miércoles, 7 de diciembre de 2016

Rasgos característicos de la raza hispánica y sus modalidades en Santo Domingo

Rasgos característicos de la raza hispánica y sus modalidades en Santo Domingo

Fuente consultada: Guido Despradel y Batista, Obras. Tomos II. Archivo General de la Nación. Vol., LXXXVI. Año 2010. Págs...265-27. Publicado en La Nación, IX, 3.145. Ciudad Trujillo, 12 de octubre de 1948. (Compilado por el Prof. Alfredo Rafael Hernández Figueroa.)

Nota: Este trabajo del Dr. Guido Despradel y Batista, fue publicado en el Periódico La Nación, IX: 3,145. Ciudad Trujillo, 12 de octubre de 1948

¿Cuánto de puro hay en nuestra  sangre? Al  estudiar las modalidades de la raza hispánica en Santo Domingo. El estudio de la etnografía ha sufrido modificaciones fundamentales en los tiempos actuales. El concepto de raza ha  variado mucho. En nuestro  tiempo, al hacerse la división  del género humano en clase o grupos, lo  esencial  para realizar semejante clasificación no se deriva de la figura general del cráneo, del color de la piel y de los ojos, del ángulo facial, etc. , sino de las manifestaciones y cualidades psico-biológicas, las cuales metódicamente ordenada constituyen el carácter de toda  metódicamente ordenadas constituyen el carácter de toda la  colectividad humana formalmente situada en el espacio y en el tiempo
Razas puras está demostrado que no existen. Todos  los pueblos son mestizos. Y basado en éste principio de la moderna etnografía. Altamira  ha dicho que;  “Estas mezclas de pueblos tienen importancia grande para determinar la formación y el carácter del tipo español, dado que no todos los hombres son iguales, ni psíquica ni espiritualmente”.
Los antropólogos más destacados afirman que,  cuando más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización. Además, la acción del medio ambiente sobre los grupos humanos es un factor de acción  modificadora activo y decisivo. Pero lo que es una realidad incontrovertible es: Que los grupos humanos constituidos históricamente en un territorio, cualquiera que sea su composición antropológica, se  ha distinguido unos de otros por el carácter, la vocación el género de actividad, las cualidades morales, las costumbres, etc.,  y en  este sentidos se dice que el pueblo francés  es distintos del español o del alemán, o del italiano, notándose que estas diferencias persisten a través del tiempo y aun se acentúan, a veces.
Está claro que al enfocar el estudio de las modalidades de la raza hispana en Santo Domingo, es necesario tener muy en cuenta estos factores; la diferencia de edad en el tiempo, pues ante la vida milenaria de España, nuestra colectividad apenes ha  alcanzado la adolescencia,  y la situación  geográfica del territorio que ocupamos, el cual, rodeado colectividades también  adolescentes, está enclavado al margen de la tierra firme y en la encrucijadas  de mil rutas encontradas.
Nuestra isla fue la primera en el Descubrimiento y en la Conquista. Pero  ante la llamada prometedora de la tierra firme, el explorador  ansioso de mundos  y de riquezas, la fue abandonando y olvidando, hasta  llegar a convertirla en una tierra de paso y en la despensa  de donde se provenía  al conquistador de tocino, de pan cazabe, de azúcar, de caballos y de negros esclavos. Fue también  la  estación de aclimatamiento para el hombre que iba para luchar contra el furor implacable de las selvas tropicales. Fuimos  hato, dehesa y trapiche; y sin embargo, nos mantuvimos y supimos conservar, con un grado mayor de pureza que muchos otros pueblos hijos de la Conquista, las esencias espirituales que España volcó en la isla a santos, y hasta con displicencia.
Otro aspecto aún más grave. Somos  el único pueblo de América, con excepción de México, cuyo caso es muy distinto,      que tiene como vecino otro pueblo de lengua, raza y costumbres apreciablemente diferentes  la nuestras.’
Con  esta agravante inquietante y paradójica compartimos un estado de inmediata vecindad en un territorio insular de extensión  relativamente  pequeña, y frente a una  masa  mayor numéricamente y de un coeficiente psico-biológico inferior al nuestro.
Al seguir, con detenimiento, nuestro proceso de formación  histórica, podemos afirmar que somos el pueblo más español de Hispanoamérica. Nuestra separación  de la metrópoli  fue sorpresiva y automática. Nunca hemos conocidos prejuicios raciales por haber prácticamente desconocido el doloroso estado  de la esclavitud del negro; además, el  indio desapareció tan fugazmente de nuestro medio racial y biológico, que el influjo de sus existencia  sobre nuestra propia  formación se ha convertido en lejano rumor de tiempos muy pretéritos. En cambio, en muchos pueblos de América aún está el indio; en  varios otros aún el negro separado con demarcaciones precisas y en  otros la influencia de extraños y nuevos conquistadores ejerce marcadamente su influencia.
