La reconciliación ¿una cuestión necesaria?
Hoy en día conceptos como reconciliación, justicia, paz y perdón son poco frecuentados. Memoria, verdad y justicia aparecen con fuerza y son sostenidas con fervor en algunos ámbitos. ¿Acaso son antagónicas? En circunstancias en que nuevamente han aparecido disensos y otra vez afloran resabios de enfrentamientos e imágenes de grietas y fracturas, puede ser oportuno registrar algunos puntos a tener en cuenta, a modo de notas en borrador de una cuestión compleja.
Una primera consideración entonces es si esos cuatro conceptos aún tienen vigencia o han sido dejados de lado en la agenda pública. Sucede que “no siempre se renuncia al objetivo de la reconciliación, pero se difiere sine die o se da por cancelado apresuradamente”. Más allá de si ello sucede o no en nuestro país, tema sobre el que volveremos, conviene aclarar que la cita pertenece al libro La reconciliación, publicado por Salterrae en 2013 e impreso en esta ciudad por Ágape. Su autor es Juan María Uriarte, que se autodefine como un obispo español jubilado. Se trata de un libro escrito con lenguaje sencillo y accesible. También es minucioso y pormenorizado y articula con bastante éxito características de manual como de compendio. Aunque enfocado sobre todo en la situación del País Vasco, tiene aportes más universales que resultan de interés pues pueden ser disparadores de ejercicios de reflexión e instalación de temas complejos y difíciles. De su lectura surgen insumos como para reflexionar sobre oportunidades y modos de llevar o no adelante propuestas acerca de la reconciliación.
Analizar estos temas puede parecer un mero ejercicio abstracto, si no una utopía. No pocos analistas descreerán del valor y validez de esfuerzos cuyo objetivo es la reconciliación social y política, sea por inútil o baladí o simplemente por inviable, argumentando que la lucha por el poder sobre los demás, connatural a la especie humana, siempre conducirá a conflictos y antinomias y que es difícil siquiera imaginar una sociedad sin antagonismos. Teniendo presente, claro está, que ello depende en mucho del alcance que se le pretenda dar a la reconciliación, a la situación que se intente resolver con ella, o al objeto del que se predique. Por caso, la llamada grieta que hasta fue propuesta en nuestro país como cuestión a resolver –frente a la virulencia alcanzada y patrocinada por unos y otros– y se planteó como meta en promesa de campaña por la coalición gobernante, quedaría aquí fuera de materia, pues se trataría más de un intento de acercamiento entre visiones políticas y posicionamientos ideológicos que una cuestión de derechos humanos, que son sin duda el tema más central en esta cuestión (y por más que hayan querido ser apropiados desde una bandería).
Pero más allá de descreimientos, o de descartarla por ilusoria, ¿se ha dejado de lado la reconciliación en la Argentina? Parece que no del todo, al juzgar por algunos intentos aislados de trabajar en o hacia ella.
Convengamos que lo que signifique o se interprete por reconciliación estará siempre en el límite entre lo sagrado y lo profano, entre el campo de lo religioso y el de la política, y el concepto estará referenciado como un pedido de iglesias, relacionado con las creencias religiosas, lo que “genera sospecha y rechazo”. En efecto, no deja de ser una situación bastante ambigua que puede explicar en parte esa distancia focal o desdibujamiento del tema al que aludimos en las primeras líneas.
¿Qué es y qué comporta la reconciliación? Uriarte la define como el “proceso por el que los grupos enfrentados deponen una forma de relación destructiva y sin salida, y asumen otra forma constructiva de reparar el pasado, de edificar el presente y de preparar el futuro”.
Aceptar esta definición acarrea necesariamente un reconocimiento básico: “el primado de la persona humana por encima de otra causa o motivación”, que es como decir que “ninguna instancia humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes”. Descubrir y aceptar condición de persona es el primer paso necesario a dar y allí no caben descalificaciones de ninguna clase al adversario.
Son varias las cuestiones que se señalan en el libro que contribuyen a que la reconciliación sea postergada frente a urgencias más actuales:
o Es innecesaria ya que “sería mejor recluir el perdón en la vida privada y afirmar el imperio de la justicia en la vida pública”, cita Uriarte.
o La reconciliación contraviene a la justicia, ya que evitaría el condigno castigo y esta falta de reparación ofendería a las víctimas.
o “Es más realista conformarse con un ‘arreglo’ y renunciar a un ‘acuerdo’”.
o Es escaso el interés que los afectados por la violencia pueden tener por la necesidad de mantener fidelidad con sus deudos.
o Se puede sentir como una imposición.
o Se trata más bien de una exigencia cristiana y no de un requerimiento del campo socio político. Como vimos, bien cita Uriarte que “una razón para que el perdón sea un extraño candidato para ocupar un lugar central en política es su asociación exclusiva durante mucho tiempo con el vocabulario de la religión”.
