Uno de los temas histórico-mitológicos más recurrentes de la cultura occidental es la Guerra de Troya. Aparte de aparecer en numerosas películas y novelas, sus personajes están perfectamente asentados en la vida diaria de las
personas: Aquiles, Héctor, Helena, Paris u Odiseo son varios ejemplos.
Pese a lo arraigado que está el mito troyano en la sociedad, pocos distinguen qué hay de realidad y qué es ficticio. ¿Es realmente todo lo que se cuenta en la Ilíada de Homero una simple invención? ¿Existió la ciudad de Troya realmente? La conservadora Alexandra Villing y la arqueóloga clásica Lesley Fitton analizan aquello que se esconde tras el mito troyano para la exposición que tendrá lugar en noviembre en el Museo Británico.
Desde hace siglos, la teoría más extendida acerca de la localización de la antigua ciudad la ubica en Tróade, situada al noroeste de Asia Menor (actual Turquía). A partir del siglo XIX, décadas después del descubrimiento de Pompeya y el auge del neoclasicismo, la comúnmente conocida como cuna de la civilización volvió a acaparar las mentes de los artistas de la época —el mismísimo Lord Byron viajó a Grecia a luchar contra los turcos motivado por sus pretensiones románticas—.
En 1822, el escocés Charles Maclaren y el inglés Frank Calvertencontraron restos de la histórica ciudad en una colina aunque no sería hasta medio siglo después cuando el alemán Heinrich Schliemann excavó el área hasta dar finalmente con Troya. Las evidencias arqueológicas probaban el nacimiento de un núcleo urbano alrededor del año 3.000 a.C. A lo largo de los siglos, la ciudad no creció demasiado debido a incendios, terremotos y demás fenómenos.
Ubicación actual de los restos de Troya. Museo Británico
Pese a este estancamiento inicial, la urbe ya tenía una muralla que rodeaba la ciudadela en el 2.300 a.C y su cercanía respecto al mar propició un mercado externo importante para la prosperidad. Poco a poco, el crecimiento traspasó el alto muro y se extendió alrededor de la ciudad de forma circular.
La Guerra de Troya sucedió
Está claro que si llegó a existir una guerra lo suficientemente relevante como para pasar a la historia no tuvo nada que ver con el rapto de Helena ni con las ambiciones expansionistas de Agamenón. A finales de la Edad del Bronce la península helénica estaba habitada por distintos núcleos habitados que comenzaban a tener relaciones comerciales con los demás pueblos circundantes.
De esta manera, el nombre de Ilión —otro de los nombres que se le atribuyen a la antigua ciudad— aparece en los escritor de los hititas. En estos documentos se describe cómo Troya tenía una relación de subordinación respecto del Imperio hitita. El conflicto de este imperio con los aqueos desencadenó una guerra que tuvo lugar en Troya. Esta contienda pudo ser lo que motivó a Homero a escribir la Íliada ya que uno de los líderes de Troya era conocido como Alaksandu (Alejandro), otro de los nombres por el que se le conoce al príncipe Paris.
Excavación de la ciudad de Troya. William Simpson Museo Británico
Así, Ilión pasó por manos de persas, griegos y romanos y aunque siempre estuvo habitada jamás floreció tal y como había ocurrido siglos atrás. Se dice que el emperador Flavio Claudio Juliano, apodado por los cristianos como El Apóstata, visitó Troya a mediados del siglo IV para asegurarse de que la tumba de Aquiles seguía intacta y de que todavía se ofrecían sacrificios a la dios Atenea. No obstante, en el año 391 se prohibieron los ritos paganos.
Un siglo más tarde un terremoto destruyó los edificios más emblemáticos de la ciudad y a partir del Imperio Bizantino pasó a ser un mito del que ya nadie se acordaba. No sería hasta el siglo XIX cuando la leyenda se retomaría de la mano de los arqueólogos que buscaban el escenario principal de los poemas homéricos.
Actualmente, no existe un consenso entre historiadores y arqueólogos que determine a ciencia cierta lo sucedido en Troya a lo largo de los siglos. Sin embargo, existió y fue objeto de historias que han llegado hasta la actualidad al punto de definir patrones en los relatos occidentales.
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