Por ello, es peregrino sostener que  nuestra tierra recibió  a España, vivió en España y se ha mantenido en España con legitimidad y firmeza. Prueba irrecusable de  que  hemos sabido sostener en permanente función  de vitalidad nuestras profundas raíces históricas, son  nuestras luchas victoriosas contra toda acción de conquista intentada, en nuestro pocos siglos de vida, por distintos pueblos exóticos, lejanos o cercanos.
Presentamos ahora, de manera esquemática por supuesto, las modalidades de la raza hispánica  en Santo Domingo. Ante todo sentemos la premisa de que el dominicano es un  hombre de pasión, pues si examinamos su aparente complejidad psicológica, damos cuenta de que su vida sentimental predomina sobre la intelectualidad  y volitiva.  El sentimiento de igualdad de todos los hombres está hondamente arraigado en el alma del dominicano, lo que quiere  decir que es humanista. De  aquí se espontánea tendencia a la caridad y a la hospitalidad, frente a propios y extraños, y su repugnancia ante todo lo que signifique   el propósito de querer establecer catalogaciones raciales y sociales.
 De su humanismo  viene su propensión  al personalismo. Parodiando  a Madariaga,  se puede afirmar que en Santo Domingo es menester que se entable la relación de hombre a hombre para que la acción prospere.
Individualista es el dominicano, consecuencia de ello, su rebeldía y su asociabilidad. Además, es imprevisor; ejemplo nos lo brinda  múltiples en su vida cotidiana. Es también desprendido. De esta última cualidad de su carácter, su empeño por dar, ayudar y servir.
Muy hondas raíces éticas tiene el sentimiento de ese amoralismo que han señalado los autores como  característico de la raza hispánica, para que pueda en ese grado manifestarse en el pueblo dominicano. Sin embargo, el dominicano es franco y espontáneo. Aunque respeta  y sigue los principios fundamentales de la  moral, no se aferra a ellos con intransigente rigorismo. Por eso decimos que, en lenguaje corriente, el dominicano es amplio.
También el dominicano, como el español, juzga las cosas y las gentes con un criterio dramático, cualidad que como hemos escrito en la primera parte de este ensayo es consecuencia del amoralismo. Quien observa el discurrir de la vida del individuo dominicano se dará cuenta de cómo  él mira el desarrollo de los acontecimientos, tanto públicos como privados, como si no tuvieran relación con los hechos y situaciones de su propia existencia. Frente  a ellos se comporta como un simple espectador.
Nadie espera más en la suerte que el dominicano para resolver sus múltiples problemas. Es mesianista, y  de ahí su  ciega esperanza en la llegada salvadora de un premio mayor de la lotería, para, como ha escrito, al referirse al español, Madariaga,  alcanzar el reino  deseado del bienestar sobre la tierra. 
La hombría  la ha cultivado siempre el dominicano, y  en su concepto del valor y de la dignidad personal la confunde frecuentemente con el sentimiento del honor. Al dominicano le atrae la lucha, el coraje y la valentía, de   aquí  su pasión  por la peleas de gallos. El sentimiento metafísico del honor, no es para ser experimentado por su alma aún joven; aunque desde su subconsciente una fuerza atávica  lo empuja a defender, cuando la circunstancia le exigen, “ el puntillo imperecedero de  su honra”.
Estos  sentimientos, que podemos llamar quintaesenciados característicos de la raza  hispánica, como el honor, el misticismo,  el trascendentalismo,  ya hemos dichos que están fuera de la esfera emotiva de nuestro espíritu, en  cambio, otros sentimientos, que están dentro de la esfera de estos  que podemos llamar primarios, son experimentados por el dominicanos de una manera interna y permanente. Basta  como ejemplo citar el patriotismo que el dominicano siente,  con  más  ardor que ningún otro sentimiento.
Fantástico e intuitivo es el dominicano. Lo primero es cualidad de los pueblos formados en ambientes cálidos y de mucha luz;  lo  segundo, es característico de la manera de pensar del hombre de pasión. Acertadamente ha  dicho Sainz,  que el dominicano * intuye, percibe, presiente, capta,  mucho mejor que investiga y descubre”.
