Sebastián de Eslava, Blas de Lezo y el Sitio de Cartagena de Indias
Sebastián de Eslava.
Se nombró como Virrey a Sebastián de Eslava y Lazaga, Caballero de la Orden de Santiago. Eslava nació en Enériz, Navarra, en 1675, falleciendo en Madrid en 1759, reinando Felipe V. Fue el tercer Virrey de La Nueva Granada. Su Gobierno empezó en 1740 acabando en 1749. Desde muy joven sintió la llamada de la carrera de las armas. Participó en los asaltos de Salvatierra (Álava), Segura (Guipúzcoa), Bosmarinhos (Galicia) y en los sitios de Casteldavide (Asturias), Montalbán o Marsan (Teruel), Barcelona, recuperación de Gibraltar y en la campañas de Extremadura y Portugal; en las batallas de Almansa, Almenar, Zaragoza, Brihuega y Villaviciosa y en el asalto a Barcelona, y distinguiéndose en las campañas de Sicilia. Participó en la liberación de Ceuta y en la reconquista de Orán y Mazalquivir. Fue ascendiendo de empleo por sus méritos en el campo de batalla hasta llegar a Teniente General, en que el Rey Fernando VI, le consideró la persona idónea para para restablecer y organizar el Virreinato de La Nueva Granada, ya que los problemas más urgentes eran de carácter militar.
Gobierno y problemas.
Al tomar posesión de su puesto el 24 de abril de 1740, se tuvo que enfrentar con una situación muy difícil, en la que había que actuar con una inteligente experiencia y con una gran energía. Hacía un año que España estaba en guerra con Inglaterra (1739), a pesar de la buena voluntad para evitarla tanto del Primer Ministro de Jorge II, Walpole[1] como de su embajador en Madrid, Benjamín Keene. Para Inglaterra, la guerra era una ocasión de ventilar su viejo pleito con España, que se atribuía la exclusiva en la explotación de su inmenso Imperio. Walpole fue desbordado por la acometividad y recelos de sus enemigos políticos e incluso por algunos partidarios, pero la noble dignidad del Gobierno español, representado por el embajador Tomás Geraldino, como enviado del Rey Felipe V, llegó en circunstancias a confundirse con la intransigencia. Aprovechándose de estas circunstancias, los ingleses trataron de apoderarse con el afán de saqueo, en principio, y después, ansiosos por extender sus dominios por algunos territorios de América occidental. Walpole envió al Almirante Edward Vernon con una fuerte escuadra y un gran Ejército para tomar posiciones en los puntos más vulnerables del continente. El 22 de noviembre de 1739 capitularon las defensas de Portobelo, en la costa atlántica del istmo. El botín no fue cuantioso, pues los españoles tuvieron tiempo de evacuar las riquezas de la ciudad y esconderlas de momento en la selva.
Los ingleses, después de destruir las fortificaciones, tuvieron que abandonar el puerto, pero ese primer triunfo fue recibido en Inglaterra con inmensa alegría. Hasta entonces la guerra de los mares de Europa había sido desfavorable para la marina británica, creándose una leyenda sobre el poder de la escuadra creada por Patiño[2].
El siguiente objetivo del Almirante Edward Vernon era la conquista de Cartagena de Indias, en la actual Colombia. Los ingleses creyeron que les sería igual de fácil conquistar esa ciudad. La toma de Portobelo demostró las posibilidades de éxito de un ataque bien preparado incitando al Gobierno inglés a un nuevo intento. Fue una de las expediciones militares que nunca había organizado Gran Bretaña; 21 navíos de línea, mandada por Chaloner Ogle, escoltando los transportes que llevaban a 9.000 hombres. En Jamaica, el General Thomas Wentworth tomó el mando del Ejército y el Almirante Vernon el de la escuadra.
Pero esta vez, el mar no les fue propicio a los ingleses. Los vientos soplaron contrarios a la flota y la dificultad de la travesía dio tiempo a los defensores de Cartagena a reparar y completar las ya formidables fortificaciones de la plaza.
Con gran acierto o suerte, en dicha plaza estaban situados dos personalidades excepcionales: el Virrey Sebastián de Eslava, a quien el historiador francés José Luis Ripault Desarmeaux calificó de: “oficial no menos valiente que inteligente, que ardía en deseos de acreditar en defensa de su Patria las virtudes guerreras que había admirado y aprendido con las lecturas continuas de las historias griega y romana”, y el Gobernador de la plaza de Cartagena, el Teniente General Blas de Lezo y Olavarrieta[3], marino de Pasajes, experto y valiente, que en batallas navales anteriores perdió una pierna, un brazo y un ojo, por cuyo motivo le llamaban medio hombre.
