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martes, 18 de junio de 2019
Los límites de la reelección
15 junio, 2019
Por:
Eddy Montilla Eddy.nelson.mm@gmail.com
e-mail:
redaccion[@]elnacional.com.do.
https://elnacional.com.do/los-limites-de-la-reeleccion/
República Dominicana, como casi todos los otros países del continente americano, es un país de democracia relativamente frágil y proclive a las dictaduras.
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Cuando se toca ese tema, la gente solo saca a relucir la figura férrea de Trujillo y, en menor grado, la del ladino Joaquín Balaguer, tal vez porque las nuevas generaciones no conocen la historia de nuestro país y lo que es peor: a la mayoría de los jóvenes no les interesa tampoco.
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Quizás sea por eso que hay que recordarle a la gente que la lista de dictadores va más allá y hay que incluir a otros claramente definidos como Ulises Heureaux y a dictadores cubiertos con el velo del paso de algunos años como Pedro Santana, Buenaventura Báez y Horacio Vásquez.
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Para que la gente entienda cuán dañino es para un país la repetición sin límites de un gobernante (con descanso de cuatro años o sin este), basta el ejemplo de Estados Unidos donde Franklin Delano Roosevelt ha sido la única persona en toda la historia de ese país que ha permanecido más de dos términos presidenciales (cuatro en total). Después de la enmienda de 1951, una persona puede servir como presidente por dos periodos consecutivos como máximo, quedando posteriormente inhabilitado para esa posición de por vida, dedicándose luego a promover los futuros presidentes de su partido y a dar conferencias nacionales e internacionales para transmitir sus experiencias, entre otras cosas. Eso explica por qué la democracia norteamericana siempre ha sido tan fuerte como el diamante, mientras que las otras democracias de nuestro continente van cojeando de más de una pata como perros callejeros. En nuestro país, Trujillo no llegó a los niveles sanguinarios de Hitler en Europa, de Joseph Stalin en la antigua Unión Soviética, de Pol Pot en Camboya o Idi Amin en Uganda, pero fue lo suficientemente cruel como para hacer fila junto a Francisco Franco en España, Augusto Pinochet en Chile o Francois Duvalier en Haití.
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En consecuencia, si aprendiéramos de nuestro pasado, encontraríamos razones más que suficientes para ponerle límites a la reelección presidencial. Lo que un presidente no hizo en sus cuatro u ochos años de mandato no lo hará nunca aunque se convierta en presidente vitalicio. Y no hay mejor ejemplo para ilustrar eso que Luiz Inácio Lula da Silva, pues, independientemente de lo que se le imputa, Silva sacó a Brasil del atolladero económico en que se encontraba desde siempre, convirtiendo ese país sudamericano en una potencia emergente, todo eso en tan solo ocho años (2003-2011) y su desgracia (junto con la de su país también) solo llegó cuando quiso volver a la presidencia otra vez. Que Balaguer diera su visto bueno para reformar la Constitución y garantizar así su reelección fue algo que nunca me sorprendió, pues los políticos de esa época crecieron bajo la sombra de Trujillo o se anidaron bajo sus alas o fueron influenciados por este. Lo que sí resultó increíble es que aquellos, los llamados “intelectuales”, forjados en la escuela política del partido de oposición hicieran lo mismo para vergüenza y bochorno de su “profesor” y fundador. Y hoy uno se pregunta: ¿qué rayos hemos ganado con todo ese afán de reelección? Nada, porque si usted mira con detenimiento el resultado de los gobiernos de esos expresidentes que hoy son nuevamente candidatos a las próximas elecciones, se encontrará con una de estas dos conclusiones: o bien hundieron más el país en una crisis económica que llevó a los pobres a sudar pobreza en vez de sudor, o bien no hicieron prácticamente nada si comparamos su trabajo con el crecimiento general de la economía dominicana, entiéndase con ello el dinero del país.
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Históricamente, nosotros hemos pagado un precio muy alto en vidas y miseria por los errores de los presidentes que han sido reelegidos sin límites.
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Por consiguiente, lo mejor sería que nuestros futuros presidentes no sean esos mismos que se venden ahora como ovejas sabiendo muy bien nosotros los lobillos que fueron en el pasado. Para eso, quizás necesitaríamos más que un milagro, pues la dura cerviz de nuestro pueblo hace que muchos vendan su dignidad y voto por un “plato de lentejas” como Esaú.
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