domingo, 19 de febrero de 2017

Las mujeres en la conquista, mujeres de armas tomar. Empresarias, matriarcas, encomenderas, gobernadoras, adelantadas y fundadoras.

Las mujeres en la conquista, mujeres de armas tomar. Empresarias, matriarcas, encomenderas, gobernadoras, adelantadas y fundadoras.

Entrada de Cortés en México, por Miguel González
Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.
http://www.artehistoria.com/v2/contextos/12829.htm

Antecedente:
Mujeres e Indigenismo

(C) Adelaida Sagarra Gamazo


Comentario
Las mujeres en la frontera indiana, por la misma naturaleza de ésta, asumieron además de las funciones que se consideran propias de la condición femenina en el siglo XVI, otras inusuales, varoniles e incluso escandalosas. Porque mujeres hubo en todas las expediciones y empresas de conquista, desde los viajes de Colón. Su primer destino fueron las Antillas. En seguida los cronistas las califican como verdaderas matriarcas fundadoras de familias -y por tanto sociedades estables- y elementos imprescindibles en la fijación, el arraigo y la transmisión por la vía familiar y/o educativa de la nueva cultura dominante en Indias. En 1514, en Santo Domingo había mujeres en 13 de las 14 ciudades fundadas hasta entonces. En los primeros momentos se estima que las mujeres españolas representaron el 10% de la corriente migratoria desde Castilla a América. Presentes en las huestes de conquista -mujeres legítimas, hermanas, amantes, prostitutas, criadas, esclavas, enfermeras y mujeres-soldado- y en las ciudades -doncellas, casadas, viudas, monjas, recogidas, criadas y esclavas- españolas, indias y mestizas manifestaron una energía y decisión muchas veces inquebrantables y puede afirmarse que sin ellas la colonización indiana no habría sido posible, al menos como proyecto de aculturación. De hecho algunas mujeres fueron verdaderas matriarcas que generaron familias muy extensas que han llegado hasta hoy: es el caso de Beatriz de Andrade y su hermana Luisa de Andrade; y de forma diferente -ya que ella no tuvo hijos, de doña Marina Ortiz de Gaete, que llevó consigo a Chile a algunas mujeres jóvenes y solteras de su familia.

Si la guerra todavía en el siglo XVI se consideraba una ocupación habitual y cotidiana para el varón, no sucedía lo mismo respecto a las mujeres. Sin embargo, en América -entonces como en las luchas de independencia del siglo XIX- no dudaron en empuñar las armas cuando fue necesario, y según escriben los cronistas -por ejemplo Bernal Díaz del Castillo que luchó junto a algunas de ellas en México- con verdadero valor.

Mujeres de armas tomar fueron Elvira Hernández, Beatriz Hernández, Beatriz Gómez, Inés Suárez amante de Pedro de Valdivia en Chile, Antonia Hermosilla, Beatriz Palacios, Beatriz Hernández de Cortegana, María o Marina de la Caballería, María de Vera, Beatriz Bermúdez de Velasco, La Sagreda, Mari López, Catalina Hernández y Leonor de Guzmán. Enfermeras en las campañas fueron Beatriz de Paredes, quien también peleaba, Mencía Marañón en Chile, Isabel Rodríguez y María de Estrada en México. Expedicionarias fueron Mencía Calderón y María Sotomayor. Fueron a la conquista con sus maridos -son algunos ejemplos- Mari Hernández, Lucía Miranda, María Arias de Peñalosa, Catalina Márquez, Francisca Valterra, Isabel de Vergara-, con sus amantes, como Inés de Atienza, Catalina de Leyton y María de Ulloa, con sus hermanos -Beatriz Ordás y Francisca Ordás- o con su padre, como en el caso de la desafortunada Elvira Aguirre, hija mestiza del loco Lope de Aguirre en la expedición de los Marañones. Algunas llegaron al Río de la Plata con don Pedro de Mendoza en 1536: María Dávila, María Duarte, Catalina Pérez, Elvira Pineda, María de Angulo, Francisca Josefa de Bocanegra, Catalina de Vadillo, Isabel de Guevara, Isabel de Quiroz y Mari Sánchez. En medio de las terribles penalidades de los primeros meses en el Plata, atacadas por los indios, con hambre y enfermedades, una epidemia de peste y una naturaleza hostil fueron capaces de curar y cuidar a los heridos, enterrar a los muertes, conseguir comida, hacer guardia por si volvían a repetirse los ataques, combatir contra los indios, limpiar las armas y sobre todo, mantener alta la moral de supervivencia y combate de los hombres.


