martes, 12 de abril de 2016

NOTA PARA LA HISTORIA DEL PANTEON NACIONAL LA CAPILLA DE LOS INMORTALES.

NOTA PARA LA HISTORIA DEL PANTEON NACIONAL
LA CAPILLA DE LOS INMORTALES.

Tomado de la Fuente: Juan Daniel Balcacer, Revista Rumbo, 13 de Noviembre de 1995, Año II No. 93, págs... 45-48.


















En abril del 1875, en la segunda administración de Ignacio María González, los restos del prócer Francisco del Rosario Sánchez fueron trasladados  desde  el cementerio de San Juan de la Maguana a la ciudad de Santo Domingo y depositados en una de la capilla de la Basílica Catedral Metropolitana de Nuestra Señora Santa María de la Encarnación, Primada de América. Lo que dio inicio a lo que posteriormente se conocería como la Capilla de los Inmortales.
Habían pasado nueve años de este histórico acontecimiento, el 27 de febrero de 1884, en el primer periodo presidencial del General Ulises Heureaux, en virtud de una solicitud del Ayuntamiento de Santo Domingo, las cenizas del ilustre fundador de nuestra nacionalidad el general Juan Pablo Duarte y Diez, que se hallaban en Venezuela, fueron repatriadas y depositadas en la  Catedral de Santo Domingo.
Posteriormente, el 27 de febrero de 1891, en plena dictadura de Heureaux, los restos del valeroso general Matías Ramón Mella, exhumado del Cementerio de Santiago y depositado en la iglesia del Carmene de esa ciudad,  fueron llevado a la Capilla de los  Inmortales y colocado junto con los de Sánchez,  y Duarte. Para  entonces no existía la triada oficial de patriotas que hoy veneramos los dominicanos, constituida a partir de la Resolución No. 3392, del 17 de abril de 1894.
El dictador Ulises Heureaux ordenó la construcción  de un monumento alegórico que simbolizara la Independencia Nacional y que tuviera  grabados los nombres de “los esclarecidos próceres Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella”. Este reconocimiento, según la aludida Resolución, obedecía al hecho  de que “Mella, Duarte, Sánchez, merecen, por virtud de la principal, participación  que tuvieron en la propaganda y realización de la idea redentora, pasar a la posteridad, conservando en ella la personificación   del ideal patriótico que confundió a los tres próceres en una aspiración  común y única…”. A partir  de ese año, pues  a Duarte, Sánchez y Mella se les consideró PADRES de la PATRIA.
Con posterioridad a esos  entierros memorables, en  la Capilla de los Inmortales se continuaron efectuando inhumaciones de quienes  conforme a las autoridades del momento merecían  la alta distinción  de próceres  de la República. Estos entierros por lo general obedecieron a resoluciones del Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo, a disposiciones del Poder Ejecutivo o a leyes emanadas del Congreso Nacional, siempre con el consentimiento, clara esta del Arzobispado de Santo Domingo, por encontrarse el Mausoleo  dentro del recinto catedralicio.
El nombre  de Capilla de los Inmortales no surgió mediante designación oficial. Obedeció, más bien, a inspiración popular en  virtud, evidentemente, de la trascendencia histórica de  los personajes que pasaron a morar en aquel sagrado recinto. Como se sabe, nuestra Catedral Primada de América dispone de 14 capillas y la que desde 1975 comenzó a albergar restos de prominentes ciudadanos considerados héroes nacionales realmente ostenta el nombre de “ Capilla de Nuestra Señora  de la Altagracia”, que constituye el antecedente directo del  actual Panteón Nacional.
IGLESIA DE LOS JESUITA.
La edificación  del templo de los jesuitas data  de principios del siglo XVIII. Se desconoce con  exactitud de tiempo que duró su construcción: pero Fray Cipriano de Utrera y Erwin Walter Palm, estiman  que para 1755 ya  había concluido, aun  cuando el templo ofrecía servicios de culto desde  diez años antes. No permaneció mucho tiempo dispensando servicio a los feligreses dominicanos, pues hacia 1767 la Orden de San Ignacio de Loyola fue expulsada de  los dominios españoles  en América y los jesuitas tuvieron  que abandonar la isla de Santo Domingo. 
La iglesia, pues, se mantuvo cerrada durante cierto tiempo y luego fue utilizada como depósito  de tabaco y también como  albergue  de un colegio-seminario. Durante  la Espa;a Boba, el vetusto templo devino marcado de víveres, y desde 1860 sirvió como Teatro a la sociedad  “ Amantes a las  Letras” , primero, y a “ La Republicana”, después. A partir del 1917 el edificio fue utilizado por los interventores dominicanos, al igual que por ulteriores gobiernos criollos, para  alojar oficinas de la secretaria de Hacienda hasta el años  de su conversión  en el momento fúnebre.
EL PANTEON DE LA PATRIA.
El proyecto de convertir el  antiguo templo de San Ignacio de Loyola o Iglesia de los jesuitas en Panteón Nacional. Surgió hacia 1892 en ocasión de conmemorarse el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Entonces se pensó que el Panteón debía ser  el augusto recinto en el que descansarían los despojos mortales de los héroes  civiles y militares de la nación, así como también  los  restos del Almirante don Cristóbal Colón:  pero por razones desconocidas, tal proyecto nunca se materializo.
En 1956 el Congreso Nacional, de acuerdo con  la Ley No. 4463 promulgada el 2 de julio del mismo año, dispuso que el templo de los jesuitas fuera consagrado como Panteón Nacional, consignando en el artículo primero que el mismo fuera “ acondicionado adecuadamente erigiéndose en su nave central un sobrio y artístico altar. Por uso general se denominaría Panteón Nacional.
De conformidad con la  referida ley, el Panteón Nacional estaría dedicado especialmente a conservar los despojos mortales de los próceres y hombres ilustres dominicanos en un ambiente de carácter religioso. El Poder Ejecutivo fue  facultado para que cuando lo estimase oportuno dispusiera que los restos  alojados en la Capilla de los Inmortales fueran  trasladados al nuevo mausoleo en solemne ceremonia que constituyera un  acontecimiento histórico de gran  significado.
Transcurrieron  varios años mientras se restauraba el viejo templo jesuita a fin  de que pudiera servir como recinto funerario para los héroes  de la nación. Los trabajos de remodelación concluyen en 1961: y con toda seguridad esa circunstancia  impidió que al  dictador Trujillo autorizara los  traslados. El edificio sufrió apreciables transformaciones en el curso de su restauración  y adaptación  para su  uso como mansión fúnebres. Su  estructura básica, empero, se ha mantenido en casi totalidad conservando su imponente sobriedad.
LOS PADRES DE LA PATRIA.
Los primeros restos en ser  exhumados de la Catedral fueron los de Duarte, Sánchez y Mella en 1844, con motivo de conmemorarse el primer centenario de la proclamación de la República. En esa ocasión Trujillo determinó que esos  ilustres despojos fuesen  inhumados bajo el arco triunfal de la Puerta del Conde, desde entonces convertida en Altar de la Patria.
El 15 de julio de 1976 (año en que la nación celebró el centenario del natalicio de Duarte), la ley 415 dispuso el traslado de los restos de los Padre de la Patria hacia el mausoleo que había sido construido al fin de los fosos del Baluarte del Conde, en  donde actuablemente reposan en  calidad de morada definitiva.

