Setenta años, otro episodio de la lucha contra Trujillo: la Expedición de Luperón de 1949.
| 19 de junio de 2019 | 10:06 am.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Domingo 19 de junio de 1949. Un reducido grupo de costarricenses, dominicanos, nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos y americanos descendieron del hidroavión Catalina en el atracadero de la pequeña comunidad de Luperón, próximo a la ciudad de Puerto Plata. Eran las siete de la noche, minutos más o minutos menos, pero todos venían con la mente puesta en un solo objetivo: impulsar la lucha armada para derrocar la dictadura de Trujillo, que ya se prolongaba por diez y nueve años.
Diez y seis expedicionarios, partes de un grupo mayor que no llegaba a los cincuenta hombres, encabezado por Horacio Julio Ornes Coiscou, quien pensaba en territorios dominicanos antes de esa hora, otros insurgentes tenían estar combatiendo contra los militares de Trujillo, pues se suponía desembarcaron antes que ellos en cuatro aviones que los trajo desde San Jose, Guatemala, con toneladas de armamentos y pertrechos de guerra; pero la mala suerte, la improvisación y la desorganización estaban en contra de ellos:
El grupo que descendió en la localidad de Luperón, estaba integrado por José Rolando Martínez Bonilla, en funciones de Jefe del Estado Mayor para la zona de Puerto Plata; el veterano de la Segunda Guerra Mundial Federico Henríquez Vásquez, (Gugú); Alejandro Selva y Alberto Ramírez, ex militares de la Guardia nacional de Nicaragua, además del nicaragüense José Félix Córdoba Boniche. También Alfonso Leiton, veterano de la revolución de Costa Rica en 1948; Hugo Kundhardt, dominicano, graduado en la universidad de Santo Domingo y en la de Harvard; Manuel Calderón Salcedo, dominicano estudiante de medicina en La Habana; Salvador Reyes Valdez, dominicano estudiante de medicina. Además, el abogado dominicano Tulio H. Arvelo Delgado y Miguel Feliú Arzeno. El grupo estaba acompañado de una tripulación formada por el capitán piloto John M. Chewing; el copiloto Habet Joseph Maroot, y el ingeniero mecánico Raymond Scruggs, todos de los Estados Unidos. [1]
Algunos de los luchadores anti trujillistas habían tenido cercanas experiencias en Cuba, con los preparativos de guerra Cayo Confites, y en la revolución de Costa Rica de 1948, integrando lo que se conoció como Legión del Caribe. Para sus planes contaron con el apoyo de los gobiernos de Guatemala, Cuba y Costa Rica, especialmente con el gobierno de Juan José Arévalo.
El plan consistía en desembarcar en territorio dominicano con cinco aviones en los que viajarían un grupo no mayor de 50 hombres con experiencia militar, para introducir una importante cantidad de armas de guerra que supuestamente estaban siendo esperadas por “miembros de organizaciones clandestinas” del Frente Interno. La cantidad de armas permitiría armar a unos mil doscientos hombres; pero en el inicio de la operación una parte de esos pertrechos tuvieron que ser abandonados.
Con esas armas y el apoyo del Frente Interno, se abrirían tres agrupamientos en los lugares en que desembarcarían los insurgentes: el general Juancito Rodríguez descendería con dos aviones en la zona de La Vega; Horacio Ornes Coiscou con un hidroavión por la región de Puerto Plata, y el general Miguel A. Ramírez, con otros dos aviones llegaría a la zona de San Juan de la Maguana. Los gastos de guerra fueron sufragados en gran parte por el hacendado Juancito Rodríguez, quien desde su salida del país había aportado los recursos necesitados por los exiliados que preparaban la lucha contra Trujillo.
La dirección del movimiento estaba constituida por el general Juancito Rodríguez García quien tenía la jefatura de la expedición; el general Miguel A. Ramírez como Jefe del Estado Mayor y el coronel Horacio J. Ornes Coiscou como jefe de Operaciones. También tenían vínculos con la operación, Eufemio Fernández, ex jefe de la policía secreta cubana, y el licenciado José A. Bonilla, que hasta 1946 fue vicerrector de la Universidad de Santo Domingo. También el profesor Juan Bosch.
En términos políticos, el movimiento perseguía, una vez derrocado Trujillo, la integración de una Junta Revolucionaria y el establecimiento de un gobierno democrático que garantizara las libertades públicas, reforma agraria, código de trabajo, seguro social y crédito agrícola. Además, la eliminación del analfabetismo, autonomía universitaria, libertad de pensamiento y de reunión, así como libertad de sindicalización.
Sobre la fallida insurrección de junio de 1949, que debía comenzar con la llegada de los expedicionarios, existen varios textos. Resultan de gran valía el libro de Horacio Ornes Coiscou Desembarco en Luperón (1955), y el expediente del Proceso Judicial Expedicionarios de Luperón, 1949, publicado por la Procuraduría de la República en 1998. La prensa escrita de la época, aunque desde la óptica del régimen, contiene numerosas informaciones relacionadas con la reacción de las autoridades al momento de enfrentarse a los oposicionistas.
