domingo, 30 de junio de 2019

La Batalla de Pavía

Antecedentes

A principios del Quinientos, Francia se había consolidado como un reino próspero y poderoso que parecía destinado a sostener el cetro europeo en el siglo XVI. Al frente se encontraba Francisco I, que nada más comenzar su reinado había logrado una gran victoria en la batalla de Marignano que le permitiría la anexión del ducado de Milán. Sin embargo, la oportuna herencia fruto del matrimonio entre Juana la Loca y Felipe el Hermoso había legado al hijo de ambos un extenso patrimonio, con sus posesiones rodeando por sur y este a la vecina Francia. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico ambicionado por el rey francés para el que ahora reinaría como Carlos V, acrecentaría una honda rivalidad entre los dos monarcas que tuvo su escenario en una Italia dividida, donde sería discutida la supremacía en Europa Occidental.
La guerra estalló en 1521 cuando, encontrándose el Emperador en la Dieta de Worms, Francisco I aprovechó la inestabilidad en la península con los comuneros y agermanados para asestar el primer golpe. Planeó un ataque por todos los frentes, aunque sin buscar un enfrentamiento directo porque Enrique VIII había anunciado su intención de intervenir en contra del primero que rompiera la paz acordada años antes en el Tratado de Londres (1518). Se organizó un ataque sobre las posesiones flamencas a través del río Mosa al tiempo que se dio apoyo a la reclamación de Enrique II sobre Navarra. Fracasadas ambas ofensivas los siguiente movimientos se desarrollarían en Italia.
La primera batalla tuvo lugar en Bicoca (1522), donde una gran derrota forzó a los franceses a abandonar su posición en el norte de Italia. El posterior intento de recuperar el Milanesado fue frustrado por una nueva derrota en la Batalla del Sesia (1524). Tras esto los imperiales tratarán de invadir la Provenza bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos y el duque Carlos de Borbón, que se había cambiado de bando a raíz de las pretensiones que el rey tenía sobre su patrimonio. Al mismo tiempo Enrique VIII atacó Bretaña y Picardía desde la plaza inglesa de Calais. Sin embargo, tal estrategia se vio frenada en el intento de tomar Marsella provocando una costosa desbandada de las tropas imperiales que debieron retroceder.

