jueves, 18 de agosto de 2016

LOS MÁRTIRES DE CÓRDOBA


LOS MÁRTIRES DE CÓRDOBA
 Publicado por ATILA el agosto 18, 2016 a las 1:21p

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La gran persecución de Mohammad I y la rebelión cristiana. Pese a los manejos de la sultana Tarub, el elegido para suceder al emir omeya fue su primogénito Muhammad, bien conocido por su odio a los cristianos. La cuestión de los mozárabes cordobeses se había convertido en la principal preocupación de los últimos años de su padre, y el nuevo emir decidió desatar una gran persecución para acabar con ellos. Ordenó clausurar numerosos monasterios, entre ellos el de Tábanos, y demoler varias de las principales iglesias que les quedaban a los cristianos. La comunidad mozárabe se quebró. El conde Gómez Antonino y muchos cristianos apostataron al islam, pero la resistencia de los fieles se exasperó. Las expulsiones de monjes de los monasterios no hizo sino exacerbar los testimonios. Leovigildo, monje en la ciudad, y Cristóforo, del monasterio de san Martín de la Rojana, fueron martirizados poco después. Las noticias de la persecución cordobesa se extendieron por todo Al Andalus y más allá, hasta el reino leonés e incluso el imperio franco. En 853 los cristianos toledanos se rebelaron y se declararon independientes en una poco conocida y formidable rebelión mozárabe que, Dios mediante, trataré en otro artículo. _ La segunda era de los mártires La fama de los apóstoles llegó a provocar una suerte de peregrinación martirial. Por ejemplo, la de un monje llamado Félix, originario de Complutum (Alcalá de Henares), de familia bereber y ordenado en Asturias, pero que acudió a Córdoba precisamente buscando el martirio en 853. Acompañó a Anastasio, diácono de san Acisclo, cuando proclamó su fe públicamente, negando la veracidad del islam, acompañado de una monja llamada Digna. Los tres eran religiosos en Tábanos, el principal centro de la insurrección martirial. Todos ellos fueron bárbaramente asesinados por las autoridades religiosas del emir. Al día siguiente una viuda cordobesa, llamada Benilde que había presenciado el martirio de Anastasio, empujada por su ejemplo y pese a su avanzada edad, se presentó ante el cadí y confesó su fe. También ella fue decapitada y sus restos incinerados y arrojados al río, salvo su cabeza, colgada de unos palos y expuesta por toda la ciudad. Columba también era monja del recinto femenino del clausurado monasterio de Tábanos. Ella fue la siguiente en presentarse en público para acusar a Mahoma de falso profeta, sufriendo decapitación y mutilación antes de ser arrojada al Guadalquivir, el 17 de septiembre de 853. Se dice que su cuerpo fue hallado aguas abajo completamente intacto. La siguiente víctima fue nada menos que el abad de Peñamelaria, decapitado ese mismo año. La campaña contra los cristianos alzados de Toledo fue tan desastrosa que el propio emir Mohammed hubo de ponerse en persona al frente de un gran ejército para frenar a los rebeldes, que con un ejército se dirigían a cruzar Despeñaperros y atacar la propia capital. Tras lograr una aplastante victoria en 854, el emir regresó acompañado de ocho mil cabezas cortadas de cristianos, repartidas por todas sus ciudades y sus posesiones en África, y con redoblados ánimos de aplastar a los mozárabes cordobeses, ahora sospechosos de colaboración con los enemigos. El monasterio de Tábanos fue arrasado, se doblaron los tributos que debían pagar los cristianos y redobló las ejecuciones. Abundio, párroco en Ananelos fue delatado como ofensor de Mahoma. Llevado por las autoridades con falsas razones a Córdoba, fue allí juzgado y no negó las acusaciones de haber menospreciado el islam. Condenado a muerte, fue degollado a orillas del Guadalquivir el 11 de julio de 854. Los mozárabes eran sostenidos por Eulogio, que escribió Apologia martyrum, y por Álvaro, autor de Indiculus luminosus, tratados que describían la persecución musulmana y ensalzaban a los mártires. El encono religioso espoleaba a los cristianos de todas las partes de España de tal modo que al morir el metropolitano de Toledo, Vistremiro, Eulogio fue elegido por unanimidad por los obispos de la provincia como nuevo primado de las Españas. El emir prohibió que tomara