En el relato de Ornes en Desembarco en Luperón se cuenta lo siguiente:
“La noche del 17 de junio de 1949—narra Horacio Ornes quien era el principal líder de los que llegaron por la población de Luperón—un grupo de jóvenes e idealistas revolucionarios latinoamericanos nos encontrábamos en Puerto Barrios, Guatemala, haciendo los preparativos para un largo y arriesgado viaje por el Mar Caribe (…). Abordamos en la madrugada del día 18 una pequeña embarcación que lentamente nos condujo por las tranquilas aguas del Lago Izabal hasta el caserío de El Estor, situado en una de sus orillas, en plena jungla guatemalteca. [2]
En ese lugar, en el Lago Izabal, debían de embarcarse hacia República Dominicana en el hidroavión “Catalina” PBY, que esperaba para trasladar al grupo de hombres y los pertrechos militares, muchos de ellos recuperados de los que habían formados partes del intento expedicionario de Cayo Confites. Una vez dispuestos a cruzar el mar caribe y en el momento en que se suponía los aviones restantes zarparan y dieran la señal de partida, los combatientes comenzaron a tener innumerables contratiempos con las armas y el combustible, pero todos fueron resueltos aunque al costo de la pérdidas de armas.
Luego de detectar en el cielo unos aviones que se movían sobre el lago Izabal, los combatientes decidieron su salida hacia el territorio dominicano, lo que aconteció en horas de la mañana del domingo 19 de junio. A las seis de la tarde estaban pasando sobre territorio haitiano. Pensaban que a esa hora ya en las costas y montañas dominicanas se estaba combatiendo a la dictadura; pero realmente eso no estaba aconteciendo. A las 7 de la noche llegaron a su destino, pero nadie los esperaba. [3] La expedición estaba llamada al fracaso desde antes de su salida de Guatemala. Los cuatro aviones que completaban la misión no partieron como se esperaba. Por el contrario, comenzaron a encontrarse con problemas que al final hicieron se abortara la operación político-militar. De esa manera, los combatientes que llegaron por Luperón se encontraron completamente solos.
La situación, con lujos de detalles, aparece narrada en el libro de Ornes Coiscou y en los interrogatorios practicados contra los prisioneros sobrevivientes. La iniciativa entró en crisis debido no solo a los contratiempos con los aviones, sino también por la irresponsabilidad de algunos de los líderes implicados. También por las traiciones y por las delaciones de los infiltrados que informaron sobre los preparativos, y por situaciones inesperadas.
De acuerdo a Horacio Julio Ornes Coiscou, la expedición contaba con “dos C-46 y un C-47. Además, con dos aviones Catalina. El que traía el grupo de Ornes debía salir del lago Izabal, en Guatemala y los cuatro restantes de un lugar llamado San José, también en territorio guatemalteco. Luego del desembarco, los aviones debían regresar a Cuba y descender en el puerto de San Antonio de los Baños. Uno de los hidroaviones debía descender en la base del Mariel, también en Cuba. El Catalina donde vinimos debía regresar a la base de Mariel, Cuba”; [4] pero nada de esto se ejecutó como estaba planeado.
La situación que dificultó la operación conjunta de los cinco aviones, es contada por Ornes de la siguiente forma:
El primer contratiempo se presentó el mismo día de la partida, cuando dos aviones alquilados, uno norteamericano del tipo C-47 y el otro mexicano del tipo “Catalina” anfibio, se fugaron. Sus tripulantes, mercenarios (…), no quisieron correr el riesgo y levantaron vuelo con destino a sus respectivos países. Para detenerlos fue inútil que el doctor Fernández Ortega saliera a perseguirlos en un avión de caza. No pudieron ser localizados. Ante esa eventualidad, el doctor Fernández recomendó al general Rodríguez que suspendiera la salida y así lo comunicara a mi grupo. La recomendación, atinadísima en aquellas condiciones, fue desechada por el Jefe del movimiento, quien se negó también a que la fuga de los aviones fuera puesta en conocimiento de mi grupo. Con solo tres aviones, el general Rodríguez ordeno heroicamente, la salida para Republica Dominicana“.[5]
Continua narrando Horacio Julio Ornes, en su libro Desembarco en Luperón: “Después de ese primer inconveniente vinieron otros de mayor magnitud que hicieron imposible que los aviones llegaran a suelo dominicano. Primero, el avión en que iban el general Rodríguez, el doctor Fernández y treinta hombres, se vio obligado a realizar un aterrizaje forzoso en una pequeña playa de la península de Yucatán, cuando, sin radio compas, se encontró en el centro de una tormenta tropical. Así se perdió ese avión y milagrosamente salvaron la vida sus ocupantes. Segundo. El avión en que iba el general Ramírez llego a la primera etapa de su ruta, que era el aeródromo de la isla mexicana de Cozumel, pero en condiciones totalmente contrarias a las instrucciones que se le habían dado antes de la salida”. Fueron arrestados por las autoridades y las armas confiscadas. [6] Las situación llevó al fracaso la acción, de modos que los que llegaron a Luperón ya no tendrían apoyo, y toda la fuerza de la dictadura se volcó sobre ellos.
