miércoles, 5 de julio de 2017

Cuba, entre Estados Unidos y China

Cuba, entre Estados Unidos y China

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El presidente chino, Xi Jinping, y el líder cubano, Raúl Castro en La Habana. Alejandro Ernesto/AFP/Getty Images
¿Es la isla una pieza clave en la estrategia geopolítica del gigante asiático en las Américas?
China en los últimos años se ha convertido en un actor cada vez más presente en América Latina y el Caribe, pero la relación entre Cuba y el gigante asiático es de las más largas de la región, siendo la isla el primer país de América en reconocer el gobierno de la China comunista en 1960.
Los gobiernos de ambos países mantienen posiciones similares tanto por lo que respecta a su modelo político como a la organización del sistema internacional. En un contexto latinoamericano en el que durante los últimos años han dominado los gobiernos de izquierdas y nacionalistas, China ha encontrado un excelente aliado diplomático en la región. Esta relación se ha reforzado en la última década, siendo Cuba visitada por dirigentes chinos de alto nivel como Hu Jintao en 2004, Xi Jinping en 2014 o el primer ministro Li Keqiang en 2016.
En contrapartida, China se ha convertido en un vital aliado económico de Cuba, convirtiéndose en su segundo socio comercial y el mayor poseedor de deuda cubana. En 2015 las relaciones comerciales entre el país asiático y la isla superaron los 2.000 millones de dólares, y aunque los números no son tan abultados como los que nos tiene acostumbrados China, esto representa 20 veces más que en el año 2000. Los productos cubanos que más interesan a China son las materias primas, como la caña de azúcar o el níquel, siendo la explotación de minerales una de las áreas que más inversión de capital chino ha recibido. Por su parte, el gigante asiático se ha convertido en el principal proveedor de tecnología y productos industriales para Cuba. Además, en el ámbito de la industria turística existen proyectos de construcción de complejos hoteleros que cuentan con el apoyo financiero de 150 millones de dólares de capital de origen chino o el establecimiento de enlaces aéreos directos entre ambos países.
Pero el elemento a largo plazo que parece interesar a Pekín es la posición geográfica de Cuba en el mar del Caribe. A la vista de los cambios económicos que parece que experimentará la isla, China junto con otros inversores como Brasil, ha empezado a tomar posiciones financiando a través de crédito la modernización del puerto de Santiago de Cuba con 120 millones de dólares, o a través de la participación de compañías chinas en las reformas del puerto de Mariel, incrementando su capacidad de 800.000 contenedores a 3 millones, convirtiéndolo en uno de los puertos más modernos de la región, y con capacidad para los macro-cargueros que atraviesan el canal de Panamá. De este modo para entender los intereses chinos en la isla es necesario tomar nota de la reciente entrevista en el periódico cubano Granma  a Zhu Qingqiao, en la que por primera vez un oficial chino habla abiertamente de la extensión de la Nueva ruta de la seda a América Latina y el Caribe. Teniendo en cuenta otros proyectos en la región, como las diferentes vías transoceánicas abiertas en América central, o el hecho de que China pretende incrementar el comercio bilateral con los países latinoamericanos a los 500.000 millones de dólares y las inversiones a los 250.000 millones, el desarrollo de sinergias entre América Latina con el proyecto de la Ruta de la seda marítima no parece una idea descabellada. Y para que esto sea posible, China necesita contar con bases sólidas en la región.
Por tanto, con el compromiso de las autoridades cubanas de modernizar su infraestructura portuaria, y con el apoyo chino, no sólo en el ámbito económico y tecnológico, sino haciendo de Cuba uno de sus centros logísticos en la región, los puertos cubanos, actualmente al margen de las principales rutas comerciales marítimas del Caribe, podrían llegar a competir con los puertos más punteros de la región como el de Kingston en Jamaica. Aunque es cierto que Cuba parte de una importante desventaja a nivel de infraestructura, en este punto, además de su posición geoeconómica, cuenta con el hecho de tratarse de uno de los países más estables de la zona. Si consigue mantener su estabilidad política, dada su proximidad ideológica con Pekín, la Habana es una candidata a ser un socio fiable a largo plazo. En este sentido el gigante asiático también sirve como modelo a seguir para los dirigentes cubanos en un proceso de apertura económica sin necesidad de reforma política. De hecho esta es una de las ventajas comerciales que ofrece China frente a los países occidentales, y la colaboración tecnológica entre ambos países ya apunta en este sentido, con la exportación del sistema de Internet limitado chino a la isla frente a Google.
