martes, 30 de mayo de 2017

SES LLUMETES, discreto pecio de la época romana.

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Desde el principio de los tiempos el ser humano ha encontrado en el mar una frontera. Y un desafío, provocando grandes gestas y también grandes catástrofes. Sin embargo, debemos reconocer que fueron las primeras “autopistas” para la comunicación, el intercambio de ideas y productos. El comercio, los viajes y otras actividades se desarrollaron con más intensidad, si cabe, cuando el hombre dominó sus miedos y traspasó los limites de esta inmensa masa acuosa que tanto le impresionaba. Asimismo, las guerras, los agonismos, surcaron los mares con inusitado interés, y el individuo, en sus afanes, exploró y explotó por y a través de los océanos todo territorio ansiado, llegando a los confines del mundo por él conocido.
Muchos intentos de llegar a tierras lejanas fracasaron, acabando en dramáticos naufragios, restos de los cuales yacen esparcidos todavía por muchas geografías de nuestro entorno marítimo. A unos cuantos metros de profundidad y disimulados por la biología propia del medio, estos antiguos vestigios han sido alterados antrópicamente por mareas, seres vivos, corrientes, provocando cambios en su composición más básica e influyendo en la orografía del espacio marino. La arqueología subacuática, disciplina transversal relativamente joven, ha redescubierto multitud de pecios hundidos pertenecientes a diversas épocas de la historia de la humanidad en diversos lugares de nuestro planeta. Estas cápsulas del tiempo nos reescriben aquella y nos proponen completar los relatos que comenzaron en superficie.
En torno a estas “señales” sumergidas que el pasado nos ofrece, surgen multitud de proyectos de investigación cuyas propuestas pretenden esclarecer el cómo, cuando y porqué, deseando, asimismo, salvaguardar todos los objetos hallados para el patrimonio local. Atrás quedan aquellos tiempos en los que el persa Asurbanipal disponía de buceadores que utilizaban piel de cordero para almacenar aire bajo el agua. Los modernos equipos y la rigurosidad del personal especialista crean las sinergias adecuadas para que la vida que se ocultó en el fondo de los mares salga a la luz.
Hubo un periodo de nuestra historia en que todos los caminos conducían a Roma, capital ésta del mundo occidental. Por su privilegiada situación, las islas Baleares fueron siempre un punto estratégico codiciado, muy importante para las potencias de la antigüedad en su diario trasvase de mercaderías y ejércitos. Quinto Cecilio Metelo tuvo mucho que ver con la anexión de las islas al Imperio Romano, allá por el 123 a. C.
Manacor alberga un entrante de mar en forma de zeta. Porto Cristo, a pocos kilómetros, denominado así desde 1260, horadado entre altos y bellos acantilados, exhibe una gran cala, un puerto pesquero y una playa de fina arena dorada, preservando éstos de los embates del mar abierto y los vientos de levante. Desde muy antiguo está considerado como uno de los enclaves naturales mejor protegidos de este litoral. En el museo local se ha reproducido una escena de la vida de entonces, donde se observa la cotidianidad más tradicional de los habitantes de la zona y el uso de este espacio portuario.
Nerón era un tipo ambicioso. De personalidad inestable, sibarita, tiranizó a su pueblo durante los trece años que duró su poder imperial provocando unos de los primeros desastres financieros que se conocen. Como emperador gustaba de los fastos más lujosos, congregando a diestro y siniestro y ofreciendo las mejores fiestas palaciegas por su rango. Todos sus caprichos exigían un cumplido servicio y los transportes que suministraban aquellos anhelos exhibicionistas cruzaban con celeridad el Mare Nostrum. Si las condiciones atmosféricas lo permitían...
A esta conclusión han llegado los componentes de IBEAM, Instituto Balear de Estudios en Arqueología Marítima (http://ibeam.es/ ), con sede en Ibiza, aunque éstos se movilizan por todo el territorio insular cuando el interés lo requiere. El descubrimiento eclosionó en 2012, ubicándose exactamente su posición, previas informaciones que datan del siglo XIX. Alguna “risaga”, temporal, común en esta zona del Mediterráneo, dejó muy a la vista lo que desde los años cincuenta ya era sabido por los lugareños: el barco romano. El pecio de SES LLUMETES, denominado así por la cantidad de lucernas de barro y otras cerámicas que transportaba, era una nave de carácter comercial que se hundió por causas lógicas al embravecido mar, dejando todo su cargamento en un fondo arenoso y poco complicado, aunque tapizado de posidonia. Durante un tiempo fue motivo de expolio descontrolado, extrayéndose sin reflexión valiosas piezas para deleite del ávido coleccionista. Hoy, y después de un nuevo planteamiento de estudio y excavación iniciado en 2015, los trabajos se desarrollan desde una perspectiva de arquitectura naval, eje vertebrador para una mejor comprensión de la llegada de esta embarcación a las costas orientales mallorquinas. En cualquier época, el medio determina directamente la arquitectura de los barcos y sus sistemas de propulsión y pilotaje. Influyen, asimismo, la tradición cultural y el uso que se hace de ellos. Algunos expertos la sitúan entre el 40 o 50 d. C., tal como apostó en 1970 el profesor alemán Otto H. Frey, junto con submarinistas locales.
Un grupo de colaboradores nos sumergirnos en aguas de Porto Cristo, para realizar tareas de verificación en las cuadrículas metálicas que delimitan el espacio sobre el que se trabaja, básicamente, y de protección, con posterioridad. Se cree, sin embargo, que todavía es posible encontrar algunos indicios de alto valor científico, quizás de índole doméstica (tripulación y sus enseres), con lo que nos aprestamos, cada uno en su desempeño, para completar lo designado en charlas de superficie. Al recorrer el perímetro, todavía se observa el deterioro que provoca el efecto “fouling” : la biología extiende sus garras y adhiere organismos vivos, invertebrados (promatoceros triqueterserpulas, taladradores) a la cuadernas y quilla del bajel, degradando las piezas de madera, con lo que el mantenimiento y conservación in situ, preventiva, es un objetivo diario. Aunque parezca contradictorio, es el agua de mar lo que ha conservado el hallazgo hasta nuestros días. Hay un riesgo inherente en los materiales y se debe reflexionar sobre una logística adecuada para el transporte de lo hallado. La salinidad crearía una solidificación al extraer aquellas muestras, con lo que se perjudicaría su restauración y postrera museización. Lo excavado hasta el momento es una quinta parte de lo que se cree que mide el mencionado navío: unos 40 metros de eslora. La visibilidad no es muy buena en esta jornada. 
La misión de este año finaliza cuando la temporada de verano inicia su trasiego de bañistas autóctono, turismo foráneo y ambiente náutico. La ubicación del filón provoca una exposición muy delicada, lo que hace peligrar toda la estructura de madera y otros componentes preciosos. Esta iniciativa tendrá amplitud hasta el 2018, momento en que ya se habrá determinado un sistema de protección que conserve lo hallado en estas campañas

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