sábado, 28 de julio de 2018

Resistir para crear una contracultura.

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Publicado el: 21 julio, 2018
Si se piensa que somos fruto de siglos de construcción cultural, el que insistamos en una serie de ensayos sobre el tema de la construcción social de la mujer es apenas una gota de agua en el océano. A riesgo de parecer obcecada, insisto en un tema no siempre popular porque lo importante es provocar y desatar el pensamiento crítico, ese que arriesga ser sepultado por las toneladas de intrascendencia con que nos bombardean cada minuto los agentes de socialización.
Si hay algo que nos define como género es el concepto resistencia, el cual no se limita a nuestra participación histórica en la lucha anticolonial, esclavista y anti-imperialista, y puede definirse como un modo alternativo de concebir la historia y los procesos de liberación humana de mujeres y hombres.
En nuestras islas, habría que comenzar con las mujeres indígenas, entre ellas la cacica Anacaona; Marica, compañera del cacique rebelde Guama, en Cuba; combatientes negras como Guiomar, de la primera insurrección de esclavos en Venezuela (también Caribe); Marie Jeanne, esclava que se unió a las tropas de Louverture; María Merced Barbudo y Mariana Bracetti, de Puerto Rico y las mambisas cimarronas que solo en Cuba eran 638 de un total de 8,379 esclavos.
Fruto de las emigraciones y el flujo de las ideas, tanto el pensamiento de las mujeres francesas como el de las inglesas jugaron un papel fundamental en nuestra emergencia como sujetos de la Historia. Entre las francesas las que más influyeron en nuestro devenir de avanzada están Christine de Pisan, autora de La Ciudad de las Mujeres (1405), Y Juana de Arco; La Declaración de los Derechos de la Mujer (1791), de Marie Olympe Gouges, reprimida por el Codigo Napoleónico, y que cobra fuerzas durante la Comuna de París (1871), con la arenga de Luisa Michel (1830-1905) para que las mujeres “Asaltáramos el cielo”.
Las feministas españolas también jugaron un papel de primer orden en el desarrollo de nuestro pensamiento alternativo, con el Heptámetro (1492-1549) de Margarita Navarra; María Zayas y Sotomayor (1590-1661) y su crítica a la arbitrariedad de los cuerpos legislativos de nuestras sociedades; la penalista española Concepción Arenal (1820-1839) y su La Mujer del Porvenir (1861), y La Educación de la Mujer (1892), donde plantea la no exclusión de la mujer de ninguna profesión, libros que documentó con su propia experiencia ya que tuvo que vestirse como hombre para poder asistir a la universidad.
El inglés ha impedido que tengamos acceso al pensamiento de las feministas inglesas, entre ellas Mary Astell (1666-1731) y su libro Una Proposición Seria para las Damas, que cuestiona la esclavitud de las mujeres; Elizabeth Singer Rowe y su Ensayo en Defensa del Sexo Femenino (1696); Mary Wollstrone Craft (1759-1797) y su Vindicación del Derecho de las Mujeres, y Harriet Taylor (1804-1858) autora de La Emancipación de las Mujeres y de La esclavitud de las Mujeres, libro atribuido a su esposo.
Más conocidos en nuestras islas, por la cercanía con los Estados Unidos, son la Declaración de Monica Falls, del 1848, aprobada por la Convención de Mujeres que organizaran Lucrecia Mott y Elizabeth Cady Stanton, notables abolicionistas y los Manifiestos de la Primera Conferencia Panamericana de Mujeres, realizada en Baltimore en 1922, y el primer Congreso Interamericano de la Mujer, realizado en Panamá en 1926.
Todas estas Declaraciones y Manifiestos tenían una connotación de género, es decir, expresaban la resistencia de las mujeres a un proceso de socialización desigual, bajo el lema: SOMOS DISTINTAS, PERO NO DESIGUALES.
