José Martí amaneció bailando el merengue Juan gomero
Publicado el 12 agosto, 2016por EUCLIDES GUTIÉRREZFÉLIX información@elnacional.com
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Como vimos en nuestra entrega anterior, aunque Angel Viloria proyectó el merengue en términos internacionales, al igual que en España lo hacía Napoleón Zayas, al llamar a su Conjunto Típico Cibaeño fue que algunos emborrona cuartillas comenzaron a escribir y a disparatar en términos históricos musicales, afirmando que el merengue era una expresión de baile de la región del Cibao.
Y eso ya lo hemos aclarado en otras ocasiones, porque el merengue nació, se propagó y se proyectó, en la Línea Noroeste, que es la región que se extiende desde el cruce de Esperanza hacia el oeste y al norte, integrada hoy por cuatro provincias que, en el orden histórico, son Montecristi, Valverde, Dajabón y Santiago Rodríguez. Fue en Juan Gómez, a fines del siglo XIX, paraje de Guayubín, donde apareció el merengue llamado Juan gomero, de compositor anónimo que en alguna de sus estrofas era realmente pornográfico.
José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba y fundador del Partido Revolucionario Cubano, quien no solamente bebía, sino que le gustaba el baile, amaneció bailando una noche completa el merengue Juan gomero, con mujeres de la familia Grullón, que eran en aquel entonces y lo han sido siempre, una hermosa expresión de la mujer dominicana.
Pues bien, Viloria además de El ají caribe grabó treinta o cuarenta merengues ratificando, con la extraordinaria calidad de su conjunto, el perfil cultural de nuestro pueblo. La cruz, de compositor anónimo igual que Juan gomero y llamado equivocadamente Palo bonito; Loreta, de Lus Alberti; La empalizá, de Radhamés Reyes Alfau; y muchos más, de otros compositores, entre los cuales desde luego estaban Ñico Lora y Toño Abreu, son los verdaderos y mas grandes maestros del merengue típico dominicano.
Para el momento en que Napoleón Zayas y Ángel Viloria promovían el merengue en Europa y Estados Unidos, como verdadera expresión folklórica musical del pueblo dominicano, aquí, en el país, se habían consolidado nueve o diez orquestas de extraordinaria calidad como no existían, tal vez, en la región del Caribe, inclusive Centroamérica.
Esas orquestas eran las tres de La Voz Dominicana: San José, Angelita y Melódica; la Generalísimo Trujillo, de Luis Alberti; la Maravilla, de Puerto Plata; la de Antonio Morel; la Selene, de Montecristi; la de los Hermanos Pérez, en San Cristóbal; la Hollyood, de Santiago, dirigida por Papín Feliú, y la de Rafaelito Martínez, en La Vega. Sabemos que en otras provincias, particularmente en sus municipios cabeceras, existían buenas orquestas, pero ninguna se proyectó en el escenario nacional por medio de grabaciones y discos.
Al momento del ajusticiamiento de Rafael Trujillo Molina en mayo de 1961, el perfil cultural de nuestro pueblo en términos musicales estaba definido y consolidado, al parecer, definitivamente.
Al momento del ajusticiamiento de Rafael Trujillo Molina en mayo de 1961, el perfil cultural de nuestro pueblo en términos musicales estaba definido y consolidado, al parecer, definitivamente.
Cada común cabecera que existía en ese momento tenía banda municipal de música y en alguna de esas provincias, como Montecristi, había cuatro bandas municipales.
Trompetistas, saxofonistas, flautistas, clarinetistas y trombonistas, de calidad excepcional, eran verdaderos maestros de sus instrumentos.
Estos músicos, jóvenes, enriquecían las orquestas populares a lo largo y ancho del territorio nacional y allá arriba, muy alto, al margen de las diferentes orquestas de La Voz Dominicana, estaba la Orquesta Sinfónica Nacional, que había fundado la dictadura de Trujillo en agosto de 1941, dirigida por el profesor español Casals Chapí, a instancia del licenciado Rafael Díaz Niese, director general de Bellas Artes, santiaguero, una de las figuras más brillantes del escenario intelectual y cultural dominicano.
La Orquesta Sinfónica Nacional para 1952 era una orquesta de primera categoría regional en hispanoamérica y, en esa calidad incuestionable, la expresión de más alto nivel cultural en el escenario musical del pueblo dominicano.
Después del ajusticiamiento de Trujillo el ordenamiento institucional, cultural, severo, rígido, intransigente, de nuestro país, entró en un proceso paulatino de deterioro que nos ha llevado al desorden monumental en que vivimos que nos conduce, no importa lo que digan otras personas, al naufragio inevitable y tal vez definitivo, de la nación dominicana como expresión real de una sociedad unificada, en el ámbito geográfico en que vivimos, por la lengua, las tradiciones, las costumbres y las características propias de la vida, que nos diferencian, por nuestros orígenes, sino de la totalidad, de la mayoría de las naciones hispanoamericanas.
El autor de este trabajo no conoce antecedentes en América de una nación que haya recorrido un proceso de disolución tan profundo y extenso como el del pueblo dominicano. No solamente en las palabras que usamos para hablar el idioma español que es el nuestro; a esto se suman los hábitos de vida, la forma de vestir, qué cantamos y qué bailamos, y qué nos enseñan en nuestras escuelas. En nuestra próxima columna de esta serie arribaremos a conclusiones que son necesarias presentar a nuestros lectores.
En la verdad histórica de los hechos, fue a partir de 1970 que comenzó ese proceso de transformación, en términos culturales y musicales en el país, particularmente en la capital. Hasta ese momento la orquesta de Luis Alberti amenizaba todas las noches en el patio español del hotel Jaragua, bailables que comenzaban a partir de las nueve 9:00; la orquesta de Rafael Solano, por su parte, amenizaba en el patio español del hotel Paz; hoy Hispaniola; y en la Ciudad Colonial, en el antiguo hotel restaurant El Conde, convertido en restaurant Panamericano, amenizaban diferentes conjuntos musicales, que al igual que la orquesta Santa Cecilia de Luis Alberti y la de Rafael Solano, interpretaban la música folklórica dominicana que cantaban toda una gama de intérpretes populares que encabezaban Pipí Franco, Joseíto Mateo, Vinicio Franco, Francis Santana, Frank Cruz, cantante del conjunto de Félix del Rosario. y el Negrito Macabí, que además de cantar, con esmerada entonación, bailaban solos al frente de esas orquestas.
Apareció, como ola indecente, toda esa basura “musical” que, en poco tiempo desnaturalizó las esencias de la música folklórica dominicana, desapareciéndola no como borrador en pizarra sino como lanilla húmeda, que no deja rastros de lo que en la pizarra se había plasmado.
Enterraron si cabe la expresión, desaparecieron de la memoria del pueblo, los nombres y las interpretaciones por perico ripiao, conjuntos típicos y orquestas de los merengues auténticos y tradicionales de nuestro folklor; no volvieron a escucharse jamás Juan gomero, La batuta, Compadre Pedro Juan, Dolores, Vete lejos, Hatillo Palma, El pelero, Juanita Morel, Fiesta, Leña, Loreta y entre los más populares Caña brava, Los saxofones y El chivo, inventándose que este último, merengue que pertenece al folklore de autor anónimo desde hace más de 80 años, fue inspirado como expresión cultural del ajusticiamiento de Rafael Trujillo Molina.
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