sábado, 20 de julio de 2019

La guerra hispano-estadounidense, ¿fue fruto de una conspiración?



  1. Antecedentes
El 15 de febrero de 1898 el magnate norteamericano de la prensa William Randolph Hearst abandonó su despacho del The San Francisco Examiner antes que de costumbre y pasó la tarde en un teatro. Cuando llegó a su residencia le anunciaron que habían telefoneado del periódico diciendo que había una noticia muy importante. Hearst llamó a la redacción y le explicaron que el acorazado norteamericano Maine había sufrido una fuerte explosión en el puerto de La Habana. Hearst ordenó dedicar toda la primera página del periódico a esa información, ya que considera que esta vez se trataba del inicio de la deseada guerra con España. William Randolph Hearst fue el primero en saberlo. La guerra hispano-estadounidense, conocida en España como guerra de Cuba o Desastre del 98, fue un conflicto bélico que enfrentó a España y a los Estados Unidos a partir de 1898, resultado de la intervención estadounidense en la guerra de Independencia cubana. Al final del conflicto España fue derrotada y sus principales resultados fueron la pérdida de la isla de Cuba, que se proclamó república independiente, pero quedó bajo la tutela de Estados Unidos, así como de Puerto Rico, Filipinas y Guam, que pasaron a ser posesiones coloniales de Estados Unidos. En Filipinas, la ocupación estadounidense degeneró en la posterior guerra filipino-estadounidense de 1899-1902. El resto de posesiones españolas del Pacífico fueron vendidas al Imperio alemán mediante el tratado hispano-alemán del 12 de febrero de 1899, por el cual España cedió al Imperio alemán sus últimos archipiélagos, como las islas Marianas (excepto Guam), las islas Palaos y las islas Carolinas, a cambio de 25 millones de marcos de la época. Este conflicto sucede en un periodo en el que los grandes países europeos se disputaban territorios que querían convertir en colonias, ya fuera por su riqueza en materias primas o por abrir nuevos mercados. Pero lo más importante era la idea de la misión civilizadora de los territorios no desarrollados por parte de las grandes potencias.
En línea con lo antes indicado, en la Conferencia de Berlín de 1884 las potencias europeas decidieron repartirse sus áreas de expansión en el continente africano, con el fin de evitar la guerra entre ellas. Otros acuerdos similares delimitaron zonas de influencia en Asia y especialmente en China, donde se llegó a diseñar un plan para desmembrar el país, que no pudo llevarse a cabo al iniciarse la Primera Guerra Mundial en 1914. Sin embargo, los acuerdos no acabaron de eliminar las fricciones entre las distintas potencias. A finales del siglo XIX se sucedieron diversas disputas por puertos y fronteras cuya delimitación no estaba clara, especialmente en África. Un ejemplo de esto sería el incidente de Fachoda entre franceses y británicos. El Incidente de Fachoda es el nombre con el que se conocen los episodios que tuvieron lugar en 1898, cuando Francia y Reino Unido deciden construir líneas de comunicaciones destinadas a conectar sus respectivas colonias africanas. En la localidad de Fachoda, en el actual Sudán del Sur, ocurrió el encuentro de dos expediciones militares, una francesa que llegaba del Océano Atlántico y otra británica que avanzaba desde Egipto siguiendo el curso del Nilo, que al encontrarse entraron en pugna sobre los derechos de sus respectivos países sobre la cuenca del Nilo. Este pleito, aunque no llegó al enfrentamiento armado, movilizó a la opinión pública de Francia y Gran Bretaña en la defensa de sus respectivos intereses imperialistas. También se  produjeron disputas germano-portuguesas por el puerto mozambiqueño de Kionga, así como el ultimátum lanzado por los ingleses contra la expansión portuguesa en Zambia y la polémica entre franceses, británicos, alemanes y españoles por el dominio de Marruecos. Los Estados Unidos no participaron en el reparto de África ni de Asia. Pero como desde principios del siglo XIX estaban llevando a cabo una política expansionista, fijaron su área de expansión inicial principalmente en la región del Caribe y en el Pacífico, donde su influencia ya era evidente en Hawái y en menor medida en Japón. Por desgracia para España, tanto en una zona como en otra se encontraban importantes colonias españolas, como Cuba y Puerto Rico en el Caribe, y Filipinas, las Carolinas y las Marianas y las Palaos en el Pacífico, que finalmente resultaron ser presas fáciles, debido a la fuerte crisis que sacudía España desde el final del reinado de Isabel II.

Tras el Bienio Progresista, bajo el reinado de Isabel II en España, se restablecen la Constitución de 1845 y la Unión Liberal se mantiene en el poder con O’Donnell (1856 – 1863) Después vuelve Narváez, en un periodo tranquilo, con el establecimiento del orden del Estado centralizado y tras detener el proceso desamortizador. La política exterior se usa para que la población no se centre en los múltiples problemas internos. España se ve involucrada en conflictos en Marruecos, Indochina y México. En 1863 vence la coalición de progresistas, demócratas y republicanos, aunque sube al poder Narváez, con un gobierno dictatorial que acaba en 1868, cuando estalla una nueva revolución, dirigida contra el gobierno y la Reina Isabel II. Se trata de la Revolución Gloriosa. Los grupos moderados fueron las que, a través del general Fernando Fernández de Córdova, ofrecieron la posibilidad de formar gabinete. Los progresistas, con Pascual Madoz al frente, consideraban conveniente la disolución de las Cortes. Finalmente la Reina confió el gobierno a Manuel Pando Fernández de Pineda, conde de Miraflores, que apenas contaba con apoyos. Así, su presidencia no duró más que hasta enero de 1864. Otros siete gobiernos se sucedieron hasta la revolución de 1868, destacando entre ellos el presidido por Alejandro Mon y Menéndez el 1 de marzo de 1864, que contó con Cánovas como ministro por vez primera. Por su parte, los progresistas daban por superado a Espartero, y Olózaga junto a Prim fueron configurando una alternativa que no confiaba en la capacidad de Isabel II para salir de la crisis permanente. Narváez formó gobierno el 16 de septiembre de 1864 con la intención permitir la integración de los progresistas en la política activa, temeroso del cuestionamiento del reinado de Isabel II. La negativa progresista a participar en un sistema que consideraban corrupto y caduco llevó a Narváez al autoritarismo. Para descrédito del gobierno, la Noche de San Daniel el 10 de abril de 1865 los universitarios de Madrid protestaban contra las medidas que pretendían mantener la vieja doctrina de la moral oficial de la Iglesia católica, así como contra la expulsión de la cátedra de Historia de Emilio Castelar por sus artículos en La Democracia, donde denunciaba la venta del Patrimonio Real y la apropiación irregular por parte de la Reina del 25 por 100 de los ingresos. La dura represión ante la protestas provocó la muerte de trece universitarios.

La crisis llevó a formar un nuevo gobierno con O’Donnell, Cánovas y Manuel Alonso Martínez, además de otras figuras destacadas. Entre otras medidas se aprobó una nueva ley que permitió incrementar el cuerpo electoral hasta los cuatrocientos mil votantes, casi el doble del número anterior y se convocaron elecciones a Cortes. Sin embargo, antes de celebrarse éstas, los progresistas anunciaron que mantenían su oposición. Así las cosas, el general Prim se sublevó apostando por tomar el poder mediante las armas. Pero la ejecución del golpe militar no contó con la adecuada planificación y fracasó. De nuevo, la actitud hostil de los progresistas enfadó a O’Donnell, que reforzó el autoritarismo del gobierno. Ello provocó la sublevación del Cuartel de San Gil, de nuevo organizada por Prim pero que también fracasó y llenó de sangre las calles. O’Donnell se retiró, agotado, de la vida política y le sustituyó Narváez, que condonó las penas no ejecutadas a los sublevados ,pero mantuvo el autoritarismo con expulsiones de las cátedras de los progresistas y el reforzamiento de la censura y el orden público. Con la muerte de Narváez le sucedió el 23 de abril de 1868 el también autoritario Luis González Bravo. Pero la revolución estaba en marcha y el fin de la monarquía de Isabel II se produjo el 19 de septiembre con La Gloriosa al grito de “¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!”, mientras  Isabel II marchaba al exilio para dar inicio al Sexenio Democrático. Se conoce como Sexenio Democrático o Sexenio Revolucionario al periodo de la historia contemporánea de España que transcurrido desde el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874, que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración borbónica. Durante el Sexenio hubieron básicamente tres etapas: la primera, la del Gobierno provisional español de 1868-1871; la segunda, el reinado de Amadeo I (1871-1873); la tercera, la Primera República Española, proclamada tras la renuncia al trono del rey Amadeo de Saboya en febrero de 1873, y que se divide entre el período de la República Federal, a la que pone fin el golpe del general Manuel Pavía de enero de 1874, y la República Unitaria, también conocida como la Dictadura de Serrano, que se cierra con el pronunciamiento en diciembre de 1874 en Sagunto del general Arsenio Martínez Campos en favor de la restauración de la Monarquía borbónica en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso XII. Como vemos, una época de golpes militares continuados.