Todas buenas razones para dejar de lado la reconciliación.
Habíamos visto en la definición la connotación “sin salida”. Resulta buen rasero para discernir sobre la oportunidad de la reconciliación. Aquí hay dos cuestiones. Una es recordar que Uriarte trabajó el concepto en el marco histórico y actual del País Vasco. La otra es que en nuestro país los enfrentamientos y distanciamientos no tuvieron el alcance de aquéllos, sin por ello disminuir su relevancia e importancia, y no forman parte del presente –sí sus consecuencias generacionales–. Y aquí inmediatamente aparecen dos ámbitos de aplicación en los que en la Argentina la reconciliación podría tener plaza. Uno es el de los derechos humanos, y el otro –por decirlo de un modo general–, la distribución del ingreso, tema que subyace en todos los enfrentamientos y antagonismos que hemos tenido en la historia de nuestro país, aunque estemos muy lejos aún de reconciliarnos con esas cuestiones cuando todavía se discute cómo enfrentar la pobreza. Claramente los enfrentamientos y luchas por el poder entre facciones y aun los que últimamente dividen y oponen a la sociedad no serían materia de reconciliación. El ejercicio democrático pleno sigue siendo la vía de resolución; en particular si, como se empieza a vislumbrar, la Justicia se encamina focalizándose fuertemente en lo que le es propio y específico.
Uriarte se detiene en señalar a aquellos grupos de la sociedad civil que por la densidad de su responsabilidad ciudadana necesariamente pueden contribuir más con una estrategia definida de reconciliación: las universidades, los profesionales del derecho, los medios de comunicación social, los docentes (a quienes dedica un capítulo aparte por la importancia que tienen en estos procesos), los municipios y los barrios. Y hablando de responsabilidad, hace un fuerte señalamiento: “La tarea de reconocimiento y reparación corresponde (aunque en grado diferente) a todos aquellos que por acción u omisión no han estado a la altura de su responsabilidad cívica y moral”.
La idea de diseñar proyectos apuntados a (o dentro de) la lógica de la reconciliación es poderosa y al parecer fructífera. Hay países como Colombia, que sufrió fuertes enfrentamientos de largo alcance y aún actuales, y que han elegido como política de Estado el desarrollo de este tipo de proyectos. Los hay de lo más diversos, muy centrados en lo vecinal, lo grupal, tanto en el campo de la cultura, la educación como el desarrollo económico. Existen alrededor de 370 proyectos en ejecución identificados expresamente para sostener su programa de reconciliación y que funcionan bajo la consigna de que “aportan a la reconciliación de Colombia”, y que buscan “reconstruir el tejido social afectado por la violencia generada por el conflicto armado, incentivando el respeto por el otro y la confianza entre todos los actores sociales”. Tienen su propia financiación, que facilita “el acceso de las organizaciones del sector privado, sociedad civil y academia a recursos de capital y técnicos para el fortalecimiento de proyectos empresariales o sociales que aporten a la reconciliación”. En ese fondo interactúan más de 250 organizaciones civiles y agrupan en calidad de beneficiarios al 8,5% de la población colombiana.
Uriarte sostiene que “la futura sociedad no será reconciliada si no se instaura desde la familia, la escuela, los movimientos sociales, los medios de comunicación social y la cooperación de la comunidad cristiana la cultura del perdón”. Agregaría empresas y sindicatos e insistiría en que se convirtiera en una política de Estado.
Este libro suscita reflexiones; pocas aquí por razones de espacio. En momentos en que hay intentos de cambiar modos y maneras de gestionar el Estado y se ensayan caminos de independencia real de poderes y de seriedad en el manejo de la res publica, da ocasión de preguntarse si estos esfuerzos de instalar el tema de la reconciliación merecen la pena. La respuesta parece tan fácil como decir que una Argentina reconciliada siempre es mejor, y tan difícil como para preparar y recorrer los caminos que conducirían a ella. Caminos que no pueden ser aislados, ni provenir desde un solo lugar o de grupos restringidos. Es absolutamente impensable transitarlos sin un esfuerzo conjunto, compartido, sostenido y asumido por toda la sociedad, y debe quedar claro el rol colaborativo de la Iglesia, sin pretender erigirse en rectora ni en suplir al Estado.
