domingo, 29 de octubre de 2017

Un día como hoy muere Tulio M. Cestero autor de La Sangre

Cestero01

27 octubre, 2017
Por:
El Nacional
e-mail:
redaccion[@]elnacional.com.do
Un día como hoy, 27 de octubre de 1955, muere Tulio Manuel Cestero Leiva, poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, militar, político y diplomático dominicano.
Cestero es el autor de La sangre (1913), una de las mejores novelas de la narrativa dominicana, sobresalió también por sus trabajos de crítica literaria y, en general, por su papel de animador cultural e impulsor de las letras en todo el ámbito hispanoamericano.
Hijo de Mariano Antonio Cestero Aybar y Mercedes Leiva y Puello, le proporcionaron una espléndida formación académica desde que era un niño de corta edad. Pertenecían ambos a la alta burguesía dominicana que había sustituido a la aristocracia española tras la cesión de parte de la isla de Santo Domingo a Francia (1795), para ir asumiendo paso a paso un destacado protagonismo en la vida políticaeconómicasocial y cultural de la joven república durante la segunda mitad del siglo XIX.
Trasladado a la capital del país, en compañía de los suyos, cuando era aún muy niño, cursó sus primeros estudios en el prestigioso colegio de San Luis Gonzaga de Santo Domingo, donde, ya en plena adolescencia, empezó a tomar conciencia política y a relacionarse con las principales figuras de la vida pública de su nación.
En su juventud, merced a la buena posición de su familia, tuvo ocasión de viajar por varios países de Hispanoamérica, donde entró en contacto con numerosos escritores e intelectuales que despertaron su interés por la corriente que, a la sazón, estaba en boga en todas las literaturas escritas en lengua hispana: el Modernismo.
Comenzó entonces a cultivar, dentro de las coordenadas estéticas de dicho movimiento, diferentes géneros literarios, con especial atención al ensayo crítico -Notas y escorzos (Santo Domingo, 1898)- y a la creación poética -Del amor (Santo Domingo, 1901), El jardín de los sueños (Santo Domingo, 1904) y Sangre de primavera: poemas en prosa (Madrid, 1908)-.
En su precoz capacidad de mudar sin problema de un género a otro, el todavía joven Tulio Manuel Cestero brilló también como autor teatral, con una pieza titulada Citérea (Madrid, 1907) en la que volvía a exhibir su perfecta asimilación de los principales rasgos formales y temáticos del Modernismo.
Hombre de Letras en todas sus vertientes, el escritor de San Cristóbal colaboró también asiduamente en algunos de los principales medios de comunicación del ámbito antillano, como los rotativos El Teléfono, El Listín Diario, La Campaña y El Hogar, y la revista Letras y Ciencias.
Tulio Manuel Cestero se dio a conocer como escritor por medio del volumen ensayístico Notas y escorzos (Santo Domingo, 1898), obra en la que hacía gala de una extraordinaria agudeza para la crítica literaria. Más adelante, cuando su ya sólida producción literaria se había adentrado con notable maestría en otros muchos géneros, continuó cultivando la prosa de no-ficción, a la que aportó, entre otras obras, un libro de viajes y testimonios personales, titulado Hombres y piedras: al margen del Baedeker (Madrid, 1915).
Prologada nada menos que por Rubén Darío, esta obra reúne las impresiones y reseñas viajeras acumuladas por Cestero durante los numerosos desplazamientos que, en calidad de diplomático y conferenciante, realizó por diversos países del continente americano.
Mención aparte merece la dedicación del escritor dominicano al complejo género de la biografía, en el que dejó algunas obras maestras, entre ellas el libro consagrado a la vida del genial poeta nicaragüense que era ya un referente universal como maestro indiscutible del Modernismo -Rubén Darío: el hombre y el poeta (La Habana, 1916)-. Muchos años después, publicó un nuevo ensayo biográfico bajo el título de Colón (1933), y pasó, a continuación, a enfrascarse en una densa investigación acerca de la familia de los Borgia, fruto de la cual fue su interesante biografía César Borgia (1935).
Ya se han citado también, en parágrafos anteriores, la pieza teatral y los poemarios publicados por Tulio Manuel Cestero, obras todas ellas que revelan la adscripción del escritor dominicano, en la primera etapa de su carrera literaria, al movimiento modernista. Sin embargo, la lectura de algunas grandes narraciones europeas de finales del siglo XIX -y, muy especialmente, las novelas de Émile Zola- propició su progresiva evolución hacia el Naturalismo, corriente en la que el estilo de Cestero se tornó más depurado, personal y convincente, amén de más adecuado para transformar en material literario lo específicamente dominicano.