Fuera de estas situaciones singulares, también hubo mujeres que viajaron a Indias porque libremente -u obligadas por el Rey como doña Marina Ortiz de Gaete, mujer de Pedro Valdivia, que hacía veinte años que no veía a su marido cuando llegó a Chile y supo que se acababa de quedar viuda- fueron a reunirse con su cónyuge o llegaron con él: Inés Muñoz, cuñada de Francisco Pizarro; doña María de Toledo primera Virreina de América, mujer de Diego Colón o doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, segunda esposa de Hernán Cortés son algunos ejemplos. En el séquito de doña María llegaron a Santo Domingo algunas doncellas que se bien casaron en Indias: María de Cuéllar, con Diego Velázquez, María de Valenzuela con Pánfilo de Narváez, Catalina Suárez Marcaida con Hernán Cortés; y otras -María Hernández y Antonia Hernández-. También los funcionarios y hombres de profesiones liberales se desplazaban a veces con su familia: así, Gonzalo Fernández de Oviedo se llevó a América a Catalina Rivafecha. Iseo Velázquez de Cuéllar, pariente de Diego Velázquez, el gobernador de Cuba también viajó en razón de su matrimonio. Todas ellas cumplían los trámites legales en Sevilla antes de iniciar un viaje de unos dos meses en condiciones muy difíciles, y sin garantías excesivas de poder llegar. Por cierto, en la ciudad del Guadalquivir una mujer, Francisca Brava, vendía licencias clandestinas para pasar a Indias, en la calle Tudela. 

Muchas estuvieron presentes en las fundaciones de ciudades o en los principios de la vida urbana como pobladoras en el primer caso -presentes en la fundación y con derecho a recibir solar si eran cabezas de familia- y residentes en el segundo: Isabel de Rojas, Mencía de Almaraz y Sos, Marina Dávalos Altamirano, Inés Díaz, María Nidos, María Ana Calderón, Teresa Núñez de Prado, Luisa Martel de los Ríos, María Sanabria Saavedra y Garay, María Sanabria, Isabel Romero, Leonor Jiménez, Catalina Quintanilla, Eloísa Gutiérrez, Leonor Guzmán de Flores, Elvira Mendoza y Manrique de Lara o Isabel Salazar. Muchas de ellas eran "hijasdalgo" pero otras eran criadas -como Teresa Cano- o esclavas moriscas -españolas de ascendencia musulmana- como Beatriz Salcedo, Lucía de Herrera o Margarida Almagro. 

A veces después de una vida aventurera, se asentaban en la ciudad y volvían a las pautas ordinarias de conducta femenina en el siglo XVI. Entonces sacaban adelante a sus familias, acogiendo a veces bajo su techo a los hijos ilegítimos -casi siempre mestizos- de sus propios maridos, como también a huérfanos criollos y mestizos procedentes de familias vinculadas por paisanaje o parentesco, por lejano que fuera: el sentido familiar era muy intenso en las mujeres indianas. A todos ellos los educaron a la española e instruyeron en la fe. Cuando el cabeza de familia estaba ausente -a veces durante años- o las mujeres se quedaban viudas, aprovechaban sus destrezas en diversas actividades domésticas para aumentar sus ingresos; así se fueron profesionalizando y llegaron a ser verdaderas empresarias en los obrajes textiles -como Inés Muñoz en la Sapallanga- o Francisca Suárez, que fue panadera, hostelera y llegó a tener varias casas de alquiler en Lima; también hubo mujeres agremiadas que llegaron a ser maestras -Luisa de Rosa o Elvira Rodríguez- sanadoras, parteras y comadronas, ceramistas, y educadoras. María Escobar y/o Inés Muñoz, según las fuentes, fueron las introductoras del cultivo del trigo en Perú; esta última, además, de varios frutales y del olivo. 



