martes, 29 de noviembre de 2016

Fidel Castro resaltó los méritos del dominicano Pichirilo

Fidel Castro resaltó los méritos del dominicano Pichirilo

"Nadie agradecería más que yo una biografía de Ramón Emilio Mejías del Castillo, no importa cuán modesta sea. Vale la pena que hombres como él, Jiménez Moya, y otros heroicos combatientes, sean conocidos por dominicanos y cubanos."
Servicios de Acento.com.do - 27 de noviembre de 2016 - 9:45 am -  2
Foto: Fidel Castro en la Sierra Maestra

(Cortesía del periódico Granma, de Cuba)
Lo que conté sobre Pichirilo
Prometí responder pronto a la periodista Daily.
Ella, en la carta que mencioné ayer, dijo:

Comandante:
Mi nombre es Daily Sánchez Lemus, soy graduada de periodismo en el año 2006, y trabajo en el Sistema Informativo de la Televisión Cubana desde entonces.
Terminé mi carrera con una tesis sobre el periodismo de Raúl Gómez García. Recuerdo que a finales de 2005 e inicios de 2006, le escribí en tres ocasiones pidiéndole más luces sobre la prensa clandestina de Son los Mismos y El Acusador, y algún detalle que recordara, o algún comentario especial que le mereciera Gómez García.
Aquella vez no pudo ser y recibí respuesta de las tres misivas, en las que me solicitaban que me remitiera a la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. Sé muy bien la carga de trabajo, las responsabilidades suyas, por eso entonces comprendí que mi tesis tendría que salir sin su testimonio. Y le cuento que salió. “Raúl Gómez García, el Periodista del Moncada”, fue el título que le di, tratando de demostrar que aquel joven, además de poeta, fue un periodista de filas.
Una vez que terminé la tesis, un amigo que quise mucho ─y aún quiero─, maestro de periodistas, Guillermo Cabrera Álvarez, me dijo: “Tengo tantas cosas que escribir, que yo séque no me dará tiempo a hacerlas todas a la vez. Te voy aregalar una historia”. Fue entonces que, inspirado por no sé qué cosa, abrió unas de las gavetas de su buró, y me entregó en un sobre amarillo las primeras señas de una novela de amor. Y fue entonces que conocí a Pichirilo, el dominicano que vino en el Granma, el que usted conocía desde Cayo Confites.
Escribir esta historia es para mí, además de algo tremendamente especial, un homenaje pendiente a la Historia de mi país, a la de República Dominicana y a Guillermo. Ahora es como si hubiera navegado en el Granma y llegado hasta estas aguas con ustedes, y luchado junto a Caamaño. Ahora Dominicana va mucho más cerca de mí. Todavía me falta mucho por investigar y por leer, pero trato de combinar esa investigación con mi trabajo.
Ramón Emilio Mejías del Castillo, Pichirilo, llegó al Granma porque usted sabía que él conocía mucho sobre navegación, que era valiente y tenía ganas de luchar contra dictadores como Trujillo y Batista. Collado, en una entrevista que le realicé a fines de 2006, definió a Pichirilo de una manera romántica y reveladora: “Pichirilo mareaba al mar”. Pero usted, sin dudas, era la persona que más lo conocía, que sabía de su carácter y sus peculiaridades… esas tan necesarias para escribir y para que otras personas conozcan.