En la actividad política de aquellos años participan  cuatro grupos políticos: los unionistas, encabezados por el general Serrano; los progresistas, encabezados por el general Prim y, tras su asesinato, por Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla; los demócratas monárquicos, encabezados por Cristino Martos y Nicolás María Rivero; y los republicanos federales, cuyos líderes era Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Además había el Partido Moderado, afín a las posiciones de los partidarios de Alfonso XII, dirigidos por Antonio Cánovas del Castillo. Y también teníamos a los Carlistas, que desencadenaron en 1872 la Tercera Guerra Carlista para intentar poner en el trono al pretendiente Carlos VII. Por otro lado teníamos a los independentistas cubanos, que provocaran la Guerra de los Diez Años. Después de la restauración de la monarquía en España, llegamos finalmente a Alfonso XIII, llamado «el Africano» (1886 – 1941), que fue rey de España hasta la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931. En realidad asumió el poder efectivo a los dieciséis años de edad, el 17 de mayo de 1902. En efecto, la inesperada muerte del rey Alfonso XII el 25 de noviembre de 1885, con solo 27 años, provocó una crisis que llevó al Gobierno presidido por Práxedes Mateo Sagasta a paralizar el proceso de sucesión a la Corona a la espera de que la viuda del rey, María Cristina de Habsburgo diese a luz, pues estaba embarazada en aquel momento. Cuando el 17 de mayo de 1886 la reina regente dio a luz a un varón, Alfonso XIII, éste fue reconocido de inmediato como rey. Durante su reinado España experimentó importantes problemas que acabarían con la monarquía liberal. Había una falta de verdadera representatividad política de amplios grupos sociales, agravada por la pésima situación de las clases populares, en especial los campesinos. Asimismo había los problemas derivados de la guerra del Rif, así como por el creciente nacionalismo catalán, que ha estado presente a lo largo de la historia de España desde 1714 y que, al igual que Cuba y otras partes del antiguo imperio español, el Estado español nunca ha sabido gestionar. Esta turbulencia política y social iniciada con el desastre del 98 impidió que los distintos partidos políticos lograran implantar una verdadera democracia liberal, lo que condujo al establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera, aceptada o propiciada por el monarca. Con el fracaso político de esta dictadura, el monarca impulsó una vuelta a la normalidad democrática con intención de regenerar el régimen. No obstante, fue abandonado por toda la clase política, que se sintió traicionada por el apoyo real a la dictadura de Primo de Rivera. Alfonso XIII abandonó España voluntariamente tras las elecciones municipales de abril de 1931, que fueron tomadas como un plebiscito entre monarquía o república. Enterrado en Roma, sus restos fueron trasladados en 1980 al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial.

  1. Prolegómenos de la guerra de Cuba
En el caso de Cuba, en aquella época tenía un gran valor económico, agrícola y estratégico,  por lo que habían habido varias ofertas de compra de la isla por parte de varios presidentes estadounidenses, como John Quincy Adams, James Polk, James Buchanan y Ulysses S. Grant, que España rechazó repetidamente. Cuba no solo era una cuestión de prestigio para España, sino que se trataba de uno de sus territorios en aquella época más ricos y con un gran el tráfico comercial en el puerto de su capital, La Habana, que era comparable al que tenía en la misma época el puerto de Barcelona. Paralelamente se incrementa el sentimiento nacional en Cuba, que desde la Revolución de 1868 había ido ganando nuevos adeptos, así como el nacimiento de una burguesía local, a la que las limitaciones políticas y comerciales impuestas por España no les permitían el libre intercambio de productos, fundamentalmente azúcar de caña, con los Estados Unidos y otras potencias. La Guerra de los Diez Años Guerra Grande (1868 – 1878), fue la primera de las tres guerras de independencia cubanas contra el ejército colonial español. La guerra comenzó en la noche del 9 de octubre de 1868, en la finca La Demajagua, en Manzanillo, que pertenecía a Carlos Manuel de Céspedes, líder independentista cubano. Terminó diez años más tarde con la Paz de Zanjón, donde se establecía la capitulación de las fuerzas Independentistas cubanas frente a las tropas españolas. Este acuerdo no garantizaba ninguno de los dos objetivos fundamentales de la guerra, como eran la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud, todavía vigente en Cuba. Por dicha razón, varis grupos dispersos de independentistas cubanos continuaron luchando durante la mayor parte del año 1878 e intentarían reiniciar la lucha contra España durante la llamada Guerra Chiquita (1879 – 1880).

Los beneficios de la burguesía de Cuba se veían seriamente afectados por la poco favorable y poco inteligente legislación española. Las presiones de la burguesía textil catalana habían llevado a la promulgación de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel Cánovas (1891), que garantizaban el monopolio del textil barcelonés entonces muy potente, gravando los productos extranjeros con aranceles de más del 40 y obligando a absorber internamente los excedentes de producción. La extensión de estos privilegios del textil catalán al mercado cubano logró mantener la industrialización de la región catalana durante la crisis del sector textil en la década de 1880, disimulando sus problemas de competitividad. Pero ello fue a costa de los intereses de la industria textil cubana, lo que facilitó la revuelta. La primera sublevación desembocaría en la anteriormente mencionada Guerra de los Diez Años (1868-1878) bajo la dirección de Carlos Manuel de Céspedes, que en aquella época era un hacendado del oriente de Cuba. La guerra culminó con la mencionada firma de la Paz de Zanjón, que no sería más que una tregua temporal. Aunque este pacto hacía algunas concesiones en materia de autonomía política y pese a que en 1880 se logró la abolición de la esclavitud en Cuba, la situación no satisfacía completamente a los cubanos debido a su limitado alcance. Por ello los rebeldes volvieron a sublevarse de 1879 a 1880 en la llamada Guerra Chiquita. Por otra parte, José Martí, escritor, pensador y líder independentista cubano, fue desterrado a España en 1871 a causa de sus actividades políticas. Martí en un principio tenía una posición pacifista, pero con el pasar de los años su posición se radicalizó. Es por esto que convoca a los cubanos a una guerra necesaria para independizarse de España. Para ello crea el Partido Revolucionario Cubanobajo el cual se organiza la guerra.

La escalada de reproches entre los gobiernos de Estados Unidos y España fue en aumento, mientras en la prensa de ambos países se llevaban a cabo fuertes campañas de desprestigio contra el adversario. En América, mediante historietas normalmente manipuladas, se insistía en la valentía de los héroes cubanos, a los que se mostraba como unos libertadores luchando por liberarse del yugo de un país, España, que era descrito como tiránico, corrupto, analfabeto y caótico. Por su parte, los españoles, que no tenían ninguna duda de la intención de Estados Unidos por anexionarse la isla, mostraban a unos hacendados avariciosos y arrogantes, sostenidos por un país, Estados Unidos, sin historia ni tradición militar, a los que España debería dar una lección. Cada vez parecía más inminente el desencadenamiento del conflicto entre dos potencias que otros países europeos consideraban de segundo nivel. Por u lado un país joven y todavía en desarrollo, que buscaba hacerse un hueco en la política mundial, y otro antiguo y caduco imperio, que intentaba mantener alguna influencia mundial como residuo de sus antiguos años de gloria. Los líderes estadounidenses vieron en las colonias españolas, menos protegidas debido a la crisis económica y financiera española, la ocasión propicia de presentarse ante el mundo como una nueva potencia mundial. De hecho esta guerra fue básica en el gran ascenso de la nación estadounidense como poder mundial. Pero para su antagonista, España, significó la acentuación de una crisis que tocaría fondo con una guerra civil en el siglo XX. En La Matemática de la Historia, Alexandre Deulofeu i Torres (1903 – 1978), filósofo de la Historia catalán, vaticinó hace décadas la hegemonía total de Alemania en una Nueva Europa con Inglaterra y Francia depauperadas, y hacia el año 2029 la desintegración de España en una confederación de pequeños estados. Deulofeu deduce que os imperios duran un período casi exacto de 5.100 años, divididos en tres etapas de 1.700 años: primaria, plenitud y decadencia.

Dentro de estas etapas, los imperios de cada civilización (los romanos, bizantinos, así como el francés o el español), todos sin excepción pasan por el mismo proceso hasta que se desintegran, todo junto en un período exacto de 550 años, divididos en fases perfectamente calculables y que superpuestas, reflejadas, se convierten en réplicas exactas, como el romano con el americano, con ciclos iguales: primero un proceso agresivo, con estructura federal, seguido de una  gran depresión, luego un segundo proceso agresivo, con fase absolutista, frecuentemente frenada por un desastre militar, y finalmente una fase de plenitud conservadora, como sucede con Alemania actualmente, que termina con una desintegración final irreversible, como debe suceder con Francia, Inglaterra y España, aunque en diferentes momentos. A razón de estos 550 años de ciclo natural, según Deulofeu el imperio español está a punto de terminarse. Esta fase comienza el 1479 y, siguiendo sus cálculos, la fecha final señala el 2029. Por tanto, en la actualidad España se encontraría en la fase final de un último ciclo inevitable: la desintegración y el advenimiento de una fase caótica, llena de divisiones políticas internas, en que el poder central vivirá el hundimiento imperial en favor de los distintos pueblos peninsulares. Todo ello mediante un proceso de descentralización que transformará el estado en una confederación de pequeñas comunidades: Cataluña, Andalucía, Castilla, País Vasco, Aragón, Valencia, Galicia, con la posible inclusión de Portugal, dependiendo del grado de madurez de cada una y todo bajo el paraguas alemán. Estas comunidades vivirán unos años de plenitud política, económica y cultural después de un periodo de caos, con la posible pérdida de las últimas ciudades africanas y quizá también la independencia de las Islas Canarias.

Ninguno de ambos bandos tenía en aquel tiempo gran experiencia militar. Las últimas campañas bélicas de Estados Unidos se remontaban a su guerra civil (1861 – 1865) y a las campañas contra los indígenas de los Estados Unidos (1870 – 1890). En el caso español, además del conflicto independentista de Cuba y Filipinas, sus últimas experiencias bélicas fueron la Tercera Guerra Carlista (1872 – 1976) y la Guerra en Marruecos (1893 – 1894). El de Cuba no era el primer conflicto internacional desatado por el control de las colonias españolas. En 1885, el Imperio alemán intentó extender su dominio sobre el noreste de Papúa a las islas Carolinas, donde se preveía establecer un protectorado debido a su valor estratégico. Ello produjo combates con España, que estaba presente en el archipiélago desde de las Carolinas 1521 y había reclamado su soberanía por primera vez en 1667. Pero los alemanes, al igual que en otras ocasiones habían hecho los británicos, pretendían que España las había abandonado militarmente en 1787, si bien la actividad misionera y comercial se había mantenido durante todo el siglo XIX. La mediación del papa León XIII terminó, al igual que en otras ocasiones, con el reconocimiento de la soberanía española, aunque se permitió a los alemanes establecer una estación naval y un depósito de carbón en una de las islas Carolinas. En Cuba la situación militar española era complicada. Los mambises, guerrilleros independentistas cubanos, dirigidos por Antonio Maceo y Máximo Gómez, controlaban el campo cubano, quedando solo bajo control colonial las zonas fortificadas y las principales poblaciones. El capitán general español Valeriano Weyler y Nicolau, marqués de Tenerife, duque de Rubí y grande de España, designado para gobernar la isla, decidió concentrar a los campesinos en «reservas vigiladas». Con esta política pretendía aislar a los rebeldes y dejarlos sin suministros. Pero estas reservas vigiladas provocaron que empeorara la situación económica del país, que cesó de producir alimentos y bienes agrícolas, causando la muerte por hambre de entre 200 000 y 400 000 cubanos. Esta situación hizo que se radicalizara aún más el proceso independentista y la exacerbación del odio hacia el dominio colonial español. En La Habana, se sucedían continuas manifestaciones y enfrentamientos entre los sectores independentistas y españolistas. Por otra parte, muchos cubanos influyentes reclamaban insistentemente a Washington la intervención estadounidense. El gobierno de los Estados Unidos, viendo la posibilidad de que el ejército independentista en Cuba lograra derrocar finalmente al español y consecuentemente perder la posibilidad de controlar la isla, se decidió a intervenir.