Moreau de Saint-Mary, en su Descripción de la parte española de Santo Domingo, al referirse al lamentable estado en el cual quedó  la colonia después que España la  abandonó a su propia suerte,  dice: El criollo español, desde entonces  insensible a los tesoros de todas clases de que está rodeado, pasa la vida sin desear una suerte mejor” para más adelante añadir que  “los criollos españoles son bastante sedentarios., Saint-Mery escribió su obra para  el 1790.
Proverbial  es la desidia del dominicano. Madariaga, al referirse a esta modalidad del carácter  español, emite estos conceptos “Indiferencia, pereza, pasividad, rostros de la  vida pasional que deja ir tranquilamente rio abajo”.  Y para completar gráficamente  la demostración  del origen de esta desidia nuestra, transcribimos esta sugestiva escena que nos pinta Azorín en sus  Siluetas de Argamasilla, la patria del sin par Don Quijote.
Hace tres siglos, en Argamasilla, comenzó a edificarse una iglesia, un día, la energía de los moradores del pueblo cesó de pronto, la iglesia ancha, magnifica, permaneció sin terminar, media iglesia quedó cubierta, la otra media  quedó en ruinas. Otro día, en el  siglo XVIII, pensase en que la vía férrea atravesase por estos llanos, se hicieron desmontes; abriese un ancho cause para desviar el río; se labraron  los cimientos de la estación; pero la locomotora n apareció por estos campos. Otro día, más tarde, en el correr de los años, la fantasía manchega  ideó otro canal; todos los espíritu  vibraron de entusiasmo, vinieron extranjeros, tocaron las músicas en el pueblo, tronaron los cohetes, celébrese un ágape magnifico, se inauguraron soberbiamente  las obras más los entusiasmos, paulatinamente se apagaron, se apagaron , se disgregaron, desaparecieron  en la inacción y en el olvido….¿Qué hay en esa patria del  buen  caballero de la  Triste Figura, que así rompe en un punto, a lo mejor de la carrera, las  voluntades más enhiestas?  
Y nosotros preguntamos a la vez, ¿ no son estas escenas típicamente dominicanas--- ¡ Oh España!.
En el desenvolvimiento histórico de nuestra vida colectiva en muchas formas se ha puesto de manifiesto, nuestro carácter  genuinamente español. Presentamos a grandes rasgos, algunos ejemplos:
La reconquista, realizada por  el muy español don Juan Sánchez Ramírez, es las manifestaciones más categórica  de nuestro deseo de permanecer dentro de  nuestro legítimo entronque de la hispanidad. Núñez de Cáceres, en su Independencia Efímera, no hizo más que repetir a una de las tantas quijotadas  peculiares a la raza. Nuestro movimiento de Independencia en su agenesia y desarrollo también confirma nuestra fidelidad a la herencia, que ostentamos con orgullo, que nos ha llegado la Madre Patria
Juan Pablo Duarte, el apóstol inmaculado, cuando regresó de su viaje a Europa, al preguntarle al doctor Manuel María Valverde, que era lo que más le había llamado la atención  y agradado,  fueros y libertades que espero darnos un día a nuestra Patria. En el Baluarte se proclamó la República, y  cuando los macheteros y  lanceros que vivieron de las regiones orientales con Pedro Santana, espíritu gemelo al de don Juan Sánchez Ramírez, entraron en la ciudad  capital, venían gritando “ ¡Viva la Virgen María!. No gritaron vivas a la República, ni  a la Libertad.
Y en el desarrollo de nuestras guerras de Independencia dominaba el mismo espíritu. Las  proclamas y los partes de guerra, terminaron dando gracias al Dios de los ejércitos, invocando la grandeza de nuestra religión, o con freces como esta:
Tributamos  por  tanto al Dios, grande y omnipotente,  al Dios de los dominicanos, al Dios que con  sus incomprensibles juicios se ha  declarado protector y caudillo de nuestros ejércitos, defensor de nuestros derechos y exterminador de nuestros  adversarios, las humildes y rendidas gracias que son debidas.
España  nos legó su lengua y nos  predicó la religión del Evangelio. La lengua la hemos amorosamente conservado más pura que otros pueblos de Hispanoamérica, la fe en nuestra religión, nada ni nadie la  ha podido arrancar de nuestros corazones. Lengua y religión no constituyen  características raciales ellas realizan entre los pueblos una  comunidad de vida y de civilización, mayor , en el  concepto de Altamira,  que la analogía o identidad de los caracteres antropológicos de razas.
Terminaremos repitiendo la inspirada  invocación de don Juan Montalvo. ¡España, España! ¡Cuanto de puro hay en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento de ti lo tenemos, a ti te lo debemos

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