NOTA PARA LA HISTORIA DEL PANTEON
NACIONAL
LA CAPILLA DE LOS INMORTALES.
Tomado
de la Fuente: Juan Daniel Balcacer, Revista Rumbo, 13 de Noviembre de 1995, Año
II No. 93, págs... 45-48.
En
abril del 1875, en la segunda administración de Ignacio María González, los
restos del prócer Francisco del Rosario Sánchez fueron trasladados desde
el cementerio de San Juan de la Maguana a la ciudad de Santo Domingo y
depositados en una de la capilla de la Basílica Catedral Metropolitana de
Nuestra Señora Santa María de la Encarnación, Primada de América. Lo que dio
inicio a lo que posteriormente se conocería como la Capilla de los Inmortales.
Habían
pasado nueve años de este histórico acontecimiento, el 27 de febrero de 1884,
en el primer periodo presidencial del General Ulises Heureaux, en virtud de una
solicitud del Ayuntamiento de Santo Domingo, las cenizas del ilustre fundador
de nuestra nacionalidad el general Juan Pablo Duarte y Diez, que se hallaban en
Venezuela, fueron repatriadas y depositadas en la Catedral de Santo Domingo.
Posteriormente,
el 27 de febrero de 1891, en plena dictadura de Heureaux, los restos del
valeroso general Matías Ramón Mella, exhumado del Cementerio de Santiago y depositado
en la iglesia del Carmene de esa ciudad,
fueron llevado a la Capilla de los
Inmortales y colocado junto con los de Sánchez, y Duarte. Para entonces no existía la triada oficial de
patriotas que hoy veneramos los dominicanos, constituida a partir de la
Resolución No. 3392, del 17 de abril de 1894.
El
dictador Ulises Heureaux ordenó la construcción
de un monumento alegórico que simbolizara la Independencia Nacional y
que tuviera grabados los nombres de “los
esclarecidos próceres Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías
Ramón Mella”. Este reconocimiento, según la aludida Resolución, obedecía al
hecho de que “Mella, Duarte, Sánchez,
merecen, por virtud de la principal, participación que tuvieron en la propaganda y realización
de la idea redentora, pasar a la posteridad, conservando en ella la
personificación del ideal patriótico que
confundió a los tres próceres en una aspiración
común y única…”. A partir de
ese año, pues a Duarte, Sánchez y Mella
se les consideró PADRES de la PATRIA.
Con
posterioridad a esos entierros
memorables, en la Capilla de los
Inmortales se continuaron efectuando inhumaciones de quienes conforme a las autoridades del momento
merecían la alta distinción de próceres
de la República. Estos entierros por lo general obedecieron a
resoluciones del Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo, a disposiciones
del Poder Ejecutivo o a leyes emanadas del Congreso Nacional, siempre con el
consentimiento, clara esta del Arzobispado de Santo Domingo, por encontrarse el
Mausoleo dentro del recinto
catedralicio.
El
nombre de Capilla de los Inmortales no
surgió mediante designación oficial. Obedeció, más bien, a inspiración popular
en virtud, evidentemente, de la
trascendencia histórica de los personajes
que pasaron a morar en aquel sagrado recinto. Como se sabe, nuestra Catedral
Primada de América dispone de 14 capillas y la que desde 1975 comenzó a
albergar restos de prominentes ciudadanos considerados héroes nacionales
realmente ostenta el nombre de “ Capilla de Nuestra Señora de la Altagracia”, que constituye el
antecedente directo del actual Panteón
Nacional.
IGLESIA DE LOS JESUITA.
La
edificación del templo de los jesuitas
data de principios del siglo XVIII. Se
desconoce con exactitud de tiempo que
duró su construcción: pero Fray Cipriano de Utrera y Erwin Walter Palm,
estiman que para 1755 ya había concluido, aun cuando el templo ofrecía servicios de culto
desde diez años antes. No permaneció
mucho tiempo dispensando servicio a los feligreses dominicanos, pues hacia 1767
la Orden de San Ignacio de Loyola fue expulsada de los dominios españoles en América y los jesuitas tuvieron que abandonar la isla de Santo Domingo.
