lunes, 30 de octubre de 2017

Ylonka Nacidit-Perdomo: Tomás Castro, «el provocador»

Ylonka Nacidit Perdomo - 30 de octubre de 2017 - 6:00 am -  
https://acento.com.do/2017/cultura/8504546-ylonka-nacidit-perdomo-tomas-castro-provocador/
Foto: Máximo Avilés Blonda, a la derech
CUERPO de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Tres generaciones literarias del 48, la Joven Poesía y la Poesía de Postguerra. Col. Ylonka Nacidit-Perdomo.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
PABLO NERUDA
«Cuerpo de mujer…». [1]

… hágase tu voluntad en estos versos/ como ayer entre mis piernas.
TOMÁS CASTRO
«Ella quiere insultarme». [2]


Lupo Hernández Rueda (1930-2017) en el suplemento cultural Aquí del periódico vespertino La Noticia del 28 de septiembre de 1975 [3], que su director el poeta Mateo Morrison editó con el título «Pablo Neruda. A dos años de su muerte» expresó sobre la influencia de Neruda en nuestro medio lo siguiente:
«La influencia de Neruda en la poesía dominicana, ha sido positiva en unos, y negativa en otros. Ha contribuido a la búsqueda personal y al encuentro consigo mismo de aquellos poetas que, aunque manifestando originalmente una acentuada influencia nerudiana, han sabido liberarse a tiempo, a partir de ella hacia el encuentro con su propia personalidad, para ofrecer entonces una obra permanente, distinta, reveladora de un poeta auténtico. Otras veces, dicha influencia ha ahogado los intentos de liberación del poeta afectado, el cual no ha podido escapar a ella para manifestarse plenamente.
Mateo Morrison, director del Suplemento Aquí Cultural, en un primer plano. Col. Ylonka Nacidit-Perdomo
«Esta influencia de Neruda se manifiesta directa e indirectamente, en los hallazgos de forma o de contenido, en el modo de enfocar los temas eternos del amor, la protesta social, el grito de liberación del hombre. Ella está presente en una gran parte de la poética dominicana actual, y es más acentuada en algunos poetas de la Generación del 48, y en otras voces de nuestra más joven poesía».
Esa «influencia», a la cual se refiere Hernández Rueda, la podemos leer en estos manuscritos que presentamos   de dos poetas de la Generación del 48: Máximo Avilés Blonda (1931- 1988) y Abel Fernández Mejía (1931-1998): «Poema de la fecundidad» y «Alguien le escribe a la desconocida.»          
Avilés Blonda escribe esta idea encantadora, reveladora de un misterio:
Deseo hablaros/ de la fecundidad del árbol, / de la palabra amor que me grita su angustia, / de los frutos que caen mordidos por el viento/ brindándole a la tierra su plenitud de carne. // (Porque Dios se hizo fruto para venir al mundo, / pero el hombre ignoró el dulzor de su pulpa.) «Poema de la fecundidad», fechado el 7 de diciembre de 1948 en Ciudad Trujillo.
Abel Fernández Mejía le implora a la «amada», o a la que piensa creer amar:
Podrías venir ahora que estoy en la noche deseándote aún, / más que ayer/ más que mañana. / Podrías venir, Hermosura Profunda, / en una cualquiera de tus variadas vestiduras, / toda ya negra como la noche o roja tú como el placer/ al cual te pareces/ tan extrañamente. / Para atraerte te ofrecería mis labios casi vírgenes de amor, / mi cuello donde estampar tu mordedura/ o este cuerpo de muchacho blanco/ que empieza a dejar de ser adolescente. «Alguien le escribe a la desconocida. » 
Este poema, posteriormente, aparecerá publicado en su libro Adolescente y Nubes.[4]
No obstante, si aun tenemos dudas sobre esas disquisiciones filosóficas, puritanas, éticas, morales o personales sobre el amor, el adolescente Abel Fernández Mejía, de su puño y letra, nos dice en este manuscrito a lápiz llegado a nuestras manos y desprendido de uno de sus cuadernos poéticos el 27 de junio de 1949, teniendo 18 años de edad que: «El amor platónico no puede existir en hombres sanos, es un amor de enfermos, o una ficción que oculta algo, o, en todo caso una sublimación difícil de amor. El verdadero amor es goce y pasión carnal con la persona amada, delirio y voluptuosidad que en la mujer siempre puede ser satisfecha. »
No fue casualidad, que Abel -obsesionado con la posesión de la «amada» – hiciera esta traducción libre del latín que presentamos de un poema de Petronio (Cayo o Tito Petronio Arbitro (Massalia, 14-Cumas, 65), y que, a su vez, lo ilustrara en uno de los cuadernos donde coleccionaba poemas publicados de otros poetas en los diarios, entre ellos El Caribe. Petronio nos dice:
Suplemento Aquí Cultural, septiembre 1975
«Feo es el coito y su placer es breve,
causa hastío Venus así que termina.