El 13 de diciembre de 1739 se reunió el Virrey con Blas de Lezo, Rodrigo de Torres y con el Jefe de la flota francesa, marqués de Dantin, que casualmente se encontraba en esas latitudes, y aun cuando había discrepancias entre el Virrey con Lezo, se llegó a concertar un hábil plan de defensa para contener con escasos recursos el ataque más imponente que habían sufrido nunca los dominios españoles en América. En el asedio y ataque a la plaza de Cartagena tomaron parte ocho grandes navíos de línea, 28 fragatas y 130 buques de transporte con 9.000 soldados de Infantería inglesa, 2.000 negros reclutados en Jamaica, un Regimiento de las colonias inglesas en América y 15.000 marinos, contra los 3.000 hombres de Eslava y Lezo y cuatro navíos artillados.
Los habitantes de Cartagena se prepararon para la resistencia. Se convino que mientras los principales barcos de combate se situaran en Santa Marta, se hiciera una concentración de todos los hombres disponibles, para contribuir a la defensa de la plaza sitiada. La guarnición de Cartagena se componía de diez Compañías de Regulares, aumentándose considerablemente con miembros de las milicias, marineros y voluntarios no solamente de la ciudad que iba a ser atacada, sino también de las poblaciones vecinas, llegándose a reunir 4.300 defensores, número muy inferior, con todo, al de los enemigos en una proporción de uno a seis.
Hubo un momento en que parecía que la defensa española se iba a venir abajo y cuando Vernon se dio cuenta, le faltó tiempo para comunicar a las autoridades de Londres que la plaza de Cartagena estaba a punto de ser tomada. Rápidamente se acuñó una medalla con varios troqueles en la cual se representaba en una de las caras la toma de Portobelo, y en la otra se augura la de Cartagena de Indias, imaginando a su defensor, Blas de Lezo, ofreciendo de rodillas las llaves de la ciudad al Almirante Vernon y en la que se podía leer esta pretenciosa leyenda:
“The Spanish arrogance beaten by Vernon” (La arrogancia española derrotada por Vernon).
Pero las cosas no salieron como los ingleses esperaban. Como respuesta a este alarde prematuro de vanidad, se recibió a los ingleses con descargas cerradas desde los fuertes y se le rechazó en cuantas intentonas hicieron para escalar los muros de la ciudad, haciéndoles retroceder constantemente. En la lucha se distinguió especialmente el Teniente Navarrete defendiendo al castillo de San Lázaro.
Tras un largo asedio en el que las fuerzas británicas penetraron en el interior de la bahía, los ingleses tomaron la decisión de levantar el sitio al fracasar un ataque contra el fuerte de San Felipe y considerarse que las fuerzas, mermadas por la enfermedad y sobre todo por la heroica actuación de los infantes de marina de las tropas españolas, pusieron en fuga a los británicos. Se considera esta, una de las mayores, si no la mayor derrota naval de la historia de Inglaterra, además del ridículo británico de acuñar monedas conmemorando una victoria que jamás llego a producirse.
Diezmadas las tropas de mar y tierra británicas por la metralla y por la peste, Vernon se vio obligado a reconocer su fracaso; después de enterrar a muchos miles de combatientes, “las medallas celebrando el triunfo tuvieron que guardarse para mejor ocasión”. Al dejar Cartagena con la derrota en sus entrañas, Vernon miraba con tristeza, desesperación y rabia a la ciudad que no pudo tomar murmurando:
“¡Lezo! …, ¡Ay Lezo…!”.
Una vez Vernon en su país, se retiraron las monedas acuñadas y el Rey Jorge II ordenó que no se hablara nunca del asunto bajo pena gravísima de traición contra el Reino.
Vernon culpó de la derrota en Cartagena de Indias al General Thomas Wentworth, al mando de las tropas terrestres, lo que provocó un agrio debate que persistió durante cierto tiempo. Fue ascendido en 1745 a Almirante de la flota del Mar del Norte. Sin embargo, la publicación de dos panfletos, en los que hacía públicas sus desavenencias con el Almirantazgo, hizo que se le retirara del listado de Almirantes en 1746. Después de su muerte, acaecida en 1757, su sobrino hizo instalar un monumento en su honor en la Abadía de Westminster, en cuyo epitafio figura la frase:
“…y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria…“, reflejo de sus desavenencias con Wentworth.
La victoria de la batalla de Cartagena fue considerada en su época en España como una réplica a la derrota de la Gran Armada de siglos atrás, con Felipe II. Y el historiador inglés Arnold Toynbee pronunció esta frase durante una visita a Cartagena de Indias: “Si Vernon hubiese tomado Cartagena, hoy aquí se hablaría inglés”.
El Virrey Sebastián Eslava, principal artífice de esta gloriosa epopeya, adquirió un deslumbrante prestigio. Los hechos narrados sucintamente bastarían para hacer imperecedera su memoria en los anales de la historia; pero por si esto fuera poco, también se reveló como un excelente Gobernante y administrador de los intereses que le fueron confiados en la Nueva Granada, construyendo edificios para la enseñanza y hospitales, fomentando el comercio y la industria, etc.
Eslava partió de Cádiz hacia América en los primeras fechas de 1740 y llegó a Cartagena de Indias el 21 de abril de ese mismo año, tras una ardua travesía. Permaneció como Virrey de Nueva Granada hasta 1749; y no se movió de la ciudad caribeña, en la que estableció su residencia oficial. Durante el tiempo de su mando, reforzó las defensas militares de Cartagena de Indias; organizó las milicias; realizó infinidad de mejoras y obras públicas en su capital y otros pueblos, y en esos nueve años de mando su administración duplicó la riqueza pública al mismo tiempo que se dedicaba a perseguir el contrabando. Para ello, aumentó el número de jueces, obligó a los exportadores a depositar en la aduana los fardos hasta su embarque —hasta entonces, una vez pesados, los guardaban en sus casas donde hacían los trueques—, aumentó la vigilancia por medio de soldados en los caminos para dificultar el comercio ilegal y ordenó el registro de todo tipo de baúles, petacas, y embarcaciones.
Otra de las ocupaciones durante su mandato fue la promoción y el desarrollo de los indios, siguiendo las órdenes del Rey Felipe V. Eslava puso especial cuidado en reunir en poblados a los indios dispersos y primitivos con el fin de inculcarles la cultura y la religión cristiana. Eslava reparó el Castillo de Bocachica y varios fuertes que protegían el puerto. En el Castillo de San Lázaro puso en marcha una fábrica de munición y carruajes así como las ramblas. Dio pasos importantes para poder suministrar armas, munición y entrenamiento militar a las fuerzas españolas. En los demás sitios de la colonia, se realizaron trabajos de fortificación como en Santa Marta, Puerto Cabello y Guaira. Se encargó de fortalecer los fuertes de Araya y el castillo de San Antonio en la provincia de Cumaná. Asimismo, aprobó la fortificación en el islote de Caño de Limones y equipó el presidio de Guayana.
Prestó gran ayuda a los misioneros para que atrajeran por comprensión a muchos indígenas a la religión católica. Reforzó las defensas y aumentó los ingresos de la Real Hacienda, dejando un grato recuerdo como caballero y como Gobernante y una fama imperecedera como militar.
Le sustituyó en el Virreinato José Alfonso Pizarro, marqués del Villar.
En 1749 Eslava regresó a España para encargarse de la Capitanía General de Andalucía en 1750. Fue Director del Arma de Infantería (1750-54) y Secretario de Estado del Despacho de Guerra hasta 1754.
Al fallecer Fernando VI se retiró a la vida privada, desempeñando tan sólo a partir de aquel momento el cargo de honorífico de Gentilhombre de Cámara del Monarca. Falleció poco tiempo después.
En homenaje a la heroica gesta de Sebastián de Eslava, se creó el marquesado de la Real Defensa, en 1760, otorgándose con análogo motivo el marquesado de Ovieco al pariente más cercano del Teniente General Blas de Lezo, ya fallecido, su hijo Luis de Lezo.
Bibliografía
ÁLVAREZ DE ESTRADA, Juan. Grandes Virreyes de América.
CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, Juan. DE LOZOYA Marqués. Historia de España.
[1] Robert Walpole, primer conde de Orford, destacado político inglés, considerado como el I Primer Lord del Tesoro y Primer Ministro de Gran Bretaña. Ocupó el poder durante casi 21 años, desde 1721 hasta 1742.
[2] José Patiño y Rosales (1670-1736), fue Secretario de Estado durante el reinado de Felipe V. Una vez afirmada la Casa de Borbón en España, fue nombrado por Felipe V Intendente General de la Marina (cargo equivalente a Ministro), teniendo como labor el fomento y la reconstrucción de la decaída Marina de Guerra y singularmente la Flota de Indias, por su notoria relación con la actividad comercial y revitalizar así las operaciones de comercio con las provincias españolas de ultramar. El seis de junio de 1717 publicó unas Ordenanzas de la Armada, uniformando todas las fuerzas existentes, “Galeras del Mediterráneo”, “navíos del Océano” y “Galeones de Indias”. Construyó el Arsenal de la Carraca. Creó las Compañías de Caballeros Guardiamarinas. Impulsó la construcción de buques de guerra y consiguió que España dispusiese de una Armada adecuada a sus necesidades, formada por 31?? navíos (10 de 70 cañones y los demás de 60), 15 fragatas y numerosos buques menores. Fue Secretario del despacho de Guerra, Marina, Indias y Hacienda. Gobernador de la Hacienda y sus tribunales. Superintendente general de las Rentas Reales.
[3] En honor de Blas de Lezo, la Armada española construyó una fragata que lleva su nombre y que está en activo desde 2004.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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