La
iglesia, pues, se mantuvo cerrada durante cierto tiempo y luego fue utilizada
como depósito de tabaco y también
como albergue de un colegio-seminario. Durante la Espa;a Boba, el vetusto templo devino
marcado de víveres, y desde 1860 sirvió como Teatro a la sociedad “ Amantes a las Letras” , primero, y a “ La Republicana”,
después. A partir del 1917 el edificio fue utilizado por los interventores
dominicanos, al igual que por ulteriores gobiernos criollos, para alojar oficinas de la secretaria de Hacienda
hasta el años de su conversión en el momento fúnebre.
EL PANTEON DE LA PATRIA.
El
proyecto de convertir el antiguo templo
de San Ignacio de Loyola o Iglesia de los jesuitas en Panteón Nacional. Surgió
hacia 1892 en ocasión de conmemorarse el Cuarto Centenario del Descubrimiento
de América. Entonces se pensó que el Panteón debía ser el augusto recinto en el que descansarían los
despojos mortales de los héroes civiles
y militares de la nación, así como también
los restos del Almirante don
Cristóbal Colón: pero por razones
desconocidas, tal proyecto nunca se materializo.
En
1956 el Congreso Nacional, de acuerdo con
la Ley No. 4463 promulgada el 2 de julio del mismo año, dispuso que el
templo de los jesuitas fuera consagrado como Panteón Nacional, consignando en
el artículo primero que el mismo fuera “ acondicionado adecuadamente
erigiéndose en su nave central un sobrio y artístico altar.
Por uso general se denominaría Panteón Nacional.
De
conformidad con la referida ley, el
Panteón Nacional estaría dedicado especialmente a conservar los despojos
mortales de los próceres y hombres ilustres dominicanos en un ambiente de
carácter religioso. El Poder Ejecutivo fue
facultado para que cuando lo estimase oportuno dispusiera que los
restos alojados en la Capilla de los
Inmortales fueran trasladados al nuevo
mausoleo en solemne ceremonia que constituyera un acontecimiento histórico de gran significado.
Transcurrieron varios años mientras se restauraba el viejo
templo jesuita a fin de que pudiera
servir como recinto funerario para los héroes
de la nación. Los trabajos de remodelación concluyen en 1961: y con toda
seguridad esa circunstancia impidió que
al dictador Trujillo autorizara los traslados. El edificio sufrió apreciables
transformaciones en el curso de su restauración
y adaptación para su uso como mansión fúnebres. Su estructura básica, empero, se ha mantenido en
casi totalidad conservando su imponente sobriedad.
LOS PADRES DE LA
PATRIA.
Los
primeros restos en ser exhumados de la
Catedral fueron los de Duarte, Sánchez y Mella en 1844, con motivo de conmemorarse
el primer centenario de la proclamación de la República. En esa ocasión
Trujillo determinó que esos ilustres
despojos fuesen inhumados bajo el arco
triunfal de la Puerta del Conde, desde entonces convertida en Altar de la
Patria.
El
15 de julio de 1976 (año en que la nación celebró el centenario del natalicio
de Duarte), la ley 415 dispuso el traslado de los restos de los Padre de la
Patria hacia el mausoleo que había sido construido al fin de los fosos del
Baluarte del Conde, en donde actuablemente
reposan en calidad de morada definitiva.
LOS DEMAS PROCERES.
El
24 de julio de 1972 el presidente Joaquín Balague (decreto No. 240) ordenó que
los restos correspondientes a varios
ciudadanos, que se encontraban en la Capilla de los Inmortales, fueran
trasladados al otrora templo de los jesuitas a saber:
Antonio
Duvergé, Pedro Alejandrino Pina, Ángel Perdomo, Cayetano Abad Rodríguez, José
María Serra, José Núñez de Cáceres, María Trinidad Sánchez, Socorro del Rosario
Sánchez, Balbina de Peña, Francisco J. Peynado, Santiago Rodríguez, Benito
Mención, José Joaquín y Gabino Puello, Emilio Prud Homme, Juan Nepomuceno
Ravelo, Félix María Ruiz y José Reyes.