Por otro lado, en territorio dominicano el Frente Interno que debía tomar parte en la insurrección, estaba desarticulado y muchos de sus miembros apresados, debido a que el régimen logró infiltrar entre ellos a un ex capitán del ejército llamado Antonio Jorge Estévez, quien denunció el movimiento ante las autoridades. Así estaban las cosas el domingo 19 de junio al caer la tarde, cuando los hombres comandados por Ornes llegaban a la costa de la población de Luperón, muy próximo al embarcadero, que le servía de muelle.
Desde el mismo momento en que el grupo de antitrujillista tocó tierra, la situación dio un giro inesperado, pues los habitantes del poblado atraídos por la curiosidad se aglomeraron en torno a los recién llegados y prestaron asistencia pensando se trataba de un accidente aéreo: “La gran cantidad de hombres, mujeres y niños que se reunieron en el desembarcadero, ignorantes del propósito de nuestra misión, nos ofrecieron espontanea ayuda para atracar el aparato. Dos hombres, en una yola, se acercaron al Catalina y llevaron a tierra un cable, tirando del cual nos pusimos a corta distancia del muelle a donde saltamos con las armas preparadas para disparar”. [7]
Luego, despues de entrar en contacto con la población y de contactar a sus superiores; uno de ellos se comunicó con autoridades para informar sobre la situación. Pronto la población se percató de que se trataba de un desembarco militar contra el gobierno, mientras tanto los grupos del Frente Interno no aparecieron como se estaba esperando.
Posteriormente, cuando todavía no habían pasado dos horas del desembarco, sucedió un accidente entre dos combatientes, quienes por error se hirieron mutuamente. Ante esa problemática, se tomó la decisión de salir del país viajando a otro territorio de la región del Caribe, pero ya era demasiado tarde. Tratando de maniobrar y levantar vuelo, el hidroavión Catalina encalló y en esa condición fue presa fácil de la acción del guardacostas de la Marina de Guerra número 9. Varios de los que ya estaban en el avión murieron debido al ataque, y otros se internaron en los bosques cercanos, pero perseguidos por campesinos y militares hasta que fueron apresados y llevados a la ciudad de Santiago, donde se les hicieron los primeros interrogatorios. En estos participó el presidente Trujillo de manera personal. Posterior a esto, los 6 sobrevivientes, fueron conducidos a la cárcel de la Fortaleza Ozama, donde permanecieron durante ocho meses. Diez combatientes perdieron la vida, incluyendo los tres que formaban la tripulación del avión, ciudadanos de los Estados Unidos. Sobrevivieron: Horacio Julio Ornes, Tulio H. Arvelo, Miguel Ángel Feliú Arzeno, y José Rolando Martínez Bonilla, y José Félix Córdova Boniche.[8]
Estando en la Fortaleza Ozama, el país fue visitado por una Comisión de Investigación de la Organización de Estados Americanos (OEA), quienes daban seguimiento a los problemas surgidos entre los gobiernos de la región y el régimen de Trujillo. Esto, debido a que los presidentes de Guatemala, Costa Rica y Cuba apoyaron con recursos económicos, armas y asistencia a los miembros de la Legión del Caribe.
La Comisión de la OEA entrevistó a varios de los sobrevivientes y gracias a la presión de ese organismo internacional sobre el gobierno de Trujillo, los prisioneros de junio de 1949 fueron indultados el 20 de febrero de 1950. El 30 de mayo del mismo año, el gobierno concedió salvoconductos y permitió la salida de los combatientes, quienes llegaron el mismo día a la República de Venezuela. Había terminado una iniciativa que perseguía el derrocamiento de Trujillo y sin embargo, a setenta años de aquel acontecimiento, los dominicanos han ido olvidando a los que ofrendaron su vida por la libertad.
(Notas Bibliográfica: [1] Horacio Ornes. Desembarco en Luperón. (1955). Santo Domingo, Graficas Itesa, 1999, p. 33; [2] Ob. cit., p. 21; [3] Ob. cit., , p. 37; [4] ] Procuraduría General de la República, Proceso judicial expedicionarios de Luperón 1949. Santo Domingo PGR, 1998. p. 57; [5] Ornes, ob. cit., p. 153; [6] Ob. cit., p. 154; [7] Interrogatorio a José Rolando Martínez. En: Procuraduría general de la República, ob. cit., pp. 127-129; [8] Luis Gómez Pérez, “La resistencia a la tiranía trujillista”. En: Historia general del pueblo dominicano. Vol. V, Santo Domingo, ADH, 2015, (pp. 631-654), p. 641).
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