Reconciliación es un concepto muy amplio y variado; resulta difícil imaginar hoy en día una aplicación programática de ella, pero ciertamente hay espacios que pueden y deben ser explorados en pos de una mayor armonía entre quienes
Una primera consideración entonces es si esos cuatro conceptos aún tienen vigencia o han sido dejados de lado en la agenda pública. Sucede que “no siempre se renuncia al objetivo de la reconciliación, pero se difiere sine die o se da por cancelado apresuradamente”. Más allá de si ello sucede o no en nuestro país, tema sobre el que volveremos, conviene aclarar que la cita pertenece al libro La reconciliación, publicado por Salterrae en 2013 e impreso en esta ciudad por Ágape. Su autor es Juan María Uriarte, que se autodefine como un obispo español jubilado. Se trata de un libro escrito con lenguaje sencillo y accesible. También es minucioso y pormenorizado y articula con bastante éxito características de manual como de compendio. Aunque enfocado sobre todo en la situación del País Vasco, tiene aportes más universales que resultan de interés pues pueden ser disparadores de ejercicios de reflexión e instalación de temas complejos y difíciles. De su lectura surgen insumos como para reflexionar sobre oportunidades y modos de llevar o no adelante propuestas acerca de la reconciliación.
Analizar estos temas puede parecer un mero ejercicio abstracto, si no una utopía. No pocos analistas descreerán del valor y validez de esfuerzos cuyo objetivo es la reconciliación social y política, sea por inútil o baladí o simplemente por inviable, argumentando que la lucha por el poder sobre los demás, connatural a la especie humana, siempre conducirá a conflictos y antinomias y que es difícil siquiera imaginar una sociedad sin antagonismos. Teniendo presente, claro está, que ello depende en mucho del alcance que se le pretenda dar a la reconciliación, a la situación que se intente resolver con ella, o al objeto del que se predique. Por caso, la llamada grieta que hasta fue propuesta en nuestro país como cuestión a resolver –frente a la virulencia alcanzada y patrocinada por unos y otros– y se planteó como meta en promesa de campaña por la coalición gobernante, quedaría aquí fuera de materia, pues se trataría más de un intento de acercamiento entre visiones políticas y posicionamientos ideológicos que una cuestión de derechos humanos, que son sin duda el tema más central en esta cuestión (y por más que hayan querido ser apropiados desde una bandería).
Pero más allá de descreimientos, o de descartarla por ilusoria, ¿se ha dejado de lado la reconciliación en la Argentina? Parece que no del todo, al juzgar por algunos intentos aislados de trabajar en o hacia ella.
Convengamos que lo que signifique o se interprete por reconciliación estará siempre en el límite entre lo sagrado y lo profano, entre el campo de lo religioso y el de la política, y el concepto estará referenciado como un pedido de iglesias, relacionado con las creencias religiosas, lo que “genera sospecha y rechazo”. En efecto, no deja de ser una situación bastante ambigua que puede explicar en parte esa distancia focal o desdibujamiento del tema al que aludimos en las primeras líneas.
¿Qué es y qué comporta la reconciliación? Uriarte la define como el “proceso por el que los grupos enfrentados deponen una forma de relación destructiva y sin salida, y asumen otra forma constructiva de reparar el pasado, de edificar el presente y de preparar el futuro”.
Aceptar esta definición acarrea necesariamente un reconocimiento básico: “el primado de la persona humana por encima de otra causa o motivación”, que es como decir que “ninguna instancia humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes”. Descubrir y aceptar condición de persona es el primer paso necesario a dar y allí no caben descalificaciones de ninguna clase al adversario.
Son varias las cuestiones que se señalan en el libro que contribuyen a que la reconciliación sea postergada frente a urgencias más actuales:
o Es innecesaria ya que “sería mejor recluir el perdón en la vida privada y afirmar el imperio de la justicia en la vida pública”, cita Uriarte.
o La reconciliación contraviene a la justicia, ya que evitaría el condigno castigo y esta falta de reparación ofendería a las víctimas.
o “Es más realista conformarse con un ‘arreglo’ y renunciar a un ‘acuerdo’”.
o Es escaso el interés que los afectados por la violencia pueden tener por la necesidad de mantener fidelidad con sus deudos.
o Se puede sentir como una imposición.
o Se trata más bien de una exigencia cristiana y no de un requerimiento del campo socio político. Como vimos, bien cita Uriarte que “una razón para que el perdón sea un extraño candidato para ocupar un lugar central en política es su asociación exclusiva durante mucho tiempo con el vocabulario de la religión”.
Todas buenas razones para dejar de lado la reconciliación.
Habíamos visto en la definición la connotación “sin salida”. Resulta buen rasero para discernir sobre la oportunidad de la reconciliación. Aquí hay dos cuestiones. Una es recordar que Uriarte trabajó el concepto en el marco histórico y actual del País Vasco. La otra es que en nuestro país los enfrentamientos y distanciamientos no tuvieron el alcance de aquéllos, sin por ello disminuir su relevancia e importancia, y no forman parte del presente –sí sus consecuencias generacionales–. Y aquí inmediatamente aparecen dos ámbitos de aplicación en los que en la Argentina la reconciliación podría tener plaza. Uno es el de los derechos humanos, y el otro –por decirlo de un modo general–, la distribución del ingreso, tema que subyace en todos los enfrentamientos y antagonismos que hemos tenido en la historia de nuestro país, aunque estemos muy lejos aún de reconciliarnos con esas cuestiones cuando todavía se discute cómo enfrentar la pobreza. Claramente los enfrentamientos y luchas por el poder entre facciones y aun los que últimamente dividen y oponen a la sociedad no serían materia de reconciliación. El ejercicio democrático pleno sigue siendo la vía de resolución; en particular si, como se empieza a vislumbrar, la Justicia se encamina focalizándose fuertemente en lo que le es propio y específico.