Será una variable fundamental para el futuro de las relaciones entre Cuba y China cómo juegue Estados Unidos sus cartas, así como la evolución política dentro de la isla. Con el proceso de apertura de la Administración Obama, Washington parecía poder aprovechar sus lazos con la isla a través de la existencia de una importante diáspora cubana en su territorio en su beneficio. Pero parece ser que son precisamente los sectores más radicales entre la diáspora los que están empujando a Donald Trump a adoptar una estrategia antiaperturista que compromete los intereses estadounidenses al limitar el intercambio económico con Cuba. De esta manera las empresas de EE UU quedarán en una peor posición respecto a sus competidores en previsión a la apertura a la inversión externa. A nivel político, continuar con el bloqueo también limitará la influencia que los sectores antigubernamentales podrían haber establecido a través de los lazos económicos con el exilio cubano. Parece bastante claro que con China en el tablero la estrategia de asfixia económica está condenada al fracaso, y más teniendo en cuenta el importante despliegue económico de Pekín en la región. Todo apunta a que el último movimiento de Trump respecto a Cuba no hará más que empujar a la Habana a los brazos de China, hecho que tiene consecuencias geopolíticas de largo alcance.
La posición geográfica de Cuba hace que para EE UU la isla sea una amenaza similar a la que Taiwan representa respecto a la China continental, y de esto son muy conscientes en Washington, como ya se demostró en la Crisis de los misiles. Sin embargo, existe la diferencia fundamental de la presencia de la Armada estadounidense en el Mar Meridional de la China, factor con el que Pekín no cuenta en el Caribe, y con el que difícilmente contará en la próxima década. Pero en un contexto de creciente tensión entre Pekín y Washington, este hecho lejos de desmerecer la importancia de Cuba, la hace mucho más crucial para China, ya que es lo más parecido a una base con la que podrá contar en el Caribe.
Además, la isla cuenta con más de 50 años de experiencia de conflicto con EE UU y sus experimentadas redes de inteligencia. El intercambio de información entre ambos países ha sido cada vez más fluido y los contactos militares de alto nivel se han profundizado, sin ir más lejos el pasado mes marzo el ministro de Defensa cubano, Leopoldo Cintra Frías, se reunió con su homólogo chino en Pekín. A medida que esta relación se estreche y China continúe contribuyendo a la modernización militar de Cuba, no solo ganará una base de influencia en el Caribe, sino también un elemento de negociación con Estados Unidos que podría utilizar para ganar ventajas en el Mar Meridional de la China, su área de interés geopolítico primaria. El acercamiento de Cuba al gigante asiático, por tanto, no solo afianza la posiciones económicas de Pekín en la región, abriendo la posibilidad a algún tipo de conexión con la Ruta de la seda, sino que también parece estar trasladando las dinámicas de competencia con Washington. Elemento que a la vez de ser una amenaza relativa para la seguridad de los países latinoamericanos,  puede ser también una carta con la que negociar tratos ventajosos con ambas potencias.
Por lo que respecta a las opciones de Cuba, en vistas del último giro de Trump, continuar el acercamiento a China parece ser la vía más sólida para la isla. Este escenario no está exento de peligros, ya que como sucede con otros casos similares, esto puede limitar el desarrollo de la industria cubana y crear lazos de dependencia con el gigante asiático. Pero aun así, no hay que olvidar que el actual gobierno de Cuba ha sido para EE UU durante gran parte del último siglo nada menos que una molestia, pero para China puede llegar a ser una importante pieza en su estrategia geopolítica en las Américas. Aquí la distancia geográfica importa, y a la hora de ordenar las amenazas las más próximas son prioritarias: difícilmente veamos botas chinas desembarcando en las playas cubanas, mientras que las estadounidenses ya se encuentran en la isla.

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