sábado, 19 de agosto de 2017

Santo Domingo: la reapropiación del espacio como referente simbólico

Santo Domingo: la reapropiación del espacio como referente simbólico

Areito
Publicado el: 19 agosto, 2017
http://hoy.com.do/santo-domingo-la-reapropiacion-del-espacio-como-referente-simbolico/
La ciudad de Santo Domingo es su propio discurso. Y en él encontramos una cantidad inmensa de pequeños relatos que la hacen vivir en la memoria histórica, porque ella misma es pasado, presente y porvenir. El primer relato, aliado a su primacía, es el de su fundación. Primero en la margen oriental del Ozama, por Bartolomé Colón; luego, en la occidental, por Nicolás de Ovando.
Otro relato tiene que ver con la belleza de sus calles, con la grandeza de sus edificios, hasta el extremo de ser comparada con las mejores de España y con las más bellas de toda Europa. Pero estos son los discursos trazados por los sujetos para que alguien crea en ellos. El discurso está montado en un efecto de verdad. Al ser enunciado por un sujeto que posee autoridad, él vale por sí mismo, sin que sea necesario contrastarlo. En cierta visión repetitiva, el discurso es autárquico, autónomo; solamente es necesaria su presencia…
El relato de la fundación, como todo discurso del origen, es difuso y apenas se pueden encontrar los racionales que llevaron a cambiar de ribera, cuando la original era la más apta desde el punto de vista de que una ciudad tiene que estar emplazada en un lugar con buen acceso al agua. Este fue el problema de la ciudad, sus vecinos tuvieron que buscar agua del otro lado del río, emplear esclavos para esta labor diaria o tomar agua de aljibe, con las consecuencias que esto tuvo para su salud.
Pero los discursos solaparon esta realidad en la medida en que, en su descripción, Santo Domingo aparecía al margen de un río o que en su parte norte se cruzaban, formando Los tres brazos, el río Isabela y el Ozama. La Atenas del Nuevo Mundo fue su primer atributo. Como la antigua y culta ciudad griega, Santo Domingo tenía una gran proporción de esclavos con relación a sus “ciudadanos”, en un momento la población era de 500 habitantes españoles y dos mil esclavos.
El relato no deja ver una posible teoría para su traslado. El emplazamiento militar de La Torre del Homenaje. Las crónicas dicen maravillas sobre esta torre y de su importancia para defender el puerto. La lógica de poder nos dice que entre el acceso al agua y la defensa de la ciudad debió haber pesado más la defensa.
El relato de la magnificencia de sus calles y edificios es hoy un mito que los hispanófilos repiten sin cesar. Por cientos de años, la ciudad no fue más que unas cuantas calles, posiblemente unas siete calles. Que no iban más allá de la calle Los Jerónimos (Espaillat) de este a oeste; y de norte a sur hasta la calle de la Universidad, actual calle Padre Billini. La puerta del Conde era una frontera oeste, como lo era la Arzobispo Portes para el sur. En la distancia norte estaba Santa Bárbara y lo más cercano en el extrarradio eran, por el este, el barrio de Pajarito (hoy Villa Duarte) y por el noroeste, San Carlos de Tenerife, el barrio de los canarios. En la distancia, ya muy lejana, cantó el poeta criollista Nicolás Ureña de Mendoza al bello barrio de Los Mina, fundado por alojar a 200 esclavos huidos de la colonia de Saint-Domingue.
Parece que el cambio poblacional a favor de la ciudad vino a comenzar a mediados de 1840, cuando comenzó su aspiración a ser una ciudad liberal. Cuando los jóvenes fundaron La Trinitaria y se lanzaron a la conquista del poder en 1844. El historiador Roberto Cassá da muchos datos para que podamos entender el desarrollo económico que aparece en la isla entre 1820 y 1850. No se debe, sin embargo, a la dominación haitiana como algunos podrían pensar, sino al desplazamiento de los actores productivos por todo el Caribe y a la destrucción de la colonia de Saint-Domingue.
Además, como lo muestra Moreno Fraginals, todo ese periodo fue de un crecimiento del comercio atlántico. A Santo Domingo vinieron muchas familias de origen francés que se establecieron en el oeste y el este del país. La llegada de familias francesas a la ciudad y provenientes de las zonas más cercanas debió haber influido de forma considerable en el ensanchamiento de la ciudad. Así podemos leerlo en las crónicas francesas y en los documentos recogidos por Emilio Rodríguez Demorizi en “La era de Francia en Santo Domingo” (1955).
Pero ningún importante barrio de la ciudad se funda entonces. Luego se fue ensanchando hacia el oeste, al sur y hacia el norte, dentro de las murallas, a la vez que, ya a fines del siglo, durante el gobierno de Ulises Heureaux, comienza la presión para que se derrumben las murallas, y entonces, la ciudad se expande fuera de sus límites coloniales apareciendo Ciudad Nueva y La Primavera, que luego va a integrar al actual Gascue. El desplazamiento a esta zona también está dado por la enfermedad de los edificios y los problemas respiratorios que en la vieja ciudad se suscitaban.

En “Las palabras y las cosas” (1966), Michel Foucault define el interés del siglo XVIII de denominar y clasificar todas las cosas. En el discurso, el sujeto es el que realiza la acción, una acción paradigmática que liga la expresión lingüística a la acción humana. La denominación viene a ser en el acto de habla, un sustantivo al que se le asigna un valor en el discurso, que deviene, a su vez, en un valor en el mundo. Las denominaciones de la ciudad muestran, sobre todo, la religiosidad de sus fundadores y de sus habitantes, también la heroicidad de su gesta mayor y, finalmente, su característica heroica liberal.
Este discurso que puede ser leído al caminar las calles y al visitar sus variadas iglesias, se mezcla con sus estampas y vive y se reproduce en un discurso histórico positivista, pasatista, dado ya por la tradición sin que se pueda articular otro discurso paralelo. Es el decir del poder y para el poder que en la ciudad se inscribe, o se ha registrado en distintas épocas.
En ese decir, la ciudad de Santo Domingo sigue siendo emplazamiento católico, que se nota en sus iglesias, en las calles designadas a obispos como Monseñor Meriño, Arzobispo Nouel, Arzobispo Portes, Padre Billini…, pero no hay una destacada calle al obispo Geraldini, quien fue el constructor de esa reliquia de basílica Santa María la Menor, la catedral. En la ciudad se encuentran, como un monumento liberal las distintas logias masónicas, a las que pertenecieron libertadores y políticos. Estas instituciones fueron prohibidas cuando la anexión a España de 1861-1865 y en el último lustro entraron las denominaciones evangélicas, cuyos edificios podemos ver como una contradicción frente a una ciudad que se denomina católica en sí misma. Pero esta contradicción es parte de los cambios que ha dado la ciudad.

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