Virginia Elena Ortea y la prensa de su época
La escritora puertoplateña Virginia Elena Ortea (1866-1903) autora del libro “Risas y Lágrimas”, que se publicó por suscripciones con un prólogo de Américo Lugo, nació en el seno de una familia que tuvo participación directa en la vida política del país desde mediados del siglo XIX y en los procesos del movimiento de la Guerra de la Restauración. Su padre Francisco Ortea fue Gobernador del Distrito de Puerto Plata, y su tío Juan Isidro Ortea, Vicepresidente de la República en el gobierno del General Ignacio María González, fue fusilado en virtud del controversial Decreto de San Fernando, que dictó el Presidente, Presbítero Fernando Arturo de Meriño, en 1881.
Ortea fue alumna del profesor J. Dubeau, poeta, considerado como el “reformador de la instrucción pública en Pto. Plata”, y del maestro puertorriqueño José María Rodríguez Arresón, con quien tuvo una hermosa amistad, siendo el autor de la música de su zarzuela “Las Feministas”. Además estudió Piano, Canto y Vocalización con el maestro Francisco de Arredondo Miranda.
Antes del inicio de la Guerra Civil de 1878, los Ortea se trasladaron a Puerto Rico. Virginia Elena contaba con doce años. Se establecen en San Juan, en la calle de la Luna, donde su padre publica para esta época “novelas de folletín”.
Virginia Elena Ortea es una de las figuras literarias y periodísticas de mayor notoriedad en las postrimerías del siglo XIX en la República Dominicana; su pensamiento ideológico, cuestionamientos a las convenciones morales, preocupaciones por el destino de la mujer, relegando a las relaciones conyugales, y desmitificando las cuestiones de la igualdad formal demostró que el saber no era un simple signo, ni una metáfora para alcanzar su condición de ciudadana, ya que la metáfora en el siglo XIX era solo hacer de la mujer “el ideal del sexo bello”.
Virginia Elena hizo de la metáfora de género, a través del periodismo, el signo de la ciudadanía de la mujer. Tuvo la capacidad de elegir libremente su propia vida, y construyó su propia identidad. Murió como quiso, como había cantado en su poema “Puerto Plata”, escrito en Mayagüez en 1889.
- UN CABLE QUE CRUZÓ EL ATLÁNTICO
PARIS.- Mr. Millerand ha interpelado al gobierno con motivo del asunto del soborno del periódico “El siglo XIX”. Después de una respuesta de Mr. Guerin, la Cámara ha votado una orden del día invitando al gobierno a perseguir a los culpables”.
INCENDIO EN HAYTÍ. Por-au-Prince 1º. Ayer cerca de las tres, ha estallado un violento incendio en la calle Belair, el cual ha hecho en poco tiempo progresos tan rápidos que todo el barrio ha sido sacrificado. Cerca de cien casas han sido destruidas. [Listín Diario. Sto. Domingo, Dicbre. 3 de 1894. Director y Editor Propietario Arturo J. Pellerano Alfau. P. 2 Telegramas. Servicio Particular del “Listín Diario”].
- SANTO DOMINGO, 1866. Las devotas parroquianas se preparan para salir de sus casas de mampostería y piedras calizas labradas al santuario de la Reina de los Ángeles (Regina Angelorum) a recibir la sagrada Comunión. Señores y niños del Colegio también van a asistir a misa de seis.
Muchas mujeres de la vieja ciudad amurallada se congregan en la sociedad “Hijas de María” para leer himnos, y piadosas ofrendas poéticas, satisfaciendo con sus obras las penurias de los más necesitados, haciendo de la caridad un cumplimiento cristiano, y sirviéndole a la providencia divina a través de “La Amiga de los Pobres” y la “Casa de Beneficencia” para rendir “la acción siempre bienhechora de la justicia y la equidad”.
La limosna para ellas trae alivio a las conciencias; no obstante, se requiere una prueba evidente de que la prosperidad puede adornar a la vida efímera, antes de partir a las tumbas.
La prosperidad, entonces, se quería respirar en la atmósfera; la gloria humana no podía ser monótona. Los pobres necesitaban de la ilusión del billete de la lotería; esa maquinaria extraña de las sugestiones, que sólo satisface a los que ruegan el milagro del oro. El Presbítero Señor Don Francisco Javier X. Billini, Canónigo Penitenciario de esta Santa Iglesia Catedral y Rector del Colegio de San Luis Gonzaga, daba al espíritu de su apostolado la grandeza de su obra misericordiosa.