No, entonces, como apasionados libidinosos
bruscos inmediatamente penetremos allí;
pues languidece el amor extinguida la llama;
mas así, así, sin finalizar regocijémonos
y ocultos yazgamos besándonos.
Así no hay sufrimiento ni rubor;
nos gusta, gustó y seguirá gustándonos;
jamás nos decepciona pues que comienza siempre. »
Por otro lado, PAUL CLAUDEL en su obra L`Otage (Acto II –Escena I) expresó sobre cómo los jóvenes se apropian del espacio y del mundo, para hacer hermoso su encuentro que:
¡No se trataba de razón al hermoso sol de ese espléndido verano del año I! ¡Qué bellas fueron       ese año las ciruelas claudias, sólo había que recogerlas, y qué calor hacía!          
¡Señor! ¡Qué jóvenes éramos entonces, el mundo no era lo bastante grande para nosotros! ¡Íbamos a echar por tierra toda la antigualla, íbamos a hacer algo más hermoso!
¡Íbamos a abrirlo todo, íbamos a acostarnos todos juntos, íbamos a pasearnos sin coacción y sin calzones en medio del universo regenerado, íbamos a ponernos en marcha a través de la tierra liberada de los dioses y de los tiranos!
La Revista Janus, en su número 2 correspondiente al mes de Julio-Setiembre de 1965, publicó un monográfico sobre La Historia y la Sexualidad,   que presentaron diciendo «Por primera vez, un estudio completo sobre las relaciones entre la Historia y la Sexualidad». Editada por la Librería Hachette S. A., encontré allí un ensayo de una de las más respetadas novelistas francesas por adopción de entonces, la medievalista e historiadora Zoé Oldenbourg (Petrogrado 1916-Boulogne, Francia 2002) formidablemente escrito, bajo el epígrafe «Los cátaros en el centro del problema”, donde nos habla del «desprecio de la carne», «la santificación de la unión sexual», la «civilización católica medieval», y la herejía cátara.
Abel Fernández Mejía, adolescente, 1948
Oldenbourg nos relata, luego del hallazgo de una crónica de Raúl (Ralph), el abab del pueblo de Coggeshall (Great), situado a orillas del Blackwater, en el condado de Essex de la medieval Bretaña o Inglaterra, que: «En 1175, un joven canónigo llamado Gervais Tilbury, paseándose por los viñedos alrededores de Reims, se encontró con una hermosa joven. Inflamado por el deseo, le habló de tal forma de su amor que la joven se vio obligada a responderle: « Mi buen joven, Dios me guarde de convertirme en vuestra amiga o en la de cualquier otro hombre, porque si llegase a perder mi virginidad, mi cuerpo se corrompería en seguida, y no hay duda que sería condenada al castigo eterno ». Al oír estas palabras el clérigo adivinó que la joven pertenecía a la secta de los publicanos (cátaros), y la denunció al Obispo; de ningún modo intentó la joven negar su «herejía », rehusó renunciar a ella y fue condenada a ser quemada viva. «Fue quemada despertando admiración de muchos, ya que no dejó oír ni suspiros, ni gemidos, ni quejas, pues sufrió el suplico del fuego con constancia y alegría, a semejanza de los mártires de Cristo, pero con la diferencia que éstos morían por la religión cristiana, condenados por paganos. » [5]
La joven fue condenada, entonces, por la Santa Inquisición por negarse -entregándose a un hombre- a perder su virginidad, ya que entonces se pretendía, desde la Iglesia Católica, y desde la época del papa Inocencio III, la «“humanización” de la sexualidad», vista como no pecado  a través de la «trinidad conyugal (el hombre, la mujer y el niño)».
