jueves, 4 de mayo de 2017

Las batallas de marzo y la independencia

Las batallas de marzo y la independencia

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Cuando los dominicanos proclamaron la separación de Haití, el 27 de febrero de 1844, y crearon un Estado-nación al cual llamaron República Dominicana, los pueblos de la parte española de la isla de Santo Domingo estaban comprendidos dentro de los Departamentos Cibao y Ozama, conforme lo había establecido la Constitución Haitiana de 1843.
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Esos departamentos, a su vez, estaban divididos en cabeceras, cantones y comunes; poblaciones que luego de surgido el Nuevo Estado, por virtud de una disposición de la Junta Central Gubernativa se constituyeron en las primeras cinco provincias que tuvo nuestra República: Santo Domingo, Santiago, Azua, La Vega y El Seíbo, las cuales, a su vez, se subdividieron en 29 comunes.
 
En el Santo Domingo de 1844 los diversos grupos políticos que aparentemente se unificaron en torno a la separación de Haití, en realidad procedieron obedeciendo a intereses políticos y económicos muy distintos, por lo cual el proyecto de la independencia pura y simple no pudo materializarse plenamente. Sin embargo, tan pronto fue proclamada la República Dominicana, la inmediata reacción haitiana consistió en enviar una importante invasión con el propósito de someter “al orden” a los “haitianos del Este”, que era como en los documentos oficiales haitianos se denominaba a los dominicanos.

Fue esta primera invasión armada, en franca violación a la soberanía del nuevo Estado, la que permitió que en el mes de marzo de 1844 entre los ejércitos haitiano y dominicano se escenificaran dos importantes encuentros bélicos: la batalla de Azua, el día 19, y la de Santiago, el día 30.
La estrategia militar del invasor
La invasión del ejército haitiano, con el presidente Charles Herard a la cabeza, se produjo simultáneamente por tres puntos: el general Louis Pierrot penetró a territorio dominicano por el norte al frente de un ejército estimado entre 10 y 15,000 soldados; el general Souffront por el sur, vía Neiba; y el general Herard, también por el sur, pero en dirección a Las Matas; ambos con un ejército estimado en 20,000 hombres. El plan de presidente Herard consistía en tomar la ciudad de Santo Domingo mediante acciones combinadas de sus fuerzas por el sur y por el norte.
 
Pese a que en el sur, en La Fuente del Rodeo – el 11 de marzo – un contingente dirigido por el general Augusto Brouard y soldados dominicanos al mando de Fernando Taveras sostuvieron el primer choque bélico entre dominicanos y haitianos, acción esta que el historiador José Gabriel García convino en calificar como “el verdadero bautizo de sangre de la República”, no fue sino hasta el 19 de marzo cuando mediante una serie de escaramuzas que Sócrates Nolasco ha llamado como un “choque de vanguardias”, las tropas que dirigía el Presidente Herard se enfrentaron al improvisado y valeroso ejército popular dominicano y escenificaron la memorable batalla de Azua, cuyo análisis y desenlace no abordaremos en el presente trabajo.
 
Sin embargo, debemos resaltar que después del espléndido triunfo de las armas dominicanas, la sorpresiva retirada del joven ejército dominicano, primero a Baní, y luego a Sabana Buey, permitió que las tropas invasoras ocuparan la ciudad y que tal circunstancia generara cierto desconcierto entre los habitantes de San Cristóbal y de la capital de la República. Al cabo de varios días, en la zona norte, por su parte, también cundían el desconcierto, la desmoralización, el caos y la indisciplina, como consecuencia principalmente de la escasez de pertrechos bélicos para defenderse del imponente ejército haitiano que avanzaba hacia Santiago.
 
Comienzan las hostilidades en Santiago
El 30 de marzo de 1844, luego de que soldados dominicanos sostuvieran algunos choques bélicos con el ejército haitiano a su paso por varias de las comunidades del noroeste, el general Louis Pierrot se presentó frente a la Sabana de Santiago. Tras dividir sus tropas en dos columnas de 2,000 hombres cada una, atacó la Fortaleza de San Luis, los Fuertes Dios, Patria y Libertad – que los santiaguenses habían construido día antes a fin de brindar mejor protección a la ciudad.
 