Uriarte se detiene en señalar a aquellos grupos de la sociedad civil que por la densidad de su responsabilidad ciudadana necesariamente pueden contribuir más con una estrategia definida de reconciliación: las universidades, los profesionales del derecho, los medios de comunicación social, los docentes (a quienes dedica un capítulo aparte por la importancia que tienen en estos procesos), los municipios y los barrios. Y hablando de responsabilidad, hace un fuerte señalamiento: “La tarea de reconocimiento y reparación corresponde (aunque en grado diferente) a todos aquellos que por acción u omisión no han estado a la altura de su responsabilidad cívica y moral”.
La idea de diseñar proyectos apuntados a (o dentro de) la lógica de la reconciliación es poderosa y al parecer fructífera. Hay países como Colombia, que sufrió fuertes enfrentamientos de largo alcance y aún actuales, y que han elegido como política de Estado el desarrollo de este tipo de proyectos. Los hay de lo más diversos, muy centrados en lo vecinal, lo grupal, tanto en el campo de la cultura, la educación como el desarrollo económico. Existen alrededor de 370 proyectos en ejecución identificados expresamente para sostener su programa de reconciliación y que funcionan bajo la consigna de que “aportan a la reconciliación de Colombia”, y que buscan “reconstruir el tejido social afectado por la violencia generada por el conflicto armado, incentivando el respeto por el otro y la confianza entre todos los actores sociales”. Tienen su propia financiación, que facilita “el acceso de las organizaciones del sector privado, sociedad civil y academia a recursos de capital y técnicos para el fortalecimiento de proyectos empresariales o sociales que aporten a la reconciliación”. En ese fondo interactúan más de 250 organizaciones civiles y agrupan en calidad de beneficiarios al 8,5% de la población colombiana.
Uriarte sostiene que “la futura sociedad no será reconciliada si no se instaura desde la familia, la escuela, los movimientos sociales, los medios de comunicación social y la cooperación de la comunidad cristiana la cultura del perdón”. Agregaría empresas y sindicatos e insistiría en que se convirtiera en una política de Estado.
Este libro suscita reflexiones; pocas aquí por razones de espacio. En momentos en que hay intentos de cambiar modos y maneras de gestionar el Estado y se ensayan caminos de independencia real de poderes y de seriedad en el manejo de la res publica, da ocasión de preguntarse si estos esfuerzos de instalar el tema de la reconciliación merecen la pena. La respuesta parece tan fácil como decir que una Argentina reconciliada siempre es mejor, y tan difícil como para preparar y recorrer los caminos que conducirían a ella. Caminos que no pueden ser aislados, ni provenir desde un solo lugar o de grupos restringidos. Es absolutamente impensable transitarlos sin un esfuerzo conjunto, compartido, sostenido y asumido por toda la sociedad, y debe quedar claro el rol colaborativo de la Iglesia, sin pretender erigirse en rectora ni en suplir al Estado.
Reconciliación es un concepto muy amplio y variado; resulta difícil imaginar hoy en día una aplicación programática de ella, pero ciertamente hay espacios que pueden y deben ser explorados en pos de una mayor armonía entre quienes
1.X. Etxeberria, “Perspectivas políticas del perdón”, en El perdón en la vida pública, Univ. de Deusto, Bilbao 1999.
2.D.W. Schriver, An Ethic for Enemies. Forgiveness in Politics. Oxford Univ. Press, 1998.
3. Punto final quiso decir basta con esto, enterremos el tema tal y como está, no hablemos más de ello. Nunca más quiere decir no volvamos a repetirlo; aceptarlo como fue, reconociendo que es un error en el que de ninguna manera se debe incurrir.
4. http://www.reconciliacioncolombia.com/web/bproyectos
2.D.W. Schriver, An Ethic for Enemies. Forgiveness in Politics. Oxford Univ. Press, 1998.
3. Punto final quiso decir basta con esto, enterremos el tema tal y como está, no hablemos más de ello. Nunca más quiere decir no volvamos a repetirlo; aceptarlo como fue, reconociendo que es un error en el que de ninguna manera se debe incurrir.
4. http://www.reconciliacioncolombia.com/web/bproyectos
http://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2016/05/31/la-reconciliacion-una-cuestion-necesaria/
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