Casi ocho siglos más tardes se editó en París a cargo de la Société du Mercure de France Le Gynécée, de André Rouveyre, con una «Glosa» de Remy de Gourmont, afirmado que: «La mujer, en las actitudes del amor, pierde el dominio de su coquetería. Sus gestos caen a la vez que su ropa. Los griegos la representaban, en ese instante de desnudez, en la postura consabida: un brazo protege los pechos, una mano recata el pubis. » Añadiendo que:
«Vamos, por una vez, a publicar en esta Biblioteca, panteón alegre de autores, pretéritos, la obra de un hombre que todavía vive, de un contemporáneo. Contemporáneo nuestro, y contemporáneo de Eva también. Rouveyre, como todas las criaturas divinizadas por el soplo del genio, está fuera del tiempo. Su libro no es de hoy ni de ayer, de este siglo ni de otro; es de todos los siglos, desde que hubo en el mundo una mujer con las entrañas calcinadas por el fuego lento de la infinita ansia de amar. Es un libro de angustia, de pesadilla, de tormento. No es un libro de voluptuosidad, sino un libro feroz. Es el jardín de los suplicios del amor femenino…».
De este libro (¡fabuloso, por cierto!) se tiraron para los suscriptores 300 ejemplares en papel pluma, y 100 ejemplares en papel registro.
De Amor a quemarropa de Tomás Castro, Editorial Gente hizo una primera edición de 1,000 ejemplares el 20 de Febrero de 1984, compuesto por Aquiles Julián, y diagramado por Juan Acosta, con portada del grabador Frank Almánzar, en aquel entonces uno de los principales artistas dominicanos diseñador de carteles, y en momentos -como expresara el mismo artista visual- que había en Estados Unidos una nueva vanguardia por el cartel (o el afiche), penetrando con una gran fuerza de comunicación en la cotidianidad, en grandes núcleos de poblaciones, en una mayoría poblacional que se acercaba a esta peculiar forma de arte llena de múltiples simbolismo que el arte clásico o tradicional. La población nuestra entonces era de 6.202. 000, con una superficie de 48,  km2.
La edición española de Gineceo se hizo en los talleres tipográficos de El Imparcial, el 14 de febrero de 1921, por la diligencia y cuidado de Joaquín López Barbadillo. La población en Madrid entonces era de 4.826.292 habitantes, con una superficie de 605,77 km2. Luego del tiraje del libro las planchas en madera de los dibujos de Rouveyre fueron destruidas. No así las planchas del libro de Tomás Castro, que hubo que conservar para el tiraje de una segunda edición en agosto de 1984, esta vez de 1,500 ejemplares porque el público lector quedó ávido de leer sus poemas incendiarios.
Es por esto que, puedo afirmar que Amor a quemarropa de Tomás Castro es nuestro primer Gineceo en palabras en el siglo XX, y el de Rouveyre el primer Gineceofrancés en imágenes en el siglo XX.
Tomás Castro (Santo Domingo, 1959) tiene el derecho legítimo de ser un líder en el amor, y por cierto, no del amor platónico, sino del cortesano, puesto que, sin profanar el dominio de Eros se hace acompañar de él, para enamorarse terrenalmente, para representar con provocación a la pasión a través de imágenes-metáforas que se hacen un personaje vivo. Fue Tomás el novel autor que en 1981 escribió el poema «Te amo al 5% e interés» con alegorización no al goce mundano sino a un alegórico  deseo erótico y de los afectos. El mismo apareció publicado en la Revista Letra Grande. Arte y Literatura cuyo Editor-Director era Juan R. Quiñones, e impresa en los talleres de Editorama, S. A., en el número 15, del año II, correspondiente al mes de septiembre de 1981 publicó en las páginas 70 y 71 junto a una brevísima antología de lo que se llamó entonces « «Poemas inéditos» que incluyó: «En cuanto a tu vientre», «Respuestas para una muchacha que se santigua», «Te amo al 5% de interés», «Solo los niños y tus manos» y «Reconocimiento».   De estos cinco primeros poemas solo dos se incluyeron en la primera edición de Amor a quemarropa:    «Solo los niños y tus manos» y «Te amo al 5% de interés», el cual pasamos a citar:
Lupo Hernández Rueda, 1953
Hoy te amo 0.5 más que ayer// y un 100 % más te querré hasta que nuestros ojo se cierren por última vez. [6]
