la mayoría, por no decir la totalidad en sus municipios cabecera tenían bandas de música con instrumental europeo o estadounidense de extraordinaria calidad; pero para ese momento las dos mejores bandas de música que tenía la República eran las del cuartel general del Ejército y la del Consejo Administrativo que era el Ayuntamiento del Distrito Nacional; bandas de música excelentes que habían comenzado a dar los conciertos o “retretas” los miércoles y domingos en los parques más importantes de la capital: Colón, Independencia, Julia Molina, hoy Enriquillo, Duarte y ocasionalmente en el parque Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos.
Al terminar las ceremonias del Centenario de la República nuestro padre, por castigo, fue trasladado de la ciudad capital a Loma de Cabrera, municipio fronterizo de la provincia Libertador, hoy Dajabón, pequeña comunidad rural que tenía como base la producción de maní.
En realidad lloramos mucho, no solamente porque abandonábamos la ciudad capital y el escenario físico en el que habíamos nacido y vivido una parte importante de la vida, sino porque el traslado nos obligaba a dejar las clases de música que recibíamos en el Conservatorio Nacional, a la cual asistíamos todos los días en horas de la tarde, acompañados de un soldado que era en realidad un guardián para controlar las manifestaciones agresivas de nuestro temperamento, por el cual éramos conocido, no solamente en Gazcue, el verdadero Gazcue, sino también en la parte de San Carlos y arriba en la frontera con Villa Francisca, en el llamado play de “La Cuchara”, que es hoy el parque ubicado en la manzana formada por la avenida 27 de Febrero y las calles Luis Manuel Cáceres (Tunti), Sánchez Valverde y Juan Pablo Pina.
En Loma de Cabrera, desde luego, no había academia de música, quiere decir que mi entusiasmo por las lecciones de música que habíamos recibido, encontró como antídoto pasajero la existencia en aquella pequeña comunidad de un “perico ripiao” en el cual tocaba la güira una mujer mulata, alta, que bebía ron a “pico de botella” y que respondía al nombre de Juanita Morel.
A ella se le dedicaría un merengue real, auténtico, de nuestro verdadero folklor que años más tarde, interpretado por el Trío Reynoso, se convirtió en una pieza de extraordinaria simpatía que también fue llevada por orquestas a los lugares populares y a los salones del país.
En Loma de Cabrera terminó la carrera militar de nuestro padre, cuando fue destituido como capitán comandante de la fortaleza de Loma de Cabrera, arrestado, permaneciendo aproximadamente un mes en la Fortaleza Ozama de la capital.
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