  1. William Randolph Hearst
William Randolph Hearst (1863 – 1951) fue un magnate de la prensa y los medios estadounidenses, que emergió como uno de los más poderosos personajes de la escena política y empresarial de dicho país. Hearst consolidó uno de los más grandes imperios empresariales de la historia, llegando a poseer un total de 28 periódicos de circulación nacional, entre ellos Los Angeles ExaminerThe Atlanta Georgian, The Washington Times, The Chicago Examiner, The Detroit TimesThe Seattle Post-Intelligencer, The Boston American, The Washington Herald y su principal periódico The San Francisco Examiner, además de diversificarse con empresas editoriales, emisoras de radio o revistas, como Cosmopolitan, Town and Country y Harper’s Bazaar, entre otras. Era conocido por utilizar los medios de comunicación como instrumentos políticos, además de ser un promotor de la prensa amarilla. Se dedicó a generar escándalos y llevar a cabo una verdadera manipulación mediática a fin de lograr beneficiar sus intereses comerciales y políticos. Unos de los casos más remarcables fue su intervención para que ocurriese la guerra hispano-estadounidense y sus periódicos fuesen los que obtuvieran las primicias. También es remarcable la campaña que realizó en contra de la Revolución Mexicana, primero para mantener el régimen de Porfirio Díaz y luego el de Victoriano Huerta, todo ello debido a la inmensa cantidad de propiedades y haciendas de su propiedad en territorio mexicano, que se habrían visto en riesgo debido a la revolución. Hearst trató de alcanzar varios cargos públicos, valiéndose de todas las herramientas de las que dispuso. Tuvo éxito en ser electo por el Partido Demócrata, como miembro de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, para el período 1903 – 1905 y luego consiguió ser reelegido para el consiguiente período de 1905 – 1907, pero falló posteriormente en su intento de convertirse en Alcalde de Nueva York y luego fracasó nuevamente en su aspiración de ser gobernador del Estado de Nueva York.

Posteriormente no intervendría directamente en la política, aunque sí mantendría una clara injerencia en la misma. La historia de Hearst, llena de ambiciones, extravagancias y acciones despóticas y arbitrarias, sería llevada a la gran pantalla por Orson Welles, con la famosa película Ciudadano Kane. El propio Hearst trató de evitar que fuese visionada en los cines, lo que ocasionó que la película no lograse obtener un buen taquillaje. No obstante, la película conseguiría ganar un Óscar y posteriormente sería considerada como una de las más extraordinarias obras del séptimo arte. Hearst es recordado particularmente por la guerra de Cuba de 1898. Una escalada creciente de tensión surgió entre España y Estados Unidos a causa de la situación de Cuba, en aquellos tiempos una colonia perteneciente a España. Esta tensión diplomática fue alimentada por Hearst, según algunos con el único objetivo de vender más periódicos, si bien según la posterior película de Orson Welles, la guerra facilitó el anhelado dominio del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos, de gran valor estratégico. Cuando, en medio de la guerra de Cuba de 1898, el acorazado estadounidense Maine explotó en el puerto de La Habana, fue Hearst el que señaló a España como la culpable de un supuesto sabotaje e instó al por aquel entonces presidente estadounidense William McKinley a implicarse en una guerra contra los españoles, algo que el gobierno norteamericano no tenía previsto. La guerra facilitó a Estados Unidos el dominio del Canal de Panamá y de las últimas colonias españolas de ultramar.

William McKinley (1843 – 1901) fue el vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos y el último veterano de la Guerra Civil que alcanzó ese cargo. Durante la década de 1880 fue un importante miembro del Partido Republicano. Como congresista, fue responsable del incremento de los aranceles a las importaciones como medida de prosperidad. En su candidatura a las elecciones presidenciales de 1896 promovió el pluralismo entre los grupos étnicos. Su campaña introdujo nuevas técnicas de publicidad que revolucionaron las campañas políticas, y venció al demócrata William Jennings Bryan. Con su mandato comenzó un período de dominio republicano, en el que se fomentó la actividad mercantil. Estados Unidos, además, se convirtió en una potencia mundial tras su victoria en la Guerra hispano-estadounidense. Esto permitió a McKinley volver a ser elegido presidente en 1900 tras otra intensa campaña también frente a Bryan. En lo referente a política internacional apoyó la independencia de Cuba. La guerra con España le dio además a Estados Unidos el control de Puerto Rico, Guam y Filipinas. El 6 de septiembre de 1901 fue tiroteado por el anarquista Leon Czolgosz. Falleció ocho días después y se convirtió en el tercer presidente asesinado en el cargo, tras Abraham Lincoln y James Abram Garfield. La élite efectuó otra complicada jugada política que incluyó el asesinato de otro jefe de Estado norteamericano, William McKinley, haciendo aparecer el magnicidio como obra de otro “loco suelto“, un anarquista llamado Leo Colgosz. El asesinato ofrecía a la élite un triple beneficio. Eliminaba a un personaje que nunca fue del todo fiel a los planes elitistas y daba acceso inmediato al poder a Theodore Roosevelt, entonces vicepresidente, que sí que era un servidor incondicional de la élite. Además servía de propaganda contra los movimientos sociales como el anarquismo, que a comienzos del siglo XX amenazaban con tomar el control de los medios de producción. McKinley, republicano, fue elegido presidente dos veces. La primera en 1896 y la segunda en 1900. La causa por la cual su campaña obtuvo una financiación muy abundante, en ambas ocasiones por parte de la élite, fue principalmente el hecho de que se lo consideraba un mal menor frente a quien representaba un verdadero dolor de cabeza para los grandes empresarios, William Jennings Bryan, candidato demócrata en ambas elecciones. Bryan era un demócrata fuera de serie, quizás el mejor orador de la historia de los Estados Unidos, y además un personaje que confrontaba radicalmente con las intenciones de la élite.

4 La intervención norteamericana en la guerra
La explosión del Maine se produjo exactamente a las 21,40 horas. A esa hora del 15 de febrero de 1898, y poco más tarde William Randolph Hearst telefoneó a su periódico para ordenar la inserción de ese acontecimiento, mientras que más de doscientos cincuenta oficiales y marinos yacían en el fondo del puerto de La Habana, en medio de un revoltijo de hierros retorcidos. Eran los únicos restos de lo que había sido una de los barcos más nuevos de la flota americana, el crucero acorazado Maine, una de las unidades con pabellón norteamericano más rápidas. El Maine había llegado a La Habana el 24 de enero. Hacía, pues, tres semanas que el barco de guerra había atracado en el puerto, una escala más larga de lo que se hubiera esperado para una simple visita de cortesía. Aunque se habían respetado las formas y los españoles, dueños de Cuba, habían seguido el juego, el Maine, con su bello casco blanco y sus cañones, estaba en La Habana para impresionar a los españoles y, eventualmente, proteger a los ciudadanos americanos residentes en Cuba. Desde hacía muchos meses, una crisis, que se había ido agravando, oponía a los gobiernos norteamericano y español en relación a Cuba. El punto de partida había sido la insurrección que estalló en la isla tres años antes y por la que los americanos manifestaban una simpatía cada vez mayor. La presencia del Maine en La Habana parece ponerse al servido de la descolonización de una isla vecina de los Estados Unidos. Los Estados Unidos acaban de lograr su unidad después de una cruel guerra civil y la conquista del lejano Oeste está a punto de terminar. En menos de diez años se ha creado una importante marina de guerra. Una marina que alberga el deseo de convertirse en potencia mundial y escapar a los límites de su propio territorio. El dominio de los mares adyacentes se convierte en el primer objetivo norteamericano, por lo que, irremediablemente, el mar del Caribe, un mar español desde los tiempos de Colón, tiene que pasar a la órbita norteamericana. La construcción de una marina de guerra moderna fue decidida en Estados Unidos por una ley de 1882. Pero, en un país donde la experiencia naval era muy pobre, abundaban las dudas sobre la tipología de esta nueva marina. En 1883 se había llegado a la fórmula: un tercio de barcos vapor y dos tercios de vela.
Vino después el problema de la coraza, ya que poco antes de los acontecimientos que relatamos, no se destinaban más de trescientos dólares de coraza por tonelada de buque. Además, el Maine no era la mejor unidad de esta flota, ya que se trataba de un prototipo. Salido de los astilleros de Brooklyn el 18 de noviembre de 1890, este navío de líneas rudimentarias y con dos delgadas chimeneas, es realmente el primer barco de guerra acorazado de fabricación cien por cien americanas. Como muchos navíos de guerra de la época, aunque su potencia de fuego y su coraza son notables, sus cualidades náuticas son muy mediocres, empeoradas por su radio de acción limitado al tener necesidad de repostar carbón con frecuencia. Otros barcos lo habían superado por los potentes buques Indiana, Massachusetts y Oregón. Pero el Maine había sido escogido ya que era capaz de causar efecto. Eventualmente su coraza le permitiría soportar tiros cercanos, como sucedería en el caso de las baterías costeras españolas. Además, su comandante, el capitán Sigsbee, tiene toda la confianza del almirantazgo americano y había demostrado su valía cuando consiguió evitar una colisión con un barco cargado de mujeres y niños, en el East River de Nueva York. Un barco adecuado i un comandante perfecto acaba de saltar por los aires en el puerto de La Habana, en una tarde de febrero de 1898. No lejos del Maine, se adivinan la sombra y las luces de atraque del crucero español Alfonso XII. Un poco más lejos, un barco americano, el City of Washington, aparte de algunos cargueros y veleros. Ha hecho calor, pero no como para provocar un incendio en las bodegas de municiones. Además, han sido inspeccionadas, según exige el reglamento. Sigsbee declaró que estaba pegando el sobre de una carta para su familia, cuando tuvo lugar la explosión: «Se produjo un rumor profundo, como salido de las entrañas del navío, después una detonación terrorífica de resonancia metálica. Comprendí inmediatamente que el Maine explotaba y que nos hundíamos...». El barco norteamericano se había desintegrado totalmente y, por sus trozos desparramados ya se veían hombres muertos o heridos. Unas chalupas del Alfonso XII y el City of Washington se acercaron rápidamente y recogieron a los supervivientes. La explosión sacudió a toda la ciudad y pueblos de alrededor. Al día siguiente por la mañana el puerto ofrecía un espectáculo desolador y del Maine no quedaban más que trozos de hierro y el mástil de popa, en cuya punta se veía la bandera estrellada a media asta, con más de doscientos sesenta muertos. La investigación mostraría que la explosión se produjo por debajo de la línea de flotación,  hacia la parte delantera izquierda del navío, a la altura del puente de mando. Los trabajos de la comisión investigadora duraron veintitrés días. El presidente de los Estados Unidos por aquella época. William McKinley, publicó un mensaje con las conclusiones de esta investigación.