posesión, pero los obispos cartaginenses no eligieron otro. Los siguientes tres años vieron una nueva escalada de martirios. En 855 fueron ejecutados acusados de blasfemia Amador, sacerdote de Martos, el monje Pedro y Ludovico, hermano del mártir Pablo el diácono de san Zoilo. Poco después sufrió la misma suerte Sandulfo (conocido por Sandila) y Witesindo, un laico convertido al islam y luego retractado. El cadí le dio la opción de salvar su vida si retornaba a la fe coránica y al negarse fue ejecutado por apostasía. En 856 le tocó el turno a Argimiro de Cabra. Había ocupado el cargo de censor en su ciudad natal, abandonando la función pública para ingresar en un monasterio en Córdoba. Acusado de injurias a Mahoma, fue encerrado en prisión tres días, y el juez le prometió el perdón si se retractaba de sus ofensas y abrazaba el islam. Al negarse este, fue decapitado el 28 de junio, permaneciendo su cuerpo en el patíbulo durante varios días hasta que se permitió a sus familiares enterrarlo en la basílica de san Acisclo, junto al sepulcro del mártir Perfecto. Áurea fue hija de padres musulmanes, que se convirtió al cristianismo tras enviudar, profesando en el monasterio de Cuteclara durante 20 años. Descubierta y delatada por algunos de sus parientes, fue denunciada por apostasía. Bajo presión renunció públicamente al cristianismo, pero siguió practicando secretamente su fe. Descubierta nuevamente, fue llevada al tribunal, y esta vez no se retractó, siendo ejecutada. También en 856 fueron ejecutados el sacerdote Elías y sus discípulos los monjes Pablo e Isidoro. Un caso singular fue el de Rodrigo, un egarense nacido en una familia en la que tenía un hermano cristiano y otro musulmán. Era frecuente que mediara en las disputas religiosas que ambos tenían regularmente, y tras ser acusado de cristiano, meditó largamente sobre sus creencias. Sorprendido por familiares suyos en una iglesia, confesó públicamente su fe en Cristo. Fue encerrado junto a Salomón, otro acusado de apostasía. Ambos fueron degollados el 13 de marzo de 857 y sus cuerpos arrojados al Guadalquivir. Pudieron ser recuperados y enterrados en la iglesia de san Ginés. _ La Apoteosis y el culto a los mártires cordobeses En 585 el rey franco Carlos el Calvo, deseoso de obtener reliquias para sus nuevas iglesias, envió dos monjes a Hispania, para obtener las de san Vicente mártir, muy venerado en sus tierras desde que un rey franco llevara allí tras una de sus campañas la túnica milagrosa del santo. Los dos religiosos cometieron la fechoría de desmembrar los restos que eran entonces atribuidos al diácono mártir en Valencia y tratar de sacarlos escondidos en sus túnicas. Descubiertos en Zaragoza, les fueron requisados. Supieron entonces que en Córdoba habían mártires mucho más recientes y ciertos, y se dirigieron a la capital emiral. Allí lograron obtener en el monasterio de Pinna Mellaria los cuerpos del monje sirio Jorge y el de Aurelio, ambos martirizados seis años atrás. Fueron llevados al reino franco (curiosamente escoltados buena parte del camino por tropas cordobesas que se dirigían a combatir a los cristianos rebeldes de Toledo) y expuestos en París por orden del rey, para veneración de los católicos, que no dejaban de admirar el temple de los cristianos hispanos oprimidos por los musulmanes. Y es que la repercusión de la persecución cordobesa llegaba a todas partes de la Europa Occidental de su tiempo. Además de Francia, los condados de la Marca Hispánica, el reino de Navarra y el poderoso reino de León se hacían eco de los mártires mozárabes, por no hablar de las comunidades cristianas de las grandes ciudades andalusíes, donde las crónicas y reliquias de los mártires eran atesoradas y servían de no poco consuelo y ejemplo. Mas la segunda era de los mártires de Córdoba alcanzaba ya su cenit y tocaba a su fin. Eulogio (autor en 857 del Apologetycum Santorum Martyrum) y Álvaro- que vivían ocultos en el barrio cristiano, cambiando continuamente de morada- se habían convertido en los grandes referentes de la comunidad mozárabe de la capital, y a ellos acudían todos los perseguidos. Leocricia, una joven hija de padres musulmanes que se había bautizado en secreto, buscó refugio en casa de Anulona, la hermana de