El jugoso y perverso negocio de los bomberos en la Antigua Roma.
Posted On by Jesús García Barcala
En diversas ocasiones nos hemos referido a la cultura romana, especialmente a aquellos aspectos relacionados con el comportamiento de la sociedad propiamente dicha, y menos a los grandes eventos políticos y militares, por la razón de que existen ya muchas fuentes dedicadas a estos últimos. Hoy son los primeros bomberos de los que tenemos noticia en la antigua Roma quienes reclaman nuestra atención. Como casi siempre, es un tema conocido por los estudiosos asiduos a esta gran civilización, http://www.cienciahistorica.com/2015/09/17/perverso-negocio-de-bomberos-en-la-antigua-roma/pero menos por el público en general, y eso lo hace más atractivo.
Craso el millonario
Para contar esta historia es preciso revisar la vida de uno de los personajes más controvertidos de los últimos años de la República, Marco Licinio Craso, uno de los políticos más influyentes de su época, y también de los más ricos (léase, corrupto). Su fortuna, calculada por Plinio en unos 200 millones de sestercios, o por Plutarco, quien habla de 7,100 talentos (alrededor de 8,400 millones de Dólares en la actualidad), le otorga el título del hombre más rico de la historia de Roma, y uno de los más ricos del mundo. El mismo Plutarco nos dice que Marco Licinio obtuvo su fortuna por medio de “ignis et rapina”, fuego y pillaje, lo que nos lleva a entrar directamente en el tema.
Marco Licinio llegó al poder como comandante militar en la dictadura de Lucio Cornelio Sila en la tercera década del siglo I a.de C. Craso era hijo de una familia acomodada, siendo su padre Cónsul y Censor. Las guerras internas entre Cayo Mario y Sila, ofrecieron la oportunidad al joven Licinio para distinguirse en el campo de batalla, y tuvo la suerte de haber elegido el bando vencedor.
Al final del conflicto, las arcas del estado quedaron vacías, al igual que las de muchas familias que vieron destruidos sus hogares. Los perdedores fueron proscritos, o mejor dicho, asesinados, por órdenes de Sila, y aquí Marco Licinio vio un filón. Aprovechando su poder y la situación desesperada de las familias de los proscritos, Marco compró los terrenos de estas ofreciendo precios muy bajos, bajo amenaza de perderlo todo sin una indemnización. Pronto amasó una enorme fortuna.
Nicho de negocio
No conforme con ello, y con una perversa visión de negocios, Marco se dio cuenta de que en Roma hacía falta solucionar el gran problema de los incendios, constante en todas las etapas de la República y del Imperio. Detectando el nicho, Marco Licinio decidió formar un cuerpo de bomberos con unos 500 miembros especializados. Ahora bien, no era un servicio público, sino privado y mucho menos gratuito, todo lo contrario. La brigada estaba preparada para acudir a cualquier incendio en todo momento, y puntualmente lo hacía.
El problema era que, al llegar, en lugar de ponerse a faenar para apagar el fuego, el jefe de la brigada negociaba con el dueño del inmueble un precio por prestar el servicio, un precio tan alto que estaba destinado a ser rechazado en un primer momento. Todo mientras el edificio se consumía bajo las llamas. Si el dueño finalmente aceptaba el precio, los bomberos hacían su trabajo, si no, dejaban que el fuego hiciese su trabajo, y cuando ya sólo quedaban las cenizas, el mismo jefe de brigada compraba el terreno por un precio irrisorio. No está mal, ¿verdad?
Bomberos públicos
No fue hasta el año 5 de nuestra era que el Emperador Augusto creó el primer cuerpo público de bomberos, los llamados vigiles, quienes organizados en cohortes y centurias, patrullaban la ciudad, especialmente por la noche, llevando consigo equipos de extinción de incendios, bombas, supervisadas por los aquari y operadas por los siphonari, cubos, palas, picos ganchos y en ocasiones hasta ballestas para derribar muros peligrosos. Las cohortes llevaban su propio equipo médico y hasta un capellán. Cabe decir que Augusto se había inspirado en las brigadas de bomberos de Alejandría, en Egipto.
Volviendo a Marco Licinio Craso, no cabe duda que se forró con las desgracias de los demás, y su fortuna le ayudó a obtener aún más poder cuando se unió a Julio César y Pompeyo para formar el Primer Triunvirato, terminando así con la larga historia de la República. A su muerte, Julio César decidió cruzar el Rubicón, eliminar a Pompeyo y alzarse como Dictator. Eso sí, su fortuna se quedó en esta Tierra.
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