viernes, 16 de septiembre de 2016

Salvador Antonio Espinal Miranda

Salvador Antonio Espinal Miranda, un abogado que desafió el miedo.
Fue distinguido maestro, periodista, dirigente magisterial, con un antitrujillismo que lo llevó a renunciar de su cargo de director de la Escuela Normal de Puerto Plata para no tener que pronunciar discursos de alabanzas al tirano. Pero su faceta más destacada y reconocida es la del brillante abogado no solo por su impetuosa oratoria sino por las valientes defensas en favor de campesinos despojados de sus tierras, de gente pobre y de opositores al régimen tiránico a los que por temor todos se negaban a representar.
En atención a los méritos del jurista que actuó en casos sonados antes y después del trujillato se designó con el nombre de Salvador Espinal Miranda una calle de Santo Domingo. Pero este fiel morador de la zona colonial fue sinónimo de filantropía, generosidad y estudio.
El educador, llevado a las aulas por el eminente científico Osvaldo García de la Concha, su profesor durante el bachillerato, inculcó a sus discípulos el interés por la ley y la justicia.
Salvador era un católico devoto, miembro y líder de los Fervorosos de La Altagracia, entrañable amigo de los monseñores Elíseo Pérez Sánchez y Rafael Bello Peguero.
Fue tan caritativo que los necesitados aguardaban por él a las puertas del templo o de las viviendas que ocupó en las calles Padre Billini, Sánchez, Doctor Delgado, aunque su lealtad a la ciudad intramuros era tan extrema que al trasladarse la familia a este último domicilio se resistió alegando que no se mudaría en las afueras.
El desprendimiento de Salvador es una virtud que ha heredado su descendencia. En una ocasión pensaron que lo perseguían y se trataba de un desvalido al que le ofreció el sombrero cuando llegara a su casa. Se sacó el primer premio de la lotería y lo repartió entre los pobres.
Salvador Antonio Espinal Fernández, hijo mayor del ex director del periódico “El heraldo de la escuela”, hizo estos relatos con admiración y respeto hacia su progenitor cuya trayectoria escribió para que lo conozcan sus nietos. No se ha animado a llevarla a la imprenta.
Maestro y gremialista
Salvador nació el 27 de junio de 1907, hijo de Manuel de Jesús Espinal Falet y María Luisa Miranda Pérez. “Desde niño mostró un gran amor por su madre, por eso siempre usó los dos apellidos”, refiere Salvador Antonio.
Recibió clases de pintura en Bellas Artes y luego de sus estudios elementales pasó a la Normal Superior en la que se distinguió por su dominio de las matemáticas. Cuando se graduó de bachiller, a los 17 años, se inició como profesor de esa asignatura en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña. También impartió docencia en el colegio Santo Tomás de Aquino y fue profesor Inspector de Instrucción Pública.
A los 24 años fue elegido presidente de la Asociación de Maestros de Santo Domingo.
Al inaugurarse la Normal de Puerto Plata, el 20 de enero de 1939, fue designado director. Renunció al año siguiente debido a su desacuerdo con la tiranía.
Espinal Miranda casó con Nereyda de Castro Pereyra, fallecida al año de su matrimonio, y después con Gloria Fernández Jiménez, madre de sus hijos: Salvador Antonio, Juan Rafael Antonio, Marina Consuelo Antonia, Manuel Antonio y Natalia Josefina Antonia.
El abogado
De estatura mediana, piel trigueña, “conservador y tradicionalista”, tenía “una voz poderosa y timbrada con la que estremecía a los tribunales”, anota Salvador Antonio. Graduado el 23 de junio de 1932, “postulaba con estilo apasionado, dramático, con gran histrionismo que atraía mucho público. Su fina ironía provocaba hilaridad”.
Dueño de una rica biblioteca de asuntos jurídicos, era un estudioso compulsivo de esos textos. “Ejercía todas las ramas del derecho: lo penal, criminal, civil, comercial y catastral. Por razones de ética religiosa no procesaba divorcios…”.
Llevó litigios contra gente de la alta sociedad y representantes del trujillismo. “Uno de sus casos que recibió mucha prensa en los años 50 fue el ejercido contra el joven arquitecto español Antonio Ocaña Rodríguez y el teniente Gilberto Sánchez Rubirosa”, acusados por supuesta “sustracción Elisa Zúñiga Díaz, de 18 años, el 28 de noviembre de 1952”. El hecho se publicó tergiversado en el “Foro Público”.
La defensa “estuvo representada por los licenciados Quírico Elpidio Pérez, Mario Antonio de Moya y Roger Mejía. El caso fue ganado por Espinal en primera instancia y apelado de inmediato por los acusados. Dos semanas más tarde la señorita Zúñiga, después de dos intentos, se suicidó ingiriendo una alta dosis de barbitúricos. La condena fue ratificada por la Corte de Apelación pero la madre desistió de su aplicación”, cuenta el hijo.
Define como “peligroso” el caso de Lorenzo Alcántara, campesino de San Juan de la Maguana a quien Jacinto Martínez Arana quería despojar de unas tierras. “Martínez Arana, afirma, “era un protegido del temido general Fausto Caamaño”. La litis la había llevado Espinal por más de 20 años con el licenciado Félix Tomás Delmonte.
Después de una exposición de más de ocho horas y el tribunal rodeado por tropas intimidantes, el juez “pronunció la sentencia de descargo”.
Defendió también a Josefina y Angelita Bosch Gaviño, hermanas de Juan Bosch porque un alto oficial de la policía violó los linderos de sus casas y nadie quería representarlas por su parentesco con un desafecto. Espinal Miranda lo llevó y resultó triunfante.
Ya en los 80, cuando abandonaba el estrado, actuó en el sonado caso que involucró la legación dominicana en Bogotá. Espinal Fernández escribió: “En un confuso incidente, Rafael Augusto Sánchez Pérez, primer secretario y encargado de asuntos consulares, asesinó al embajador Antonio García Vásquez, el 16 de noviembre de 1980”.
Explica que “debido a la condición de diplomático del acusado le correspondía ser juzgado en instancia única, ante la jurisdicción privilegiada de la Suprema Corte de Justicia”.
La parte civil estaba representada por Marino Vinicio Castillo y su hijo Pelegrín. Espinal compartió la barra de la defensa con Ramón Pina Acevedo y Virgilio Bello Rosa, añade.
Salvador Antonio consigna que “fue un duelo de titanes en el que, al final, no hubo un ganador. Los acusadores solicitaron una condena de 30 años; la defensa, con argumentos de homicidio involuntario y otras razones atenuantes, pidió su absolución. La sentencia, dictada de manera salomónica al filo de la madrugada, condenó al excónsul a diez años de prisión. No hubo vencidos ni vencedores”.
Salvador Espinal Miranda murió el 12 de julio de 1987.
Texto y foto: Angela Peña. Periódico HOY

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