domingo, 18 de febrero de 2018




César CerveraActualizado:

«Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo [...]. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla», advirtió el mariscal Gilles de Rais poco antes de ser ejecutado en 1440. Suponía Gilles que torturar, violar y matar (no siempre en este orden) a 150 niños es lo que sueña y haría cualquier hijo de vecino si pudiera.
¿Qué ocurre cuándo un psicópata pertenece a la aristocracia? ¿Qué ocurre cuando puede matar sin consecuencias? Esta es la historia de cómo uno de los hombres más poderosos de la Francia medieval asesinó impunemente durante décadas por pura diversión, hasta que sus crímenes adquirieron la categoría de masacre y resultaron demasiado oscuros.
Gilles de Montmorency-Laval nació en la torre negra del castillo de Champtocé en 1404, siendo uno de los dos hijos resultantes del matrimonio entre Guy de Rais y la hija de su peor enemigo, Jean de Craon. Las familias pactaron este matrimonio pensando que el enlace pondría fin a una larga enemistad. Por el contrario, Gilles y su hermano quedaron pronto huérfanos de padre y madre; y lo que es peor, bajo la custodia del oscuro e intrigante abuelo materno que tanto odiaba su padre. Traicionando el testamento del padre de las criaturas, Jean de Craon se hizo cargo de la educación de sus nietos y dio forma a lo que iba a ser una personalidad cruel y sádica.
Vista actual del castillo de Champtocé
Vista actual del castillo de Champtocé- Wikimedia
Jean de Craon enseñó a su nieto que los nobles podían actuar con impunidad y que si alguien se interponía en sus planes lo mejor era usar la violencia. Como ejemplo de ello, el abuelo secuestró a una sobrina suya, Catherine de Thouars, para que su nieto se casara con ella y heredara sus numerosas propiedades en Poiteau. Cuando los familiares de la joven protestaron, Jean de Craon amenazó a la familia de la muchacha con meterla en un saco y echarla al río Loira. Y como insistieron, el tiránico abuelo golpeó y encerró en sus mazmorras a los emisarios de los Thouars, entre ellos un tío de la muchacha que moriría durante su cautiverio.
En 1432, el patriarca Jean de Craon legó a su muerte un último gesto de maldad y desprecio. Le dio en herencia su espada a René, el menor de los dos hermanos, y se arrepintió en sus últimos días de haber criado a un ser tan deleznable como su otro nieto.

Un compañero de armas fiel a Juana de Arco

Los placeres violentos tienen fines violentos. A través de métodos criminales, Jean de Craon se convirtió en uno de los nobles más acaudalados y poderosos de Francia. Su violencia perseguía un objetivo económico, no así la de su nieto, que más bien buscaba divertirse. Tampoco ayudaron las circunstancias históricas en calmar sus nervios.
En medio de la guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra, Gilles de Rais destacó por su crueldad y temeridad en batalla cuando todavía era un adolescente imberbe. La compañía que él dirigía se hizo célebre por encabezar las cargas de caballería más temerarias y, con ello, se ganó el aprecio del Delfín de Francia.
Cuando Juana de Arco reclamó al Delfín Carlos, en 1429, un ejército para liberar Orleans, bajo el asedio inglés, fue Gilles de Rais quien encabezó a los 10.000 soldados reales. Su cadena de victorias le valió el nombramiento de Mariscal de Francia y una heroica asociación con Juana de Arco solo interrumpida por su captura a manos de los ingleses. Si bien el favorito del Rey, De la Tremoille, se lavó las manos y se negó a negociar un rescata por la joven Juana; Gilles de Rais intentó convencerle de que podían salvar a la doncella de Orleans a través de un intrépido plan.
Desconocía en ese momento que el favorito del Rey lo que más deseaba, precisamente, es que Juana desapareciera de la escena política. Así fue. Juana de Arco fue condenada por herejía y murió en la hoguera en 1431, mientras que el Mariscal de Francia se convencía de que aquel mundo de intrigas palaciegas no era el suyo. Su violencia iba a carecer de esas sutilezas palaciegas.
Los rumores de niños desaparecidos se extendieron poco después de que el Mariscal regresara a Champtocé. El aprendiz de un curtidor, de 12 años de edad, desapareció de la faz de la tierra cuando debía entregar un mensaje en el castillo de Gilles de Rais. Al preguntar el curtidor por su aprendiz, el señor de la comarca afirmó que el muchacho había sido raptado en Tiffauges por unos salteadores. Una explicación que se haría habitual cada vez que alguien llamaba a la puerta de las posesiones del noble francés buscando a su aprendiz, su mozo, su nieto o su hijo... Niños vagabundos, mozos vendidos por sus amos y un sinfín de métodos criminales arrojaron a decenas de preadolescentes a las orgías sangrientas del poderoso noble. En poco tiempo, la Comarca del País de Rais se convirtió en un triángulo de las Bermudas para los niños desaparecidos.
Asediado por las preguntas, el militar y noble francés reconocería más tarde que sí había raptado a niños, pero que lo hacía por orden del Rey para entregárselos a los ingleses y educarlos como pajes. Por supuesto era mentira. Una vez en su poder, los criados se ocupaban de vestir a los niños con prendas lujosas y los sentaban a cenar con el señor y sus sádicos invitados. Tras el banquete, Gilles de Rais y sus acólitos embriagados se retiraban con los menores a una sala preparada para el horror. El noble francés y sus hombres torturaban y violaban a los niños hasta la muerte. Si el muchacho gritaba lo colgaban del cuello y De Rais lo violaba en esa postura. La mayoría de los niños acababan la noche decapitados, desollados e incluso descuartizados.
«Una vez muertos, besaba a los niños; solía tomar las cabezas y las extremidades más hermosas, las levantaba para admirarlas y lloraba lamentándose de lo sucedido»
La necrofilia del noble, a veces, alargaba la velada hasta más allá de la muerte de los muchachos. Así ordenaba que se les abriesen los cuerpos y disfrutaba con la visión de sus órganos internos. Un superviviente de aquellas orgías de muerte, al que perdonó la vida en honor a su belleza, narró cómo «una vez muertos, besaba a los niños; solía tomar las cabezas y las extremidades más hermosas, las levantaba para admirarlas y lloraba lamentándose de lo sucedido».
Tras la sangre y los gritos, el arrepentimiento se instalaba en la mente de Guilles de Rais durante unas horas, quien juraba y rejuraba no volver a repetir sus crímenes y querer viajar a Tierra Santa para redimirse. No lo hacía. Su camarilla de locos le sacaba del estado de postración cada mañana, hasta que acumuló la salvaje cifra de más de 150 niños brutalmente asesinados.

