Heligoland, la isla que Reino Unido hizo volar en pedazos tras la Segunda Guerra Mundial
El Brexit ha causado un terremoto político en Europa pero hace 70 años, el 18 de abril de 1947, los británicos produjeron un verdadero sacudón internacional cuando generaron el mayor estallido no nuclear de esa era.
Como una de las cuatro potencias aliadas que salieron victoriosas de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña gobernaba una amplia zona de la Alemania ocupada.
El sector británico incluía a la pequeña isla de Heligoland, que por mucho tiempo había generado tensiones diplomáticas entre ambos países.
Así que cuando en 1947 los británicos necesitaron un lugar seguro para deshacerse de miles de toneladas de municiones no explotadas, Heligoland les tiene que haber parecido una opción obvia.
El nombre en clave del plan combinó la sutileza británica con el sentido literal de los militares: se llamó Operación Big Bang.
Heligoland había sido una fortaleza naval alemana y el historiador Jan Rueger, autor de “Gran Bretaña, Alemania y su enfrentamiento por el mar del Norte”, dice que la Operación Big Bang fue diseñada por los británicos con la intención de dar una señal fuerte.
“Tienen muy en claro que esta operación tiene un lado simbólico, que es la tradición alemana del militarismo”, explica.
“Sienten que el militarismo prusiano y la amenaza que representa para Gran Bretaña tienen que acabar y es así como se percibe la Operación Big Bang en el Reino Unido”.
La puesta en escena de la operación se realizó con mucho cuidado.
"¡Aún está allí!"
Las filmaciones en blanco y negro incluyen un primer plano del dedo de un oficial de la Royal Navy (la Armada) detonando la explosión.
Imágenes aéreas muestran el horizonte entero haciendo erupción con una gigante cortina gris de barro, arena y rocas.
Para la Royal Navy y el Ejército Británico de Ocupación fue misión cumplida.
Pero la población de Heligoland lo sintió muy diferente.
La Europa de 1946 y 1947 estaba en caos, con millones de familias desplazadas y desalojadas que buscaban un techo en campos de refugiados o en edificios destruidos.
La isla había sido evacuada durante la guerra y muchos habitantes de Heligoland estaban exiliados en la ciudad costera de Cuxhaven, unos 60 kilómetros al sur.
Olaf Ohlsen, quien tenía 11 años en 1947, recuerda reunirse con el resto de la población exiliada en los acantilados para escuchar el sonido de la explosión.
Pocas personas en la historia deben haber atravesado un momento similar, parados en el borde del mar sabiendo que escucharían pero no verían una explosión que sabían que destruiría sus hogares.
Olaf dice que todos sabían que la explosión iba a ser devastadora.
“Incluso en Hamburgo, a más de 150 kilómetros de la isla, una maestra conservó un documento en el que los británicos advertían a la población que dejaran las puertas y las ventanas abiertas para que los edificios resistieran mejor el impacto”, me contó.
El padre de Olaf estaba entre los pesimistas que creían que la intención real de Gran Bretaña era hundir la isla detrás de la literal cortina de humo creada por la munición destruida.
Olaf aún recuerda cuando su padre trajo las primeras noticias de lo que había ocurrido tras el estallido, gritando emocionado: “¡Heligoland aún está allí, aún está allí!”.
A mediados del siglo XX Heligoland era aún muy importante para su gente, un grupo vehementemente independiente que hablaba un dialecto frisón y no se consideraba ni británico ni alemán.
Un nuevo nacionalismo
Pero la isla había perdido la importancia estratégica que había hecho que las grandes potencias europeas se pelearan por ella 100 años antes.
Durante la época de Napoleón los británicos habían ocupado Heligoland como parte de su compleja estrategia para evitar que el líder francés tuviera el apoyo de las marinas escandinavas mientras conquistaba gran parte de Europa.
Usaron la isla como base naval para vigilar la entrada al puerto de Hamburgo y para enviar a agentes secretos a la Europa napoleónica.
Pero para cuando se la regalaron al Kaiser en 1890, ya no parecía servir ningún propósito.
Detlev Rickmers, un dueño de un hotel local cuya familia habitó Heligoland por 500 años, afirma que aunque pasó más de un siglo, aún se conservó en la isla un sentimiento británico por mucho tiempo después de 1890.
“Había un gobernador británico y una sensación de ser británicos”, dice.
“Y había conexiones con el Reino Unido. Mi abuelo me contaba que siempre recordaba la emoción que había cada vez que llegaban comerciantes de (la empresa británica de galletas) Huntley & Palmers”.
Pero tras el Big Bang, las cosas obviamente cambiaron.
La operación británica sirvió como una especie de catalizador para una nueva forma de nacionalismo alemán de posguerra.
Hubo campañas para que la isla fuera devuelta a Alemania y para iniciar un programa de reconstrucción que permita a los locales volver a Heligoland.
El historiador Jan Rueger dice que la Operación Big Bang hizo, quizás por última vez, que Heligoland jugara un papel histórico más amplio.
“Como suele ocurrir en la historia, hay un costado paradójico de estos eventos”, señala.
“En este caso hizo que en todo el país se viera este momento como uno que victimiza a los alemanes y permitió que se sintieran como víctimas tras una guerra en la que el resto de Europa fue víctima de la agresión alemana”.
La explosión británica dejó el paisaje de Heligoland marcado con un enorme cráter.
Pero la isla perduró, como un terco bulto de rocas en el mar del Norte.
En 1952 el Reino Unido le devolvió la isla a Alemania y se permitió que los habitantes regresaran.
Hoy 1.483 personas viven en Heligoland y cada año unos 360.000 turistas visitan la isla.
Y aunque la mayoría lo hace atraída por la posibilidad de hacer compras libres de impuestos, Heligoland tiene una historia fascinante para contar a quien la quiera oír.
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