Ahora bien, la dimensión doméstica de su vida cotidiana no implicaba que desatendieran otras cuestiones. Quizá el caso más representativo sea la intervención de algunas mujeres en una tesitura nada fácil, como fueron las guerras civiles del Perú, en las que las facciones pizarristas y almagristas se enfrentaron durante años en una cruenta contienda entre españoles. Podía haber por entonces unas mil españolas en Perú. La Corona quiso poner paz y garantizar la soberanía real sobre el territorio peruano que unos y otros se disputaban. Desde Lima, Trujillo y Arequipa las mujeres alzaron su voz pidiendo paz, la instauración de las instituciones y la incorporación a la Corona. Veinte mujeres sufrieron prisión por ello como "legalistas" en el Cuzco; doña María Calderón fue asesinada, pero otras mujeres, como Inés Bravo de Laguna y Juana de Leyton continuaron reclamando la pacificación hasta que llegó. En 1542 cuando la Corona a través de las Leyes Nuevas quiso abolir la encomienda, mujeres en México, Guatemala y Perú protestaron enérgicamente: la estabilidad de sus familias dependía de la pervivencia de esa institución. Hay testimonios documentales de lo que hoy llamaríamos "manifestaciones" callejeras de mujeres, "cencerradas" y "caceroladas" pidiendo al Rey la abolición de las Leyes, cosa que efectivamente ocurrió, con estas contribuciones femeninas, aunque sobre todo, a causa de la violencia de los conquistadores en Perú. En todo caso, a partir de entonces las encomiendas se concedían por dos vidas: la del titular o la titular -hubo muchas mujeres encomenderas- y la del primer/a heredero/a. Las encomiendas eran una merced real otorgada por méritos de guerra o aportaciones civiles de envergadura. Hubo encomenderas españolas, indias y mestizas desde el principio: Bernardina Heredia, Isabel Moctezuma; Leonor Moctezuma; Águeda de Flores, Guiomar de Guzmán, María de Valverde, Inés Muñoz, Inés Suárez, María Escobar, Ana Suárez, María Sánchez "La Millana", Beatriz Marroquí, Beatriz Santillana, Beatriz Clara Coya, Beatriz Ysasaga, Beatriz Sayrecoya, Catalina Sotomayor, Jordana Mexía, Mayor de Berdugo, Lucía de Montenegro y Florencia de Mora y Sandoval. En otro orden de cosas, hubo mujeres que directamente o una vez viudas fundaron conventos e incluso profesaron como religiosas: casos como los de doña Inés Muñoz, y su nuera María de Chaves, Lucrecia Sansoles y Juana de Cepeda -colaboradora de los Agustinos de Lima- son significativos. 

Tampoco faltaron mujeres con cargos políticos, que realizaron su gestión con eficacia, solvencia y a veces como en el caso de doña Isabel de Barreto, Adelantada del Mar del Sur, con verdaderas ambición y crueldad. Aldonza Villalobos y su hija Marcela Ortiz de Sandoval Villlalobos fueron gobernadoras de la Isla Margarita, luego la sucesión siguió en la familia pero por línea de varón. Beatriz de la Cueva lo fue por un día de Guatemala; Inés de Bobadilla se encargaba del gobierno de Cuba durante las ausencias de su marido; Isabel de Bobadilla y María Arias de Peñalosa fueron gobernadoras consortes. Doña María de Carvajal, mujer de Jorge Robledo, se llamaba a sí misma -y era conocida en Cauca y Antioquia como- "Señora Mariscal". Como la Corona estableció una doble estructura política, la República de los Indios y la de los Españoles, y mantuvo hasta cierto grado las tradiciones de gobierno indígenas, también hubo mujeres nativas que ejercieron el poder como cacicas -Anacaona, Elvira de Talagante, Timina, María de Tula-, mujeres de caciques -Biriteca- Capullanas en el Valle de Piura: Isabel Temoche, Ana Valterra, María Valterra, María Temoche y Francisca Valterra, y sacerdotisas como Tulima, quien también era cacica. Otro aspecto esencial fueron las gestiones de algunas mujeres indígenas durante la conquista actuando como intérpretes y facilitando pactos que retrasaron -aunque no pudieron evitar- la violencia: es el caso de Malinalli Ténepatl, Catalina de Zamba o Zoratama de Pasca. Consideradas por algunos como traidoras al romper la lealtad de sangre, se contraponen a las figuras de otras mujeres indígenas que no sólo se resistieron sino que pelearon hasta la muerte contra los invasores Gaitana, Zazil Há mujer de Gonzalo Guerrero, Guaicamarintia, Curi Ocllo, Liropeya, María Ylamateuhtli, o Magdalena Mamaguaco Inca, Ñusta educada en el núcleo de resistencia inca de Vilcabamba, en los Andes son algunas de ellas. Muchas otras mujeres hicieron la colonización pero sus nombres no han llegado a través de crónicas y documentos hasta nosotros; no obstante podemos -a través de las que sí han llegado- conocer algunas imágenes de cómo pudieron ser sus dificultades, su empeño por sobrevivir, su capacidad de adaptación, y sus realidades familiares y sociales.

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