sábado, 27 de enero de 2018

Los haitianos y el Gobierno de los locos en Trementina, Clerén y bongó El Gobierno de Rodolfo también tiene que lidiar con la irracionalidad y, sin embargo, ciertos locos son dejados en sus celdas. La libertad no podía ser irracional; otros, los más cuerdos o los normales habían decidido quiénes podían quedar completamente libres y cuáles no. Con esta acción no solo los tribunales y los médicos y los familiares diagnosticaban las enfermedades mentales; sino que, en la urgencia revolucionaria, su poder tomaba medidas que tendían a dominar la irracionalidad bajo una cierta razón de poder y de dominio. Rodolfo determinó, luego de un análisis, quién debía permanecer en su celda.

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El reparto de la tierra dirige la acción política hacia el proyecto campesino. La posesión de la tierra en minifundios era, por una parte, la salida individual y, por otra, la condena del colectivo nacional en la medida en que no les permitió su desarrollo de la economía cuando no existía una producción intensiva.
Los haitianos, que ya tenían su espacio fuera del manicomio donde se organizaron siguiendo cierta lógica identitaria, pedían un conveniente acomodo al nuevo jefe. Esta petición parecía una forma de reconocimiento del poder de Rodolfo. Pero las diferencias entre dominicanos y haitianos van a reproducir todos los elementos que caracterizan la masacre de 1937.
En otras palabras, la obra de Julio González Herrera es en miniatura una representación de la tragicomedia del país. Los haitianos desatan la lucha con los dominicanos cuando comienzan los robos. La determinación de los haitianos como ladrones, es ya una moneda de cambio y se roban el ganado en la frontera, toman tierras o se roban el espacio en el que viven, la porción de la isla (Prestol Castillo, “El Masacre se pasa a pie”). Entonces el discurso antihaitiano encuentra una justificación, la que desatará una serie de acciones operativas que alienta el conflicto entre ambos grupos.
Las diferencias entre los dominicanos y los haitianos afloran, en primer lugar, por los elementos fenotípicos que los diferencian, por los elementos civilizatorios; pero sobre todo, por el eurocentrismo que manejan los discursos antihaitanos que ven a estas antiguas comunidades de origen africano como menos civilizadas y muy centradas en su religiosidad, como lo es el vudú.
El discurso literario reproduce todos los prejuicios que la clase dominante y la población ignorante reproducen a favor del dominio del espacio en La Española intervenida por un grupo extraño a su propia cultura. El Gobierno de los haitianos no es un Gobierno civil como el que pretende Rodolfo. El Gobierno de las comunidades africanas o negras en el Caribe es un Gobierno religioso. Y la novela es interesante en la medida en que el autor ha sabido, a través de las acciones y las acotaciones del narrador heterodiegético, plasmar una religión que tiene su origen de Dahomey (Price Mars, 1928). Dice González Herrera: “La verdad es que el haitiano nunca ha sido comprendido por el dominicano, que se ve en su actitud sumisa e hipócrita y en sus extrañas prácticas, algo tenebroso y desconcertante” (159).
El jefe de los haitianos, en su propia persona, reúne las condiciones para que se le vea a través del cristal de los prejuicios. Papá Oguís es el Papa Bocó, respetado y temido por sus compatriotas, organiza la comunidad haitiana, aplica las prácticas de la religión vudú y es descrito como un ser diabólico horripilante y capaz de mantener el poder sobre todas las cosas. En él se encarna al otro dictador el doctor Jean Claude Duvalier, que unió la religión haitiana al dominio férreo de su pueblo.
Entre los grupos dominicanos y haitianos no hay punto de convergencia. Ambos están separados, aunque mantengan una entente con el Gobierno de Rodolfo, quien organiza una policía para ejecutar la lógica del poder. Pero los haitianos dejan las instalaciones del Manicomio Modelo y se internan en el bosque donde pueden vivir una vida con la naturaleza y poner en práctica sus ritos. Pronto aparecen los incidentes entre ambos grupos. Los dominicanos luchan por el poder, la ciencia y una vida democrática, pero los haitianos luchan por mantener su comunidad a partir de un conjunto de prácticas religiosas e identitarias. Solo Goyita parece más imbuida en una visión de religiosidad popular a través de su devoción a la Virgen de la Altagracia. Y esta es la que simboliza una respuesta religiosa al vudú haitiano.
Pereira, que había sido militar en Dajabón y era ahora en el Gobierno de Rodolfo el jefe de la policía, mantiene el discurso del poder, tal como lo presenta Prestol Castillo en “El Masacre se pasa a pie” (1973). “Lo que sí yo sé, dijo Pereira doctoralmente, es que esos haitianos son amigos de lo ajeno… Sí… Yo viví mucho tiempo cerca de Dajabón en la frontera, y no había noche que no se pasaran por la línea a robar ganado, gallinas y víveres de los dominicanos. ¡Yo me corto la cabeza si no fueron ellos!” (202). Es el robo la base del discurso moralizante sobre los haitianos el que desata la lucha en el manicomio, como el que sirvió de justificación a las acciones en la frontera. Rodolfo busca entonces dar un escarmiento a los haitianos. El poder en el manicomio sigue siendo un poder que refuerza la ideología de Trujillo y justifica la masacre. Ante esto interviene Charlotte para buscar el perdón a los haitianos. La joven norteamericana, que fue raptada por Rodolfo, parece ser el símbolo del Gobierno estadounidense que busca el entendimiento entre haitianos y dominicanos.

Cuando Rodolfo desiste de aplicar un castigo ejemplarizador al haitiano que se acusa de haber sustraído bienes de los dominicanos, el gobernante de los orates responde con las mismas ideas que propagaba el trujillismo: “Pero yo no me debo a mis deseos ni a los tuyos, sino a los de esta comunidad que dirijo, que pide justicia contra un hecho delictuoso. ¡Sin justicia no puede haber orden, y sin orden la libertad se convierte en libertinaje!”. Orden y libertad contra las revoluciones (libertinaje) eran los dos conceptos recurrentes en la dictadura. Aunque lo niega y critica, el discurso de González Herrera en “Trementina, clerén y bongó”, confirma las ideologías de la Era de Trujillo.
Lo anterior se echa de ver cuando presenta la aparición de un zombi. La ceremonia vudú le permite también al narrador figurar las formas mágico-religiosas de los haitianos y desplegar un discurso civilizatorio en el que el eurocentrismo ve al Otro como salvaje. Los dominicanos no pueden entender a los haitianos. Esa dificultad parece ser el corolario epistémico más importante. Solo los estadounidenses (Charlotte, 238) son capaces de entenderlos a ambos. La presencia haitiana en la isla-manicomio tiene tangencias con la irracionalidad de nuestras políticas en La Española, en la isla entera.
Lengua, cultura, prácticas religiosas, formas morales parecen ser los elementos que separan a haitianos y dominicanos. La haitiana que no se desarraiga de sus orígenes. La magia, el vudú y las prácticas maravillosas la hace ser una comunidad unida, que se defiende de los dominicanos a quienes “odian” por ser blancos o mulatos (237). Mientras el dominicano busca una occidentalización que no puede encontrar en la educación, el Gobierno democrático y el olvido de su pasado africano.
La novela de González Herrera es un micromundo que refiere al mundo dominicano. Y en este aspecto es una obra muy actual y digna de una lectura más detenida.
Publicado el: 27 enero, 2018
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