En la Religión católica, o al menos en la civilización cristiana, subsiste la duda, incógnita o como se quiera llamar, quienes fueron los autores reales primigenios del juicio al que se vio sometido Jesucristo. La mayoría de las películas y bastantes obras relativas al tema apuntan a que fueron los romanos, bajo la duda inquisidora del quinto prefecto de la provincia romana de Judea, Poncio Pilato, entre los años 26 y 36 d.C. (bajo el mandato del emperador Tiberio) que no supo (o no quiso) dar un veredicto justo sobre el reo presentado por los judíos
¿Pero quiénes eran esos judíos que ejercían de acusadores? ¿Eran todos, o solo algunos? Al no ser todos los judíos acusadores ¿había diferentes interpretaciones de la entonces religión hebrea? La verdadera historia, como ocurre con mucha frecuencia, nos intenta dar la solución. En este caso, sin conseguirlo con la contundencia requerida y necesaria.
Los que sentenciaron al Crucificado
Para empezar, hay que aclarar que hubo diversas interpretaciones de los cuatro evangelios. El de San Juan (año 125) fue el primero que reemplazó la idea judía de Dios con la concepción básica de la Trinidad, la visión judía del Mesías (hijo de David) con la noción del “logos” encarnado, y el programa paulino (seguidores de la palabra de San Pablo y que fue creado por el beato Santiago Alberioni en 1914) de su misión universal con una orientación revisada que no otorga al judío preferencia alguna en ningún aspecto
En ninguna parte podemos hallar aquí, indicación alguna de que Israel era el único destinatario de la misión de Jesús, tal como ocurre en los otros evangelios, es decir, que Jesús vino a redimir sólo a las “ovejas perdidas de Israel”, que el “pan” de salvación asignado a los “hijos” (o sea a los judíos) no se les puede echar a los “perros” (o sea a los gentiles), o a que sus discípulos les estaba prohibido por Él predicar a los samaritanos. Sobre todos estos temas, el evangelio de San Juan toma una posición radicalmente diferente. Tampoco presenta a Jesús como defensor de la observancia estricta de la Ley, sino por el contrario, como su directo y abierto antagonista.
Dirigiéndose a los judíos opuestos a sus ideas, llama a la Ley, vuestra Ley, (o sea, no la suya), poniendo de manifiesto el desacuerdo no en aspectos de interpretación, sino de fondo. Más aun, mientras los otros tres evangelios dejan claro que los enemigos de Jesús (los fariseos y saduceos, los “príncipes de los sacerdotes” y los ancianos), el de San Juan indica que su contienda no se libraba solo con esos grupos, sino con “los judíos en general” y que en consecuencia, eran “los judíos” quienes lo querían matar incluso “con sus propias manos”
En línea con todas estas expresiones se halla el insulto de Jesús a “los judíos” como “hijos del diablo, el gran homicida desde el principio” como explicación de su intento de quitarle la vida. Tal presentación de la divinidad de Jesús, de sus relaciones con los judíos y de su visión del pueblo judío tenía que ser atractiva a los griegos paganos, ahítos de odio al judío, y convencerles que los cristianos no constituían una “secta judía”, ni el cristianismo una mera versión del judaísmo, como tantos habían creído y dicho, sino una religión completamente independiente, diferente en todos los puntos esenciales, y tan en conflicto con él que nunca admitiría compromiso ni reconciliación. La creciente inclinación de los griegos paganos a abrazar el cristianismo desde mediados del siglo II debe ser puesto en relación con la evolución de las nuevas ideas cuyo inicio se comprueba en el evangelio de San Juan. Por tanto se puede preguntar ¿Cómo podían las masas griegas contemplar la Biblia, producida por judíos, como expresión suprema de la humanidad, y como aceptar a los antepasados del pueblo judío con veneración incondicional, si de tal forma odiaban a sus descendientes y discípulos?
La respuesta estriba en el trabajo realizado por apologetas, maestros y comentaristas cristianos, que interpretaron la Biblia de tal modo que parezca no projudía, sino antijudía, que presente a los Padres de Israel como Padres del cristianismo diseñado ahora como “el verdadero Israel”, mientras Israel mismo equivale al falso Israel, que se identifica con los judíos. Esto exigía un esfuerzo y un incansable proceso de pensamiento casuístico: reinterpretar cada frase y palabra de la Biblia para encajarlas con todas las otras secuencias de la nueva lectura, en la cual el sentido alegórico y simbólico tenía que sustituir con frecuencia al sentido llano y no retocado. Sentencia final: “El Antiguo Testamento, de principio a fin, no tiene nada en absoluto que ver con los judíos”. Seguramente, se arguyó, los sabios judíos “ilegalmente, insolentemente se habían apoderado de él, lo habían confiscado, habían intentado reclamarlo como propiedad suya, habían falsificado sus exposiciones incluso con correcciones y omisiones”. Y estos sabios judíos añaden “Pero todo cristiano debe negarles la posesión del Antiguo Testamento y que para un cristiano sería pecado decir “este libro nos pertenece a nosotros y a los judíos”; pues nos perteneció desde el principio, lo mismo que nos pertenece ahora y para siempre, “a nosotros los cristianos y a nadie más”, mientras los judíos son la peor gente, la más sin Dios y abandonada de Dios, de todas las naciones de la Tierra, pueblo del diablo … cuadrilla de hipócritas… marcada por la crucifixión de Nuestro Señor”.