Con
excepción de Francisco J. Peynado, estos se convirtieron en los primeros
ocupantes del Panteón Nacional, pues
antes de que efectuaran el
solemne traslado, los descendientes del autor del Plan Hughes-Peynado
solicitaron al Ejecutivo no autorizar la exhumación de los despojos de su pariente: petición que
fue concedida.
En
su artículo segundo el decreto disponía “a reserva de ordenarse posteriormente”
el traslado de otros próceres civiles y militares del lugar en que se
encuentren al Panteón Nacional. Se trató
de una nómina compuesta por 71 personajes, encabezada nada menos que por el
general Pedro Santana, que contenía nombres pertenecientes a intelectuales,
maestros y prelados quienes habían
desempeñado un rol de primer
orden en las guerras de independencia , la restauración, de los Seis Años
o durante la jornada nacionalista que tuvo lugar cuando la
ocupación militar norteamericana.
En
1963 el Consejo de Estado, mediante el decreto No. 9234, resolvió dispensarle
consideraciones de héroes nacionales a
los mártires que ofrendaron sus vidas en la gestas del año 1959, al tiempo que
decidió el eventual traslado de sus restos
al Panteón Nacional. Sin embargo,
ninguno de los gobierno que
posteriormente hemos tenidos los
dominicanos se ocupó de cumplir con esta resolución.
El
16 de agosto de 1974 tuvo lugar la
inauguración del Panteón Nacional; es decir, dos años después de haberse emitido
el decreto No 2140 antes mencionados. Se aprovechó entonces la circunstancia
de que la Catedral de La Vega estaba en
reparación para exhumar allí los restos del general Gaspar
Polanco, trasladados a Santo Domingo y enterrarlo junto con los
demás próceres.
A
continuación ofrecemos la lista de los
próceres que a partir del 1974 han sido
ingresados al Palacio Nacional:
Ulises
Francisco Espaillat (1976), Pedro Santana (1978), Eugenio María de Hostos (198),
Juan Bautista Cambiaso, Juan Alejandro Acosta,
y Concepción Bona (1986); Pedro Ignacio Espaillat, Eugenio Perdomo,
Vidal Pichardo, Carlos de Lora, Ambrosio de la Cruz, Antonio Batista, Thomas
Pierre y José A. Salcedo (1987); Pedro Francisco Bonó, Pedro Henríquez
Ureña, y doña Salomé Ureña
de Henríquez (1988); Antonio Del
Monte y Tejada, José Gabriel García,
José Joaquín Pérez, Fernando Gastón
Deligne, Federico Henríquez y Carvajal,
Francisco Henríquez y Carvajal, Ramón
Cáceres, general Horacio Vásquez y Américo Lugo, (1989); Máximo Cabral (1992);
Y Luisa Ozema Pellerano (1994).
En
1989 también se decidió llevar al Panteón los
restos de doña Trina de Moya de
Vda. Vásquez; mientras que en 1992, por medio del decreto No. 114, se ordena remover
las cenizas del civilista Francisco J.
Peynado, que todavía reposan en la
Catedral, para conducirlo al Panteón Nacional. Ambas disposiciones aún
están pendiente de ejecución.
TRASLADOS
CONTROVERSIALES.
Desde finales
del pasado siglo en el Panteón ha tenido lugar algunas inhumaciones
controversiales. Tal circunstancia, sin
embargo, no significa que, en vida,
los personajes involucrados no fueran ciudadanos honestos y respetables.
Así merced a intereses de distinguidas
familias o de influyentes funcionarios
gubernamentales, fue que diversos
gobiernos consintieron en que los restos de ciertos compatriotas fueron
inhumados en la Capilla de los
Inmortales.
Tal
es el caso de doña Balbina de Peña Vda.
