Elsa Justo presenció cuando agentes de Trujillo se llevaron a Minerva Mirabal.
Elsa Justo. Hoy / Arlenis Castillo/01/11/17.
Publicado el: 23 junio, 2018
Por: Ángela Peña
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“Tengo muy gratos recuerdos de ella (Minerva). Era alegre, cariñosa, con mucho entusiasmo de vivir; era sencilla, natural, auténtica, amante del hogar y excepcionalmente brillante”.
En cuatro años, de 1959 a 1963, solo el ajusticiamiento de Trujillo aminoró el dolor y el luto que se habían aposentado en el corazón y los sentimientos de Elsa Justo. A Monte Cristi, Puerto Plata, Salcedo, solo llegaban noticias de persecución, prisión, torturas, muerte.
Desde que recibió con sorpresa la información de que Minerva Mirabal y su esposo Manolo estaban integrados al Movimiento Revolucionario 14 de Junio, la inquietud se apoderó de las dos familias, conociendo la represión imperante.
“Cuando vinieron los expedicionarios de 1959, ya Minerva y Manolo estaban casados, tenían a Minoú y a Manolito. Nosotros no sabíamos que ellos estaban involucrados en nada; yo vivía en la casa de tía Fefita y tío Manuel y para nosotros fue una sorpresa cuando se descubrió la organización”, cuenta Elsa Justo.
En esos días de junio de 1959, recuerda la agitación reinante en la casa. “Los muchachos” como llama a los compañeros catorcistas de la pareja, entraban y salían. “Conocían la situación que se avecinaba”.
El primer momento de tensión se produjo con la visita de Sully Martínez Bonnelly, “que llegó a avisar que habían sido descubiertos. Se llevaron presos a muchos de Monte Cristi. Ya Manolo y Minerva vivían en otra casa, Eda y yo nos quedábamos a dormir y a cuidar a Minoú”, relata. Eda es la hermana de Manolo melliza de Emma. Ellas, Eduardo y Ángela, los otros tres, están presentes en cada relato de Elsa. Ángela se ha mantenido como su hermana y compañera.
Juntas van a Monte Cristi donde se extasían contemplando “El Morro”, visitando viejos amigos, hospedándose en la casa de “tía Fefita y tío Manuel” que conservan y que guarda entre sus muros tantas patrióticas historias.
Elsa y ella han quedado como referentes para dar testimonio de casi 60 años de resistencia contra los regímenes autoritarios que ha tenido la República. Novelistas, historiadores y otros intelectuales interesados en la vida y las acciones de esos heroicos protagonistas acuden a Elsa, que conoció sus afanes por la libertad, sus comportamientos humanos y sus sacrificios. Minoú y Manolito tienen en ella a otra madre.
“Manolo decidió entregarse para que no siguieran llevándose tanta gente presa. Ese día se levantó tempranito, pero Eda, Jaime su cuñado y yo sabíamos de su decisión desde la noche. Se despidió para entregarse en la fortaleza, hacerse responsable del movimiento y evitar que otros cayeran. Ahí se detuvieron las capturas”, asevera.
Minerva, acota, “pasó momentos muy tristes a partir de entonces”.
Conocía a la mártir desde que Manolo la presentó a sus padres. “Nos contó la responsabilidad política que tenían y ya jamás tuvimos vida”, expresa refiriéndose al temor de que la seguridad trujillista se enterara.
Cuenta que la joven se quedó a vivir con ellos y recuerda la procesión que pasó frente a la casa el 21 de enero de 1960 “y Minerva mandó a Minoú, como para que rezara por su papá, y el 23, al mediodía, fueron a buscarla, estábamos almorzando”.
“Esa entrega fue muy dolorosa. Pidió a los agentes que le permitieran ponerse ropa adecuada y cuando salió, Minoú se abrazó a ella llorando”.
Se turnaban para visitar a los esposos encarcelados. “A Minerva la fui a ver una sola vez, la soltaron rápido”.
Estuvo presente cuando a Minerva, Sina Cabral y María Teresa las trasladaron de cárcel y exclama que fue “un momento muy difícil. Estábamos de visita en La Victoria y alguien nos comentó que pasaba algo extraño, que no nos fuéramos. Las sacaron en un cepillo y las seguimos, fue tortuoso el camino: se detuvieron, doblaron por un callejón como si las hubiesen ido a ultimar”.
Después de un breve tiempo las condenaron a prisión domiciliaria y trasladaron a Manolo y a Leandro a La Victoria, manifiesta.
Minerva era otra hermana para Elsa. Por eso sufría grandemente sus desventuras, aunque el mayor tormento llegó después, con el asesinato.
“Tengo muy gratos recuerdos de ella. Era alegre, cariñosa, con mucho entusiasmo de vivir; era sencilla, natural, auténtica, amante del hogar y excepcionalmente brillante”.
Recuerda los nacimientos de sus hijos, sus partos en San Francisco de Macorís, los viajes… “Ella iba y venía”.
El crimen. “Ángela y yo recibimos la noticia. Estábamos en la casa de los padres de Jaime, y Eduardo nos llevó un telegrama, de parte de Dedé, avisando de un accidente, pero pensamos lo peor aunque no decía que habían muerto”, refiere.
Se trasladaron a la vivienda de los Tavárez Justo y en el trayecto se enteraron de la infausta noticia: “Ya estaban muertas. Ángela y tía Fefita se fueron a Salcedo y yo me quedé con Eda y Emma. ¡Fue terrible!”.
Hacía turnos con Emma para asistir a las misas de nueve días y se conmovía del “inmenso dolor” por el que atravesaba “Mamá Chea”. Dedé, en cambio, demostraba fortaleza: las bañó y las vistió, asevera, y acota que “la opinión pública estaba muy alerta, todo el mundo sabía la verdad”, una lamentable realidad, tan estremecedora para Ángela que perdió el embarazo de sus gemelos.
En sus relatos introduce detalles de sus relaciones con Minerva, de situaciones que salvaron otras vidas, como la de “tía Fefita”, que quería acompañarlas en el viaje final y “la dejaron para el próximo”.
Retrocede en el tiempo y expresa con nostalgia: “Minerva y yo nos llevábamos tan bien… Me dijo: Elsa, te tengo la cama para que te quedes con nosotros”. Pero, agrega, “ya Trujillo había ido a Monte Cristi y declarado que sus únicos problemas eran la Iglesia y las Mirabal. Sin embargo, los muchachos creían que sería a ellos a quienes asesinarían”.
“Entonces, prosigue, jamás supinos dónde estaban Leandro y Manolo; todos los daban por muertos, vestíamos cerradas de negro por el luto de Minerva y por ellos”. Pero estaban en La 40 y ahí permanecieron hasta el ajusticiamiento.
A la semana Manolo fue a Monte Cristi “a pasar un día con nosotros, estaba horroroso, parecía un esqueleto, pero fue un día de mucho regocijo”.
En pie, firme, la ahora presidenta de la Fundación Manolo Tavárez Justo confiesa sentir orgullo de su familiaridad con el líder “y con todos esos jóvenes para los que guardo un lugar especial en mi corazón, aunque ya no existen”.
Y añade: “Viví la Revolución de Fidel Castro y pensé que en el país podría hacerse lo mismo: un cambio radical de estructuras. No ha sido totalmente posible, pero de todas esas situaciones he recibido madurez y me han preparado para otros momentos”.
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