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martes, 13 de agosto de 2019

República Corsa, el pequeño y efímero estado independiente que tuvo la primera constitución moderna.

República Corsa, el pequeño y efímero estado independiente que tuvo la primera constitución moderna

En 1775, con motivo del estallido de la Guerra de la Independencia de EEUU, un grupo de estudiantes del King’s College (actual Universidad de Columbia), entre los que estaba Alexander Hamilton, futura mano derecha de George Washington, fundaron una milicia que, bajo el lema Dios y nuestro derecho (el mismo de la corona británica Dieu et mon droit pero cambiando el singular «mi derecho» por el plural) y al grito de «¡Libertad o muerte!», tomó parte muy activa en la lucha contra los ingleses. Aquellos jóvenes fueron conocidos como Hearts of Oak (Corazones de Roble) pero originalmente se autodenominaban Los Corsos, en homenaje a un episodio histórico ocurrido pocos años atrás: la efímera independencia de la República Corsa.
Para ser exactos, fue dos décadas antes. En 1755 Córcega pertenecía a la República de Génova, uno de los muchos estados en los que se atomizaba la península italiana. Fundada en la Edad Media y rival de Venecia, los dominios genoveses no se circunscribían a la ciudad sino que se extendían a toda Liguria, parte del Piamonte y las islas de Cerdeña y Córcega. Fue ocupada por las tropas imperiales de Carlos V y pasó a ser un estado satélite de España por su enorme valor estratégico, pues allí comenzaba el llamado Camino Español, la ruta que seguían los Tercios para llegar a Flandes.
Alexander Hamilton (Alonzo Chappel) / Imagendominio público en Wikimedia Commons

Después, la decadencia de una arrastró a la otra, aunque los vínculos políticos continuaron porque en 1714, por el Tratado de Utrecht, Cerdeña quedó en manos austríacas y luego pasó a ser el Reino de Cerdeña-Piamonte, dependiente del Ducado de Saboya, de manera que los genoveses trataron de mantener la alianza hispana para evitar perder también Córcega. Sin embargo, el trato prácticamente colonial que Génova daba a la isla hizo que en ésta surgiera un germen nacionalista que eclosionó en 1729 con una insurrección.

La dirigía un grupo de corsos de ilustre apellido como Andrea Colonna, Ghjacintu Paoli, Andria Ceccaldi y Luigi Giafferi, con Carlo Francesco Raffaelli como generalísimo. Contaban con la bendición de un carismático pero sencillo sacerdote, el padre Orticoni, pues el bajo clero, el campo y la burguesía, apoyaban el movimiento, mientras que otros sectores más acomodados, fundamentalmente establecidos en las ciudades del litoral, se mantenían al margen o se posicionaban en contra.