La ruina económica termina con su sangría

Sus espectáculos sangrientos y otros dispendios dejaron vacías las arcas del Mariscal de Francia. El fracaso de su empresa a la hora de salvar a su compañera de armas Juana de Arco le había sumido, desde entonces, en una profunda depresión que combatía rezando y bebiendo. Se zampaba, según las crónicas, cinco litros diarios de un licor de 22 grados. En esta fase de decadencia económica se rodeó de personajes cada vez más extraños, brujos, nigromantes (eso decían), alquímicos y satánicos, cuyos poderes prometían salvarle de la ruina. Uno de aquellos personajes estrafalarios, Prelati, condujo una ceremonia que consistió en conjurar a un diablo llamado Barrón. Para ello requirió el sacrificio de más niños y una serie de rituales satánico que, tarde o temprano, iban a explotarle en la cara al aristócrata.
El hermano de Guilles de Rais entró en escena para evitar que el patrimonio familiar siguiera consumiéndose para sufragar las orgías del Mariscal. Viendo cerca la posibilidad de que los tribunales entregaran al hermano el castillo Machecoul, también de su propiedad, el Mariscal incineró los cuerpos de más de 50 niños que había mandado guardar en una torre. Pero el reguero de restos de menores era demasiado largo cómo para ocultarlo.
Proceso judicial contra Guilles de Rais
Proceso judicial contra Guilles de Rais
A las indagaciones del hermano de Guilles, que tampoco pretendía que la locura de su familiar fuera de orden público, le siguieron las del Duque de Bretaña, Juan V, y el Obispo de Nantes, Jean de Malestroit, quienes buscaban una forma de derribar el poder de los Rais. Por desgracia, ni siquiera decenas de esqueletos de niños, si es que eran hijos de artesanos y campesinos, bastaban para abrir un proceso contra un noble tan poderoso. El verdadero incendio judicial lo provocó el propio Mariscal al secuestrar a un sacerdote, relacionado con el Duque de Borgoña. El odio hacia el tesorero del duque, hermano del sacerdote, llevó a Guilles de Rais a secuestrarlo hacha en mano mientras celebraba misa mayor en la iglesia de St. Etienne.
El escándalo y posterior investigación derivaron en un proceso en el que señor De Rais fue acusado de 34 asesinatos y la desaparición de 140 muchachos, además de los pecados de sodomía, herejía y violación de un lugar sagrado. Durante los interrogatorios, Gilles de Rais insultó a los jueces llamándoles prevaricadores, y dijo que preferiría verse colgando de una soga a contestar las preguntas de «curillas y leguleyos». Dicho y hecho. Gilles de Rais y sus cómplices fueron condenados a la horca por un tribunal eclesiástico y a que sus cuerpos fueran quemados hasta que de ellos solo quedasen cenizas.
El 26 de octubre de 1440, el Mariscal necrófilo fue ahorcado en Nantes. Desde el patíbulo, antes de que se ejecutara la sentencia, confesó públicamente sus crímenes y dio un discurso sobre los peligros de una juventud disoluta. Sus palabras, sin embargo, no convencieron a la muchedumbre que había asistido solo para maldecir a aquel monstruo durante su ejecución.

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