Eulogio, en 859. Allí fue descubierta, y tanto ella como el sacerdote, enviados a prisión. El cadí no se atrevió a juzgar al primado electo de los cristianos de España, y envió el caso a la corte. Eulogio fue juzgado por el visir, siendo testigo del juicio el emir Mohammed en persona. Preguntado sobre su violación de las leyes al ocultar a una musulmana apóstata, Eulogio realizó a cabo una ardiente defensa del cristianismo. El visir le propuso que se disculpara y se retractara de sus ataques a la enseñanza coránica, y sería perdonado: “di una sola palabra, y después sigue la religión que te plazca”. Pero aquel que había sido alma y maestro de la proclamación de Cristo que había enviado a la muerte a tantos cristianos, no podía ser ahora infiel a sus enseñanzas, y proclamó de nuevo las verdades del Evangelio y los errores del falso profeta. Como no podía ser de otra manera, fue condenado a decapitación. Eulogio, canonizado como mártir posteriormente, procedente de una noble familia senatorial cordobesa, había viajado diez años atrás al reino franco y a los territorios cristianos del norte de la península. Allí había recuperado textos teológicos (como una “Vida de Mahoma” que refutaba sus enseñanzas) y clásicos latinos que se habían perdido en Al Andalus, y había adoptado un nuevo punto de vista al ver la pujanza de la fe en las tierras liberadas del islam, tenidas comúnmente por bárbaras a ojos de los andalusíes. Se cree que a su retorno a Córdoba esas experiencias le influyeron poderosamente en su doctrina de resistencia activa y testimonial al dominio islámico. Eulogio contaba entonces unos 60 años de edad; fue ejecutado el sábado 11 de marzo de 859, y su cuerpo enterrado en la basílica de san Zoilo. Su amigo Paulo Álvaro escribió su biografía Vita vel passio Divi Eulogii en 860, y también murió al año siguiente. Entre ambos dejaron numerosas obras teológicas, centradas sobre todo en la defensa de la fe cristiana frente al islam, y la hagiografía de los mártires cordobeses, sin desdeñar varios tratados de métrica y poesía latinas. Cuatro días después de la muerte de Eulogio, el 15 de marzo, Leocricia, que se negó a apostatar del cristianismo, fue también degollada. Privados de sus principales sostenes, abatidos por la persecución, el exilio y las apostasías, los cristianos cordobeses, muy reducidos en número, cesaron en su testimonio público, aunque todavía se registra un nuevo caso, el de Laura de Córdoba, que pertenecía a una noble familia musulmana y estuvo casada con un importante funcionario de la corte. Al enviudar, se bautizó y entró secretamente en el monasterio de Santa María de Córdoba, donde llegó a ser abadesa. Descubierta en 864, fue enviada al tribunal bajo acusación de apostasía. Ante el juez proclamó con valentía su fe, y fue azotada cruelmente, sin que ello modificara su testimonio. Tras ser torturada, el emir Mohammed ordenó sumergir su cuerpo en una caldera de plomo derretido, alcanzando la palma del martirio el 19 de octubre de 864. El reinado del implacable Mohammed no fue feliz. Sufrió diversas rebeliones de muy distintos signo, la mayoría existosas: hispanogodos en la serranía bética, aristócratas árabes en Sevilla y Murcia, mozárabes en Toledo, un renegado llamado Ibn Marwan en Badajoz, los Banu Kasim en Zaragoza… su vejez estuvo llena de amarguras, y hubo de firmar una paz humillante con el rey de León, Alfonso III. En aquellos años este monarca estaba convencido de que Dios le había destinado a restaurar el reino godo. Dentro de su programa de reconquista estaba incluida la reivindicación de campeón de los cristianos de toda España, y por ello, aprovechando la paz, en el año de 883 obtuvo del emir la entrega de los cuerpos de Eulogio y Leocricia, que fueron recibidos como símbolo del mozarabismo del reino leonés y enterrados en la capilla de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo en enero de 884, donde todavía se veneran. _ Conclusiones El martirio de cristianos en Al Andalus no fue algo limitado a la persecución cordobesa, pero en ningún otro lugar o momento del emirato se produjo con tanto furor y cantidad. Las crónicas de Álvaro y Eulogio registran 48 mártires en Córdoba entre 850 y 859. Treinta y ocho hombres y diez mujeres, la