De hecho, la mayor parte de las acciones fueron protagonizadas por montañeses. La revuelta, cuya chispa fueron los abusivos impuestos, comenzó en Bozio, un municipio del interior, extendiéndose por la Castagniccia, región cuya abrupta orografía (con altitudes superiores a mil metros) y densos bosques de castaños (de ahí su nombre) la aislaban del mar, dificultando la represión de los rebeldes. Ello permitió su arraigo y generalización por todo el territorio insular.
Los genoveses, incapaces de dominar la situación, solicitaron ayuda al Ducado de Würtemberg, un estado del Sacro Imperio Romano Germánico que tenía un potente ejército y envió para ello un contingente de quince mil soldados. Pero los corsos supieron contrarrestarlo pidiendo auxilio, a su vez a España y los Estados Pontificios. En la primera reinaba ya Felipe V y éste no podía quedarse cruzado de brazos viendo a los germanos adueñarse de una isla situada tan cerca de su Francia natal, en una especie de epílogo menor de aquella sangrienta partida estratégica que había sido la Guerra de Sucesión.
Foto aérea de Córcega que deja de manifiesto su abrupta orogografía / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Córcega pasó casi siete años envuelta en una contienda donde los rebeldes luchaban por su independencia, los genoveses por conservar su dominio, los españoles por implantar un protectorado y los alemanes por cumplir el encargo. Finalmente se alcanzó un acuerdo de paz firmado en la localidad de Corte en la primavera de 1732. El acuerdo incluía amnistiar a los sublevados, rebajar los tributos y reconocer una institución autóctona de gobierno denominada Consiglio dei Diciotto.
Todo parecía en vías de solución pero los genoveses no cumplieron su parte y aprovecharon para desatar una oleada de detenciones. Era 1735 y las tropas austríacas, que habían desembarcado cuatro años atrás ante el llamamiento de Ghjacintu Paoli, y que se encargaban de mantener la estabilidad, habían tenido que retirarse al ser reclamadas en otros sitios por haber entrado su país en guerra con Polonia. Entonces se reanudaron las hostilidades que, poco a poco, fueron favoreciendo a los corsos.
Felipe V, rey de España (Jean Ranc) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Esta vez fue Luigi Giafferi quien vio la ocasión de sacudirse de encima el dominio de Génova de una vez por todas y llamó de nuevo a la insurrección, reclamando de nuevo ayuda española. Felipe V envió un contingente, gracias al cual los genoveses tuvieron que contener su represión y fueron progresivamente arrinconados a las localidades costeras, perdiendo el control de la mayor parte de la isla. Los revolucionarios promulgaron una constitución que daba el poder a una Junta Nacional de seis miembros; Giafferi y Paoli, que eran sus líderes, eran favorables a la instauración de una monarquía pero les faltaba un rey, ya que Felipe V rechazó la oferta.
Entonces apareció en la historia un peculiar personaje llamado Theodor Freiherr von Stephan Neuhoff, un inefable burgués nativo de Colonia al que algunos identifican con el Cándido de Voltaire y que lo mismo alquilaba sus servicios como militar que como espía, habiendo trabajado para Francia, Suecia y España. De nuestro país tuvo que huir acosado por las deudas que le dejó su mujer, debiendo dedicarse a labores tan variopintas como la medicina -sin título-, el robo y el mercenariado. En ese deambular en busca de fortuna arribó a Córcega al mando de un barco inglés cargado de armas y municiones para los corsos, apoyando su causa y entablando amistad con sus líderes.
Theodor von Neuhoff / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons.
A falta de escrúpulos, von Neuhoff tenía una imponente presencia, con su casaca escarlata, su peluca empolvada y sus modales exquisitos, a todo lo cual sumaba el haber conseguido el respaldo de Inglaterra, del bey de Túnez e incluso del sultán del Imperio Otomano. Así, al poco tiempo había sido nombrado virrey pero eso sólo fue un primer escalón para acceder al recién creado trono: le coronaron el 15 de abril de 1736 con unas ramas de laurel en la cabeza, al antiguo estilo romano, dado que los genoveses habían interceptado el barco que llevaba una corona de oro confeccionada ad hoc por un orfebre italiano.
Teodoro I, como ha pasado a la Historia, resultó ser un monarca ilustrado que estableció la libertad de cultos, expropió las tierras de los genoveses y suprimió la molesta red de aduanas interiores que frenaban el desarrollo del comercio. La constitución promulgada asignaba el poder legislativo a una Assamblea Popular, con un ejecutivo tricéfalo en manos de Luca D’Ormano, Paoli y Giafferi, este último nombrado además generalísimo del ejército. Se empezó a acuñar moneda y se adoptó una bandera (su elemento icónico era una cabeza de moro alusiva al antiguo Reino de Aragón, que conserva en la actualidad). También se creó la Orden de la Liberación para premiar a los fieles.
La cabeza de moro de la bandera corsa / Imagen: Patricioa.fidi en Wikimedia Commons.
Lamentablemente, no todo resultaba tan boyante como parecía. El recelo que había entre muchos clanes insulares impedía designar un sitio concreto como capital y, sobre todo había una alarmante carencia de recursos económicos, pues las ayudas exteriores prometidas no llegaban. Por todo ello, en 1736 Teodoro decidió iniciar una gira por las cortes europeas en busca de financiación. Recorrió Florencia, Turín, Roma y París pero no sólo no obtuvo resultado alguno sino que en la capital gala sufrió un atentado (se ignora si tramado por los genoveses o por antiguos acreedores) y en Holanda incluso fue encarcelado ante las denuncias de sus acreedores.
Entretanto, Génova renunció a alcanzar un acuerdo con los corsos y firmó un pacto con el primer ministro de Francia, el cardenal de Fleury, para una invasión. Ésta se materializó en otoño de 1737 y, aunque sufrieron algunas derrotas, al final las tropas galas acabaron imponiéndose, forzando el exilio del gobierno local en 1740. Cuando Teodoro logró la libertad, negociando el libre acceso de los comerciantes de ese país a la producción de aceite de Córcega, regresó con dos barcos llenos de armas y municiones para encontrar la isla ocupada. Y cuando llegaron los holandeses y descubrieron que no había ningún aceite, tuvo que escapar de nuevo.
André Hercule de Fleury retratado por Hyacinthe Rigaud / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Con precio puesto a su cabeza por Génova, el rey sin corona deambuló varios años por Europa sin que nadie quisiera acogerle hasta que Toscana le aceptó, aunque eso no impidió pasar un tiempo a la sombra en Londres por sus sempiternas deudas. Saldría en 1755 al ceder sus derechos soberanos a los acreedores, pero para entonces habían pasado muchas cosas en Córcega porque el gobierno en el exilio no se resignó a su suerte y él falleció en la pobreza al año siguiente.
En efecto, Paoli y Giafferi, exiliados en Nápoles, organizaron un pequeño ejército que debía retornar a la isla en ayuda de Gian Pietro Gaffori, quien había llamado a una nueva sublevación. Esta vez los rebeldes tuvieron más éxito, si bien los franceses seguían controlando la administración de la isla. Ahora bien, Gaffori siempre se había opuesto a Teodoro, así que no estaba dispuesto a devolverle el trono, por lo que se lo ofreció a un Saboya, Carlos Manuel III de Cerdeña. Éste no pudo aceptarlo porque Génova firmó en 1745 el Tratado de Aranjuez, una alianza con España, Francia y Nápoles surgida para contrarrestar la que integraban Austria, Gran Bretaña y Cerdeña.
Mapa de Córcega realizado por Thomas Jefferys, cartógrafo del rey Jorge III de Inglaterra, en 1757 / Imagen:Wikimedia Commons.
El contexto era la Guerra de Sucesión Austríaca, durante la cual la emperatriz María Teresa entregó a Carlos Manuel III el Marquesado de Finale, un pequeño estado de Liguria que legalmente pertenecía a Génova. El tratado limitó lo que hubiera podido ser una contienda de mayor alcance pero dejaba a Córcega sin su candidato sardo en favor de un Borbón. Los ingleses hicieron caso omiso del acuerdo y bombardearon Bastia, ciudad francesa en territorio corso, aunque su intento de invasión fue rechazado, a pesar de que tenían apoyo de Gaffori. Al año siguiente desembarcaron tropas austríacas y piamontesas aumentando la confusión hasta 1752.
A finales del verano de ese año se celebró la Convención de San Firenzu, en la que se acordó que los franceses devolvieran el gobierno a los corsos, siendo Gaffori el encargado de presidirlo. No fue fácil. Él se empeñaba en la idea monárquica, esta vez en forma de principado, mientras otros preferían una república siguiendo la tradición italiana y hasta hubo quien sugirió ponerse bajo la jurisdicción de la Orden de Malta. Pero Gaffori fue asesinado por sicarios a sueldo de Génova y en 1755, tras una serie de consultas populares, quedó establecido un directorio de cinco miembros.
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Pasquale Paoli (William Beechey) /Imagen: dominio público en Wikimedia Commons.