Las fervorosas señoritas católicas ante los “sofismas impuros” recomendaban como lecturas a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino, en fin, literatura cristiana. Sus corazones tenían que estar llenos de indulgencias, tributar oraciones a San José, Patrono Universal de la Iglesia, cuya veneración alentaba su fe.
La sociedad decimonónica del siglo XIX estaba apegada a las “buenas costumbres”; la religión gobernaba como ley suprema. Las mujeres sólo podían aspirar a hacer de la caridad su objeto de humanidad. La mujer perfecta era como una guirnalda de flores, su cálida sonrisa debía tener el aroma de una cándida azucena, y ser un hada bienhechora de la felicidad del hogar. Tenían que desdeñar a la pasión y la voluptuosidad, ser incautas, no romper el dique de los sueños, ser piadosas ante las miserias de los otros.
La única acción pública que se le permitía a las señoritas de “buenas costumbres” era rezar; ni pensar de competir con el hombre instruido, ni aspirar a fama o celebridad. Las “Hijas de María” enseñaban: “Que no hay ciencias fuera del conocimiento de Dios; que todas las obras grandes y bellas producto de las ciencias morales y políticas, en sociología, en artes, en literatura, de que tanto se enorgullece nuestro siglo son frutos sazonados en el invernadero de la civilización cristiana; que el descreimiento y el materialismo son los enemigos natos de todo progreso, de todo bien, de toda elevación moral […]”. [1]
La Iglesia Católica y sus altos dignatarios sacerdotales cerca de los privilegios del poder político, sin dudas, inducían a las clases menos privilegiadas a creerse las perniciosas mentiras del progreso. Los deplorables estereotipos patriarcales que traen la sumisión a las doctrinas religiosas y el poder político de turno, provocaron que el siglo XIX discurriera como un siglo de venganzas, de guerras, de ejecuciones ineludibles de inocentes. No dejamos de ser un pueblo afligido, lastimado, atormentado, pisoteado, desconsolado, lleno de estragos espirituales, de languideces, de calamidades y desgracias, de desengaños, de motines, de desasosiegos, de revoluciones, de anarquía, de hombres de armas llamados a sí mismos “pacificadores”.
El nuestro es y será un pueblo que hace que en su seno surjan gobernantes ambiciosos, egoístas, llenos de codicia o pusilánimes mandaderos de los opresores, y garantes del dinero.
En medio de esta atmósfera que se respiraba, de ese ambiente de manifiesto suicidio espiritual y de miseria de conciencia, donde el porvenir es como un numen que el género humano aun no comprende, nace Virginia Elena Ortea en 1866 con la aurora de la mañana, para vivir en las penumbras de las noches que traen las tiranías, un año después de que concluyeran los horrores de la guerra fratricida de la Restauración, y continuara la pesadilla perturbadora de los caudillos. Víctima ella, de un caudillo, no tuvo una vida saludable; agotada y sobrecogida por la persecución a su padre y de su familia, murió a mediana edad, a causa de la vida hostil, de las tristezas, de los duelos y las lágrimas que inesperadamente estremecieron su alma ante el silencio de los sepulcros. En 1871, siendo aun niña, su familia marchó a su primer exilio involuntario a la sultana del oeste, la ciudad de Mayagüez, en Puerto Rico.
Su padre, el periodista Francisco Ortea, redactor en Jefe del periódico puertoplateño El Porvenir había escrito en 1873, sobre el ambiente de tensiones políticas que imperaba entonces antes de concluir el gobierno de “Seis Años” de Buenaventura Báez: “Santo Domingo ha cambiado mucho en cinco años: ya los hombres no se engañan con ridículas promesas, y cada uno ha podido apreciar las ventajas de la paz con los horrores, las miserias y los crímenes consecuencias de la guerra civil. Las lecciones de la experiencia valen mucho y los dominicanos los conocemos prácticamente para que olvidemos nuestro ayer de horrores, comprándolo con el presente de paz”. [2]
En “La América Ilustrada” de julio de 1873 aparece un artículo titulado “La condición de la mujer en el norte”. Su redactor o redactora hablan de “las defensoras del amor libre [Free Love]”, y se preguntan: “¿Qué da mejores resultados; el retraimiento con se tiene a la mujer en los países de origen latino o la libertad de que ella disfruta en los países anglo-sajones”?, para añadir luego: “¿Dónde encontrar el término medio que es el ideal en las más graves como en las más sencillas cuestiones? Creemos que ni la prensa ni los hombres que sientan sobre sus conciudadanos como legisladores podrán conseguirlos jamás. Y sin embargo nada tan fácil de lograr. Digamos porqué.
