miércoles, 9 de agosto de 2017

Qatar: lo que ocurre en el Golfo no se queda en el Golfo

Qatar: lo que ocurre en el Golfo no se queda en el Golfo

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De izquierda a derecha, el emir de Qatar, el emir de Kuwait, el rey de Arabia Saudí y el presidente de Turquía, durante una reunión de la Organización para la Cooperación Islámica en 2016. Ozan Kose/AFP/Getty Images
De izquierda a derecha, el emir de Qatar, el emir de Kuwait, el rey de Arabia Saudí y el presidente de Turquía, durante una reunión de la Organización para la Cooperación Islámica en 2016. Ozan Kose/AFP/Getty Images
La nueva actualización de las Guerras de 2017 aborda Qatar y las tensiones con sus vecinos del Golfo, que de no ser desactivas podrían tener consecuencias imprevistas en Siria, Libia y el Cuerno de África.
A principios de junio, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Yemen, Bahréin y Maldivas rompieron las relaciones diplomáticas con Qatar y tomaron medidas para aislar el país. Ha pasado más de un mes y no parece que la brecha vaya a cerrarse. La tensión entre varios de estos Estados —en especial los principales protagonistas, Qatar, Arabia Saudí y los EAU— no es nada nuevo, pero, en medio de un Oriente Medio polarizado, conflictos en toda la región y las exhibiciones de poder de los propios Estados del Golfo, esta disputa amenaza con empeorar todavía más la situación. Puede que un estallido de violencia en el Golfo sea poco probable, pero, dado que Estados Unidos es incapaz de mediar para que se arregle la situación, la UE y sus Estados miembros, especialmente Francia, deben contribuir a desactivar la tensión para que no se extienda a otros países y conflictos subsidiarios.
No está claro qué fue exactamente lo que precipitó la decisión. Doha no recibió ningún aviso. En sus conversaciones con Crisis Group, los representantes saudíes y de los Emiratos no han mencionado ningún detonante concreto, sino que hablan de una acumulación de frustraciones y promesas incumplidas. Al parecer, les molestaron especialmente dos cosas. En primer lugar, algunos dicen que Qatar se ha aproximado a Irán, pese a que la política catarí coincide bastante con el consenso árabe explícito de enfrentarse a los aliados de Teherán, mantener relaciones económicas y pensar en negociar en el futuro, cuando los árabes tengan unas bazas más fuertes. Segundo, y más importante, acusan a Doha de apoyar a “extremistas”, es decir, a una serie de grupos islamistas, tanto yihadistas como políticos, en particular los Hermanos Musulmanes, a los que los gobiernos de los países involucrados tienden a meter en el mismo saco que grupos como Al Qaeda y Daesh. A pesar de que Doha se ha comprometido desde 2014 a cambiar su política, un representante de los Emiratos asegura que “dicen una cosa y hacen otra”, por lo que Riad y Abu Dhabi decidieron tomar medidas más enérgicas.
Plató de televisión de la cadena qatarí Al Jazeera. Stan Honda/AFP/Getty Images
Uno de los platós de televisión de la cadena qatarí Al Jazeera. Stan Honda/AFP/Getty Images
En cuanto al momento escogido, no parece coincidencia que la decisión saudí se produjera inmediatamente después de la triunfante visita a Riad del presidente estadounidense Donald Trump. El viaje envalentonó a la familia real, sin duda, sobre todo al entonces príncipe heredero adjunto (hoy príncipe heredero) Mohamad Bin Salman, que está empeñado en romper con la que considera la tradición de pasividad saudí y reafirmar el liderazgo regional del reino.
Si bien la campaña saudí contra Qatar es de una ferocidad sin precedentes, las quejas vienen de atrás. La tensión en la frontera entre los dos países aumentó a finales de los 90, cuando Doha empezó a utilizar sus recursos económicos para ampliar su influencia política en la región. Empezó a desarrollar una política exterior iconoclasta y, en ocasiones, aparentemente contradictoria, centrada en la mediación de conflictos, fuertes lazos con Estados Unidos, que tiene en el país una importante base militar, el patrocinio de un instrumento mediático regional poderoso y a menudo combativo (Al Jazeera) y el apoyo a grupos de tendencia islamista, en especial los Hermanos Musulmanes pero también, posteriormente, algunos de la órbita salafista y yihadista. En opinión de Doha, esta estrategia era una mezcla de principios políticos sólidos, el deseo de cultivar aliados y una declaración de independencia. Para Riad y otras capitales del Golfo, era un desafío a su liderazgo y, en ciertos casos, una posible amenaza al orden interno establecido.
Con las revueltas árabes de 2011, la rivalidad en el Golfo se intensificó, con Doha a un lado de la brecha regional que enfrentó a los Hermanos Musulmanes contra los regímenes establecidos y Riad y Abu Dhabi en el otro. Cada capital trató de influir en los acontecimientos en su propio beneficio. Qatar intensificó su apoyo a Hamás y los Hermanos al tiempo que seguía cultivando su relación con Estados Unidos; Arabia Saudí y los EAU presionaron para que se restableciera el orden anterior, sobre todo en Egipto.