El informe decía que la pérdida del Maine no era debida a alguna negligencia de parte de algún miembro de la tripulación y que el navío fue destruido por una mina submarina que provocó la explosión de las bodegas de munición. En el documento del 28 de marzo, firmado por McKinley, se dice: «No se ha podido conseguir prueba alguna que demuestre que la destrucción del Maine pueda atribuirse a una o más personas. Di la orden de que los indicios reunidos por la comisión investigadora y el punto de vista del gobierno sobre este asunto se comuniquen al gobierno de Su Majestad la reina regente y estoy convencido de que el sentido de la justicia propio de la nación española le dictará la línea de conducta exigida por el honor y las relaciones amistosas existentes entre los dos gobiernos». Su contenido aparentemente pacífico no impedirá que los dos países se lancen a una guerra. Pero hay un extraño testimonio en la investigación que parece haber quedado en la sombra. Este testimonio, firmado por uno de los oficiales de la marina, miembro del Tribunal militar con sede en el puerto de La Habana, declara: «No hay que olvidar que, al alba del día en que sobrevino la catástrofe, se mató a un individuo a bordo de una pequeña embarcación en la que se encontró a otro personaje herido que fue hecho prisionero. Navegaban en las proximidades del Maine y del Alfonso XII y, como se trataba de individuos conocidos por sus antecedentes judiciales, me interesó el asunto por ver si ello tenía alguna relación con la explosión del Maine. Y descubrí que estos dos hombres, acompañados por un tercero conocido como Pepe Taco, habían comprado en un bazar de la calle Mercaderes una especie de tubo del tipo del que usan los buceadores y que los tres hombres embarcaron en una canoa que previamente habían traído al muelle de Santa Catalina y que ahí estuvieron más de una hora, mientras que Pepe Taco, que tiene fama de ser uno de los mejores buceadores de la región, estuvo trabajando, más o menos, hasta la hora de la explosión del Maine.Con estos datos me dirigí a Regla y descubrí que la familia del muerto, que hasta entonces vivía en la mayor miseria y ocupaba una barraca en la calle Rodríguez Batista, se había instalado en un buen apartamento de la calle Gelabert. Allí me enteré, además, de que habían aceptado hacer saltar al Maine por la suma de seis mil dólares, de los que dos mil debían ser pagados por adelantado y el resto, después de la destrucción del barco. Pero, como no todo había ido bien y, después de haber sido atacados cuando se batían en retirada, habiendo sido muerto uno y el otro herido, el tercer ladrón no había vuelto a buscar el resto de la suma prometida. Se trataba —me parece— del buceador Pepe Taco que temía ser descubierto. Todo el asunto había sido organizado y ultimado con unos grandes comerciantes de la calle Muralla, de los que tengo algunos nombres, en particular los de García Corujedo, Villasuso, Maribona y otros que no recuerdo. En cuanto al individuo detenido, se le administró morfina en gran dosis, sin duda para matarle e impedirle hablar».

Quizá todo el secreto de la explosión del Maine estuviese relacionada con William Randolph Hearst y los periódicos norteamericanos. Ya varios años antes, la insurrección cubana interesaba a los diarios americanos que veían en ella una fuente de reportajes. Es evidente que una nueva prensa sensacionalista explicaba a su antojo los hechos de armas de Máximo Gómez Báez, jefe de las tropas revolucionarias cubanas, y sus hombres en su lucha contra los españoles, que eran presentados por dicha prensa como sanguinarios y depravados. Todo ello en una desenfrenada carrera entre Hearst y Joseph Pulitzer, editor estadounidense de origen judío húngaro. La insurrección cubana se había iniciado el 24 de febrero de 1895, tres años antes de la explosión del Maine, en Baire, cerca de Santiago de Cuba. Y desde ese momento la prensa americana comenzó a seguir este acontecimiento. Deseoso de minimizar la importancia de la revuelta, el gobernador español instaura la censura de prensa. Pero los insurrectos cubanos llenan los periódicos norteamericanos de noticias cuidadosamente fabricadas. Periodistas llegados de todo el mundo recorren entonces la isla de Cuba. Uno de ellos es un joven oficial del ejército de Indias, que se ha licenciado para seguir las operaciones militares y enviar crónicas a la prensa. Se trata de Winston Churchill. Poco a poco la guerra de Cuba es prácticamente patrocinada por los periódicos norteamericanos. Hearst, no contento con enviar a Cuba reporteros y cargamentos de armas, organiza fiestas en favor de los insurrectos. Incluso se ha encargado a un joyero de la Quinta Avenida una espada de oro y brillantes para Máximo Gómez, en la que se puede leer: «A Máximo Gómez, comandante en jefe del Ejército de Liberación cubano republicano. Viva Cuba libre».  No conformes con enviar armas, no hay semana en que no salgan de los Estados Unidos convoyes de voluntarios para unirse a los combatientes antiespañoles. Se han organizado campos de reclutas en Alabama y otros Estados del Sur. El reclutamiento y entrenamiento de estos grupos de voluntarios están bajo la autoridad de una denominada Junta cubana, a pesar de las protestas del representante de España en Washington. Pero el asunto cubano corre el riesgo de perder su interés y ya Hearst ha encontrado algo para reemplazarlo. Se trata del caso Dreyfus en Francia, una sentencia judicial de neto corte antisemita, sobre un trasfondo de espionaje y antisemitismo, en el que la víctima fue el capitán Alfred Dreyfus, de origen judío-alsaciano, y que durante doce años, de 1894 a 1906, conmocionó a la sociedad francesa de la época, marcando un hito en la historia del antisemitismo. No obstante los españoles, probablemente sin quererlo, volvieron a hacer que prensa sensacionalista norteamericana volviese a interesarse por Cuba, ofreciéndole una cabeza de turco en la persona del general Valerio Weyler, que sustituyó al comandante en jefe español de Cuba, el general Martínez Campo, considerado poco duro.

Weyler era partidario del método duro, por lo que comienza a dar más fuerza a la censura y prohíbe a los reporteros norteamericanos seguir las operaciones de las fuerzas del orden españolas, llegando incluso a expulsar a algunos reporteros de Cuba. Ello le acarrea inmediatamente la hostilidad de los periódicos norteamericanos que no tardan en hacerle el personaje más odiado del público estadounidense. Se convierte en «Weyler el carnicero», coleccionando los epítetos más ignominiosos. El Journal escribe: «España está jugando su última baza y ha enviado a Cuba al militar más sanguinario y feroz, al déspota más cruel que Cuba ha conocido». La animadversión de los norteamericanos se incrementa ya que Weyler consigue ciertos éxitos, puesto que sofoca totalmente la rebelión en la provincia de Pinar del Río, la más occidental de la isla, y hace recular la insurrección hacia el este. Además, Antonio Maceo, general cubano y segundo jefe militar del Ejército Libertador de Cuba, ha sido muerto en combate por las tropas españolas. En febrero de 1897, el arresto, por orden de Weyler, de Sylvester Scovel, repórter del World, acusado de connivencia con los rebeldes y falsificación de documentos, hace que suba el nivel de escalada bélica. Habiendo sido detenidos otros norteamericanos, en Estados Unidos se organiza una verdadera campaña contra los malos tratos que se denuncia les están dando las autoridades españolas. Continua el reclutamiento de voluntarios y el Journal anuncia que en Nebraska un supuesto general Olby ha puesto en pie de guerra una fuerza de quince mil hombres. El público norteamericano se entusiasma con las crónicas sobre los que rompen el bloqueo o los contrabandistas que, en pequeños barcos, avituallan a los insurrectos cubanos. Los norteamericanos leen ávidamente que el yate Los Tres Amigos ha conseguido pasar a los cubanos dos mil fusiles, setecientos cincuenta mil cartuchos, cinco mil machetes, dos toneladas de dinamita y medicamentos. Pero Hearst no se conforma con eso. Necesita una historia que apasione a los lectores y la encuentra en la odisea de una joven y bonita cubana llamada Evangelina Cosio y Cisneros. Es la heroína que había que oponer al sanguinario Weyler. Hearst decide que la bella Evangelina se convierta en la «Juana de Arco cubana».
Evangelina, la Juana de Arco cubana, es bonita, de dieciocho años, huérfana de madre, e hija de un jefe rebelde que ha sido condenado a muerte por los españoles. Evangelina también ha caído prisionera por haber intentado liberar a su padre de la isla de los Pinos, donde estaba prisionero. Encarcelada en la prisión de Recogidas, en La Habana, es descubierta en agosto de 1897 por un corresponsal del Journal, George Eugene Bryson, que construye una crónica melodramática con las desventuras de Evangelina, que se encuentra «mezclada con las más viciosas prostitutas de La Habana, con las mujeres de color» y objeto, según Bryson, del acoso de un oficial español. La crónica de Bryson fue acogido por Hearst con gran satisfacción. La Juana de Arco cubana se convierte en centro de atención. Todos los corresponsales del Journal se movilizan para explotar al máximo la historia. La maquinaria propagandística montada por Hearst funciona a toda máquina. Por ello se envía una súplica a la reina de España, que tiene la regencia durante la minoría de edad de Alfonso XIII. Asimismo su texto se cursa a numerosos corresponsales y delegados de la prensa de Hearst en Estados Unidos, a los que se encarga de recoger firmas entre las mujeres influyentes de sus respectivos estados. Incluso llega a enviarse un telegrama al general Weyler. Esta operación, compuesta por artículos diarios sobre los avatares de Evangelina, fue un completo éxito y constituyo, sin duda, un ejemplo de la prensa amarillista. El poder de la prensa funciona a escala de todo un país cuya opinión pública se ha movilizado. Millares de mujeres norteamericanas responden a la llamada de Hearst y el Journal puede llenar doce columnas de firmas. Se organizan en el país centenares de mítines para reclamar la libertad de la joven Evangelina. Y lo que le faltaba a España, Inglaterra, emocionada por esta segunda Juana de Arco, responde igualmente de forma masiva a la llamada. La presidenta de la Liga de la Temperancia de Londres y lady Rothschild (otra vez un Rothschild en la Historia mundial) recogen unas doscientas mil firmas en favor de la joven Evangelina. También el Papa envía un mensaje a la reina regente María Cristina, que sugiere al general Weyler enviar a Evangelina a un convento, cosa que éste no hace. La Juana de Arco cubana sigue en la prisión de Recogidas, que  parece es menos inhumana de lo que cuentan las crónicas del Journal, según declaraciones del cónsul general de Estados Unidos en La Habana. El cónsul revela que la señorita Cisneros dispone, en la prisión de Recogidas, de una habitación de dos piezas muy limpias, que está bien vestida y alimentada, que no se le inflige castigo alguno ni padece ningún tipo de persecuciones sádicas sobré las que la prensa de Hearst se recrea.