Expulsada la oposición pro-genovesa, que se negaba a acatar los resultados, se promulgó una constitución que diseñó Pasquale Paoli, hijo de Ghjacintu, con sufragio universal para mayores de veinticinco años que, cosa inaudita entonces, incluía a las mujeres porque era tradición que participaran en la elección del podestá (el magistrado de mayor rango en las ciudades italianas, equivalente al alcalde). Una Cunsulta o dieta asumía el poder legislativo con delegados elegidos por distrito cada tres años, la cual designaba al ejecutivo mediante una mayoría de dos tercios. A su frente se situaba un general (presidente, que al hallarse en estado de guerra tenía poderes de dictador) y había además un consejo de estado de nueve miembros, más los síndicos, mandatarios provinciales y magistrados.
La labor de Paoli, que también fundó una universidad y un periódico en lengua local aparte de poner en circulación una moneda propia y crear una flota que salvara el bloqueo genovés, despertó admiración entre los ilustrados de la época, recibiendo elogios de Rousseau y Voltaire, entre otros. No obstante, eso no bastó para obtener el reconocimiento diplomático de ningún país y únicamente el bey de Túnez se lo otorgó. Más aún, Génova, que mantenía en su poder algunas ciudades costeras pero veía que sus esperanzas de recobrar el resto de la isla se esfumaban, decidió aprovechar un incidente menor para quitarse de en medio aquel problema.
Ruinas del Ponte Novu, destruido durante la batalla homónima que supuso el final de la República Corsa / Imagen: Piero Montesacro en Wikimedia Commons
En 1767, Córcega invadió Capraia, una isla del Archipiélago Toscano situada en el Mar de Liguria entre su costa oriental y la occidental de la península italiana, treinta y dos kilómetros al norte de otra que luego sería muy famosa, Elba. Los genoveses, que desde tres años antes estaban permitiendo la instalación de tropas francesas, vendieron entonces Córcega a Francia por el Tratado de Versalles de 1768. La victoria del conde de Vaux en la Batalla de Ponte Novu un año más tarde dejó a los galos dueños de lo que incorporaron a su administración como una posesión personal de Luis XV, mientras los patriotas corsos tenían que huir a Gran Bretaña. Al frente de la resistencia in situ quedó el secretario de Paoli, Carlo María Buonaparte, padre de Napoleón.
Córcega pasaría luego, en 1770, a ser una provincia. Todo ese episodio fue percibido por los británicos como un fracaso de su gobierno, precipitando la caída del primer ministro, el duque de Grafton. En justa correspondencia, los refugiados corsos aprobarían la instauración de un efímero Reino Anglo-Corso entre 1794 y 1796, cuando la isla fue conquistada por laRoyal Navy (en esa campaña perdió Nelson su ojo derecho), igual que antes, durante la citada Revolución Americana, varios patriotas corsos defendieron a Su Graciosa Majestad contra los colonos norteamericanos insurrectos; resulta irónico, pues, que el grupo de éstos reseñado al principio los tomase como modelo.

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