Aunque las causas inmediatas de la disputa no están claras, las posibles consecuencias sí. Aparte de las repercusiones humanas y económicas en Qatar y sus ciudadanos, si la crisis se prolonga existe el riesgo de que distraiga a los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) de otras necesidades más urgentes, tanto internas como regionales. Además, dado que Qatar, Arabia Saudí y los EAU extienden su influencia a otros escenarios conflictivos —en especial Libia y el Cuerno de África, dos lugares de particular interés para la UE—, no parece probable que las cosas se queden circunscritas al Golfo.
El ex presidente de Egipto y dirigente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, en el juicio que siguió al golpe de Estado en julio de 2013. STR/AFP/Getty Images
El ex presidente de Egipto y dirigente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, en el juicio que siguió al golpe de Estado en julio de 2013. STR/AFP/Getty Images
Por un lado, la campaña dirigida por Estados Unidos contra Daesh tiene como cuartel general la base militar de Al Udeid, en Qatar; ha quedado exenta de las severas restricciones impuestas por Arabia Saudí y sus aliados al resto del país, pero una crisis prolongada podría tener consecuencias imprevistas y desviar la atención de la lucha contra el ISIS. Por otro lado, en Siria, si bien tanto Qatar como Arabia Saudí han forjado lazos con la oposición, Doha se ha inclinado más a financiar a grupos más inflexibles (aunque no han sido los únicos, ni ha sido nunca fácil saber exactamente quién financiaba a quién). La rivalidad entre los patrocinadores de la oposición se contuvo —pero nunca se eliminó— cuando EE UU empezó a coordinar la llegada de armas e instaló centros de operaciones. Ahora bien, si Riad y Doha dejan de cooperar y dan prioridad a su particular pelea, la campaña podría resultar perjudicada y las luchas internas entre los rebeldes se agravarían. Por otra parte, Libia sigue siendo un país fracturado. Qatar, junto con Turquía, apoya a los grupos aliados de los Hermanos y las milicias islamistas que controlan Trípoli y el oeste, mientras que los EAU y Egipto dedican todavía más recursos a ayudar y dotar de armas a las fuerzas leales al general Haftar en el este del país. Por ahora, parece que Qatar ha reducido su apoyo, pero, si el pulso se prolonga y el país se siente presionado, la guerra subsidiaria entre Doha y Abu Dhabi podría intensificarse. Por último, Doha, Riad y Abu Dhabi han hecho importantes inversiones militares, económicas y políticas en el Cuerno de África. La postura neutral adoptada ante el conflicto por Etiopía y Somalia (aunque no por los gobiernos de sus estados federales, en especial Somalilandia) ha tenido una fría acogida en Riad y Abu Dhabi; si, como consecuencia, los EAU retiraran su apoyo a Somalia, asestarían un duro golpe a su gobierno, débil y necesitado de dinero. Por el contrario, Eritrea y Yibuti se han alineado con Arabia Saudí y los EAU, lo cual ha empujado a Qatar a retirar a sus más de 400 observadores del alto el fuego de Doumeira, la isla en disputa en el Mar Rojo. El interés de los países del Golfo por el Cuerno puede servir para promover la estabilidad en la región, pero también puede tener el efecto contrario, sobre todo si obligan a sus socios del Cuerno a tomar partido y asumir posturas impopulares con los grupos locales.
En el momento de escribir estas líneas, no parece que los principales protagonistas estén dispuestos a ceder. Arabia Saudí y sus aliados han presentado una lista de demandas que es casi imposible que Qatar aceptara y que, de hecho, ha rechazado. La UE y sus Estados miembros podrían contribuir a apaciguar la situación. En circunstancias normales, EE UU haría una enérgica intervención, sobre todo ahora que quiere consolidar su asociación con el CCG contra Irán. Pero las circunstancias no tienen nada de normales, y en el Gobierno estadounidense hay discrepancias y confusión. El presidente Trump ha tuiteado su apoyo a Riad mientras los secretarios de Estado y Defensa recomendaban contención y medidas de apaciguamiento. A pesar de la ronda de visitas diplomáticas del secretario Tillerson, las reacciones de Washington, poco claras y contradictorias, han hecho que nadie esté muy seguro sobre su capacidad o su voluntad de resolver esta disputa.
La UE y sus Estados miembros, en cambio, han hecho declaraciones relativamente consecuentes y constructivas. Si la mediación de EE UU fracasa, Europa, y en especial Francia bajo el liderazgo del presidente Emmanuel Macron —dadas las sólidas relaciones que ha tenido tradicionalmente el país con Riad y Doha—, podría intentar tener un papel más activo. Deberían ser conscientes de las limitaciones, sobre todo mientras la posición estadounidense no esté clara, porque esa falta de claridad animará a los rivales a mantener sus actitudes actuales. Pero, cuando las dos partes empiecen a cansarse del pulso y a buscar una salida, Europa podría emprender sus propios esfuerzos de mediación.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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