La evasión de Evangelina tenía que ser el golpe maestro que coronara la operación publicitaria de Hearst. Encarga a un hombre, Karl Decker, para que la lleve a cabo. No es necesario señalar que él le proporciona los medios. Y la evasión resulta… Tiene lugar el 6 de octubre de 1897. Los guardianes han sido sobornados con largueza, y quizá Weyler no esté descontento tampoco de desembarazarse de su molesta prisionera. Después de estar escondida tres días en un apartamento alquilado por Decker, Evangelina, disfrazada de marino, consigue burlar la vigilancia (?) de los españoles y embarcarse en el buque Séneca que la lleva a Nueva York. Su llegada es el 13 de octubre, día en que el Journal le ha preparado una recepción espectacular. Tras una permanencia en el hotel Waldorf Astoria a todo lujo, Evangelina es mimada por el Journal, siendo paseada por los Estados Unidos. Pronuncia varios discursos en que cuenta sus desventuras y las atrocidades españolas en Cuba. Esto provoca un aumento de tensión entre Estados Unidos y España. A pesar de la prudencia de las autoridades americanas el camino de la guerra parece abierto. En su último mensaje sobre el estado de la Unión, el presidente norteamericano Cleveland condena las maniobras de los partidarios de la causa cubana, que fomentan la agitación por medio de la prensa, compran armas, recogen fondos y abusan de la tolerancia de la legislación americana. Por su parte, el gobierno español busca soluciones para mejorar el clima político y social de Cuba, tales como amnistías, programas de reformas, y propiciando una cierta autonomía. Pero en Estados Unidos la guerra va ganando adeptos. Ello puede verse en el Congreso, donde el congresista Sulzer, de Nueva York, propone el reconocimiento de la independencia cubana y un apoyo armado. Una resolución exige la liberación de todos los ciudadanos americanos detenidos en Cuba, amenazando con la intervención de la marina americana. Por lo tanto, la explosión del Maine se da en un clima prebélico. Hearst y todos los que impulsan la guerra están seguros que el conflicto va a estallar. Pero a pesar de los artículos histéricos de la prensa de Hearst el conflicto aún no llega. Entre los comentarios más corrientes de los periódicos de Hearst podemos leer: «El acorazado Maine ha sido partido en dos por una máquina infernal colocada por el enemigo. La ignominia y la crueldad de los españoles queda patente en el hecho de esperar a que la tripulación estuviera acostada para hacer funcionar su mina».

Bajo el título «El populacho de La Habana ofende la memoria de las víctimas del Maine», se puede leer que los oficiales de marina españoles celebraban la suerte del Maine. Muchos expertos pensaban, viendo los restos, que se había producido en un atentado con empleo de alguna mina. En Estados Unidos crece cada día el clima bélico. Los esfuerzos del nuevo presidente McKinley en favor de una solución diplomática solo pueden retrasar la guerra. El World de Pulitzer escribe: «Todo está ahora a punto, el ejército está preparado, la marina está lista, las finanzas también, el proceso contra España y el pueblo español están preparados». El Congreso refleja este estado de ánimo, por lo que las comisiones de la Cámara de representantes y del Senado habilitan créditos militares. El corresponsal en Washington del Herald escribe que entre los representantes y los senadores domina el sentimiento de que la guerra es inevitable. El representante americano en Madrid, Woodford, considera que España, agotada por las continuas rebeliones en Cuba, está dispuesta a aceptar una salida honrosa. Washington hace saber a España que el presidente sería favorable a cualquier forma de arreglo. El 26 de marzo Woodford recibe el informe de la comisión investigadora sobre la destrucción del Maine para transmitirlo a los españoles. Además se reitera la idea de una mediación. Pero el Journal, deformando la verdad, lo interpreta como un ultimátum a España. No obstante, el informe sobre el Maine está lleno de repeticiones y las declaraciones de los sobrevivientes del Maine no aportan la más mínima luz sobre la catástrofe. Woodford, en Madrid,  hace saber que para el 31 de marzo espera una respuesta de los españoles y se muestra optimista. Pero el secretario de Estado norteamericano William Rufus Day le comunica el avance de los partidarios de la guerra en Estados Unidos. La respuesta de Madrid llega el 31 de marzo. Da ciertas seguridades sobre la reagrupación de las poblaciones evacuadas de la zona rebelde y el estudio de las condiciones para restablecer la paz en Cuba. Pero la respuesta del gobierno español no dice nada sobre un eventual cese de hostilidades con los rebeldes, algo que los norteamericanos consideran inaceptable. El Journal escribe: «La diplomacia ha fracasado y nuestra declaración de guerra está en preparación». La marcha hacia la guerra se acelera, incluso en el Congreso, donde se habla abiertamente de la independencia de Cuba y la intervención militar si fuese necesario.

Los españoles empiezan a darse cuenta de la amenaza y comienzan a hablar de un armisticio, a cambio de que los Estados Unidos retiren los barcos de guerra que se encuentran en las cercanías de Cuba y particularmente en Key West, base situada en la punta extrema de Florida más cercana a Cuba, donde la marina mantiene una importante escuadra. Al transmitir esta propuesta, Woodford escribe al secretario de Estado William Rufus Day: «Sé que la reina y su gabinete desean sinceramente la paz, así como el pueblo español, y, si usted puede dejarme el tiempo y la libertad de acción suficientes, yo obtendría esa paz que usted desea tan ardientemente y en pro de la cual ha actuado con tanta decisión». Pero la rada belicista parece imparable, tanto en el país como en el Congreso norteamericano, no siendo considerada incluso una propuesta de mediación del Papa. Se ha llegado a un punto de no retorno y el mismo presidente McKinley no ve otra solución que la guerra. En el World se puede leer: «El presidente no puede continuar indefinidamente negociando con los asesinos». Incluso la sustitución, por parte española, del general Weyler no puede calmar la belicosidad en Estados Unidos. Todo ello a pesar de que su sucesor, el general Ramón Blanco, ha decretado la amnistía por los delitos políticos. También en España empiezan a tener conciencia de que no hay más salida que la guerra. El 8 de marzo, el Congreso americano vota por unanimidad un crédito de cincuenta millones de dólares para la defensa. El presidente tiene todos los poderes para poder utilizar esa suma como mejor le parezca. Mientras tanto, el gobierno español se pregunta cómo podrá él hacer frente financieramente a un conflicto, cuando ya tiene problemas  para pagar a los doscientos mil hombres que mantiene en Cuba. Las medidas militares norteamericanas son cada vez más evidentes. El 18 de marzo se anuncia la formación de una escuadra volante norteamericana, con base en Hampton Roads, en la costa de Virginia, co el objetivo de asegurar la defensa de las costas atlánticas estadounidenses. Esta escuadra, a las órdenes del capitán de navío Schley, incluye el crucero acorazado Brooklyn, los acorazados Massachusetts y Texas y los cruceros Minneapolis y Columbia, más rápidos que los demás barcos de las distintas marinas de guerra.
En una sola jornada, el 12 de marzo, la marina norteamericana emitió un pedido de municiones por valor de unos tres millones de dólares. Asimismo, la marina norteamericana procedió a habilitar unos cuantos cruceros. Mientras tanto en el momento de la explosión del Maine, la marina española sólo cuenta en Cuba con una fuerza reducida. En contrapartida de la visita del Maine a La Habana, los españoles enviaron a Nueva York el crucero acorazado Vizcaya, permaneciendo allí sin incidentes. Otro crucero español llegó a La Habana durante el mes de marzo. Pero cuando el gobierno español se enteró de una importante concentración de navíos americanos en Key West, a solo ciento cincuenta kilómetros de las costas de Cuba, decidió enviar a las Canarias una escuadra a las órdenes del almirante Cervera. Esta escuadra española estaba formada por los cruceros Infanta María Teresa y Cristóbal Colón, además de una importante fuerza de siete torpederos. La escuadra del almirante Cervera llegó a Canarias hacia fines de marzo. El 2 de abril, llega a Washington una información de que la escuadra española ha abandonado Canarias con destino desconocido. Más tarde se tienen noticias de que el almirante Cervera, al que se han unido los cruceros O Querido y Vizcaya, ha hecho escala en las islas de Cabo Verde. Desde el comienzo de abril los ciudadanos americanos residentes en Cuba comienzan a evacuar la isla. El 9 de abril, el general Lee, cónsul general en La Habana, se despide del capitán general Blanco. Pero éste, alegando una indisposición, no le recibe. La declaración de guerra se produce el 20 de abril. La víspera, el Congreso de los Estados Unidos ha votado una resolución que exige la independencia de Cuba y la salida de los españoles. La resolución dice: «Por esta resolución el presidente de Estados Unidos queda autorizado para emplear las fuerzas armadas americanas de tierra y mar para traducir esta resolución en hechos». Al estampar su firma el 20 de abril a las 11,24 horas de la mañana, el presidente McKinley firma una declaración de guerra. El embajador español Polo y Bernabé abandona Washington esa misma tarde. El ultimátum norteamericano llega a Madrid el 20 de mayo pero los españoles lo declaran inaceptable. Al día siguiente por la mañana, el representante de Estados Unidos en Madrid, Sewart L. Woodford, es avisado de que se han roto las relaciones diplomáticas entre los dos países y, unas horas más tarde abandona España.