“¿Quién puede ser el regulador más exacto de lo que a la mujer conviene; quién decirla hasta dónde puede llegar sin peligro, mejor que ella misma?
“Es la mujer la que con más calor ha condenado las extravagancias de las visionarias o desmoralizadoras prosélitas de la Woodhul y de las Anthony. Así nos lo dicen las crónicas del día. Pues bien déjese a ella el señalarse a sí propia la verdadera esfera en la que deba moverse y de la cual no pueda salir”.
En 1875 el General Ignacio María González, siendo Presidente de la República, suspendió por medio del Decreto Núm. 1439 del 28 de Julio al periódico semanal publicado en el distrito de Puerto Plata “Las Dos Antillas”, que circulaba en la ciudad de Pto. Plata, argumentando que el mismo “no se limita a la defensa y propaganda de los intereses políticos de Cuba y Puerto Rico, sino que por todos los medios se contrae a denigrar y difamar la dignidad y honra de una Nación con la cual nos liga un tratado de paz y Amistad”, por lo cual no se podía continuar “tolerando” los ataques contra España [3].
En la edición del periódico El Sufragio, del 27 de septiembre de 1878, Núm. 2, apareció este suelto: “Con satisfacción hemos visto que muchos de los individuos afectos al general Ignacio Ma. González han ido a ofrecer sus servicios en estas circunstancias-Bien! Magnífico! En presencia del enemigo común no hay divisiones: debemos unirnos para que la patria sea salvada”.
En una conferencia titulada “La Mujer. Consideraciones sobre lo que es y lo que debe ser” leída en la Sociedad Literaria “Amigos del País”, el 22 de diciembre de 1878, y publicada en el periódico “El Estudio” en 1879, César Nicolás Penson, un periodista, escritor y editor consumando, plantea las siguientes ideas: “¿Qué es la mujer, cuál es su destino, qué viene a hacer en medio de los hombres, porqué le es preciso vivir entre miseria tanta y tanta injusticia y mala fe, cualidades hoy características de la sociedad? […] merced a la falta de legisladores, algo más educados y menos instruidos, se debe la tardanza de la emancipación y completa libertad individual de la mujer, cosa por la que hoy vémosla (sic) condenada a vivir en la inacción, a marchitarse en el desencanto, y a morir en la duda si ya no en la miseria”.
Un años después la “Constitución política revisada” por “El Congreso de Plenipotenciarios, bajo la invocación del Supremo Autor y Legislador del Universo y por el mandato expreso del pueblo soberano, declara en su fuerza y vigor la Constitución revisada por el Congreso Nacional de 1879, y por la Convención de 1880, con las reformas contenidas en la presente”. [4]
El doce de julio de 1883 se celebró en la República Dominicana la primera “Convención de prensa” a la cual acudieron ocho directores de medios. En la cláusula “Cuarta” de este código de ética para el ejercicio del periodismo los convocantes y firmantes acordaron: “Sin coartar la independencia de las ideas que cada uno defienda, observar el comedimiento y el respeto mutuos, sin jamás descender a polémicas que ataquen la personalidad de nadie; y en caso de que algún periódico se desvíe de esta línea de conducta o consienta que algún colaborador o remitente lo haga, se le reprochará públicamente por primera vez; por la segunda se le retirará el canje, y por último se le eliminará de la Convención por acuerdo de esta y a requerimiento de cualquiera de sus miembros”.
No obstante, en medio de este torbellino de noticias afortunadas y desafortunadas, las devotas parroquianas cristianas de las clases privilegiadas criollas en 1884 gustaban de disfrutar de la música clásica para piano de Beethoven, Weber, Mendelssohn, Schubert, Schuman; de género, por Gottschalk, Thalberg, Liszt, Prudent-Lusberg, Ascher; así como el tratado de la trasposición aplicado al piano por Ch. Baudiot que podían adquirir en la Calle Universidad No. 42, frente al establecimiento “La Capital” de Narciso Abreu.
Para 1885 se celebra anualmente, en cumplimiento del Artículo 196, de la “Primera Constitución Política de la República Dominicana” con la mayor pompa en todo el territorio nacional de la República, cuatro fiestas Nacionales, que son 1ª. La de la Separación, 2ª. La victoria de Azua 19 de marzo, 3ª. La victoria de Santiago el último domingo de marzo. 4ª. El aniversario de la Publicación de la presente Constitución.
La poeta Josefa Antonia Perdomo y Heredia, que pertenecía a la élite intelectual y al movimiento cultural que se desarrollaba a orillas del río Ozama exclamaba en 1888 en el periódico La Crónica: “Qué será de este pueblo infeliz/ Si le quitan sus santas creencias? / Hallará, por ventura, en las creencias/ El consuelo que vierte su luz?” [5].
