JUAN PABLO DUARTE. EL
GLORIOSO.
Hace más de dos siglos
nació en la ciudad de Santo Domingo, un 26 de enero de 1813, el creador de
nuestra nacionalidad Juan Pablo Duarte y Diez, y cada 26 de enero de cada año,
en los centros docentes privados y públicos, en las columnas de todos los
periódicos, en los programas sociales, políticos y culturales, así como en los
comunicados del gobierno y de las instituciones gubernamentales, se habla
de Duarte.
Se hacen homenajes y
recordación del patriotismo inmaculado del
apóstol de la libertad dominicana, con ofrendas, desfiles himnos, discursos,
con vibraciones patrióticas. Pero desgraciadamente Duarte, sigue desterrado del
corazón de los dominicanos. Aún sus cenizas
están allí bajo el arco pétreo del Baluarte del 27 de Febrero. Una llama
simbólica pase su luz por la loza
funeraria, en su nombre encabeza la triada evocación de los padres de la
Patria.
En un parque humilde de
cada ciudad principal del país, un busto o una estatua reproduce la imagen del
patricio. Pero Duarte el apóstol, Duarte el Sembrador de ideas, Duarte, la más
genuina personificación de la abnegación
y el sacrificio inmolado en el área de
La República, continúa lejos, distante del turbio y trágico acontecer en que
zozobra la Paz ciudadana, la tranquilidad de la familia y las esperanzas
vitales del pueblo.No importa que los
diarios, programas de radio y la televisión dediquen en sus páginas y horarios
dediquen sus editoriales y comentarios al glorioso fundador de la Trinitaria,
que sus primeras páginas luzcan orgullosamente su figura sencilla y apostólica;
poco vale que los maestros con gran sinceridad presenten a sus discípulos la
historia de su vida, como el ejemplo, que los políticos hagan un alto en su
cotidiana braga pasional, para evocar
emocionados al hombre que prefirió el destierro al poder maculo con el llanto y la sangre de los dominicanos.
Los himnos vibrantes, el incendio de las reverencias sagradas, los miles de
pétalos derramados ante su tumba augusta, nada dicen; como tampoco el bronce
del cañón y la campana, si nosotros los dominicanos, día a día continuamos
ahogando en llanto y dolor los ideales a los que él entrego su pensamiento y
vida.
Recitemos a Duarte en el
corazón de los dominicanos. Esto es, hagamos realidad sus sueños de libertad,
justicia y concordia. Cuando Juan Pablo Duarte, enrumbo sus pasos por la senda
del destierro; cuando Juan Pablo Duarte, cayó en cuenta de que la ambición poder y las pasiones insanas
yugulaban todo intento puro por levantar una patria, madre común de todos sus
hijos felices en la democracia y el derecho antes de mediatizar sus ideales,
prefirió las amarguras y nieblas del exilio; pero salvo su vida y su
obra para que fuesen espejo en donde pudiesen mirar, con orgullo y
dignidad, todas las generaciones dominicanas.
Necesitamos incorporar
las enseñanzas duartianas a la vida
política dominicana, que nuestros políticos sean menos ambiciosos y menos poder
rampante, y más abnegación, más idealismo
puro, más espíritu de Duarte en su vida
y en su obra y aún en su sacrificio.
Cuando Duarte entre en
las escuelas presida la vida del palacio nacional ilumine las actividades de los partidos políticos, se
aposente en cada hogar dominicano, y su
nombre no sea como hoy el de “Patria”,
“Justicia”, “ Democracia”, “Derecho”,
no más explosión sonora, cáscara vacía, sino un latido de la
sangre, un estremecimiento, telúrico de esta asentaderas, nacionalidad,
entonces, podrá decirse, que el gran apóstol ha regresado de su
reconocimiento que le debe el pueblo dominicano.
Fuente consultada: Gisela
Mejía Billini, de Espaillat. Obra, Figuras y Relatos de Ayer. Editora del Caribe, C por A., Santo Domingo, 1964,
Págs. 105-106.
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