Es conveniente reiterar que apenas tres días antes de la llegada del ejército invasor a las inmediaciones de Santiago, la ciudadanía era víctima de una general consternación fruto, sin duda de la inseguridad de muchos compatriotas y del desaliento que había producido la noticia de la retirada de Santana desde Azua a Baní. Por su parte, el general Ramón Matías Mella, quien era Gobernador y responsable de la Plaza de Santiago, se había trasladado a Las Matas con el fin de aplacar la confusión y la incertidumbre reinantes entre la población. Es fama que antes de Mella abandonar Santiago instruyó al capitán de artillería, el teniente José María López, para que en caso de que todo estuviera perdido procediera a inutilizar los tres cañones que tenían para la defensa y evitar de ese modo que el ejército invasor pudiera emplear esas armas contra de los dominicanos.
 
En esos momentos llegó a Santiago el general Felipe Vásquez, procedente de La Vega, con instrucciones de organizar la resistencia que debía oponérsele a los haitianos. A este general le fue imposible cumplir su objetivo por lo que decidió retirarse contribuyendo así a agravar aún más el estado psicológico de la población.
El general Imbert asume el mando
Fue entonces cuando se pensó en el caudillo del movimiento separatista de Moca, el general José María Imbert, quien de inmediato fue llamado a Santiago para que se hiciera cargo de las operaciones militares. Refiere uno de los testigos de aquellos días heroicos que el general Imbert inmediatamente acudió al llamado y que sin pérdida de tiempo procedió a organizar las tropas de que entonces se disponía, a fin de salir al encuentro del ejército invasor, plan que ya para el 27 de marzo no era posible ejecutar debido a que los indeseables visitantes se encontraban muy próximo a la ciudad.

El general Imbert, entonces, hizo construir fosos en torno a los Fuertes “Dios”, “Patria” y “Libertad”; dispuso la colocación de cañones en cada uno de ellos y envió a buscar al capitán José María López, a quien conocía como hombre serio, valiente y excelente artillero. Asimismo, ordenó al comandante Frómeta y al doctor Bergés para que exploraran la posición del ejército invasor e informaran de su situación.
 
La batalla de Santiago, como se sabe, se inició alrededor de las 12 del mediodía; y duró un promedio de cinco horas. Los haitianos, en posición harto desventajosa, vadearon el río Yaque e intentaron, tanto por el ala izquierda – que estimaban el punto más débil de los santiagueses – como por el ala derecha, perforar la inextricable defensa que habían estructurado las tropas comandadas por Imbert y otros valerosos soldados. Los resultados fueron desastrosos para el invasor. Junto al fuego combinado de los cañones de los fuertes “Dios”, “Patria” y “Libertad”, de la Fortaleza San Luis y del ataque del pundonoroso Fernando Valerio y sus andulleros de Sabana Iglesia – acción realizada a puro machete-, las bajas haitianas se dice que alcanzaron una cifra superior a los 700 muertos e igual números de heridos.
 
Esta inesperada situación, pues los haitianos habían subestimado la capacidad de defensa de los dominicanos, indujo al general Pierrot a solicitar una tregua para poder recoger sus muertos y heridos y también para negociar una retirada. Es fama que durante las negociaciones los dominicanos realizaron una maniobra maestra frente al ambicioso Pierrot y le mostraron una hoja impresa en Santo Domingo en la que se daba cuenta de que el presidente haitiano Charles Herard, había muerto en combate en la ciudad de Azua. Esta noticia, al parecer, alentó el deseo de Pierrot de convertirse en presidente haitiano y no titubeó en ordenar a sus tropas la retirada hacía Haití.

Entre los santiaguenses y los haitianos hubo un pacto de no agresión; pero desconocedores de ese acuerdo, tanto los habitantes de la Sierra como los de otros poblados por los cuales forzosamente el derrotado ejército haitiano debía transitar en su retorno a la “Tierra Montañosa”, estos procedieron a hostigar a los invasores, causándoles numerosas bajas. Un dato muy curioso, y que ha llamado mucho la atención de los estudiosos, lo constituye el hecho de que las tropas dominicanas – según el decir del mismo general Imbert – no tuvieron una sola baja.
 
Breve análisis 
de las dos batallas
 
A continuación, un escueto análisis de los resultados de ambas batallas a fin de medir la magnitud de sus implicaciones políticas y psicológicas en la subconsciencia de los dominicanos de la época. Ambos choques bélicos fueron sin duda las primeras experiencias en la guerra que sostuvieron los dominicanos para defender la naciente República Dominicana, cuya soberanía e independencia los haitianos se resistían a reconocer. Postreramente, en torno a esas dos memorables batallas se suscitarían interesantes controversias cuyos orígenes, a mi entender, tienen su fundamento en el surgimiento y desarrollo del caudillismo y en la agudización de los conflictos regionalistas que matizaron la sociedad dominicana del pasado siglo.
 
