No han pasado todavía dos meses desde que se apagaron los últimos rescoldos de los incendios que asolaron Galicia, Portugal y Asturias. Supongo que las autoridades habrán pasado sus pertinentes balances del desastre, sin ir más lejos solo en Galicia parece ser que ardieron más de 35.000 ha. Aunque evidentemente lo peor fueron las más de cien víctimas mortales en Portugal, a las que habría que sumar cuatro en Galicia. No podemos olvidar el desastre que supone la pérdida de todos los recuerdos acumulados en una vida, y que aquellos días se llevó el fuego.
Pero todos debemos pasar nuestro balance particular, para intentar aportar un mínimo grano de arena para que esto no vuelva a suceder. Los que nos gusta la historia, solemos buscar en ella la solución a los problemas más recientes, por ese motivo me gustaría que todos por un rato nos trasladáramos al pasado común que tuvieron estos tres espacios geográficos actuales.
El mundo de los celtas.
Antes de la llegada de los romanos a la Península Ibérica, lusitanos (como se conocían a los pueblos del norte de Portugal), galaicos y astures estaban encuadrados entre los denominados pueblos celtas. Entre ellos a pesar de encontrar algunas diferencias, también se hallaban muchas cosas en común, sin ir más lejos, su religión politeísta. Esta giraba en torno a diferentes divinidades como las protectoras o las guerreras, ambas muy acorde con la forma de vida celta, pero especialmente adoraban la naturaleza. En este apartado en particular toma un protagonismo especial el árbol celta de la vida, ese que hoy día se quema impunemente olvidando la remota tradición de estos pueblos.
Los druidas celtas y el árbol de la vida.
La imagen del druida gira en torno a la leyenda, pero también a las fuentes escritas. En concreto hablaron de esta figura Plinio y especialmente Julio César en sus célebres relatos de la Guerra de la Galias. Ambos presentan al druida como el dirigente religioso de la comunidad, una especie de guía moral de la misma.
Algo que denota plenamente la importancia del árbol en la comunidad celta, lo encontramos en el mismo nombre de dicho dirigente. Sobre la traducción de la palabra “druida”, podemos encontrar diversas versiones entre ellas; “sacerdote de las encinas” o bien “el que lee los robles”. Como podemos observar que ambas denotan la importancia del árbol. Además la principal función del druida se basaba en adivinar el futuro de los fieles, a los cuales ya fueran niño o niña, asignaban al nacer un árbol para acometer el estudio de su futuro. Por si faltaba algún elemento, la posterior representación del druida suele incorporar una vara de avellano como atuendo del sacerdote celta.
Las atribuciones del árbol celta de la vida
Los celtas atribuían a su árbol de la vida diferentes virtudes. Para comenzar significaba el paso del tiempo, solo hacía falta observarlo para saber que tras la caída de sus hojas llegaban las frías nieves, y que estas últimas tras deshacerse servían para regar el árbol y así pudiera volver a renacer.
Pero la parte más importarte podemos decir que era su cualidad como fuente de vida. Tanto material ya que le proporcionaba la leña para calentarse y la sombra en los crudos veranos. Sin olvidar el alimento, ya fuera a través de sus frutos, o bien dado cobijo a los pájaros, uno de sus principales aportes calóricos de los celtas. Pero también espiritual, en definitiva no había nada ni nadie que tuviera en su ser los cuatro elementos de la vida. El agua a modo de savia que recorre su tronco, la tierra que cubre sus raíces, el aire que alimenta sus hojas y el fuego que proporciona el frote de sus ramas.
También debemos destacar la posición del árbol como el eje vertebrador del camino, que los hombres debían efectuar en la tierra. Desde su nacimiento, que los celtas lo comparar con las raíces del mismo, a su muerte y elevación al cielo a través de su copa. En definitiva era poseedor de la relación entre el cielo y la tierra.