La Batalla

En octubre de 1524 un ejército de 40.000 hombres cruza los Alpes con el propio rey de Francia a la cabeza. Dicho ejército se movió en tres columnas, persiguiendo a las tropas en retirada, echando por tierra todos los intentos de detener su avance, pero a la vez sin ser capaz de atraer al cuerpo principal de los maltrechos imperiales a la batalla. Estos, al no encontrarse en condiciones de ofrecer una resistencia seria, evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes, dejando en Pavía una guarnición de 1.000 españoles (la mayoría arcabuceros), 5.000 lansquenetes alemanes y 300 hombres a caballo al mando del navarro Antonio de Leyva, un veterano de la guerra de Granada. De esta forma los franceses tomaron Milán sin resistencia y pusieron sitio a Pavía confiando en una victoria fácil. Contaban para ello con 17.000 infantes, 6.500 caballeros y una poderosa artillería compuesta por 53 cañones.
La moderna muralla de la ciudad resistió tanto los repetidos bombardeos como los ataques las tropas francesas, que no consiguieron nada salvo acabar con un creciente número de bajas. Además, se vieron dificultadas por el mal tiempo, las pésimas condiciones de un terreno cada vez más embarrado y la escasez de pólvora. De modo que decidieron esperar a que los sitiados rindieran la plaza por el hambre. La situación se complicó para Leyva, pues conforme pasaban los días los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos al no recibir sus pagas. Tras repartir la plata obtenida en las iglesias locales, los oficiales empeñaron sus fortunas personales para pagar a las tropas. Viendo esta situación, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía sin cobrar. La falta de pólvora también era un problema para los defensores. En cierto momento se logró introducir un envío que aprovecharon para organizar una arriesgada salida que se cobró numerosas bajas francesas. Leyva se encontraba enfermo y se hacía transportar en una litera para supervisar los combates desde la muralla.
Mientras tanto, Jorge de Frundsberg llegó con 15.000 lansquenetes austriacos y alemanes de refuerzo para alivio de las tropas imperiales que continuaban en Lodi al mando de Carlos de Lannoy. Así se reanudó la ofensiva, que comenzó cuando Lannoy y Avalos consiguieron capturar el puesto francés de Sant Angelo, cortando así las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Aunque había recibido noticias de la llegada del ejército imperial Francisco I decidió dividir sus tropas ante las peticiones del Papa y en contra de la opinión de sus mandos. Ordenó que una parte de ellas se dirigieran a Génova y otra Nápoles con el fin de hacerse fuertes en estas ciudades.
Finalmente, y ante el riesgo de que los mercenarios abandonaran la campaña, los imperiales decidieron atacar la madrugada del 23 de febrero de 1525 con una curiosa maniobra. El grueso del ejército francés se encontraba en ese momento acampado a las afueras de Pavía, en el parque amurallado del castillo del Mirabello, donde Francisco I tenía su cuartel general y que se convertiría en el objetivo de una encamisada nocturna (táctica que recibía ese nombre porque los soldados vestían camisas blancas sobre las armaduras para reconocerse en la oscuridad).
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Se enviaría entonces a un contingente de ingenieros para abrir una brecha a través de los cinco metros de espesor que tenía el muro. Todo ello sin recurrir a la artillería, pues debía hacerse en silencio valiéndose solo de herramientas. Como método de distracción, se estableció que varias unidades de arcabuceros iniciarían un intercambio de disparos con tropas galas en otro punto del campo de batalla. Esto era necesario por el problema que suponía introducir a las tropas por un paso tan estrecho en una época en la que las formaciones eran rígidas y el mantenerse unidos de vital importancia, por lo que el proceso podía llevar horas.
Una vez rota la muralla y entrados los primeros soldados más unos cuantos cañones ligeros de apoyo se produce el asalto a Mirabello. La misión era internarse en el castillo y capturar al rey francés, pero una vez tomado se encontraron con que este se había trasladado al campamento hace días. A su vez, se darían órdenes a Leyva para que, desde Pavía, hiciese una salida con sus hombres y se encontrara cerca del campamento francés con las tropas del marqués de Pescara, que proveería de munición y alimentos a los sitiados.
Como era de esperar, los atacantes fueron pronto reconocidos por la caballería ligera y un contingente de infantería suiza que habían sido enviados para reconocer el terreno temiéndose una posible incursión que efectivamente quedó confirmada. Hay que destacar que, en esos momentos, ninguno de los dos bandos tenía una idea clara de la situación, ni de la disposición ni entidad de las fuerzas a las que se enfrentaban debido al caos del momento y sobre todo a la mala visibilidad.
Carlos de Borbón, supervisaría el paso de las fuerzas a través de las brechas abiertas en la muralla. Los siguientes en entrar en el parque son los 8.000 lansquenetes alemanes de Jorge de Frundsberg, reforzados con arcabuceros españoles e italianos. Estos conseguirían imponerse sobre sus tradicionales rivales suizos que no contaban con potencia de fuego, obligándoles a retirarse dejando sus picas atrás para terminar no pocos de ellos ahogándose en el Ticino y el resto capturados. Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, se pondría al mando de otro contingente de infantería compuesto por 4.000 españoles y 4.000 alemanes mientras Carlos de Lannoy dirige la caballería.
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Detalle de la «Batalla de Pavía» de Ruprecht Heller (1529). Los arcabuceros aquí representados llevan la camisa blanca sobre el uniforme.
Es entonces cuando las formaciones de infantería enfiladas se ven sorprendidas por una batería francesa formada por unos 12 cañones, que comenzaron a dispararles causando las mayores bajas imperiales de toda la jornada (unas 500-600) antes de que estos pudieran poner distancia de por medio.
En ese momento, Francisco I, que ya estaba informado del ataque, ordenó que la caballería se dispusiese para el combate situándose él mismo a la cabeza tras embutirse en su armadura, haciendo honor a su carácter de rey-soldado. La principal fuerza francesa estaba con el rey. Más de 900 gendarmes (caballería pesada) asistidos por otros tantos jinetes de apoyo que daban un total de 3.600 hombres a caballo. Esta gran masa de jinetes se lanzó a la carga contra los jinetes imperiales de Lannoy, la mayoría caballería ligera. El resultado fue la desbandada de estos últimos en cosa de unos pocos minutos, mientras que la infantería hubo de buscar refugio entre los árboles. Dicen que se escuchó a Francisco I gritar entusiasmado: «Ahora sí soy el Duque de Milán». Resulta fácil imaginar cómo conforme a los tiempos el rey se veía así mismo como el protagonista de una de las novelas de caballería a las que, como su rival Carlos V, era un gran aficionado.
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La gendarmería era el orgullo de Francia y la mejor caballería del mundo.
Sin embargo, la temeraria carga de caballería se había interpuesto entre la citada artillería francesa y los imperiales, obligando a cesar el fuego para no dañar a sus propios hombres. Una oportunidad que fue bien aprovechada por los arcabuceros desplegados en el bosque para descargar todo el plomo posible contra los pesados jinetes, que habían quedado rodeados y muy alejados de su infantería de apoyo. Ante el derrumbe de la caballería francesa, Antonio de Leyva lleva a sus tropas fuera de Pavía y arremete contra estos por su flanco. Aunque hambrientas, aún suponían una importante fuerza de combate y los franceses, que no aguantaron el embate imperial, fueron aislados en pequeños grupos y aniquilados unos tras otros. El impacto fue fatal para la orgullosa caballería nobiliaria, que se vio derribada al tiempo que la flor y nata de la nobleza gala iba cayendo estrepitosamente, presa o muerta en combate ante los ojos de su propio rey. Como diría él mismo: “Ni un amigo me queda para unir mi espada a la suya”.
En esas se produjo el gran suceso, cuando Francisco I es desmontado de su caballo al ser este muerto por un disparo de arcabuz y al intentar zafarse la pierna que se le había quedado atorada bajo el cuerpo del animal se encuentra con un estoque en el cuello y es hecho preso por un soldado vasco llamado Juan de Urbieta, el cual, a pesar de ser consciente de haber apresado a alguien importante, no sabía que se trataba del mismísimo rey de Francia. “De todo, no me ha quedado más que el honor y la vida, que está salva” escribiría este después a su madre.