  1. La guerra hispano-norteamericana
Era evidente que un conflicto entre España y Estados Unidos debería desarrollarse principalmente en el mar. El ataque de los norteamericanos en España parecía tan inimaginable como a la inversa.  De todos modos en Washington se temían los posibles bombardeos efectuados por unidades navales españolas. La respuesta de Madrid a la declaración de guerra norteamericana implica que España aparentemente no se deja amilanar: «Con toda la energía de un pueblo que ha sabido conquistar en la historia nombre y fama envidiables, España defenderá con las armas su derecho a seguir en América sin dejarse intimidar por la envergadura de la empresa ni por la enorme superioridad de los medios de que dispone el adversario». En Key West, donde está concentrada la escuadra americana del Atlántico, el ultimátum a España provoca alegría. El día 21, cuando Woodford abandona Madrid, un largo despacho firmado por el presidente McKinley llega a manos del almirante Sampson, a cuyas órdenes están las fuerzas concentradas en Key West. La escuadra recibe la orden de asegurar el bloqueo de las costas cubanas. El buque carguero Buenaventura de Bilbao, en ruta desde el puerto de Pascagoula, en el Mississipi, hacia Rotterdam, con una carga de madera, es la primera víctima de la guerra. La escuadra del almirante Sampson enfila el sur y, hacia las cuatro de la tarde se encuentra a la vista de las costas de Cuba, a unos quince kilómetros al este de La Habana. Un segundo carguero español, el Pedro, igualmente de Bilbao, que pasa por allí, es capturado por el New York. Al otro día por la mañana, mientras la escuadra se lanza a la caza del crucero Alfonso XII, aparece una columna de humo en esa dirección. Se toman en seguida las disposiciones de combate. Pero se trata de un barco de guerra italiano que se dirige a La Habana. Después, la flota se divide para bloquear los principales puertos cubanos. Tal como ha ordenado el presidente McKinley se ha cerrado el bloqueo en torno a Cuba. El objetivo es asfixiar al cuerpo expedicionario español y forzar al almirante Cervera a llevar su escuadra a aguas cubanas, donde la flota americana, segura de su superioridad, se podrá imponer. El 29 de abril Cervera abandona las islas de Cabo Verde, en dirección a aguas americanas. Los americanos lo creen en Puerto Rico y es hacia allí adonde se dirigen varias unidades para lanzarlas tras el almirante español.

Se trata del New York, los acorazados Indiana e Iowa y las baterías flotantes Amphitrite Terror, remolcados por otras unidades. El 11 de mayo la escuadra de Sampson se encuentra en los parajes de San Juan de Puerto Rico. Pero el puerto está vacío y Sampson, temiendo que le faltara carbón, vuelve con su escuadra a Key West, donde llega el 18 de mayo. Aquí se encuentra también el Flying Squadron del almirante Schley, que también había estado buscando la escuadra del almirante Cervera. Pero la escuadra de Cervera está en Fort-de-France, en las Martinicas, el 11 de mayo, mientras Sampson la busca ochocientos kilómetros más al norte, en San Juan de Puerto Rico. El almirante Cervera está preocupado por las noticias que llegan de Cuba. Todos los puertos están estrechamente vigilados por los norteamericanos, salvo Santiago de Cuba, en la costa sur. Por el momento el problema principal es el del carbón. Por ello Cervera decide dirigirse a Curasao, posesión holandesa frente a las costas venezolanas, adonde llega el 14 de mayo. Antes de abandonar el puerto de Fort-de-France, el almirante Cervera se reune con su consejo de guerra. Redacta un informe explicando las razones por las que va a la colonia holandesa: «Después de haber examinado cuidadosamente la situación de la escuadra, en extremo crítica, sobre todo por la penuria de carbón provocada por la negativa del gobernador de Martinica a ayudarnos en ese terreno, y después de haber sabido que no podíamos soñar con obtener carbón en San Juan o Santiago...». Es una primera señal del derrotismo español. En el momento en que se declara la guerra, los Estados Unidos disponían de una escuadra en Extremo Oriente bajo las órdenes del comodoro George Dewey, concretamente en Hong-Kong. El 22 de abril, el día en que el Nashville había capturado al carguero español Buenaventura frente a Key West, se recibe el refuerzo del el crucero Baltimore, procedente del Japón. En cuarenta y ocho horas, gracias a la ayuda de los británicos, el Baltimore reposta carbón y su casco es limpiado en dique seco. Dewey zarpa el 27 de abril dirección a las Filipinas. El buque insignia, el Olympia, se encuentra en cabeza mientras toda la escuadra del Extremo Oriente le sigue. Dewey parte para poner en jaque a la escuadra española que se ha refugiado en el puerto de Manila.

El plan de Dewey es sorprender a su adversario, el almirante Patricio Montojo y Pasarón, antes de que le dé tiempo a tenderle una emboscada en las islas Filipinas. Dos cruceros, el Boston y el Concord, deben guiar a la escuadra y prevenir cualquier ataque torpedero. Las baterías españolas de la costa abren fuego. El Boston y el Concord replican. Al desfilar ante Corregidor, a la entrada de la bahía de Manila, la escuadra norteamericana desafía los cañones de las defensas españolas. El domingo 1 de mayo de 1898, a las 5,15, los barcos norteamericanos abren fuego sobre los fuertes de Manila. Dewey aún no puede ver los barcos de la escuadra española, disimulados como están, en el puerto de Cavite, ocultos por una espesa bruma generada por el humo de las baterías de costa. La escuadra norteamericana descubre pronto todas las unidades de Montojo: diez en total, ondeando el pabellón de guerra de la Marina española. Los norteamericanos esperan a estar a una distancia adecuada para abrir fuego. Un terrible fuego se abate sobre el Reina Cristina, buque insignia del almirante español, que se dirige a toda máquina contra el enemigo. Pero el tiroteo de los cañones norteamericanos le destroza literalmente los costados. En pocos segundos el buque insignia español no es más que una ruina humeante, que Montojo debe abandonar para izar su insignia sobre el buque Isla de Cuba. Entonces ordena a sus torpederos cargar sobre los norteamericanos. Consiguen llegar a menos de quinientos metros del buque norteamericano Olympia. Pero parados por los cañonazos del buque insignia de la escuadra norteamericana, en pocos instantes los torpederos españoles desaparecen entre las olas. Maniobrando hábilmente la escuadra de Dewey, atraviesa la armada española con su tiro preciso y destructor. En pocos minutos de combate naval, uno de los más breves de la historia, los barcos de Montojo están totalmente destrozados. Es una victoria apabullante de los norteamericanos. A las 10,45 Dewey ordena que se reemprenda el combate. En este caso el objetivo son los fuertes y defensas costeras y las pocas unidades costeras que han escapado a la destrucción. A las 12,30 los españoles izan la bandera blanca. El desastre ha sido total para los españoles, ya que han perdido todos sus barcos y tienen cerca de cuatrocientos muertos y heridos. El almirante Montojo ha sido herido en una pierna y su hijo, que sirve como oficial en la escuadra, también ha sido herido. Dewey, promovido a almirante, se ha convertido en el dueño del mar de Filipinas. Su victoria sobre la escuadra española ha de completarse con un desembarco.
El 14 de mayo Cervera llega al puerto de Curasao. Pero los holandeses, amparándose en las normas del derecho internacional e invocando su neutralidad, sólo consienten en proporcionarle seiscientas toneladas de carbón. Al día siguiente, por la noche, Cervera vuelve a hacerse a la mar para dirigirse a Santiago de Cuba, adonde llega por la mañana. La noticia llega al almirante Sampson. Pero éste aún tiene dudas y avisa al ministerio de Marina, en Washington, que ha enviado a Schley y a su Flying Squadron ante Cienfuegos. El día 21, Sampson, convencido de la veracidad de las informaciones sobre Cervera, envía un mensaje a Schley: «Probable escuadra española en Santiago, en total cuatro navíos y tres destructores. Si usted verifica que no se encuentran en Santiago, métase, pero con prudencia, en Santiago y, si el enemigo se encuentra ahí, bloquéele en el puerto». Schley, muy escéptico sobre las informaciones que ubican a los españoles en Santiago, no se da prisa. Y después, como el tiempo empeora y cree no tener suficiente carbón, Schley, menospreciando la misión que le ha confiado Sampson, regresa a Key West. Pero, en el último momento Schley vuelve a poner rumbo a Santiago. Cuando llega a divisar el puerto, ya ha caído la noche. La mañana le reserva la gran sorpresa de constatar que la escuadra de Cervera está allí. A las 10 envía a sus jefes un despacho histórico: «Frente a Santiago de Cuba, 29 de mayo, a las 10 horas. Enemigo en el puerto. He reconocido al Cristóbal Colón, al Infanta María Teresa y dos destructores atracados al abrigo del Morro detrás de esta punta. No hay duda de que los otros barcos también están ahí. No tengo suficiente carbón. Voy a hacer todo lo posible para repostar carbón». El 31, Schley, que ha conseguido repostar, inicia el bombardeo de los fuertes. La réplica de los españoles carece totalmente de eficacia. Al día siguiente, Sampson también aparece ante Santiago. El puerto de Santiago es como una red en la que se ha encerrado Cervera. Más que de una bahía, se trata de un fiordo, de una decena de kilómetros de profundidad y unos doscientos metros de anchura. La ciudad y el puerto de Santiago se encuentran al fondo de esta garganta. Difícilmente se puede explicar la razón por la que Cervera había escogido esta posición tan desfavorable. El almirante español hubiera podido evitar la encerrona en Santiago, si hubiera recibido a tiempo el mensaje que, el 22 de mayo, le envió el almirantazgo español: «Cambio de situación después de su partida. Sus instrucciones modificadas de tal modo que, si estima que su escuadra no está en condiciones de actuar con éxito, está autorizado para volver a España y elegir usted mismo el rumbo y punto de destino, que podría ser Cádiz». Pero Cervera no recibiría esta comunicación sino varios meses más tarde, demasiado tarde, cuando Cervera vuelva a España tras la destrucción de su escuadra.