En esta creación de una contracultura femenina también hay que rendir tributo a las mujeres rusas, quienes lucharon por la igualdad en ciudadanía de toda la sociedad, es decir de sus hombres y mujeres. La más conocida es Clara Zetkin (1857-1933), dirigente del movimiento obrero internacional y del feminismo europeo, quien presidió la Primera Conferencia Internacional de Mujer Socialista y fue promotora del Día Internacional de la Mujer; Rosa Luxemburgo (1871-1919), fundadora del movimiento femenino obrero en Alemania, y Alexandra Kollontai, autora de Bases Sociales de la Cuestión Femenina (1908), y La Mujer Nueva y la Moral Sexual (1913), fundadora del movimiento femenino obrero en Rusia.
Con ellas la resistencia femenina da un salto para adquirir un carácter de clase, algo aun en gestación en estas latitudes donde muchas de nuestras reivindicaciones todavía no cuestionan los roles tradicionales que se derivan de nuestro proceso de socialización, ni se asocian a nuestro lugar en la escala social.
La académica cubana Dra. Yolanda Ricardo hace un excelente recuento sobre el proceso de resistencia femenina en la producción textual de nuestras Antillas Mayores:
Aquí, los versos de Sor Leonor de Ovando (1583), primera poeta de América, provocaron que la acusaran de “injerencia en asuntos no religiosos”, por sus quejas al Rey contra los abusos cometidos en la isla por el gobernador Osorio.
En 1836, la cubana Condesa de Merlín escribe sus Recuerdos de una Criolla, así como Los Esclavos de las Colonias Españolas (1841), donde protesta por la desaparición de los indígenas debido al “bárbaro despotismo” de los colonizadores.
María Balbina y Alejandra Benítez, de Puerto Rico (1783-1873), dedican sus textos a la lucha contra las injusticias; Rosa Duarte se convierte en la primera cronista de nuestra Independencia; Juana Pastor y Rafaela Vargas preanuncian la obra abolicionista de Gertrudis Gómez de Avellaneda y sus novelas SAB y La Mujer; así como Ana Roque (1853-1933), María Luisa Dolz (1854-1928) y Ana Betancourt quienes publicaron la primera revista feminista del continente llamada La Mujer y una titulada La Cebolla que causó un gran escándalo por su defensa de los derechos de las prostitutas.
En Puerto Rico, Lola Rodríguez de Tio, fundo la revista La Mujer, y la Liga Femenina Puertorriqueña. La líder obrera Luisa Capetillo también publicó una revista con el mismo nombre y los libros Mi Opinión sobre las Libertades, Derechos y Deberes de la Mujer como Compañera, Madre y Ser Independiente.
En nuestro país, Salomé Ureña y Camila Henríquez Ureña, su hija, son ampliamente conocidas, privilegio que aún no disfrutan Ercilia Pepín, 1830, destacada luchadora contra la primera intervención norteamericana del 1916, quien escribió Feminismo y diversas consideraciones relativas a la evolución intelectual y jurídica de la mujer dominicana en los últimos cinco lustros; ni Abigail Mejía, quien escribió el Ideario Feminista y algún apunte para la Historia del Feminismo Dominicano, centrado en tres grandes derechos: educación, sufragio y empleo.
Julia de Burgos, en Puerto Rico, publica su insólito para la época Poema en Veinte Surcos en 1922; y pronuncia en 1936 su discurso La Mujer ante el Dolor de la Patria. En Cuba, Lolo de la Torriente, en 1932, publica Una Defensa de la Mujer y dos comentarios; La Mujer Obrera en Cuba frente a los Partidos políticos burgueses (1937) y Dos Mujeres Cubanas Opinan sobre la Futura Constitución (1937).
Santo Domingo no se queda atrás, con Delia Weber y su conferencia Sentido de la Civilización y la Mujer Nueva; y Petronila Angélica Gómez con su Contribución para la Historia del Feminismo Dominicano (1952), e Influencia de la Mujer en Iberoamérica (1954).
En ellas radica el germen de la creación de una contracultura, de una nueva humanidad cuyo rescate hemos asumido como depositarias de la vida.

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