Consecuencias

Los franceses sufrieron unas 15.000 bajas, cifra que sin dejar de ser importante no era excesiva, aunque resultó decisiva por naturaleza de esos caídos, pues cayó lo más granado de la nobleza dejando descabezado al ejército francés. Por su parte, los mercenarios fueron puestos en libertad a condición de no volver a combatir contra el Emperador.
Francisco I sería llevado a Madrid como prisionero donde estuvo recluido cerca de un año, siendo obligado a renunciar al Milanesado, así como también a Nápoles, Flandes, Artois y al ducado de Borgoña. Sin embargo, no tardaría en incumplir lo pactado nada más ser puesto en libertad, pero ese lance y posteriores sucesos los analizaremos en otro momento.
Ahora bástenos con añadir que Pavía no fue una victoria exclusiva de España, sino de un ejército imperial integrado por soldados procedentes de todos los dominios de la monarquía. Esto ya se hace evidente en la plurinacionalidad de los mandos, con Carlos de Lannoy (borgoñón), el marqués de Pescara (italiano) el soldado Frundsberg (alemán) el transfuga duque de Borbón (francés) y el propio Antonio de Leyva (español). Si bien puede observarse en los soldados españoles una determinación “nacional” (o patriótica, si se prefiere) que los confirmaría el corazón de los Tercios aunque combatiesen siempre en minoría numérica dentro de los ejércitos imperiales.
Pavía dio a Carlos V su primera gran victoria, poniendo en evidencia la superioridad militar de las formaciones de infantería combinadas con armas de fuego que caracterizarían a los futuros Tercios en su trayectoria a lo largo de los campos de batalla europeos que dominarían hasta bien entrado el siglo XVII.

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