Sánchez y Socorro del Rosario Sánchez, cuyos restos fueron depositados
en la Capilla de los Inmortales acaso
por estar empadronadas con uno de los
Padres de la Patria. De doña Balbina
Peña Vda. Sánchez, salvo que fue fiel esposa del insigne Mártir del Cercado[l1] ,
no se conoce algún servicio trascendental prestado al país que le garantice su presencia en el templo de los
héroes nacionales. Falleció en 1895 y
fue sepultada en el cementerio público,
que hoy está situado en la Avenida Independencia. Luego fue trasladada a la Capilla de los Inmortales.
Acerca
de doña Socorro del Rosario Sánchez, hermana del general Sánchez, se sabe que
fue maestra en el Cibao, y en Santo Domingo; y que al igual que otros miembros de su familia, en
cierta época padeció los rigores de la
represión santanista. Vivió
honestamente, pero se desconoce algún significativo aporte suyo al desarrollo
de las ideas pedagógicas en Santo Domingo que le haga digna merecedora de
pertenecer al exclusivo circulo de
nuestros héroes civiles y militares. Su
deceso se produjo en marzo de 1899 y su entierro tuvo lugar directamente
en la Capilla de los Inmortales.
En
1918 fueron llevados a la Capilla de los
Inmortales los restos de Ángel Perdomo, junto
con los de Cayetano Abad
Rodríguez. De ambos ciudadanos se sabe
que fueron febreristas, que fabricaron
balas para los independentistas, que tuvieron en el exilio y que también
ocuparon algunos cargos públicos. Se estima, sin embargo, que
sus respectivas hojas de servicios a la Patria no son suficiente para merecer
el título de héroes nacionales.
En
1926, durante el gobierno del general Horacio Vásquez, dos diputados, uno
jimenista y el otro horacista, propusieron sin
el menor rubor que los restos del dictador Lilis fueran inhumados en la Capilla de los Inmortales. El
revuelo que entonces se originó fue
mayúsculo, provocando encendidas polémicas.
No
fue el único intento semejante. También hubo quienes consideraron prudente
sugerir que los restos del general Buenaventura Báez, controvertido caudillo
del partido rojo, fueran conducidos a la
Capilla de los Inmortales; pero afortunadamente, el proyecto no prosperó.
En
1933, a raíz del fallecimiento del licenciado Francisco J. Peynado, surgió
nueva vez el tema de los traslados a la
Capilla de los Inmortales. El periodista Luis Sánchez Andújar propuso que el
cadáver del licenciado Peynado fuera inhumado en la Catedral Primada de
América, por considerar que si figura tenía “perfiles de auténtico
restaurador”, y carácter de prócer de nuestra tercera independencia.
Diversos
periódicos de la época se hicieron eco de las opiniones de numerosos
intelectuales y ciudadanos que abordaron el tema. Entre ellos figuró el poeta
Fabio Fiallo, quien era de opinión que
sólo Duarte, Sánchez y Mella debían reposar en la Capilla de los Inmortales; al
tiempo que sugirió que los demás héroes
debían ser confinado a un monumento aparte, el cual se denominaría
Panteón Nacional.
El
célebre autor “ En el Atrio”, consideraba improcedente propiciar la apertura de
la Capilla de los Inmortales a cualquier ciudadano; y era partidario de que
dejara a la posteridad el reconocimiento de los méritos de nuestros prohombres
porque alrededor de un difunto reciente – fuera quien fuera- , cuyo “ cuerpo no
depurado aun por la acción del tiempo y
la fría meditación de la posteridad, se agitan siempre las pasiones humanas que
con mayor empuje pueden conducir al error: el amor y los odios”
Nuestras
instituciones públicas – es evidente- carecen de normas éticas transparentes
que producto de un consenso sectorial
permitan determinar equitativamente quien o quienes, transcurrido un tiempo
prudencial luego de su deceso, deberían
ser reverenciados como héroes
nacionales.
Esta circunstancia explica que el Panteón Nacional
coexistan “mansos y cimarrones”, “tirios y troyanos”, al tiempo que nos trae a la memoria esta
curiosa expresión del poeta Fabio
Fiallo, a propósito de algunos traslados injustificados: “ que en el templo de los Padres de la
Patria se ha metido ya a más de un pobre
diablo”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario