martes, 15 de marzo de 2016

MAXIMO GOMEZ, Juicio sobre el Guerrero.



MAXIMO GOMEZ, Juicio sobre  el Guerrero.
Artículo escrito por Lorenzo “Muley” Despradel. *

·         (Lorenzo “Muley” Despradel, amigo de Martí en Monte Cristi, y compañero de Panchito Gómez, fue Ayudante  de Campo del Libertador. Este artículo es notable por su justa valoración  de los escritos de Máximo Gómez. Despradel escribió también unas valiosas memorias: Máximo Gómez y la campaña del 97, que figuran como apéndice de la admirable obra de Orestes Ferrera, Mis Relaciones con Máximo Gómez. La Habana, 1942. Conservamos los manuscritos de Despradel, de las citadas memorias. Muley Despradel  nació en La Vega en 1872 y murió en Santo Domingo en 1927, Conservamos sus  interesantes papales en nuestro archivo personal, por la generosa donación de su viuda, doña  Carmen Valdés  de Despradel. Emilio Rodríguez Demorizi)
Obra PAPELES DOMINICANOIS DE MAXIMO GOMEZ, por Emilio Rodríguez Demorizi. Editora Montalvo Ciudad Trujillo, 1954. Págs.320 y sig.

Para hacer un juicio exacto sobre la vida de un gran hombre, es indispensable conocer en todos sus detalles, a más de los hechos que realizará, la expresión franca de su espíritu por las manifestaciones escritas o verbales que hiciera en determinados momento psicológicos. Y es porque el héroe no se manifiesta todo entero en la proeza realizada, sino cuando pone ante ella y los que le siguen admirandos, el sello íntimo de su personalidad creadora.

Los comentarios de César nos hablan  más y mejor de este afortunado hijo de la Guerra, y nos lo dan a conocer de manera más absoluta,  que las relaciones de sus  famosas batallas y de las atrevidas empresas que acometió con arrojo verdaderamente asombros. El mismo Napoleón, cuya vida ha sido envuelta por sus admiradores en una nube de hiperbólica grandeza por la resonancia que alcanzaron sus  éxitos militares, se nos pone en presencia y lo conocemos más a fondo, cuando leemos sus proclamas  y nos enteramos en  hojear – aunque con justificadas reservas – sus memorias escritas en el desolado peñón de Santa Helena. En unas  y otras se trasluce  el temperamento moral de un hombre que no puede ser  juzgado en sus hechos sin  que antes conozcamos los móviles por los cuales  ellos fueron realizados.