Tomás hizo de la poesía erótica a partir de los 80s un trueno. La acompañó para que no fuera solo recitativa y lírica, de partituras musicales. Sabía de la fuerza de la música, de que no podía entregársela solo al público desde una tramoya, donde el micrófono no permitiera que ella se creciera desde el libre albedrío. La poesía vocal, la poesía a dúo, exteriorizada como un fuego desde las grutas de un acompañamiento hecho espectáculo, fue lo que hizo que la introspección psicológica del autor, y su estética, se hiciera un contenido no solamente lírico, idealizante de ese mundo extremo que pintara desde su affaire con la anatomía femenina. Ya lo dice el poeta:
Con estas manos hechas para ti/ quiero/ uno a uno tocar/ los instrumentos de tu cuerpo// al palparte/ me salen tonos/ partituras/ música en fin/ de todas partes// se precisa un golpe/ de batuta/ para tocarte sin desafinar// estás hecha de violines/ en ti los pájaros ensayan/ sus últimas canciones/ en ti debuta una alta fidelidad/ que termina/ entre mis dedos/ haciéndote fraterna// amo tus instrumentos/ cuando me inundas de sonidos/ cuando tu cuerpo me nombra/ el músico más grande// que nadie se sienta herido/ -ni bach ni beethoven/ ni los trompetistas del juicio final-// eres un concierto/ que sólo yo puedo tocar. «Concierto a puertas cerradas.» DE JUEGOS CORPORALES [7]
La poesía de Tomás, entonces, se hizo además ideológica, venció lo ético-moral, las ideas de damiselas envueltas en ropajes místicos, y se hizo la voz poética más alta ochentista. Escribía para subrayar a la razón volcada en la sin razón, para hacer de lo irreal un fragmento de la realidad. Traía el saber, y los saberes de otros textos poéticos que se cantaron de manera autorreflexiva, y superó el fantasma de los bates del romanticismo criollo, contraponiendo a la apariencia-verdad con lo inédito, volcando su imaginario en los atributos femeniles, no en lo femenino hecho objeto de placer, sino en una escritura que de manera cuasi explícita se hace deidad.
Tomás, «el provocador», como «Heracles, el mejor de los héroes», [8] iba de andanza en solitario colocando en cada esquina de la ciudad, en las de las provincias, y del centro-periférico, otro modelo de canon para decirse como poeta a través de la autobiografía amorosa.
Desnudaba al recato femenino, pero vestía al cuerpo de mujer con sus manos. Se deleitaba enseñándonos que el género poético amoroso requiere de la sinceridad, de anotaciones estéticas que se hagan premisas, no vanidosas ni egoístas. Decía, imploraba, expresaba su deseo dándole validez al sueño, al texto abierto, y a las posibilidades de asombrarnos con el ingenio de su arte.
Máximo Avilés Blonda, a la derecha.
Tomás Castro, «el provocador», como «Heracles, el mejor de los héroes», le dio un nuevo horizonte cultural al libro con Amor a quemarropa.El   poemario dividido en tres partes: «Juegos corporales», «Memorias de un adolescente» y «Atrevimientos» es el texto que alcanzó la mayor resonancia, escrito para sacudirnos de la inercia de la joven poesía o del ámbito mimético de la incipiente generación del 80. No se puede negar que este «studia humanitatis» del amor, con sus expresivas maneras de narrar su encargo de seducir a los lectores, no fue una criatura ficcional, ni un inocente interés de romper con el prurito cristiano o judaico, o el amor cortés del Medioevo.
Tomás quería intensidad expresiva, vivencias amorosas en proceso, estremecimientos desde la experiencia, riqueza imaginativa como registro lingüístico, emergencia de una voz creativa que fundara a la sensualidad desde la provocación. Y así, lo hizo. No es Amor a quemarropa un himno al amor, ni una alabanza al amor. Es por el contrario, el hallazgo de la ventura más hermosa del poeta, y de la menos inolvidable llama de la pasión, donde el amor ambicionado no está ausente, sino al final de un itinerario, al lado de una confidencia que desemboca en una espera, colocando en contraposición cuatro planos: el afectivo, el imaginativo, el sensorial, y el sensual.
Esa voz, esa voz, catreana, de Tomás, que se asimila al fuego, que atraviesa el vivir amatorio, fue un fenómeno editorial en 1984. Alcanzó lo que todo amado, quiere para su amada, la culminación de que la palabra se haga, se sirva de todas las cualidades del decir para transformar a los símbolos, y derramar desde el discurso poético una canción que guarde por entero la infinitud del Universo.
