sábado, 21 de abril de 2018

“La isla de La Tortuga”, ideología e historia.

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Publicado el: 21 abril, 2018
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Por ejemplo, dice el historiador que la política de España frente a los primeros desafíos de la piratería de los holandeses, franceses e ingleses fue conservar las islas del Caribe como forma de defensa, “de seguridad indispensable a la guarda del continente” (La isla de La Tortuga, 1988, 111), siendo el puerto de La Habana el más útil. A la afirmación anterior agrega que “luchó España hasta lo último por no perder su contacto con la isla (Hispaniola)”. Cuando en realidad el sistema de flota creado para evitar las pérdidas de los tesoros de España posibilitó muy bien la defensa de los barcos mercantes, pero a la vez aisló a Puerto Rico y a Santo Domingo de la metrópoli. En verdad, España cuando crea su sistema de flotas convoyadas hacia 1580, no tenía mucho interés en nuestra isla, ni en la colonización de las islas menores, que fueron a dar a manos de franceses e ingleses antes del establecimiento de los bucaneros de La Tortuga.
Podría refutarse muy fácil el interés de España en Puerto Rico y Santo Domingo. Posiblemente en Puerto Rico fue mayor, pero hay que observar que la construcción del Morro, como primera defensa vino luego del ataque de Drake en 1580 y el segundo ataque inglés. También la continuación de la construcción de las murallas tardó mucho más, en una acción que tuvieron que pagar los criollos con sus rentas e impuestos. En los primeros años de la piratería, Holanda, la primera fuerza naval, estaba más interesada en el comercio que en fijar una cabeza de playa en el Caribe. Los intentos franceses e ingleses en Trinidad fueron acciones privadas ejecutadas por compañías, conformando más tarde una política de Estado para las Indias Occidentales.
También sería conveniente revisar la actitud de España hacia el Caribe, su interés en Tierra Firme y el inicio del abandono producto de una caída de los negocios con estas islas. Lo que no puede ocultar ninguna ideología es que no eran estas más que peñones estratégicos. Y dentro de esa falta de contacto metropolitano, frente al abandono y las actitudes de las élites coloniales nos fue saliendo la idea de defendernos y de vivir sin y a pesar del Gobierno metropolitano. Ese sentido de resistencia, de cimarronaje, de acción propia es el que muchas veces se ve opacado por la ideología de Peña Batlle.
Su ideología enmascara la realidad, de lo cual resulta una construcción que se encuentra fuera de los textos: en primer lugar, el asunto protestante. No se presentan pruebas de que existiera un desarrollo de la religión protestante en La Tortuga ni que los holandeses, ni Le Vasseur, el primer gobernador de La Tortuga, que era hugonote, difundiera la religión protestante de tal modo que los habitantes de La Española se cambiaran al cristianismo nuevo. Lo que sí queda claro es que, tanto los holandeses como los ingleses y franceses querían participar de las riquezas de América, empezando con el expolio de las embarcaciones españolas por Francis Drake, desde muy temprano con el comercio que hacían los holandeses en las costas de La Española y Puerto Rico.
El discurso moralista llega a definir la ocupación de La Tortuga y de la costa norte de La Española como un robo de parte de Inglaterra y Francia. Así como las incursiones de los barcos holandeses como una intromisión indebida. El mismo Peña Batlle resalta la creación de una jurisprudencia que definirá el derecho a una mar libre (la ve como una deriva del derecho de gentes, fundado por los españoles). Francia e Inglaterra tendrán justificaciones para conquistar las tierras abandonadas por España.
Como todo un historiador romántico, Peña Batlle encuentra en Juan Francisco Córdoba Montemayor al héroe español capaz de organizar el desalojo de los piratas de La Tortuga (164); y encuentra a un Judas, al Conde Peñalba. Para Peña Batlle, Córdova Montemayor es un letrado joven, que ve las dimensiones del problema de España y la defensa de aquellos puertos importantes para la navegación de sus flotas. Para el historiador, en lo que podría ser leído como un ‘mise-en-abyme’, Montemayor de Cuenca es un hombre de Estado. El verdadero defensor de la ciudad frente al ataque inglés de Penn y Venables. Sin embargo, la misma narración va mostrando que la defensa se hizo a pesar de la poca ayuda de España y que fueron los lanceros quienes verdaderamente defendieron la Isla. Esos lanceros criollos curtidos por la tierra, en su actividad de cazadores, fueron los que enfrentaron a los ingleses como lo hicieran las tropas de pardos en Puerto Rico cuando los ataques británicos como el de sir Harvey y sir Abercromby en 1797.
Peña Batlle lee discursos, memoriales e ideas, pero no ve las prácticas y lo que en verdad está cambiando. Es del abandono de España que surge una sociedad que se organiza para defenderse. Sea de la incursión inglesa como de las incursiones de bucaneros en Santiago o en las zonas del Este, con las cincuentenas. Peña Batlle hace una fuerte desmitificación del Conde Peñalba como el gran defensor de la ciudad. Pero no matiza la relación entre las tropas españolas y los lanceros. El mismo dice que en la ciudad había unos 700 soldados y que no daban más que para defender la Sabana del Estado, el lado oeste y la parte del Placer de los Estudios, cuando la invasión inglesa de Penn y Venables.
Para escabullir la acción de los lanceros se ve el éxito de la resistencia como un milagro. Los lanceros, las cincuentenas, son los continuadores del cimarronaje de Enriquillo y los Lemba; sin embargo, esta parte de la historia queda referida, pero nunca dentro de un horizonte epistémico que permita ver cómo de las mismas entrañas del abandono, y que, a pesar de España (San Miguel, 2016), los criollos fueron organizando formas de defensa que los historiadores han visto como triunfos de la armada española. Lo que sirve a Peña Batlle para concluir: “Desde entonces la sangre dominicana corrió solamente en defensa de la heredad local, de la patria chica, de lo que nos dejó a nosotros la disgregación del Imperio” (201).
Sin dejar de poner como fundamento la ideología, dice Peña Batlle, ni los enemigos de España ni holandeses, herejes y negros pudieron borrar la fundamentación hispánica del pueblo dominicano. Entonces el discurso de Peña Batlle da un vuelco en sus contradicciones entre ideología y verdad histórica. Como criollo sigue pensando como si fuera Sánchez Valverde, ve en la realidad una ruptura, sin embargo, pretende cambiar las velas de la nave para que el viento favorable impulse la relación con una España que, efectivamente, abandonó sus colonias del Caribe.

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