Por este  motivo creemos que es de todo punto necesario, para poder hacer un juicio completo sobre cualquier hombre que se haya elevado sobre el nivel común de los demás, y  que pueda ser calificado como héroe en la acepción restringible que  Carlyle le ha dado a ese vocablo, conocer su carácter  y las disposiciones de su espíritu con el auxilio eficaz de sus propias palabras y de sus propios escritos.
Cierta escuela moderna que tiene  grandes puntos de contacto con la filosofía individualista privatica en estos últimos años, ha establecido ese sistema como el más fácil, el más expedito para llegar al conocimiento  del hombre simbólico o representativo, que como ya he dicho, no se muestra nunca “todo entero” sino cuando se desentrañan los móviles  de todas sus acciones. Ferri, el sagaz e investigador antropológico italiano nos ha dado un Garibaldi desconocido hasta hace poco aún por sus propios contemporáneos.
En vez de  decirnos con la rutinaria vulgaridad de la historia “en el años que  tuvo en Brasil, y en tal otro dio esta famosa batalla en pro de la unidad italiana”, su sabio gia  compatriota nos pone en presencia del héroe, y  llegamos a conocerlo más por los acertados juicios que le sugieren las Memorias del valiente soldado, a pesar de la sospechosa sinceridad de éstas, que por la relación de todas  las funciones marciales en que tomó parte como incansable defensor de la libertad de los pueblos.
El famoso escritor se  mete en el espíritu de esas Memorias, como un buzo en las profundidades del mar para sacar a la superficie los incalculables tesoros  que se ocultan en ella. Una frase ingenua, una confesión  pertinente o fuera de lugar, el relato de una aventura amorosa en  la misteriosa quietud de un bosque brasileño le sirven al  ilustre hombre de letras italiano el elemento poderoso para estudiar la psicología del glorioso  caudillo de la camiseta  roja, y para  deducir las causas de su natural disposición para acometer empresas nobles y arriesgadas. 
Yo creo no solamente en la efectividad, sino en la necesidad de ese  bertillomage del espíritu que nos da una idea precisa  de la  talla moral de los grandes hombres mediante un sistema racional que  ofrece la  indiscutible  ventaja de  basarse en hechos de  facilísima comprobación.
Con la recopilación  de todo cuando dice y escribe el súper-hombre se le puede juzgar de manera más fácil que con el conocimiento de sus mismos  hechos, si los móviles de  éstos escapan a la investigación del crítico o del historiador y se hace imposible penetrar en el alma y en el pensamiento del héroe que los realizó. El mismo Napoleón descorrió el velo y obtuvo la debida justificación  de muchas de sus acciones  que   habían  merecido  agrias censuras por parte de sus  contemporáneos, con la  publicación de sus memorias.
Las cartas del Libertador Simón Bolívar explican de manera cumplida muchos de los actos que éste realizara. Para  los que no han leído aquellas,  muchos de esos  actos proyectan negra sombra sobre la vida militar y política  del genial caraqueño, cuyo amor a la libertad y el alto concepto de la disciplina, como único medio de mantener la cohesión de su improvisado ejército, lo llevaron al durísimo trance de tener que regar con sangre de hermanos el campo encendido de la revolución.
Todo, pues, cuando se haga  para diafanizar la vida y las acciones de los grandes guerreros ha de ser de un  indiscutible proyecto para los  que siempre muestran empeño  en conocerlo , no solamente como ellos se presentan  ante los ajos de los que no ven  otra  cosa que el brillo de su espada,  sino  como son “  en verdad”,  sin  el  oropel ese prestigio externo que muchas veces empeña el brillo de cualidades más altas y relevantes que dan contorno y relieve  a su verdadero carácter. Para  conocer el del General Máximo Gómez se hace indispensable leer sus cartas, leer sus problemas, leer sus folletos. A  través de esas “piezas probatorias” de su  espiritualidad, se  ve el guerrero en su segunda  y más firme naturaleza, despojando completamente de la brusquedad marcial que fue siempre el más visible sello de su personalidad.
No es que haya  en todo lo escrito por el gran quisqueyano impenetrable esoterismo, ni por su descuidada literatura pueda servir para hacer un estudio exegético de cuanto salió de su pluma: pero  si se puede afirmar que nunca se reveló la personalidad de ningún hombre en sus escritos, como la de Máximo Gómez en los suyos (De las cartas  del Soldado, a su esposa y a sus hijos, dice Orete Ferrera que son “cartas tiernas y patrióticas que recuerdan ideas y sentimientos de la Hélades Lejanas”.). Ellos se caracterizan por su gran fondo de sinceridad y de ingenua sencillez que contrata de manera notable con la viveza e impetuosidad de la que siempre dio muestras en su larga vida soldado. Fuera de sus proclamas revolucionarias, que respondieron siempre a las necesidades de la campaña  y al propósito de asegurar la libertad de Cuba, no hay  un solo documento suyo que no  respire efecto hondo y profundo por todas las cosas del espíritu.
Su optimismo se desborda en todo  cuanto escribe, por más que ni en una sola  línea se  advierte el estudiado  propósito  de  aparecer ante  los  ojos de sus contemporáneos  como un hombre “ sensiblero” o de algún modo castigado por la fatalidad. No  es vanidoso, no es un juglar del  efectismo como Napoleón, ni un  ególatra pueril como el mismo Garibaldi, que llegó a ciertos extremos a desnaturalizar su  fecunda labor de soldado de  libertad intercalando en sus Memorias episodios triviales, y la natural rudeza de su temperamento casi primitivo.
Por otro lado, las autobiografías siembran una gran desconfianza en el alma de los  lectores. Alguien  ha dicho que todo el mundo, por intuitivo impulso, cree sorprender en ellas el velado propósito de sus autores de aparecer no como  son efectivamente, sino como hubiesen  querido ser,  después  que un detenido examen de sus actos les indica la necesidad de una  rectificación,  aunque sea mixtificando los hechos, para con tales artes presentarse ante la posteridad con todos los atributos del héroe  inmaculado. El General José Antonio Páez, el Aquiles de la  epopeya suramericana cuyos  hechos de armas  son  tan justamente alabados tuvo necesidad de escribir una autobiografía en sus postreros años  para descargarse de las  graves acusaciones que  en sus historias respectivas le hicieron Restrepo,  Baralt y otros que se  constituyeron en  impugnadores de su vida militar  y política.
Máximo Gómez no juzgó nunca necesario ponerse a salvo  de posibles futuros distractores: y habiendo tenido tiempo para escribir un libro interesante sobre  su  vida, que fue la de un gran  batallador, no dejó sino ligeros y muy fragmentados apuntes, concretándose  lo más, a relatar acciones de armas y aventuras en las cuales se hicieron  notar por su  valor o por  su  virtud héroes humildes a quienes deliberadamente libró del olvido, escribiendo sus nombres con  solicitud cariñosa.
Cuando alguien  con  bastante capacidad e imparcialidad se proponga escribir la biografía critica del  ilustre dominicano, y  haga para  realizar esa labor, uso sabio y  discreto de sus escritos que  aunque pocos tienen un marcadísimos interés, entonces se revelará  en su esencia intima toda la grandeza de su alma; y por ley  de contraste brillará aún  más su personalidad guerrera, que no es  sino un lado del  polígono en que se encierra su legitima fama de hombre superior.
Sobre su tumba del  insigne guerrero va cayendo la noche del olvido; y tal vez no haya nada más fecundo para la educación social, como dice Ferri, “que  reavivar la admiración  y el ejemplo de los héroes  populares, no tanto en sus deslumbradoras  dotes de la vida militar, cuando en  el espejo de sus intimas energías morales, que son  el alma misma imperecedera de la humanidad.
(La Discusión, Habana, 17 de  junio  1914: y Claridad, Santo Domingo, Vol. I, núm. I, dic. 31 de 1922).




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