Todas las anteriores atribuciones las podemos considerar comunes en las distintas clases de árboles, pero para los celtas, cada una de estas poseía unos determinados atributos. Al roble le asignaban la fuerza y la dureza, que proporcionaba seguridad y confort a la comunidad, e incluso ejercía como sanador de las enfermedades con solo ponerse bajo su cobijo. Mientras, el aliso poseía la facultad de conexión con el más allá, de ahí que su madera era utilizada para la confección de instrumentos musicales, para atraer a los espíritus.
Así mismo a dos clases de arboles se les asignaba la posesión de la sabiduría, al manzano y al acebo, aunque con una salvedad, ya que al primero de ellos se le atribuía el don de la feminidad, mientras al acebo el de la masculinidad. Para el final dejamos al avellano, protector ante las energías negativas, gracias a sus poderes mágicos, no en vano los druidas así como los viajeros lo llevaban en la mano para su protección.
El “horóscopo” celta se basaba en los árboles.
Para conseguir acércanos con mayor fidelidad a la tradición celta, debemos abandonar la península ibérica y dirigirnos a la verde Irlanda. En realidad el único de los espacios geográficos, en el cual la trasmisión oral funcionó para la difusión de conocimientos celtas. Sería mediante los monjes altomedievales irlandeses que contaron con la complicidad de abades, obispos y el pueblo, para la recopilación de la literatura y poesía oral celta.
Una de ellas nos revela un punto que podemos entroncar con la anterior afirmación, de que los druidas asignaban un árbol al nacer para conocer el futuro del recién nacido. En definitiva estamos hablando de una especie de “signo del zodiaco”, como se conoce en la actualidad y desde la antigua Grecia. Si estos últimos se basaban en los astros para predecir el futuro, como hemos dicho los celtas se basaban en los árboles. Por lo tanto si alguien le interesa, paso a relatar el signo zodiacal mediante la asignación de parejas: enero-serval, febrero-sauce, marzo-manzano, abril-álamo, mayo-avellano, junio-ciprés, julio-pino, agosto-roble, septiembre-cedro, octubre-higuera, noviembre-abedul, diciembre-melocotonero.
A modo de concusión.
En pocas palabras, podíamos llenar cientos de líneas más, para conectar el pasado celta de Galicia, norte de Portugal y Asturias con el árbol de la vida. Ese mismo que se arrasó durante los últimos incendios en octubre de 2017. Aunque me temo que desgraciadamente se volverán a repetir, ya que ciertas cifras son realmente alarmantes.
Según datos de ecologistas en acción, el 70.26% de los incendios del noroeste peninsular son provocados, cifra que se me antoja incluso corta. Mientras en el mediterráneo esta cifra se reduce considerablemente hasta el 31,4 %, aunque no deje de ser una barbaridad. Analizar las causas de estas cifras no parecen ser muy complicadas, a parte de algunos locos, que como dicen en Galicia, “haberlos, haylos”, dos son las principales.
La primera de ellas la “Ley de Bosques” de 2015 aprobada por el PP y que dejó la recalificación de los bosques quemados en manos de las comunidades autónomas, aunque estas últimas insistan una y otra vez que no la harán servir. En segundo término una que posiblemente sea aún más perjudicial y difícil de solucionar, ya que estamos hablando del sustento de muchas familias. Leer en los múltiples periódicos tanto digitales como en papel, las continuas protestas por los precios de la madera, y de la conveniencia de plantar un árbol y otro, denotan una gran preocupación por un bosque convertido en un puro negocio.
Es evidente, y me temo que con este artículo no se va a solucionar nada, pero me daré por satisfecho si llega a uno solo de los responsables, de que el árbol celta de la vida pueda ser protegido, como hace miles de años hacían nuestros antepasados.
Mas info: El mágico mundo de los celtas, Viviana Campos, Ed. Grijalbo, 2003
Imágenes: commons.wikimedia pixabay
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