Surgieron, dentro de esta nueva línea de trabajo, las dos grandes obras maestras de Tulio Manuel Cestero, ambas pertenecientes al género de la prosa de ficción. En ellas, el autor de San Cristóbal logró reflejar con sumo acierto y gran destreza expresiva las vicisitudes de la burguesía dominicana, enfrascada por aquel tiempo en la construcción de una identidad nacional que le asegurase el control político y económico de la nación.
La primera de estas dos grandes narraciones, publicada bajo el título de Ciudad romántica (París, 1911), es realmente un texto donde la descripción supera con creces los aspectos puramente narrativos, de acuerdo con un planteamiento inicial que eleva a la ciudad de Santo Domingo a la categoría de protagonista de la novela. En efecto, Cestero no sólo reproduce morosamente el paisaje, la arquitectura y otros aspectos de la geografía física de la capital, sino que refleja también la riqueza cultural y las vivencias cotidianas de sus gentes, en un claro intento de poner de manifiesto la belleza y amenidad de ciertos lugares o determinados usos, con los aspectos más crudos y sórdidos de esa misma realidad urbana. Hay, desde luego, por detrás de ese protagonismo excepcional de la ciudad y las formas de vida que ella propicia, una trama narrativa sostenida por un triángulo amoroso que tendrá consecuencias fatales (todo ello, como se ve, en la línea de la novela realista y naturalista europea); pero el peso de esta anécdota argumental es ciertamente leve en comparación con la importancia concedida por Cestero a la descripción de la ciudad, su historia y sus gentes.
Dos años después de la publicación de Ciudad romántica, Tulio Manuel Cestero regresó a los anaqueles de las librerías con la que habría de ser considerada, unánimemente, como su obra maestra. Se trata de la excepcional novela titulada La sangre, cuya primera versión vio la luz en Santo Domingo en 1913, aunque un año más tarde apareció París en una segunda versión, convenientemente corregida por el propio autor. Obra de plena madurez creativa, donde se hace patente la riqueza expresiva del estilo propio del autor -a veces crudo y descarnado como exigen los cánones del Naturalismo, pero sin perder nunca el rutilante esplendor del colorido aprendido durante su fase modernista-, La sangre pone también de relieve la compleja problemática de la burguesía dominicana, y se erige en una de las grandes novelas que ponen de manifiesto la existencia de una específica identidad nacional.
Al ensanchar notablemente los límites espaciales en relación con su novela anterior -puesto que esta nueva obra transcurre tanto en el ámbito urbano como en amplias zonas rurales-, Cestero multiplica la riqueza y variedad de enfoques descriptivos y expresivos, así como el número de matices psicológicos que cabe achacar a los diferentes personajes que pueblan sus páginas. Esta multiplicidad de espacios y ambientes le permite, asimismo, dar cabida en La sangre a toda la amplia gama de niveles y registros del habla que conformaban la pluralidad lingüística dominicana a finales del siglo XIX, desde el lenguaje culto hasta el registro coloquial, pasando por amplias variedades urbanas y campesinas. Y, al hilo de esta enorme riqueza lingüística, surgen de continuo en boca de los diferentes personajes abundantes rasgos de oralidad, como proverbios y refranes, voces de jerga picaresca o términos tan específicos del habla de la isla que pueden ser considerados dominicanismos propiamente dichos. Consciente, en fin, de la amplia gama de matices léxicos y expresivos que está presente en La sangre, Cestero se deja llevar por el vértigo de la creatividad lingüística y adorna su estilo con una gran profusión de recursos semánticos (juegos de palabras, paralelismos léxicos, etc.) que embellecen notablemente la dimensión formal de la novela, al tiempo que ponen de manifiesto algunos de los aspectos más destacados de su trama argumental.
Respecto a dichos contenidos temáticos y argumentales, cabe insistir, una vez más, en la constante preocupación del escritor de San Cristóbal por poner de manifiesto en sus obras las tensiones y contradicciones internas dentro de la clase social a la que pertenece. Aquí, en un marco histórico dominado por la opresión dictatorial del segundo mandato presidencial de Ulises Heureaux, se alza la voz de Antonio, el protagonista de la novela, quien se encarga de mostrar el caos ideológico en que naufraga la burguesía dominicana durante dicho régimen (1887-1899). Por un lado, un facción destacada de esta clase social, so pretexto de defender el progreso y la modernización del país, negocia la soberanía nacional mientras sella múltiples alianzas con el capitalismo extranjero; y, por otra parte, otra facción de la burguesía (en la que está incluido Antonio) defiende la posibilidad de implantar un modelo liberal de corte genuinamente dominicano, una especie de liberalismo-nacionalista que, a tenor de lo que va reflejando la trama argumental, parece condenado a un irremisible fracaso.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario