RENACER CULTIRAL

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Solo la cultura salva los pueblos.

domingo, 7 de enero de 2018

Paredones, Ladrillos y Leyendas
(Las Ruinas de La Vega Vieja)
Conferencia dictada por el Dr. Luís Manuel Despradel, La Vega, abril de 1952

La Historia dice….Cuando apenas contaba trece lustros de existencias, y después de haber pasado, con apresuramiento de fantasía, del esplendor magnificante al abandono de la decadencia, un furioso movimiento sísmico convirtió en informe montón de tristes ruinas la blasonada Concepción de La Vega Real, joven enclavado en la pujante castellana en el mismo corazón del Cacicato de Magua.
Así refiere Guido Despradel Batista en su Historia de La Concepciónde La Vega, la destrucción de la ciudad. Y prosigue ´´ jalón primerizo del empuje brioso de la Conquista en estas promisorias vastedades de América, la ciudad cantarina que hiciera extenderse a través del Océano el vigor y la gracia de Sevilla, después de un apogeo, y como nueva Pompeya, rodó de bruces al antro oscuro de la desolación y de la muerte.
Su hermosa Catedral, su Casa de Fundición (donde quizás en 1510 se acuñó la primera moneda de América), su extenso Monasterio de San Francisco, su imponente Fortaleza, sus ricas casas señoriales: todo rodó al suelo.. Pero ya era un pedazo de alma bizcará de España curtido en la fecundidad del seno joven de América, y su espíritu, inmortal, buscaría refugio para seguir realizando su perturbado destino´´
Cristóbal Colón en 1595. Fundó en el mismo verde corazón del Cacicazgo de Maguá la Fortaleza de la Concepción, de tapia y con amenas, apenas a diez o doce leguas de las minas de oro que con quinto al Rey daban a la corona de España más de trescientos mil (300,000) ducados al año. Alrededor de la Fortaleza, que es tal vez la primera de tapia que se fundó en América, se formó la Villa de la Concepción. Llegó a tener miles de habitantes y a ser cabeza de Obispado y fue además la principal ciudad de toda la Isla durante los primeros años
Cuentan los viejos cronicones que el Virrey Don Diego Colón acompañado de Doña María de Toledo y de su fastuosa corte dejaron la comodidad del Alcázar de Santo Domingo de Guzmán para visitar la floreciente Vega. Los virreyes apadrinaron la primera misa de Fray Bartolomé de Las Casas en la Monumental y rica Catedral Vegana, fue también la primera misa ´´ nueva cantada en América, en la primada sede Episcopal de la Isla Española y del Nuevo Mundo.
Esa vez se acuñó en honor del cura una emisión de monedas que le fueron regaladas al padrino. El segundo Alcalde Mayor de la Coloniatenía su asiento en la ciudad. Aquí creció también por primera vez en América el fruto blanquidulce de la cana de azúcar
El Rey de España, a más de título de ciudad, le dio a la Concepción su escudo. El mismo que ahora luce La Vega de hoy, blasonado escudo de sangre que le dejó su muerta ciudad madre: castillo de plata y encima de él un sobreescudo azul con una cruz de la Virgen María y dos estrellas de oro en campo de gules.
El mismo Cristóbal Colón, ese Quijote del Océano, en trance de muerte pidió que se hiciera en La Vega Real una capilla para que en ella descansaran sus huesos. Tal la impresión de agrado que le causó al Almirante La Vega de entonces.
La ciudad crecía y prosperaba, de todos los contornos isleños y de más allá de las islas venían ramerías interminables de visitantes, y la ciudad crecía, crecía y prosperaba, pero un día sonó en el oído de los conquistadores el cascabel de la codicia y de la aventura anunciando oro y riquezas nuevas en Costa Firme. La Vegala Española toda comenzó a desplomarse y a decaer. La Colonia antes próspera se convirtió en trampolín para el salto esperanzado hacia las tierras nuevas.
O diciéndolo con las palabras gráficas del historiográfico Alberto Rincón: ´´ Fue una tentación para la aventura y la codicia. El oro lanzaba su clarinada vibrante, y hombres de todas las categorías, hombres envueltos en llamas de guerra y en humo de sacrificios humanos, vestidos de hierro pasaron estremeciendo la tierra, y desgajando selvas, sembrando la muerte. Iban, frenéticos y alucinados, tras el socavón del oro. Así comenzaron a nacer ciudades: en las cercanías de los lugares en donde se encontraba el preciado metal, se plantaba una fortaleza. Más luego venía una iglesia. Junto a la cruz, la espada. Al lado del Arcabuz que mata la fe que salva´´
Así el terremoto destruyó la ciudad de La Concepción de La Vega Real la noche del 2 de diciembre de 1562, ya eran pocos los habitantes: doce o veinte, pero talvez cuarenta personas vivían en la grade abandonada ciudad a esa fecha. Esas mismas personas fueron las que fundaron a orilla del Río Camú el villorrio de dieciséis (16) bohíos: comienzo de La Vega actual a ocho (8) kilómetros de la otra. Para ese entonces la destruida ciudad tenía triste fama de ser ´´ la más pobre y desolada que debe haber en el mundo´´, según la patética carta del franciscano Fray Nicolás Ramos a Felipe II.
El hecho de que en la ciudad destruida y bajo sus escombros no aparecieran cadáveres parece servir de apoyatura a mi tesis de que no murió casi nadie o que nadie murió en ese terremoto.

La Leyenda Cuenta…..
Las mil lenguas de la leyenda popular cuentan que el terremoto que destruyó La Vega Vieja fue un Castigo del Cielo, porque los orgullosos señores que allí vivían en la molicie y a las anchas de su riqueza llegaron a la herejía de ordenar no oficiar las misas en las horas señaladas hasta tanto ellos no terminaran su aderezamiento. Y eran crueles con sus indios esclavos. En el terremoto murieron los más pecadores, y los atemorizados que sobrevivieron a la catástrofe se reunieron alrededor del cura que les ordenó seguirles sin volver la cara hacia atrás. Pero una vieja curiosa desoyó el mandato… y se convirtió en piedra. Esa piedra de la leyenda, con una cara humana e inscripciones y una cruz en su superficies, de la piedra labradas por los indios --- estuvo mucho tiempo en el patio del Colegio San Sebastián, que funcionó en La Vega por el esfuerzo altruista y humanitario del Padre Fantino. Contaban los viejos del lugar que la tierra quedó temblando, temblando, por muchos años y años.
La Ciudad no se hundió, La Derrumbó el Terremoto…
Observando las ruinas que quedan, principalmente los recios paredones de la catedral, más que hundidos por el terremoto, los edificios se derrumbaron; igual se v130 en el resto de torre de la fortaleza, con sus almenas bajas, seis en la torre circular, típicas en las fortalezas construidas en los siglos XIV y XV. Es probable que la base de esta fortaleza estuviera hace poco tiempo un poco hundida lo mismo que otras paredes debido a la naturaleza cenagosa del terreno bajo y a las hojas podridas de los árboles y las maderas de la vieja ciudad, que con las aguas de las lluvias que bajan de las lomas y los cerros entre palmares, cocoteros, tabaco y conucos bien cuidados por los agricultores que hoy ven esa piedras, esas caritas de indios, resto de la alfarería indígena, con indiferencia, ajenos al caudal de la historia y de la cultura que ellas llevan en su abandono y en su antigüedad

Tembladeras….
Las renombradas TEMBLADERAS, refiere el historiador Manuel Ubaldo Gómez, que se originaron, después de la destrucción y desaparecieron desde hace algunos años, a causa de que esos terrenos fueron desmontados y convertidos en predios agrícolas; sed cree que las tembladeras fueron originadas por la rotura del acueducto, cuyas aguas estancadas habían convertido el sitio en una verdadera ciénaga. Pero el estudioso aunque a veces fantaseador Dr., Narciso Alberty Bosch, va más lejos, y en la creencia de que hace siglos el Valles de La Vega Real estuvo cubierto por el mar, dice de las Tembladeras: ´´ lugar situado detrás del Santo Cerro, más allá del Arroyo Colorado y de donde fue fundada la antigua ciudad de La Vega Real. Parece, que al ir emergiendo la Isla y retirándose la Bahíade Samaná, quedó una ciénaga aislada, formó una laguna, que fue secándose y sobre la cual habían extendido los árboles sus raíces: haciendo los árboles una especie de piso falso encima del agua. Si una persona percutía allí, sobre de aquel piso, se movían, se cimbreaban los árboles del alrededor como sucede con los muebles de una habitación cuando se va andando sobre de un piso que no esté bien afirmado
La vegetación, el légamo, las conchas, los animales acuáticos, los detritus de todos ese mundo pequeño habitado, y la elevación del terreno, todo ha sido secado el lugar y las Tembladeras, se han convertido en tierra donde las campesinos hicieron sus conucos. Pero les ha sucedido, que al ir a darle fuego a una ´´ tumba´´, ha ardido todo el terreno a consecuencia de haberse formado una turbera (primer período del carbón de piedra) en esos terrenos pantanosos y de poco fondo, por el crecimiento y acumulación de los animales que vivieron y murieron en el lugar
Aún ahora, al uno brincar y pisar con fuerza en esos lugares de las ruinas la tierra percute y se siente como blanda y poco consistente, precisamente en los sitios más bajos y por donde pasaban las aguas del viejo acueducto.
Es poco probable que el Almirante y los notables arquitectos españoles escogieran un lugar como ese para la pesadas edificaciones que desafiaron siglos con sus piedras monumentales. Yo no he hecho estudios sobre esto; no es más que un racionamiento particular y obra de dediciones. El mar puede ser que estuviera hace siglos por ahí, pues aún hoy se encuentran rocas y vegetales petrificados propios de fondos marinos, por las Tembladera quizás se originaron como dijo Manuel Ubaldo Gómez.
 (Nota, de Ubaldo Solís. Luis Ml. Despradel, hace referencia en estos a lo escrito por el Dr., Narciso Alberty Bosch, en su obra, Apuntes Para la Prehistoria de Quisqueya, obra Ilustradas, Tomo Primero, Geología y Parte Descriptiva, publicada en 1912, Imprenta El Progreso, La Vega)

La Campana del Higo….
En un higo silvestre que existió, y que aún ahora renueva sus ramas afincando sus raíces sobre unos paredones caídos; parte del campanario de la catedral; había una vez una campana de bronce de más de un pie de altura y otro tanto de diámetro en el bocel. Tenía una inscripción: F-I (iníciales de los reyes católicos de de Fernando e Isabel de un lado: y del otro el arcángel San Miguel con el demonio a su pies. Esta campana la buscó inútilmente el padre Dionisio de Moya, quien hizo quemar el higo creyendo que había cubierto en su seno la campana.
Dicha campana antes de la infructuosa búsqueda del sacerdote fue regalada a Don Gregorio Riva que a su vez la regaló al escritor don Manuel de Js. Galván, el ilustre autor de ´´Enriquillo´´, para que escribiera algo acerca de la ´´ campana del higo´´. Galván a su vez se la obsequió al padre Francisco X. Billini. Después de la muerte del padre Billini sus herederos prestaron la famosa campana a Mr. Curtis, delegado del Gobierno de los Estados Unidos, para ser exhibida en una exposición de Chicago. En Chicago quedó o sabe Dios dónde, ´´ la campana del higo´´
Santos, Azulejos, Metales, Ladrillos
En la iglesia parroquial de La Vega y en la del Santo Cerro hay objeto de plata y azulejos provenientes de la antigua ciudad. En la misma iglesia de La Vega, actualmente hay dos santos pintados al óleo que provienen de la Catedral de La Vega Antigua. Uno llamado ´´ Piedad´´ y otro con una imagen de Nuestra Señora de la Antigua, patrona de las dos Vegas. En la iglesia de San Antonio está la imagen de San Sebastián en una estatuilla que perteneció al Colegio Padre Las Casas.
En 1881 ´´ el utilitarismo abatió el campanario de la catedral y sus ladrillos y azulejos fueron utilizados por ele maestro Onofre de Lora en la construcción de la actual iglesia del Santo Cerro´´.
Lorenzo Despradel (Muley) en un folleto, se lamentaba del descuido de los veganos de hace algunos años, que comían indolentemente, panes quemados en hornos construidos con los venerados ladrillos de las ruinas de la primera Vega
De aquella ciudad ya sólo queda…
De la Catedral queda un paredón con el comienzo de un arco de una puerta en su parte superior. De lo que fue el campanario hay un gran muro derribado con u n higo parásito en sus ladrillos junto a un sembradío de tabaco, tabaco que cuando la conquista, quizás, en esas mismas tierras de Maguá asombró la vista de los españoles al ver fumar los indios por primera vez. Fumar: el primer aporte del indígena quisqueyano a la civilización. Más al norte, en un pequeño cuadro de terreno cercado de mayas, está la base circular de una de las cuatro torres de la Fortaleza la Concepción, con sus seis aberturas en forma de cruz abiertas por dentro en una bóveda abocinada, en la pared de la torre como ocho pies de espesor, desde donde los soldados disparaban sus arcabuces a los indios cuando la desesperación y el mal trato los hicieron rebelarse, en raros momentos de belicosidad.
Hay muros hundidos, y paredes dispersas entres conucos y entres montes de dadillos. Por ahí mismo siguiendo el camino desde la torre del fuerte está al oeste de la catedral en ruinas un aljibe: depósito del acueducto que llevaba por canales de piedra el agua abastecedora de la gran ciudad. Hasta hace poco, los campesinos simples, de ahí tomaban el agua, de allí regaban la tranquilidad próspera de sus conucos. Aún hoy cerca estuvo edificada la ciudad de los orgullos, del oro y de los blasones españoles! El sitio así se llama hoy: El Aljibe.
( nota es bueno señalar que este el Dr. Luís Manuel Despradel, escribió este trabajo, en abril del 1952, y desde esta hecha hasta el día de hoy las cosas con relación a las ruinas de la Vega Vieja, han cambiando mucho, la depredación, la falta de conciencia de los ciudadanos, el menosprecios de las autoridades veganas pasadas y presentes por la preservación de estos legado historio único en América con estas características, por ser la primera educaciones hecha por los colonizadores españoles, hacen que las descripciones hecha por el historiador vegano, sean hoy diferentes, pero una diferencia en sentido contrario de retraso que dicen mucho de nuestro apego a las tradiciones y a nuestro legado histórico, U. Solís)

I por otros estrechos caminos, ahora al este, se llega a una hondonada, cruce de caminos reales, donde hay miles de ladrillos enteros y en fragmentos: ahí estaban los tejares, los hornos que suministraban los ladrillos de las altivas construcciones veganas. El sitio por amor a la tradición aún se llama: Los Hornos
( nota, sobre los ladrillos, la manos destructoras e ignorantes arrasaron con todos, nada queda hoy día solo pequeños escombros, todo los destruyeron, U. Solís)

I eso es todo. Las buenas gentes dicen que entre todas esas ruinas hay muchas riquezas enterradas. Puede ser que haya riqueza, pero no en la cantidad que cree la imaginación popular si se recuerda que cuando el terremoto destruyo La Vega ésta era una ciudad simi abandonada y apuradamente pobre.,
(Nota. Hay riqueza pero no la riqueza que se imagina la gente, es la riqueza de nuestra historia, de lo que fueron nuestro ancestro, la lucha del aborigen explotado, los signos de opresión y crueldad de nuestras razas, es las riquezas que puede ser encontrada en las ruinas de la ciudad de la Concepción de La Vega. U. Solís)

En colecciones particulares se ha visto monedas de cobre, de oro, de plata, alhajas, utensilios de uso común y un estribo que he visto de plata en las manos, hecho de plata, con una inscripción que parece haber sido del Almirante Cristóbal Colón, o, al menos fabricado para él. En la Iglesia de La Vega, hay muchos objetos de plata provenientes de la antigua catedral

(Nota. Luis Ml. Despradel, apunta de manera sutil el saqueo de las riquezas de la antigua ciudad de La Vega, es realmente cierto, coleccionista nativos y extranjeros tienen en su poder más del 70% de los tesoros arqueológicos del este pueblo dominicano, pero lamentablemente los veganos nos tenemos historia, la hemos hachado por la borda, la hemos despreciado, no le interesas a las autoridades pasadas y presentes porque esto no es materia de la politiquería barata, ya que n o producen voto, así estamos culturalmente con una clase política ignorante, sin ningún sentido de su responsabilidad histórica, y una clase intelectual que vive en el aire, solo le interesa las lisonjas del poder, mendigo de su intelecto, salvo algunos figura que como el quijote pelean con los molino de la monstruosidad de la ignorancia, La Catedral de La Concepción de La Vega, alberga muy poco conocido por la generalidad de las personas, una gran riquezas de piezas, objetos y otros cosas de la Vega Vieja, pero éstos objetos valiosísimos no se pueden mostrar, donde, no hay un lugar en la ciudad para que ellos puedan estar y ser objeto de la contemplación y la admiración de los visitantes nacionales y extranjeros, por la incapacidad, la desidia, la falta de conciencia del valor histórico de este pueblo, de sus autoridades n propiciar la instalación de un archivo y museo histórico de La Vega. U. Solís)

Piedras: escondidas en la alfombra de hojas de cacaotal adentro, piedra: junto al tabaco verde y bien cuidado; paredones y soledad entre las cercas agresivas de las mayas punzantes. Verdor, sombras piedra y leyendas; es todo lo que queda. I en la noche silente que se duerme en las ruinas; vuelos de luciérnagas, granizada de oro en las alas, remedos del viejo oro que creció en las entrañas de esa mismas tierra, del viejo oro de La Vega antigua, del oro que volé en las alas dela Ambición y del tiempo.
Es en éste último párrafo del autor de este magnifico trabajo del Dr. Luis Ml. Despradel, que hace un llamado a la redención, de la historia de La Vega, que aún escrito en 1952, permanece con actual vigencia , diremos hoy más que nunca. Cuando dice ´´ aquí reunidos pidamos al Ayuntamiento Vegano que en las ruinas se haga un local en cual se aloje un museo que recoja las piezas de La Vega, que andan dispersas (monedas, alhajas, documentos, metales, objetos de ladrillos, cuadros etc.), para que puedan decir como era, cual era la historia, y la cultura de la vieja grande ciudad destruida. Donde haya un personal especializado encargado de practicar excavaciones y reconstruir la ciudad. Que se consigne planos, mapas, etc. Y todas las bibliografías para que el visitante, el estudioso y el turista puedan tener idea cabal del significado de esas piedras. Para tal petición la época se propicia pues existe en nuestro país. .
La Vega, abril de 1952

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