En septiembre de 1892 la prensa difundía las noticias sobre el brote de la epidemia de cólera en New York, lo cual había provocado que no zarparan de San Felipe de Puerto Plata, ni llegara a su puerto ningún vapor norteamericano. “El Día” (Diario exclusivamente de Noticias. Noticias Telegráficas) traía la siguiente información: “París 21.- Mr. Andrey Stanhope, corresponsal del “New York Herald”, ha sido inoculado por el célebre Pasteur con el virus anticolérico, y admitido en el Hospital de Hamburgo en donde seguirá el mismo régimen que los demás enfermos del cólera. Los médicos toman gran interés en esta prueba. [6].
Sin embargo, en ese mismo periódico “El Día”, editado en la ciudad de Santiago, bajo la administración de Juan de J. Ricardo, se publican notas despectivas, irónicas y de sarcasmos en torno a la mujer, bajo la firma de un incógnito autor llamado José Jacksón Veyán. En los números 328, 329 y 332 (del 16, 17 y 21 se septiembre de 1892) se puede leer la “graciosa” columna titulada “¡POBRES MUJERES!”, y notas como la que pasamos a transcribir: “La mujer no es más que lo que el hombre quiere que sea”, “La mujer no tiene otro amparo que el hombre, y constituye su pensamiento y su alma entera”.
La gran mayoría de las primeras mujeres dominicanas que se dedicaron a escribir artículos de opinión en la prensa se iniciaron en el Listín Diario, llamado entonces como el “Periódico popular esencialmente noticioso y el de mayor circulación de los de la República” con oficinas en la Calle Colón, Núm. 16.
En el siglo XIX la “Nómina de mujeres periodistas” estaba compuesta de la siguiente forma: Josefa A. Perdomo (La Crónica, 22 de agosto de 1888), María Nicolasa Billini (EL ECO de la Opinión, 1892), Mercedes Mota (Listín Diario, 1896, 1897,1898, 1899; Revista Ilustrada, 1899), Mercedes Laura Aguiar (Listín Diario, 1896), Luisa O. Pellerano (Listín Diario, 1896), Leonor Feltz (Revista Ilustrada, 1898), Virginia Elena Ortea, autora del “Ferrocaril de Puerto Plata a Santiago” (EL ECO de la Opinión, 1897).
En el Núm. 2206 del Listín Diario, del lunes 2 de noviembre de 1896, la escritora puertoplateña Virginia Elena Ortea publicó su poemas “Rimas” A mi poeta, que había dado a la luz anteriormente en la revista Letras y Ciencias.
En medio de un ambiente en que la prensa era sólo “cuestión de hombres”, Virginia Elena desarrolla su labor de escritora y reportera; su vida transcurrió entre Santo Domingo, Puerto Plata, San Juan y Mayagüez, en Puerto Rico. Influenciada por las ideas de Madame Sevigné, Ortea formó su pensamiento subversivo, aún cuando su padre compartía las opiniones de Mr. Ernesto Legonvé expresadas en su libro “Historial moral de las mujeres” de que: “[…] la niña pertenece a la familia, a la de sus padres ante todo, y luego a la que adopta y a la que ella misma forma; y es por lo tanto un deber para la familia rodearla de todos sus cuidados y de educarla con amor en el santuario de la vida íntima […]”.
Virginia Elena regresó del exilio a la ciudad de Santo Domingo en el año de 1900, meses después del fallecimiento de su padre en noviembre de 1899, en New York.
NOTAS
[1] Josefa A. Perdomo. La Crónica, Año XVI, 22 de agosto de 1888, Núm. 489.
[2] O. El Porvenir, Año II, Núm. 19, 11 de mayo de 1873.
[3] Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones de los Poderes Legislativo y Ejecutivo de la República. 1874-1875, Tomo 6. Edición Oficial. Santo Domingo, Tercera Edición, Impresora ONAP, 1983, p. 463-464
[4] Colección de Leyes, Decretos y Resoluciones de los Poderes Legislativo y Ejecutivo de la República. 1881-1883, Tomo 8. Edición Oficial. Santo Domingo, Tercera Edición, Impresora ONAP, 1983, p. 131.
[5] La Crónica. Religión, Ciencias, Artes y Literatura, con permiso de la Autoridad Eclesiástica, Redactor y Editor: Francisco X. Billini, Año XV, 6 de mayo de 1888, Núm. 472.
[6] El Día, Núm. 332, p.1, 21 de setiembre de 1892.
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