El origen de los debates políticos y su desafortunada evolución
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La comunicación política como disciplina de las ciencias sociales nació en EEUU. La Casa Blanca sabe de sobra que no sólo hay que gobernar. También hay que contarlo. Y su organigrama lo demuestra. Lo que no significa que siempre se haga bien. El mismo presidente Obama tiene un problema de comunicación, según los expertos. No consigue hacer llegar su mensaje a los ciudadanos, ya inmerso en la “burbuja” del despacho Oval. Pero lo cierto es que, pese a todo, EEUU lleva bastante ventaja en lo que a la comunicación política se refiere. El primer debate electoral fue hace más de cincuenta años. Aquel Kennedy - Nixon. Aquel primer debate electoral televisado de la historia que aún hoy sirve de ejemplo de telegenia y mala suerte. Un 26 de septiembre de 1960, en Chicago, los candidatos a la presidencia de EEUU, Richard Nixon y John F. Kennedy, empatados en las encuestas, se sentaron frente a frente. 70 MILLONES de espectadores se sentaron con ellos. Nixon llegó al plató enfermo. Había estado hospitalizado dos semanas por una infección. Delgado, ojeroso. Los maquilladores hicieron lo que pudieron. Un guapísimo Kennedy, preparado, vigoroso y seguro hicieron el resto. Las encuestas le dieron como ganador absoluto. EN TELEVISIÓN. En radio, daban un claro empate entre Nixon y Kennedy. Para el segundo enfrentamiento, Nixon llegó más preparado. Afeitado. Y se negoció la temperatura del estudio, para evitar los sudores. Dicen que estaban prácticamente congelados del frío. Pero no fue suficiente. La primera impresión, quedó. Desde entonces, para muchos los debates son el pilar cualquier sistema democrático. Para otros, un mecanismo injusto que premia la telegenia del político y los párrafos de dos minutos listos para televisión. Pero los medios de comunicación son canales de transmisión del mensaje político a los ciudadanos. Y los debates electorales, herramientas eficaces. De gran expectación. Grandes convocatorias donde dirigir un mensaje directo a un público que voluntariamente se sienta delante del televisor a escuchar a sus candidatos. Y en países con amplio electorado independiente, como EEUU, puede ser decisivo. Y la libertad con la que se manejan responde a una evidencia universal. Reprimir demasiado un debate electoral, pactando hasta el último segundo de contenido y realización, dificulta lo esencial: la soltura de los candidatos para practicar un verdadero debate, en el que haya intercambio de premisas y conclusiones; el papel del periodista; y el formato televisivo ágil y entretenido. Esto sucede en México, un debate inútil, con un formato indebido y con tiempos exactos que permiten que los candidatos olvidar completamente de que estaban hablando... Eso digo yo, no me hagan mucho caso.
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