Lamentablemente lo que conozco sobre Pichirilo es de gran interés humano, pero sumamente poco, lo cual demanda de quien escriba sobre él un especial esfuerzo para reunir los datos pertinentes sobre la personalidad que en un brevísimo periodo de su vida conocí.
Por mi mente no pasó nunca la idea de que algún día tendríamos que rendir cuenta de nuestra modesta existencia.
No sé de dónde salió Pichirilo. Era un dominicano que se enroló en la expedición convocada para derrocar a Trujillo en 1947.
Cuando partí de la costa situada al noroeste de Antilla rumbo al distante Cayo Confites, al noroeste de Nuevitas y muy próximo a Cayo Lobo de Las Bahamas inglesas, a unas pocas millas de distancia, lo hice en una especie de embarcación patrullera pequeña, a cuyo mando estaba un hombre de mar, menudo, con el rostro curtido por los rayos del sol. Su nombre era Pichirilo. Después de navegar largas horas llegamos al Cayo.
Lo vi después, cuando viajé unos días al Puerto de Nuevitas, por el mes de julio, para hacer contacto con la familia y darle noticias de mi vida.
Regresé de nuevo al Cayo. En esos trayectos hice amistad con Pichirilo; era varios años mayor, yo no había cumplido 21 y era un simple enrolado en aquella expedición que reunió más de mil hombres.
Pichirilo continuaba yendo y viniendo del Cayo a Nuevitas, suministrando víveres para la expedición.
Conversé bastante con él cuando asaltamos la goleta Angélica, de Trujillo, que viajaba de Miami a Santo Domingo, pasando por las inmediaciones de Cayo Confites. Recuerdo que Pichirilo fue quien la identificó a bastante distancia e informó al mando de las fuerzas acantonadas en el Cayo.
Sobre el islote cubano volaban rasantes, en tareas de exhibición y aliento, los cazas T-33 que contaba la expedición antitrujillista y se mostraban de cuando en cuando. No sabía más nada.
Llevábamos allí meses cuando los sucesos de Orfila estremecieron la expedición, mucho más deseosa a partir a su destino que permanecer en el inhóspito Cayo.
El primer movimiento de su peculiar mando bajo la égida de los pseudorrevolucionarios y corrompidos jefes cubanos, fue hacia el este, en maniobra de amenaza a la Jefatura del Ejército Nacional.
En el Cayo de Santa María, al norte de Caibarién, se produjeron deserciones masivas. En el buque de desembarco “Aurora” viajaba el Batallón Sandino y otros componentes de la expedición. Yo era Teniente y segundo Jefe de la Compañía de vanguardia de un batallón que viajaba en la proa del barco, con un fusil ametralladora como antiaérea.
Esto merece mencionarse solo por un hecho: Mi amigo Pichirilo era el Segundo Capitán del “Aurora”, donde viajaban Rodríguez, exsenador dominicano y jefe de la expedición; Maderme, ciudadano cubano, jefe de regimiento, con prestigio histórico por haber sido jefe antimachadista en la expedición de Gibara, norte de Cuba, y otros jefes importantes.
La traición de Masferrer al mando de el “Fantasma”, la otra nave de desembarco en muchas mejores condiciones técnicas, determinó mi sublevación, ya que no me resignaba a la entrega del barco. A eso se reducía el cumplimiento de la orden de la Marina.
Genovevo Pérez Dámera, jefe del Ejército de Cuba, se había vendido a Trujillo por millones de dólares.
Mi gran reconocimiento a Pichirilo parte del hecho que tomó el mando del buque para apoyarme y en coordinación conmigo, realizó grandes y audaces esfuerzos por engañar a la corbeta de la Marina de Cuba que, con los cañones de proa listos, nos ordenó en el extremo oriental de Cuba retroceder hacia el puerto de Antilla, en la Bahía de Nipe, donde el resto de la expedición estaba ya prisionera. Mi objetivo era salvar el grueso de las armas que llevaba el “Aurora”.
En torno a eso giró todo.
No repetiré lo ocurrido el resto de la tarde que se relaciona con todo lo que viví ese día.
Diez años más tarde, cuando el Granma zarpó de Méjico, Pichirilo se había unido a nosotros e iba, con toda su audacia y coraje, como segundo jefe de la embarcación. Ojalá hubiese sido el primero, pero tal tarea correspondió a un Comandante de la Marina de Cuba que se suponía experto en las costas y puertos de nuestro país.
Ignoraba realmente cómo Pichirilo pudo salvar su vida después del desembarco del Granma cuando nuestro destacamento fue prácticamente exterminado.
Supe por estos días que Pichirilo fue uno de los 19 expedicionarios del Granma que lograron escapar sin ser torturados, asesinados o enviados a prisión.
La tarea de conocer más sobre él corresponderá a los que investiguen la vida del combatiente dominicano. Solo conozco que luchó, con el grado de Comandante, bajo las órdenes de Caamaño, contra los soldados de la 82 división aerotransportada, que sumados a más de 40 mil infantes de marina, desembarcaron en Quisqueya. Fue atacado a tiros el 12 de agosto de 1966 por los órganos de inteligencia de República Dominicana, durante la Presidencia de Joaquín Balaguer, órganos que estaban bajo la égida del Gobierno de Estados Unidos. Murió horas después, el 13 de agosto cuando yo cumplía 40 años. Su muerte provocó una ola de protestas en la Ciudad de Santo Domingo y su entierro devino en una combativa manifestación de repudio al débil gobierno de Balaguer.
Nadie agradecería más que yo una biografía de Ramón Emilio Mejías del Castillo, no importa cuán modesta sea. Vale la pena que hombres como él, Jiménez Moya, y otros heroicos combatientes, sean conocidos por dominicanos y cubanos.
Fidel Castro Ruz
Marzo 6 de 2009
1 y 56 p.m.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario