jueves, 15 de marzo de 2018

Ser cornudo no es ningún merito

La “pesada carga” de 

El barón Casimiro Dudevant no tenía otro mérito que el de ser cornudo, y aun ello gracias a su mujer. La baronesa Dudevant, de soltera , a los dieciocho años había encontrado a su marido con una sirvienta en la cama matrimonial, y eso, además de no gustarle nada, le dio ciertas ideas.
La baronesa Dudevant, buscó la amistad desinteresada que le proporcionó un amigo de adolescencia; el resultado de esta amistad platónica se reveló nueve meses después en forma de una niña que fue bautizada con el nombre de Solange, y el barón Casimiro empezó a sentir ciertas molestias en la frente.
El barón Casimiro Dudevant
Al año siguiente, Aurora Dupin, conoció en una reunión a un joven escritor que se llamaba Jules Sandeau, y el resultado no fue una niña sino un libro que firmaron los dos con el seudónimo de Jules Sand. Poco despues, Aurora escribió un libro ella sola y, como la sociedad miraba con malos ojosa a las mujeres escritoras, lo firmo con otro seudónimo: .
Dos años duró el amorío, y un mal día, al llegar a su casa, Aurora o George, como ustedes quieran, encontró a Jules en la cama en galante compañia. ¡También es mala suerte! Ello significó la ruptura, y Aurora, para consolarse, se lió con la actriz Marie Dorval, lo cual no nos saca de la duda de si en la baronesa prevalecía la Aurora sobre el George.
George_Sand
El amante de Marie Dorval era el poeta Alfredo de Vigny, que en muchas ocasiones debió de contentarse con hacer el papel de mirón ante sus encuentros lésbicos. Todo ello no impedía que George Sand tuviese alguna que otra aventura erótica, que no amorosa, como la que le unió esporádicamente con Próspero Merimée quien, al parecer, no brilló precisamente por su virilidad, o así por lo menos lo explicaba la Sand.
Nuevo encuentro y nuevo flechazo, esta vez con otro Alfredo: , que fue su compañero sentimental de un romanticismo tan exagerado que en sus reuniones íntimas gustaban de comer fresas con natas en cráneos humanos, después de haber paseado idílicamente por un cementerio. ¡Cosas de la época!
Con Musset, George Sand visitó Venecia, paraíso de enamorados, pero él escapó de sus brazos y fue en busca de placeres venales que le contagiaron una grave enfermedad. Llamó la escritora a un médico, que acudió al hotel donde se albergaba la pareja, cuidó al enfermo y, para no perder el tiempo, se acostó con la Sand. El doctor Pagello ganó así un cliente y una amante.
De regreso a París, se reconcilió con Musset, pero rompieron después de una paliza que él le proporcionó movido por celos, al parecer muy justificados, los celos, que no la paliza. Lo cual no es de extrañar con tamaño currículum.
Entre la ruptura con Musset y la vinculación a  hubo algún que otro amor pasajero. La relación con Chopin duró ocho años, en cuyo transcurso viajaron por toda Francia. También estuvieron en Mallorca, en cuya cartuja de Valdemosa se puede admirar la celda que ocuparon los enamorados (en Valdemosa enseñan dos celdas que aseguran ser cada una de ellas la verdadera y única celda de Chopin; así el visitante puede escoger a su gusto). Al parecer, Chopin se interesó demasiado por Solange Dudevant, que era algo coqueta, lo provocó los celos de George Sand y, al cabo, la ruptura.
George Sand alternaba sus amores con su actividad literaria, y era ya una autora célebre. Sus obras se citan en todas las historias de la literatura francesa, y unía a su oficio de escritora su afición de amante. Se decía de ella:
Durante el día él trabaja, por la noche ella está ocupada.
Lo estaba en tal forma, que llegó a tener amores con un lisiado al que le faltaban las dos piernas, y a quien ella manejaba como un juguete erótico. La lista de sus amantes sería larguísima, parecía que hacían cola.
Como se comprenderá, a todo esto la cornamenta del barón Casimiro Dudevant se había ramificado en forma ostensible. Tanto es así, que en 1869 escribió a solicitando la Legión de Honor a título de cornudo. He aquí la carta:
” En el ocaso de mis días ambiciono la Cruz de la Legión de Honor. Es este un favor supremo de Vuestra Magnificencía Imperial. Al pedir esta recompensa no me apoyo solamente en mis servicios prestados al país y al poder establecido desde 1815, servicios sin brillantez, insuficientes quizá, sino también en los servicios eminentes prestados por mi padre desde 1792 hasta el retorno de la Isla de Elba. Aún más, me atrevo incluso a invocar mis desgracias conyugales, que pertenecen a la historia. Casado con Lucile (sic) Dupin, conocida en el mundo literario con el nombre de George Sand, he sido cruelmente atormentado en mis sentimientos como esposo y de padre, y confío haber merecido el simpático interés de todos aquellos que han seguido los acontecimientos lúgubres que han señalado esta parte de mi existencia.”
Napoleón III no creyó que el hecho de ser cornudo mereciera una condecoración, y de eso el emperador entendía algo, porque muchos había hecho a lo largo de su vida.
Referencias: Editorial Planeta, 1985 Historias de la Historia, tercera serie, Carlos Fisas
https://hdnh.es/ser-cornudo-no-es-ningun-merito/

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