mayoría naturales de la propia ciudad. Treinta y cinco fueron sacerdotes o monjes, pero el resto fueron seglares. A muchos los decapitaron, una ejecución rápida y relativamente compasiva, pero algunos fueron cruelmente degollados, ahorcados o torturados, e incluso dos sufrieron martirios bárbaramente salvajes, como el empalamiento o el ahogamiento en plomo fundido. Entre ellos hubo hijos de matrimonios musulmanes o mixtos, quienes fueron sentenciados como apóstatas por una injusta ley coránica (que todavía persiste) que violenta la conciencia personal, imponiendo el islam al hijo de un musulmán, sin consideración a su libertad. Estos fueron mártires inocentes, que verdaderamente alcanzaron la Gloria por dar testimonio de su fe ante un poder opresivo. Sin embargo, otros muchos, cristianos de nacimiento, y por tanto bajo la teórica protección de las leyes religiosas para la minoría dhimmi, buscaron su martirio al desafiar la legislación que prohibía a los católicos el proselitismo, el anuncio de la divinidad de Jesús y la refutación de las enseñanzas del Corán. En su momento, y también en la historiografía posterior (inclusa la contemporánea), esta actitud generó gran controversia. Los cristianos están llamados por su maestro a “proclamar la Buena Nueva del Evangelio” (Mt 10, 7), e igualmente les es necesario advertir sobre los falsos profetas que puedan arrogarse la palabra de Dios (Mt 7, 15; 24, 24). En este sentido, aquellos que proclamaban su cristianismo y refutaban los errores de Mohammed siguen los preceptos cristianos. Pero también el propio Jesús advirtió que se debía tener prudencia durante la predicación y guardarse de la maldad de los hombres (Mt 10, 14-17), recomendando huir de ellos (Mt 10, 23). No obstante, llegado el momento, no se debía renegar de Cristo bajo ningún concepto (Mt 10, 18-22). Tradicionalmente se entiende esta enseñanza como predicar el Evangelio siempre que se pueda, y preferir el martirio a la apostasía. Pero ¿reflejaba realmente la búsqueda del martirio la doctrina de Jesús? Ya en el concilio de Córdoba muchos obispos plantearon reparos a la actitud de desafiar abiertamente las leyes musulmanas contra el apostolado buscando la muerte santa. ¿Se puede considerar realmente bueno para el conocimiento de Cristo por el mundo el actuar positivamente sabiendo que el testimonio provocará el martirio? Es una duda que siempre se ha planteado a los cristianos implantados en sociedades abiertamente anticristianas. Hoy en día, en los mismos países musulmanes, o en otros como China, el episodio de los mártires de Córdoba es mucho más actual para los católicos de lo que podamos pensar. En nuestro propio país, sin llegar a extremos de martirio, ya tenemos constancia fehaciente de que predicar a Cristo puede ser un impedimento para alcanzar o mantener ciertos puestos públicos. Hace apenas dos años un juez español fue amonestado por el Consejo General del Poder Judicial porque en la tramitación de un procedimiento de divorcio recomendó a los cónyuges que reconsideraran la separación “siguiendo las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo”, y si no llegó a la inhabilitación fue porque el “delito” había prescrito. La razón principal que se expuso en aquel concilio, no obstante, fue la de evitar que las persecuciones afectaran a otras comunidades mozárabes. El miedo al Mundo (en este caso a una autoridad dominante) no evitó que con el tiempo, las comunidades mozárabes fueran disminuyendo en importancia y número, hasta la persecución de los fundamentalistas africanos a finales del siglo XI, que no respondió a la rebeldía de los cristianos, sino al fanatismo de sus perseguidores y a su propia debilidad. Significativamente, el episodio de los mártires de Córdoba no estimuló tanto a los mozárabes como a los cristianos libres de León, la marca Hispánica e incluso el reino franco, que en gran medida los veneraron y vieron como ejemplo de la resistencia de los cristianos al islam. Se convirtieron, en cierto modo, en un símbolo testimonial de la resistencia hispana al invasor musulmán. Una pieza importante en el ideario de los españoles cristianos y la Reconquista. Reliquias de los Santos Mártires (Córdoba)


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