Vestidos regios
Para conocer la historia de la indumentaria regia y cortesana en España nada mejor que acercarse al museo del Prado. Nuestra pinacoteca, una de las mejores del mundo, se abrió al público en 1819 bajo el nombre de Museo Real de Pinturas. Fernando VII y su segunda esposa María Isabel de Braganza, fueron los artífices de la creación del museo, dotado en un principio con unos trescientos cuadros provenientes de la Colección Real. Este número se vio aumentando significativamente con el paso de los años. La manera de vestir de las élites a lo largo de los siglos es una cuestión sumamente interesante que pone de relieve la enorme importancia que se daba al traje como vehículo para demostrar el poder, la riqueza, la sofisticación o la elegancia.
En pasados artículos he venido hablando del retrato cortesano en la época de Felipe II. El todopoderoso rey dejó bien claras las consignas en cuanto a la representación de su persona. Por contraposición a la sencillez de su atavío nos encontramos con unos retratos femeninos que nos presentan a reinas e infantas vestidas con un lujo extraordinario. La moda de las damas españolas fue bastante inmovilista durante los reinados de Felipe II y Felipe III, es decir, que durante unos setenta y cinco años hubo pocas variaciones. Lo primero que nos llama la atención es que la silueta femenina aparece completamente enmascarada por el traje. El llamado sayo alto, que era completamente cerrado, se empezó a usar hacia 1530.
Tal y como hacen las mujeres del siglo XXI, las del XVI podían usar traje entero (saya entera) o dos piezas (jubón y vasquiña). En el caso del traje de aparato, tanto uno como otros, iban acompañados de varios artefactos indispensables: el cartón de pecho, el verdugado y el cuello de lechuguilla, es decir, una serie de tormentos que convertirían el movimiento en algo bastante complicado. El cartón de pecho se podía confeccionar de distintas maneras, por ejemplo a base de una serie de tablillas forradas con cuero que se colocaban delante del pecho para aplastarlo. El verdugado era una estructura de forma acampanada compuesta por aros de mimbre, metal o madera forrados de tela que se colocaba encima de la falda interior. Para la historiadora Carmen Bernis, el verdugado es la gran aportación española a la indumentaria europea. Surgió hacia 1560 y lógicamente estaba al alcance de unas pocas, se trataba de una pieza costosa e incómoda que hacía lucir las ricas telas de la falda en todo su esplendor ya que quedaban muy estiradas.
En cuanto a las mangas, son ricas y complejas. Muchas de ellas dobles, la interior estrecha por la que asoman los puños de encaje y la exterior abierta y rematando en punta. Otra posibilidad son las mangas redondas, que cubren el brazo hasta el codo y luego quedan abiertas. Sobre el vestido cortesano se desplegaban un sinfín de abalorios, las llamadas “puntas” eran unas cintas rematadas por cabos de metal. El talle se situaba en la cintura que se adornaba con cinturón de piedras preciosas al igual que el cuello, con collar e inmensa gorguera que podía estar dispuesta sobre una arandela. El peinado debía ser vertical debido al gran cuello siempre adornado con joyas y a veces con un gracioso sombrerito. La lechuguilla impedía que los pendientes cayeran de manera natural.
Es preciso tener en cuenta que estos elementos solo se usaban en ocasiones señaladas, para la vida cotidiana las señoras llevaban un cuerpo escotado sin mangas por el que asomaba la camisa. Los brazos femeninos no se muestran hasta el siglo XVIII y solo una parte, en cambio fuera de la corte sí se usaba escote. La pintura española por desgracia nos muestra pocos ejemplos de la indumentaria femenina de las clases populares. Las mujeres sencillas vestían dos piezas, cuerpo sin mangas y falda, esta última solía ser doble formada por saya (exterior) y faldellín (interior); las criadas se levantaban la saya para poder trabajar por lo que el faldellín quedaba a la vista. En ausencia de testimonios gráficos, para poder rastrear la vestimenta de épocas tan lejanas, los investigadores deben recurrir, no solamente a los documentos notariales, sino también a la literatura. Las novelas y obras de teatro son una magnífica fuente para conocer los usos y costumbres de cada momento histórico lo cual es de gran ayuda para el historiador. Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Calderón o Tirso de Molina entre otros, nos muestran a través de sus personajes nobles y plebeyos, la sociedad del momento con sus hábitos, tradiciones y rutinas. Una guía para ayudarnos a comprender como era la vida por esos tiempos.
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