jueves, 21 de abril de 2016

JUAN PABLO DUARTE. EL GLORIOSO.

JUAN PABLO DUARTE. EL GLORIOSO.

Hace más de dos siglos nació en la ciudad de Santo Domingo, un 26 de enero de 1813, el creador de nuestra nacionalidad Juan Pablo Duarte y Diez, y cada 26 de enero de cada año, en los centros docentes privados y públicos, en las columnas de todos los periódicos, en los programas sociales, políticos y culturales, así como en los comunicados del gobierno y de las instituciones gubernamentales, se habla de  Duarte.

Se hacen homenajes y recordación  del patriotismo inmaculado del apóstol de la libertad dominicana, con ofrendas, desfiles himnos, discursos, con vibraciones patrióticas. Pero desgraciadamente Duarte, sigue desterrado del corazón de los dominicanos. Aún sus cenizas  están allí bajo el arco pétreo del Baluarte del 27 de Febrero. Una llama simbólica pase su luz por  la loza funeraria, en su nombre encabeza la triada evocación de los padres de la Patria.

En un parque humilde de cada ciudad principal del país, un busto o una estatua reproduce la imagen del patricio. Pero Duarte el apóstol, Duarte el Sembrador de ideas, Duarte, la más genuina personificación  de la abnegación y el  sacrificio inmolado en el área de La República, continúa lejos, distante del turbio y trágico acontecer en que zozobra la Paz ciudadana, la tranquilidad de la familia y las esperanzas vitales  del pueblo.No importa que los diarios, programas de radio y la televisión dediquen en sus páginas y horarios dediquen sus editoriales y comentarios al glorioso fundador de la Trinitaria, que sus primeras páginas luzcan orgullosamente su figura sencilla y apostólica; poco vale que los maestros con gran sinceridad presenten a sus discípulos la historia de su vida, como el ejemplo, que los políticos hagan un alto en su cotidiana braga pasional, para evocar  emocionados al hombre que prefirió el destierro al poder maculo  con el llanto y la sangre de los dominicanos. Los himnos vibrantes, el incendio de las reverencias sagradas, los miles de pétalos derramados ante su tumba augusta, nada dicen; como tampoco el bronce del cañón y la campana, si nosotros los dominicanos, día a día continuamos ahogando en llanto y dolor los ideales a los que él entrego su pensamiento y vida.

Recitemos a Duarte en el corazón de los dominicanos. Esto es, hagamos realidad sus sueños de libertad, justicia y concordia. Cuando Juan Pablo Duarte, enrumbo sus pasos por la senda del destierro; cuando Juan Pablo Duarte, cayó en cuenta de que la  ambición poder y las pasiones insanas yugulaban todo intento puro por levantar una patria, madre común de todos sus hijos felices en la democracia y el derecho antes de mediatizar sus ideales, prefirió las amarguras y nieblas del exilio; pero salvo su vida  y su  obra para que fuesen espejo en donde pudiesen mirar, con orgullo y dignidad, todas las generaciones dominicanas.

Necesitamos incorporar las  enseñanzas duartianas a la vida política dominicana, que nuestros políticos sean menos ambiciosos y menos poder rampante, y  más abnegación, más idealismo puro,  más espíritu de Duarte en su vida y  en su obra y aún en su sacrificio.

Cuando Duarte entre en las escuelas presida la vida del palacio nacional ilumine las  actividades de los partidos políticos, se aposente en  cada hogar dominicano, y su nombre no sea como hoy el  de “Patria”, “Justicia”,  “ Democracia”, “Derecho”, no  más explosión  sonora, cáscara vacía, sino un latido de la sangre, un estremecimiento, telúrico de esta asentaderas, nacionalidad, entonces, podrá decirse,  que  el gran apóstol ha regresado de su reconocimiento que le debe el pueblo dominicano.
Fuente consultada: Gisela Mejía Billini, de Espaillat. Obra, Figuras y Relatos de Ayer. Editora  del Caribe, C por A., Santo Domingo, 1964, Págs. 105-106.



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