En el mes de septiembre celebramos como una fiesta, la duodécima edición de Amor a quemarropa, que, como ha dicho Carmen Rosa Estrada es «un libro para leerse en la cama», y que al decir nuestro: es el poemario del atrevimiento ochentista, desde el cual Tomás Castro provocó y enfrentó otras autorías poéticas de lenguaje tibio, que se perdieron sin anotaciones ni apostillas, que naufragaron con versos pasmados en la insinceridad del decir, y que pretendieron notoriedad comprando los favores de la crítica mercenaria.
Heracles, el mejor de los héroes
Tomás, que ha sufrido el menosprecio de las cortes canallescas de los impostores poetas, y ha sorteado la villanía grupal de quienes han tomado para sí el rango de semi-dioses, de los que enmascaran su ineptitud para la prosa, pertenece a esa consabida aldea donde viven los nobles de espíritu sin riqueza material acumulada a través de la simulación.
Tomás Castro, luego del éxito alcanzado con Amor a quemarropa, tuvo y ha tenido muy malos imitadores en la Generación del 80, y posterior a ella; y en ellos se ha cumplido la sentencia de Heine sobre sus imitadores: «Sembré dragones y coseché pulgas». [9]
Espero, y confío, que en Tomás Castro se haga realidad por siempre aquella premonición expresada en los Versos de Oro atribuidos a Pitágoras: «(…) cuando después de haberte despojado de tu cuerpo mortal, seas recibido en el aire puro y libre, /Serás un dios inmortal, incorruptible, a quien no dominará la muerte.»
NOTAS
[1] Pablo Neruda. Veinte Poemas de amor y una Canción desesperada. 2da. (Editorial Losada, S. A., Bs. As. Argentina, 1947): 11.
[2] Amor a quemarropa (Santo Domingo: Editorial Gente, 1984): 46.
[3] La Noticia, Año II, número 112 (28-IX-1975):s/n.
[4] Adolescente y Nubes. Poemas (1947-1954). (Ciudad Trujillo: Editores Pol Hermanos, 1958): s/n.
[5] Revista Janus (Librería Hachette S. A., París, 1965): 84.
[6] Amor a quemarropa, 62.
[7] Ibídem, 9-10.
Portada de la revista Janus, 1965
[8] «Heracles, el mejor de los héroes. Fue Heracles, sin duda, el mejor de los héroes. Por su fuerza invencible y por su audacia y esfuerzo. No se trata de un héroe guerrero, sino del que va en solitario limpiando el mundo de monstruos y fieras de uno o de otro confín. En el jardín de las Hespérides, conquista las manzanas de oro y, en el Cáucaso, libera a Prometeo. Baja al Hades a por el fiero Cerbero y osa luchar con la Muerte para rescatar a Alcestis. Con la piel del león nemeo sobre sus hombros y cabeza, empuñado su clava o el arco, Heracles va y viene como incansable peregrino. (…) . » (Carlos García Gual). Dibujos de Will Glasauer. Almanaque Cultural del Círculo de Lectores, 1994, s/l, s/n.
[9] Carlos Marx y Federico Engels. Sobre arte y literatura (Editorial Ciencia Nueva, S. L., Madrid: 1968): 177.
Los manuscritos de textos que acompañan este artículo pertenecen a la Colección Fernández Martínez y Fernández Nivar, a la custodia de Ylonka Nacidit-Perdomo.
Figura III-AAA. El Gineceo, 1921
Figura VII-AAA. El Gineceo, 1921
El Gineceo del Dibujante Andrés Rouveyre, Biblioteca de López Barbadillo. Madrid, 1921. Col. Ylonka Nacidit-Perdomo.

Libro de Abel Fernández Mejía, Adolescente y Nubes, 1958.
Primera página de la edición española de Gineceo, 1921
Manuscrito de Abel Fernández Mejía, 27 de junio, 1949
Manuscrito 29-Alguien le escribe a una desconocida de Abel Fernández Mejía.
Primera página de la Glosa de Remy de Gourmont a la edición francesa de 1909 en París
Manuscrito de Máximo Avilés Blonda, 7 diciembre, 1948
Manuscrito de Máximo Avilés Blonda, 7 diciembre, 1948

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