El almirante Cervera deseaba volver a España, pero antes debía zafarse de la trampa en que él mismo se había metido, y cuya salida estaba bloqueada por toda la escuadra de Sampson, que para no ponerse al alcance de un ataque por sorpresa de los torpederos españoles, cerca el paso de Santiago. El almirante norteamericano tiene la idea de hundir un barco en el canal, que no mide más que doscientos metros. Para ello elige al buque Merrimac, La operación tiene lugar el 3 de junio a las 3 horas de la madrugada. Pero el Merrimac no podrá ser hundido correctamente y el canal permanecerá abierto. Pero, al menos, el hundimiento del viejo barco escribirá una página de heroísmo en la joven marina norteamericana. El almirante Cervera será el primero en valorar el coraje de los oficiales y marineros que participaron en esta fallida tentativa y que les valdrá el ser hechos prisioneros por los españoles. Tres días después, el 6 de junio, la escuadra norteamericana bombardea las defensas costeras españolas que protegen el paso. El bombardeo comienza por la mañana, participando en él todos los buques de Sampson. El mal tiempo permite a la escuadra norteamericana acercarse a menos de una milla de la orilla. El bombardeo, iniciado a las 7,30 horas, cesa dos horas y media más tarde, ya que los destrozos del lado español son considerables. La artillería norteamericana ha demostrado una clara superioridad, ya que ni un solo barco de Sampson ha sido tocado. Pero Sampson está preocupado ya que llega la estación de los famosos huracanes que regularmente barren el golfo de México y el mar de las Antillas. La escuadra no dispone de un abrigo donde poder escapar a una fuerte tempestad y Key West está demasiado lejos. Además, dirigirse allá significaría levantar el bloqueo de Santiago. Por suerte para los norteamericanos, a setenta kilómetros al este de Santiago hay un puerto natural. Se trata de la bahía de Guantánamo, que se parece un poco a la de Santiago. Según las informaciones de que disponen los norteamericanos, Guantánamo está débilmente defendida por los españoles. Sampson envía dos de sus navíos, el Marblehead y el Yankee, que toman posesión de la bahía de Guantánamo. Se adelantan en tres días a la llegada de un contingente de infantes de marina, que el 10 de junio, sin encontrar oposición, ponen pie en tierra, siendo la primera operación anfibia de esta guerra.

Los españoles se han replegado a las alturas que dominan la bahía de Guantánamo. Los infantes de marina norteamericanos, mandados por el coronel Huntington, van a tener que combatir en condiciones difíciles. Los soldados españoles, utilizando el camuflaje con hojas y ramajes, desconocido en aquella época, se defienden con habilidad. Pero la presión de los infantes de marina norteamericanos es muy fuerte y pronto los alrededores de Guantánamo están en poder del pequeño cuerpo de marines, que establecía la primera cabeza de puente norteamericana en Cuba. Pero el desembarco más importante va a tener lugar una semana más tarde, el 21 de junio, en las proximidades de Santiago. Se trata de un ejército de 16.887 hombres que, bajo las órdenes del general Schafter, han salido de Tampa, Florida, el 14 de junio. La operación de desembarco se desarrolla el 21 por la mañana en Baiquiri, un pequeño puerto a unos veinticinco kilómetros al este de Santiago, a medio camino entre Santiago y Guantánamo. El 23, todas las tropas han desembarcado. En seguida van a constituir una amenaza muy grave, no sólo contra Santiago, sino también contra la escuadra de Cervera. Su avance va a obligar al viejo almirante español a salir de su escondrijo. Las tropas norteamericanas del general Shafter tienen en frente a trece mil españoles, a los cuales se han unido miembros de la flota de Cervera, por lo que las fuerzas están equilibradas. Pero la mejor organización norteamericana y la valentía de las tropas de Shafter van a a darle ventaja sobre  las fuerzas del general español Arsenio Linares y Pombo. Los soldados españoles estaban mal equipados, mal alimentados y sin cobrar desde hace varias semanas. La pérdida de la posición de Las Guasimas por las tropas de Linares no sólo representaba para los españoles el ver cómo los soldados norteamericanos se instalaban en la periferia de Santiago, sino que además dejó a Linares aislado, impidiéndole asegurar el reavituallamiento de víveres frescos para su ejército. Desde el 26, el general Shafter dice al almirante Sampson que el 28 va a desencadenar un ataque, cuyo objetivo será la toma de Santiago. En este mismo momento el almirante Cervera procede a un intercambio de telegramas con el gobernador de Cuba, el capitán general Blanco, así como con el general Linares y el almirantazgo en España, que indican su profunda inquietud por la situación.

En una larga misiva del 26 de junio, Blanco indica al almirante Cervera que la captura de su escuadra en Santiago surtiría un efecto muy negativo y que «la guerra podría considerarse ganada por el enemigo desde ese momento». Cervera le respondió el día siguiente, diciendo: «Siempre he pensado que existen muchos marinos más capaces que yo, y es una pena que uno de ellos no pueda asumir el mando de esta escuadra, en cuyo caso yo serviría gustoso a sus órdenes. Interpreto el telegrama de Vuestra Excelencia como la orden de salida, pues no la encuentro expresada explícitamente y me molestaría mucho no interpretar con justeza las órdenes de Vuestra Excelencia». El 28, Blanco reitera su orden y avisa a Cervera que permanezca en Santiago hasta que la salida sea impuesta por la situación. La respuesta de Cervera es: «Pido repetición de las palabras hasta que las cosas se agraven, ya que son ininteligibles...». Ese agravamiento pronosticado por Cervera llega el primero de julio y Cervera recibe notificación de Blanco en los siguientes términos: «En añadidura a los telegramas anteriores de la tarde, le pido acelerar salida tanto como sea posible, antes de que el enemigo controle la entrada de la rada». Al mismo tiempo, Blanco, que no está convencido de la determinación de Cervera, escribe al ministerio de la Guerra español que «Cervera está turbado por la idea de tener que abandonar su abrigo, temiendo que su escuadra sea destruida». El 2 de julio, a las 5 horas de la mañana, el gobernador de Cuba, Blanco, envía un último telegrama al almirante Cervera. El mensaje, marcado como «muy urgente», dice: «En razón de la desesperada situación reinante en Santiago, Vuestra Excelencia debe proceder a reembarcar efectivos de tierra e intentar sin demora una salida a alta mar». La jornada del sábado, 2 de julio, se dedica a preparar la partida. Los marinos españoles son llamados a bordo de los cruceros y los navíos se preparan para el combate.
Pero la garganta que comunica el puerto con el mar es muy estrecha y los restos del Merrimaceran un importante obstáculo. La escuadra española no tiene más solución que salir en fila, con todos los riesgos que ello comporta. El almirante Cervera estableció un orden de salida. En cabeza, su buque insignia, el Infanta María Teresa, después el Vizcaya, el Cristóbal Colón y el Oquendo, mientras que los destructores cerrarán la marcha. En la noche del sábado al domingo, uno de los mejores barcos de la escuadra norteamericana, el crucero Massachusetts, tuvo que abandonar su puesto para ir a repostar a Guantánamo. El crucero rápido New York también se había abandonado la línea de bloqueo, a las 8,45 horas, o sea una media hora antes de que la escuadra de Cervera se pusiera en movimiento. La razón de la partida del New York era que el almirante Sampson había creído útil visitar al general Shafter en su cuartel general de Siboney. Los navíos norteamericanos que quedan ante el paso son el Indiana, el Oregón, el Iowa, el Texas y el Brooklyn.  De pronto se da la alerta en la escuadra norteamericana, ya que se han visto nubes de humo subiendo por detrás de las colinas. A las 9,35 horas un crucero español sale del puerto. Es el Infanta María Teresa. Pegados unos a otros, a intervalos de menos de doscientos metros, aparecen el Vizcaya, el Cristóbal Colón y el Oquendo. Los españoles van a toda máquina, ya que es su única oportunidad de salvación. Los navíos norteamericanos abren fuego. El Indiana dispara contra el buque insignia español, Infanta María Teresa, y después sobre el siguiente, el Vizcaya. Pero la escuadra norteamericana tiene que hacer frente al ataque de los destructores españoles. Pero la acción de los torpederos españoles no disminuye la persecución emprendida por los barcos norteamericanos contra la escuadra del almirante Cervera. El ataque de los barcos americanos ha tocado seriamente al buque insignia español. A las 10,05 horas el espléndido crucero Infanta María Teresa no es más que un montón de restos desmantelados. La misma suerte está reservada al Vizcaya y al Oquendo, destrozados por el fuego terriblemente certero de la escuadra norteamericana.  El Vizcaya tiene destrozados sus costados y, luchando hasta el fin, el crucero español se hunde.  Ahora, en el mar no queda ningún navío español más que el Cristóbal Colón, que a toda máquina consigue romper el cerco y aventajar a sus perseguidores en algunas millas. Pero toda la escuadra norteamericana se lanza a su caza.

A las 12,23 horas, tras unas persecución, el Oregón y el Brooklyn están a distancia de tiro y ante sus cañonazos el Cristóbal Colón sucumbe como los demás barcos españoles. De los dos mil ciento cincuenta hombres que componían la escuadra del almirante Cervera, han perecido trescientos veintitrés marinos españoles. Entre los muertos, se cuenta el comandante del Oquendo, mientras que el almirante Cervera ha caído prisionero. Frente a ese balance catastrófico, en el lado americano solo ha habido un muerto y un herido, pertenecientes ambos a la dotación del Brooklyn. Los buques de Sampson, aunque tocados más de una vez, están prácticamente indemnes. Los barcos norteamericanos, que representaban un total de doscientos veinticinco cañones contra los ciento cuarenta y seis de los españoles, han disparado un total de seis mil tiros. En la escuadra española, el Oquendo ha sido el más tocado, con cincuenta y siete impactos, mientras que el menos tocado es el Cristóbal Colón, con sólo ocho impactos. Los norteamericanos han contado con varias ventajas sobre los españoles, obligados a salir de su refugio de uno a uno y en inferioridad de número y precisión de tiro. Además, los españoles, con el almirante Cervera a la cabeza, salían ya vencidos de antemano, por o que los marinos norteamericanos se crecían cada vez más. La victoria norteamericana había sido total y el mar pertenecía a los buques de los Estados Unidos. Ante el anuncio del aniquilamiento de su escuadra española, sus tropas en Santiago deciden bloquear el paso, tal como antes intentaron hacer los norteamericanos. El papel antes desempeñado por el Merrimac ahora lo efectúa al viejo crucero Reina Mercedes, que la noche del 4 de julio es hundido. El 10, la escuadra norteamericana, que ha vuelto a situarse frente a Santiago, efectúa un nuevo bombardeo de los fuertes. Su tiro, terriblemente preciso, parece convencer al comandante de la plaza, general José Toral, de que cualquier prolongación de la resistencia resultaría desastrosa. Entretanto, el crucero Alfonso XII, que se encontraba en las proximidades del Maine cuando explotó, es interceptado y hundido por los norteamericanos en la costa norte. Santiago capitula el 21 de julio y ese mismo día un convoy de ocho barcos, con tres mil cuatrocientos hombres, escoltado por el Massachusetts, el Columbia, el Dixie, el Yale y el Gloucester, sale de Guantánamo dirección Puerto Rico. La conquista de la isla es tremendamente fácil, según afirmó el jefe de la expedición, el general Miles. Se lleva a cabo el 13 de agosto por la mañana cuando el puerto de Manzanillo, último foco de resistencia española, iza la bandera blanca. La guerra ha terminado. Al menos, en el mar de Las Antillas.

Mientras tanto la situación en Filipinas es muy complicada. Como en Cuba, desde hace varios años los españoles se enfrentan a una sublevación armada. El líder de esta revuelta es un joven de veintinueve años, Emilio Aguinaldo. Contrariamente a lo que sucede en Cuba, los insurrectos de Filipinas han ido de victoria en victoria. De hecho, cuando Dewey triunfa sobre la escuadra española frente a Manila, todo el país, a excepción de esa ciudad, ya se había independizado de España. Dewey ha conseguido vencer a los españoles, pero ahora queda tratar con Aguinaldo, que se manifiesta como intratable. Puesto que, ya antes de la victoria naval de Dewey, ha proclamado la independencia de las Filipinas, espera que los norteamericanos lo respecten. Aguinaldo ha hecho saber a Washington que no está dispuesto en absoluto a cambiar a los españoles por los norteamericanos. Las cosas empeoran, ya que los primeros contactos entre Dewey y Aguinaldo no van bien. Dewey, viendo que nada podrá conseguir de Aguinaldo, decide contemporizar con él hasta que llegue un cuerpo expedicionario a las órdenes del general Merritt. Pero Merritt piensa que se le ha eliminado del teatro de operaciones en Cuba y muestra poco entusiasmo. El 25 de mayo, a bordo de tres paquebotes, abandona San Francisco un primer contingente de dos mil quinientos hombres a las órdenes del general Anderson. Después de una escala triunfal en Honolulú y de haber conquistado la minúscula isla de Guam, en la que la escasa guarnición española ignora la existencia de la guerra con Estados Unidos, el 1 de julio, dos días antes del exterminio de la escuadra de Cervera en aguas cubanas, el convoy llega a la bahía de Manila. Durante la espera, no es Aguinaldo el único que provoca preocupaciones al almirante Dewey. Otra fuente de problemas es el almirante alemán Diedrich, enviado por el Kaiser alemán a Filipinas con una escuadra de cinco naves, para velar por los intereses del imperio alemán. Esta escuadra, de tonelaje superior a la de Dewey, se comporta en el puerto de Manila como en terreno conquistado. La arrogancia de los alemanes provocaría algunos incidentes. El más grave es el transporte a Hong-Kong del gobernador español, capitán general Basilio Augustín y Dávila, sustrayéndolo de esa forma a una probable captura de parte de los norteamericanos. En esa época se encuentran en la bahía de Manila otros barcos pertenecientes a marinas de guerra extranjeras, como ingleses, franceses y japoneses.
El 19 y el 25 de julio llegan de Estados Unidos nuevos contingentes norteamericanos. Con el último viene el general Merritt. El 13 de agosto la escuadra de Dewey abre fuego contra las defensas españolas de Manila. El bombardeo dura una hora. A las 2,30 horas de la tarde, después de varias conversaciones, Manila capitula y ondea en la ciudad la bandera norteamericana. El bombardeo ha sido un pretexto ofrecido al gobernador español para capitular, ya que aún teme más a los insurrectos filipinos que llenan la ciudad. Lo único que queda es implantar la autoridad norteamericana en todo el país. Pero las relaciones entre Aguinaldo y los americanos no mejoran con la llegada del general Merritt. El jefe del cuerpo expedicionario americano dice que ha recibido instrucciones de ignorar al cabecilla de los insurrectos, pero  se le ha ordenado procurar no provocar rupturas con los insurrectos. Pero  Merritt durante quince días rehúsa todo contacto con Aguinaldo y sus hombres. William, el cónsul americano en Manila, que posee una visión más realista de la situación, advierte al Departamento de Estado, pero en vano. Utilizando la influencia que tiene sobre Aguinaldo, le propone una fórmula de unión con los Estados Unidos. Recibe una negativa: «Le agradezco con toda sinceridad el celo y la ingenuidad con que ha descrito los bienes que yo sacaría de una fórmula de unión con su país. Pero, ¿podrá mi pueblo creer todo eso?». La desconfianza de los americanos data de los comienzos de su intervención. En el momento en que ponen sitio a Manila, Dewey advirtió a Aguinaldo de que sus hombres deben desentenderse de la ciudad y que no estaban autorizados a franquear la frontera natural entre la ciudad y los insurrectos. En caso de transgresión, los barcos norteamericanos abrirían fuego contra ellos.

Después de su victoria sobre los españoles, llegan contingentes americanos cada vez más numerosos, como si el gobierno de los Estados Unidos tuviera la intención de ocupar el país. Por lo demás, los tratados de paz con Madrid incluyen una cláusula que concede a los norteamericanos una especie de título de propiedad sobre Manila, su puerto y su amplia bahía. Ello no da seguridad a Emilio Aguinaldo y su gente. El tratado de paz firmado entre España y Estados Unidos en diciembre confirma las sospechas de los nacionalistas filipinos, que ya habían proclamado un gobierno provisional, ya que España cede a Estados Unidos todos sus derechos sobre las Filipinas, convirtiéndolas en una colonia norteamericana. De esta forma los Estados Unidos se convertían, mediante una guerra, en potencia colonial en Asia. En adelante tendrá que lidiar con una verdadera insurrección filipina, cuyos miembros llegarán pronto a ser sesenta mil, de los cuales una tercera parte estaba equipada con modernos fusiles. Aguinaldo espera que el Congreso norteamericano no ratifique el tratado de Madrid; pero sus esperanzas quedan frustradas y la ratificación se produce el 5 de febrero. Una guerra terrible, cruel y despiadada se desencadena entonces en Filipinas. En los Estados Unidos, la prensa había hecho creer que el ejército norteamericano vencería fácilmente a estos insurgentes, pero los norteamericanos no tienen más remedio que enviar nuevos efectivos sin obtener, en cambio, resultados decisivos. 1899, 1890, esos años son en Filipinas años de duros combates y devastación. La captura de Aguinaldo, en 1901, asesta un golpe fatal a la insurrección. El 4 de julio de 1904, día de la fiesta de la independencia estadounidense, el presidente Theodore Roosevelt, que ha sucedido al asesinado McKinley, proclama el final de la guerra y de la insurrección. Los americanos ahora son los dueños de las Filipinas. El año 1898 España está deshecha, puesto que ha encajado dos tremendas derrotas en América y Asia, ya que ha preferido «honra sin barcos a barcos sin honra». Pide la ayuda de Francia para negociar una suspensión de las hostilidades. El mensaje es remitido a Washington por el diplomático francés Jules Cambon el 26 de julio, el día en que los norteamericanos izan su bandera en Puerto Rico. El 10 de agosto se firma en Washington un protocolo. El 1 de octubre los plenipotenciarios españoles y norteamericanos se reúnen en París para preparar el tratado de paz, que se firma el 10 de diciembre. Las negociaciones se llevan a cabo bajo la amenaza de una expedición norteamericana para ocupar las islas Canarias. España renuncia a Cuba y cede Puerto Rico y todas las demás islas que aún posee en las Antillas, así como Guam en el Pacífico y las Filipinas. Por estas últimas, Estados Unidos paga a España veinte millones de dólares. De esta forma, desaparecían de la historia los últimos vestigios del viejo imperio español, mientras ascendía una nueva potencia mundial, Los Estados Unidos, coincidiendo su nacimiento como potencia mundial con la llegada del siglo XX.
Fuentes:
  • Claude Couband – La guerra teledirigida de Cuba
  • Joseph Pérez – Historia de España
  • Jordi Siracusa – Adiós, Habana, adiós
  • Bahamonde Magro, Ángel y Cayuela Fernández, José Gregorio – Hacer las Américas. Las elites coloniales españolas en el siglo XIX
  • Trask, David F. – The war with Spain in 1898
  • Cardona, Gabriel y Juan Carlos Losada – Weyler, nuestro hombre en La Habana
  • De Diego García, Emilio – Weyler, de la leyenda a la Historia
  • Espadas Burgos, Manuel – Alfonso XII y los orígenes de la Restauración
  • Cayuela Fernández, José Gregorio – Bahía de Ultramar. España y Cuba en el siglo XIX. El control de las relaciones coloniales
  • David Nasaw  –The Chief: The Life of William Randolph Hearst
  • Dean Conant Worcester – The Philippines: Past and Present

  • Tomado de la fuente;https://oldcivilizations.wordpress.com/2019/07/11/la-guerra-hispano-estadounidense-fue-fruto-de-una-conspiracion/

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