Esta escisión del cristianismo respecto al judaísmo representó la primera batalla en pos de su nueva identidad, una batalla que mostraba su propia insatisfacción consigo mismo, en cuanto secta judía o semijudía. Es necesario recordar que en los años 125-150, la abrumadora mayoría de los cristianos era de origen “gentil” (paganos o individuos no judíos). Cuestión importante para entender el descontento producido. Lo que entonces ansiaba el cristianismo no era algún cambio formal, sino una nueva vida interior y un nuevo aspecto externo que lo hiciera “claramente” distinto del judaísmo y lo acercara más a los hábitos griegos de conducta y de especulación. La intensidad de tan peculiar deseo puede deducirse de la fuente aversión al pueblo judío que animaba las filas cristianas de aquel tiempo; el ascendente sentimiento antijudío es lo que movió a muchos griegos cristianos a “repensar” su cristianismo e intentar adaptarlo a sus esquemas mentales. Posteriormente, los teólogos llevaron a cabo esa tarea de acomodo teórico. La teología cristiana no inició, ni creó el odio a los judíos que saturara sus enseñanzas; por el contrario, ella fue creada y saturada por él. Simplemente, el instinto de odio se solidificó en una doctrina que constituye la base del nuevo edificio religioso
Una vez acabada la Guerra de Kitos (115-117), entre judíos y romanos, se produjeron presiones conflictivas entre teólogos cristianos por parte de ambos polos de la opinión cristiana. Por una parte estaban los adversarios extremistas del judaísmo (los oficialistas), principalmente Marción (escritor y teólogo griego) y sus seguidores, quienes urgían el completo abandono del Antiguo Testamento en cuanto total antítesis del verdadero cristianismo, y por otra, los griegos fieles a su herencia judía en el cristianismo (monarquianos) que procuraban preservar a toda costa. Estos últimos defendieron a ultranza el monoteísmo viendo a Jesús como un profeta designado por Dios para una misión de salvación, y dotado de más poderes sobrenaturales que los otros profetas. Esto creó infinidad de discusiones teológicas, pero al final, los monarquianos prefirieron divorciar al judaísmo de la Biblia en vez de divorciar la Biblia del cristianismo. El mayor esfuerzo se concentró en conformar el nuevo concepto de Dios. Tan amarga fue la lucha sobre este punto que la excomunión era el castigo para su adversarios.
De hecho, fue lo que el Concilio de Nicea (325) decretó para Arrio[1] y sus secuaces. Los arrianos negaban la plena divinidad de Jesús, acercándose a la visión judía del Salvador y en consecuencia, degradaban el concepto de Trinidad que se había erigido en piedra angular de la fe cristiana. Hubo finalmente, para concretar la diferencia existente entre las dos clases de judíos (los judíos tradicionales y los emergentes judíos cristianos), varios hechos que los marcaban claramente: El Concilio de Constantinopla (381) se comprobó fatal para el arrianismo en el Imperio Romano. La cristiandad se lanzó a un múltiple ataque contra su enemigo exterior; el pueblo judío y en donde se comprobó que el asalto literario a los judíos y el judaísmo se había vuelto más violento que nunca. Las obras de escritores como Efrén el Sirio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nyssa son notorias por sus envenenados vituperios contra los judíos, pero especialmente las de Juan Crisóstomo de Antioquia que pasó de ataques literarios contra los judíos a la agresión física contra ellos.
Cuando el Imperio Romano se dividió, Teodosio II, Emperador de la parte oriental que siguió considerándose griega, no pudo evitar las presiones de las masas antisemitas, atacando a los judíos, en el siglo V, por orden del obispo Cirilo de Alejandría, encarnizado enemigo de los hebreos, lo que supuso la expulsión de éstos de Constantinopla. La meta principal de los griegos del Este del Imperio Romano era reducir a los judíos social y políticamente a un nivel “legal” inferior al de ellos mismos, y que los portavoces de los cristianos, herederos directos de los griegos antisemitas, empezaron a presionar a favor de una legislación antijudía desde el mismo momento en que sintieron que las normas internas de Roma se inclinaban en su dirección, sin embargo, los emperadores romanos no deseaban renunciar al trato igualatorio otorgado por las leyes a todos los ciudadanos del Imperio, y a todas las religiones lícitas, ni adoptar una política discriminatoria contra los judíos; Constantino el Grande dio buena prueba de ello. Aunque impuso algunas restricciones a los judíos, todas relacionadas con el tema religioso, se presentaban como defensoras del cristianismo más que como ofensivas al judaísmo. La única excepción fue que los judíos no podían comprar esclavos cristianos, lo que finalmente se pudo poner en práctica en el año 417.
A partir de ese momento es cuando se puede decir que empezaron los libelos, calumnias, bulos, difamaciones que dieron lugar a los pogromos (revueltas populares), la legislación antijudía, la ideología contra los hebreos y persecuciones que con el tiempo dieron lugar a las expulsiones y conversiones forzosas que a su vez dieron lugar a la creación y desarrollo de la Inquisición.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
Bibliografía
NETANYAHU B. Los orígenes de la Inquisición.
[1] El arrianismo es una creencia no trinitaria. Afirma que Jesucristo fue creado por Dios Padre y está subordinado a él. Las enseñanzas arrianas fueron atribuidas a Arrio, un presbítero en Alejandría, Egipto
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