lunes, 19 de junio de 2017

Apesto histórico del periodismo

Apesto histórico del periodismo

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Los testimonios más antiguos de lo que se podría denominar periodismo se localizan en las primeras civilizaciones urbanas. Así, de la época del Imperio Romano datan los Comentarii pontificum, los Annales máximi y el Acta diurna. Esta última, publicada diariamente desde el año 59 a. C., consistía en una hoja de papel que recogía acontecimientos políticos y sociales y que se colgaba en plazas importantes para que un buen número de personas pudiera acceder a esa información.

 También en China, durante la dinastía Tang, circuló una gaceta (llamada pao), que, bajo diferentes nombres y formatos, continuó publicándose hasta el ocaso de la dinastía Ching, en 1911. No obstante, los auténticos precedentes se encuentran en los almanaques anuales y, sobre todo, en los informes semestrales que en el siglo XVI editaba en Colonia Michel von Aítzing o Eyzenger, que giraban en torno al conflicto entre católicos y partidarios de la Reforma; además, el mismo Eyzenger fue el responsable de dos almanaques anuales (Messrelatíonem), que se vendían en las ferias de Frankfurt y que hallaron fuerte resonancia en toda Europa.
El comercio fue 

De la regularidad anual y luego semestral a que nos hemos referido, en 1597 se pasa a la tirada mensual, cuando el emperador Rodolfo II encargó que se imprimieran gacetas mes a mes, con el fin de contrarrestarla proliferación de panfletos motivados por su enfrentamiento con húngaros y germanos. En el mismo año, el florentino Gigli editó boletines semanales de carácter comercial. 
De 1609 es la primera serie periódica que se conserva: 52 números publicados semanalmente en Estrasburgo por Johann Carolus.
Por esas fechas (comienzos del siglo XVII) se puede decir que ya estaban sentadas las bases del periodismo tal como hoy lo concebimos, si bien la distribución diaria, que llegó en 1702 con el periódico británico The Daily Courant, no se consolidarla hasta el siglo XIX. Ese periodismo incipiente respondía a la conducta publicista de los organismos oficiales, mantenida hasta el estallido revolucionario burgués, que monopolizaban la información política; fue el caso, por ejemplo, de La gazzete de France (1631), fundada por Théopheaste Renaudot.

 Las luchas de religión, la contienda nacional en los Países Bajos y las reivindicaciones de la ascendente burguesía impulsaron una prensa no oficial —casi siempre clandestina— en contra de los mecanismos propagandísticos del poder monárquico. Como resultado del cambio de actitud que significó el liberalismo se crearon órganos independientes dirigidos a un sector de la sociedad cada vez más amplio. Surgen periódicos como The Tatler (1 709-1 1), The Spectator (1711-12), The Examiner o The Rambler que empezaban a incluir artículos de opinión y que fueron imitados en toda Europa (en esta línea se sitúan El pensador (1762), de Clavijo y Fajardo; Le Journal de Paris (1777); The Times (1785); o el Diario de Barcelona, de 1792). 

En los primeros años del siglo XIX, el perfeccionamiento del sistema de producción y tratamiento del papel, la continua experimentación la introducción del vapor y la electricidad, los progresos en el terreno de la ilustración gráfica, el ferrocarril como medio de transporte, las telecomunicaciones o la concentración de la población en los núcleos urbanos hicieron del periódico el vehículo de comunicación de las masas. También la disminución del índice de analfabetismo contribuyó a que los periódicos y revistas llegasen a más gente (hacia 1830 comenzaron a editarse revistas destinadas a un público con un nivel de educación bajo, así como otras concebidas exclusivamente para mujeres). 

El periodismo evoluciona y surgen nuevas modalidades: la de los pennypapers (que costaban solamente un penique) fue una moda que, iniciada en Gran Bretaña, se extendió a otros países —los estadounidenses The Sun (1833) y The New York He-raid (1836), el francés La presse o El español, de 1836—; el tratamiento informativo se conduce hacia la especialización; aparecen dos ediciones diarias (la matutina y la vespertina) para dar cabida a todo el caudal informativo; se diversifican los medios; las agencias de información internacionales venden sus reportajes a diferentes periódicos y revistas, etc. 

En 1924 irrumpe la radiodifusión, que se apropia de la inmediatez informativa, con el consiguiente retroceso de la palabra escrita. La comercialización de la televisión (1938), que en la actualidad representa el medio de comunicación de masas por excelencia, supuso asimismo un duro golpe para la prensa en formato papel.

 Con todo, el periódico continúa desempeñando una función imprescindible en la actividad informativa, pues ofrece un tratamiento más amplio y profundo de los sucesos que el que proporcionan la radio o la televisión. Además, la radical revolución operada en el ámbito tecnológico reduce considerablemente el tiempo que ocupa el proceso editorial, permite abarcar más noticias y transmitir de inmediato a través de la red informática los datos que no hayan entrado en prensa.

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