lunes, 8 de octubre de 2018

El descubrimiento de los barcos gigantes que Calígula usaba en el lago Nemi, destruidos en la Segunda Guerra Mundial

Antigua postal con la recreación de uno de los barcos/Imagen: Look and Learn
Uno de los principales daños colaterales de las guerras es la destrucción del patrimonio histórico y artístico. A pesar de las precauciones tomadas para proteger los monumentos -recordemos esa imagen emblemática de La Cibeles cubierta de sacos terreros- a veces los bombardeos o el fuego deterioran, cuando no eliminan por completo, los vestigios que habían sobrevivido siglos e incluso milenios, véase el ejemplo de Pompeya. En algún caso cuando apenas acababan de ser descubiertos por los arqueólogos. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con los dos colosales barcos-palacio que el emperador Calígula usaba para navegar por el lago Nemi.
No es la primera vez que hablamos de naves gigantes en la Antigüedad; recordemos los artículos dedicados al Siracusia, diseñado por Arquímedes para el tirano Hierón II de Siracusa, o al tessakonteres, el catamarán de enormes dimensiones de Ptolomeo IV. De hecho, Calígula se inspiró en ambos para encapricharse y tener también el suyo, aunque no se conformó con uno y mandó hacer dos. Eran diferentes, eso sí, pues si el primero se dedicaba a funciones religiosas el segundo, el de mayor tamaño, era una suntuosa residencia flotante.
Antiguo dibujo del Siracusia
Es más, la bibliografía del siglo XV nos indica que se hizo una tercera embarcación, aún no encontrada y, por tanto, objeto de deseo de cualquier arqueólogo. Al parecer, desde 2017 se está rastreando el lago Nemi en busca de ese pecio que falta; si aparecieron los otros dos ¿por qué no iba a hacerlo el que completa el trío? Se cuenta con la ventaja de que el Nemi, al tener su origen en una caldera volcánica, es relativamente pequeño, con poco más 167 hectáreas de superficie y una profundidad máxima de 33 metros.
Ante esos últimos datos surge automáticamente la extrañeza: ¿para qué quería el emperador tres barcos así en un lago minúsculo? La respuesta probable es que se encuentra muy cerca de Roma, a una treintena de kilómetros y tenía carácter sagrado; tanto que, según Plinio el Joven estaba prohibido navegar por sus tranquilas aguas salvo por razones religiosas, pues estaba dedicado a Diana Nemorensis, una diosa sincrética entre la Diana latina (asimilada de la Artemisa helénica) y la egipcia Isis.
Vista panorámica del lago Nemi y su boscoso entorno/Imagen: Luiclemens en Wikimedia Commons

El culto a esta última divinidad se había asentado con fuerza en Roma, donde no había mayor problema para aceptar panteones extranjeros, aunque a menudo se fundían con los locales y en este caso fue alumbrada Diana montium custos nemoremque virgo (guardiana de las montañas y virgen de Nemi). Un mito latino dice que fue Orestes, el hijo de Agamenón y Clitemnestra, que había huido con su hermana Ifigenia a la región itálica de Aricia, quien introdujo el culto a Diana; más concretamente la Diana Táurica, a la que originalmente se hacían sacrificios humanos, si bien luego se proscribieron.
Otra leyenda, que nos llega por Pausanias en su Descripción de Grecia, dice que fue Hipólito, el hijo de Teseo, resucitado por Asclepios, quien viajó a Aricia, se convirtió en rey y levantó un templo en honor de Artemisa cuyo sacerdote debía ganar el puesto venciendo en combate singular. Lo realmente curioso es que los hombres libres no podían participar, quedando la cosa reservada a esclavosfugados. Hipólito, por cierto, sería divinizado como Virbio.
Un denario con la imagen de Diana Nemorensis/Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Consecuentemente, las ciudades que están en el entorno del lago, como Genzano o Aricia (Nemi no existía en época romana), rendían culto a Diana Nemorensis, cuyo templo se ubicaba también cerca, rodeado por un bosque sagrado y dirigido por un sacerdote conocido como Rex Nemorensis. Estrabón, en su Geografía, confirma que había una tradición bárbara importada por la que, quien quisiera acceder a ese cargo sacerdotal debía matar previamente al Rex Nemorensis titular, de ahí que éste siempre fuera armado. Suetonio, en Vida de los doce césares, acusa a Calígula de confirmar esa costumbre.
A mediados de agosto el lago Nemi acogía la celebración de la Nemoralia, un festival religioso en el que, según la descripción que dejó Ovidio, se portaban antorchas en una procesión desde Roma y se colocaban en la orilla para luego arrojar guirnaldas de flores, exvotos y frutas al agua desde barcas. Era una festividad que eximía de trabajo incluso a los esclavos y que posteriormente el cristianismo asimiló al Día de la Asunción.
Ruinas romanas en el lago Nemi, 1831/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Ese carácter sacro del lugar tenía un extra para las clases pudientes romanas: la tranquilidad y el hecho de que las temperaturas estivales resultaran más frescas que las de la capital, al originarse una especie de microclima al amparo de las paredes del cráter, lo que impulsaba a muchas familias patricias a instalarse allí mientras durase el verano. Pero es que, además, durante esa estación se producía un interesante fenómeno: la luna llena se reflejaba en la superficie del agua, tal como atestiguaron visitantes ilustres como Goethe o Lord Byron, de ahí que al Nemi se lo llamase Speculum Dianae (Espejo de Diana) y los emperadores acudieran para imbuirse de la energía vital que emanaba.
Calígula decidió que en vez de construirse una villa en la orilla lo haría en el lago mismo y así botó lo que luego los expertos catalogaron como Nave Seconda (por ser la segunda descubierta), de 73 metros de eslora por 24 de manga. Era un auténtico palacio flotante con edificios a proa y popa decorados con mármoles, mosaicos, baños, conducciones de agua y hasta unos jardines con árboles. Esa superestructura, que imitaba la disposición de los santuarios dedicados a Isis, nunca se encontró pero su existencia es deducible a partir de las características de vigas y cuadernas, además del lastre.
Otra reconstrucción hipotética de los barcos/Imagen: Canal Historia
El otro barco, Prima Nave, medía 70 metros de eslora por 20 de manga y presentaba la originalidad de no ser fusiforme sino más ancho a popa, seguramente porque allí se localizaba la sección principal: dos edificios, uno en cada borda, conectados por escaleras y corredores. Si el anterior estaba inspirado en el lujoso modo de vida de los tiranos helenísticos -hasta el punto de ser bautizado con el nombre de Siracusa– y tenía un uso residencial, la Prima Naveestaba concebida más bien como templo en honor de Diana Nemorensis.

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