Fue así como surgieron versiones discordantes respecto de las dos batallas de marzo. Una de ellas fue, en mi concepto, prohijada por los seguidores del general Santana; mientras que la otra, fue obra de los liberales identificados con la doctrina política duartiana. Para los santanistas, proclamar la República fue una cosa y afianzar la nacionalidad fue otra muy distinta. Para la primera se necesitó del simple pronunciamiento en la Puerta del Conde; pero para lograr la segunda, se precisó de un hombre de la talla del general Pedro Santana y de una acción bélica como la batalla de Azua, que fue la que –según los conservadores– afianzó la independencia.
 
Para quienes no comulgaban con la tesis santanista, la acción librada en Azua tuvo una importancia relativa debido a que no impidió que los haitianos, tal y como se lo habían propuesto, ocuparan la plaza que no habían podido tomar por la fuerza. Y agregaban que de no haber sido por la victoria lograda por los santiagueros el 30 de marzo en Santiago, otra habría sido la suerte de la naciente República Dominicana.

Las expectativas para marzo 19 no eran las mejores sobre todo porque ya se tenían noticias del fracaso de Fernando Taveras en la Fuente del Rodeo y también en las Cabezas de María, pues no fue posible detener el avance del enemigo. De modo que cuando la embestida del ejército haitiano fue rechazada por los dominicanos en Azua, el júbilo colectivo fue indescriptible y tuvo que haber sido un poderoso factor moral y sicológico como elemento robustecedor de la fe del dominicano en su capacidad para defender la joven República de su enemigo más próximo, que eran los haitianos. Pero la “inesperada e inoportuna” retirada del ejército dominicano desde Azua a Baní, alarmó aún más a la ciudadanía, temerosa de que el ejército invasor se acercaría a la ciudad sede del nuevo gobierno, circunstancia que ponía en virtual peligro de muerte al naciente Estado, sobre todo, cuando se tenía noticias de que, vía el Cibao, se aproximaba una imponente escuadra enemiga cuyo objetivo también era llagar a la capital por el Norte.
 
No cabe duda, pues, de que hubo momentos en que muchos compatriotas pensaron en el fracaso de la empresa republicana y que solo se imponía esperar los resultados de las fuerzas nacionales en el Cibao, las cuales, de no lograr contener el avance de los haitianos, habrían colocado a la capital en una situación de inseguridad harto embarazosa. Pero en Santiago se triunfó. Y la victoria aceleró la retirada de los invasores hacia Haití, impidiendo así la materialización del plan de Herard, consistente en tomar Santo Domingo mediante un ataque combinado por dos frentes. El presidente haitiano solo desistió de su proyecto original cuando supo que Pierrot se había retirado a Haití y que allí se conspiraba para derrocarle del poder, por lo que tuvo que cambiar de planes, aun cuando no pudo evitar el colapso de su gobierno.

No fue, pues, la victoria de Azua lo que causó la retirada del ejército invasor dirigido por Herard, sino la noticia de que parte de su estrategia había fracasado y de que en Haití se habían producido conflictos con el propósito de alejarle del poder político. De ahí que algunos autores han sostenido que fue la victoria de Santiago la que realmente afianzó la naciente República Dominicana y no, como han afirmado la escuela santanista, la batalla librada en Azua.
 
No obstante, y en vista de que los conflictos bélicos con los haitianos continuaron con posterioridad a las dos batallas de marzo de 1844, originándose así una guerra dominico-haitiana que duro casi 12 años, justo es concluir que ninguna de las dos batallas fue determinante en cuanto respecta al afianzamiento definitivo de la República Dominicana, la cual se mantuvo inestable merced a las constantes invasiones haitianas, a la crisis económica que entonces experimentó el joven Estado, a las presiones internacionales que sobre el mismo ejercieron las tres potencias más poderosas de la época y a la pendencias civiles que surgieron en el seno del pueblo dominicano producto del caudillismo y militarismo.

Cuanto antecede, empero, no significa que debemos restarles mérito a los valerosos soldados que tanto en Azua como en Santiago defendieron con valor espartano la incipiente nacionalidad dominicana, aun cuando, en aras de la verdad histórica, debemos reconocer, junto con el historiador Alcides García Lluberes, que la retirada de Santana a Baní, restó a la victoria de Azua considerable parte de su trascendente efecto moral y político; y que fue el triunfo en Santiago el que realmente contribuyó a fortalecer la fe de los dominicanos en la viabilidad de la República Dominicana.

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