LOS DEMAS PROCERES.
El 24 de julio de 1972 el presidente Joaquín Balague (decreto No. 240) ordenó que los  restos correspondientes a varios ciudadanos, que se encontraban en la Capilla de los Inmortales, fueran trasladados al otrora templo de los jesuitas a saber:
Antonio Duvergé, Pedro Alejandrino Pina, Ángel Perdomo, Cayetano Abad Rodríguez, José María Serra, José Núñez de Cáceres, María Trinidad Sánchez, Socorro del Rosario Sánchez, Balbina de Peña, Francisco J. Peynado, Santiago Rodríguez, Benito Mención, José Joaquín y Gabino Puello, Emilio Prud Homme, Juan Nepomuceno Ravelo,  Félix María Ruiz y José Reyes.
Con excepción de Francisco J. Peynado, estos se convirtieron en los primeros ocupantes del Panteón Nacional, pues  antes de que efectuaran  el solemne traslado, los descendientes del autor del Plan Hughes-Peynado solicitaron al Ejecutivo no autorizar la exhumación  de los despojos de su pariente: petición que fue concedida.
En su artículo segundo el decreto disponía “a reserva de ordenarse posteriormente” el traslado de otros próceres civiles y militares del lugar en que se encuentren  al Panteón Nacional. Se trató de una nómina compuesta por 71 personajes, encabezada nada menos que por el general Pedro Santana, que contenía nombres pertenecientes a intelectuales, maestros y prelados quienes habían  desempeñado  un rol de primer orden en las guerras de independencia , la restauración, de  los Seis Años  o durante la jornada nacionalista que tuvo lugar cuando la ocupación  militar norteamericana.
En 1963 el Consejo de Estado, mediante el decreto No. 9234, resolvió dispensarle consideraciones de héroes nacionales  a los mártires que ofrendaron sus vidas en la gestas del año 1959, al tiempo que decidió el eventual traslado de sus restos  al Panteón Nacional. Sin embargo,  ninguno de los gobierno que  posteriormente hemos  tenidos los dominicanos se ocupó de cumplir con esta resolución.
El 16 de agosto  de 1974 tuvo lugar la inauguración  del Panteón Nacional;  es decir, dos años después de haberse emitido el decreto No 2140 antes mencionados. Se aprovechó entonces la circunstancia de  que la Catedral de La Vega estaba en reparación  para  exhumar allí los restos del general Gaspar Polanco,  trasladados   a Santo Domingo y enterrarlo junto con los demás próceres.
A continuación  ofrecemos la lista de los próceres que a partir  del 1974 han sido ingresados al Palacio Nacional:
Ulises Francisco Espaillat (1976), Pedro Santana (1978), Eugenio María de Hostos (198), Juan Bautista Cambiaso, Juan Alejandro Acosta,  y Concepción Bona (1986); Pedro Ignacio Espaillat, Eugenio Perdomo, Vidal Pichardo,  Carlos de Lora,  Ambrosio de la Cruz, Antonio Batista, Thomas Pierre y José A. Salcedo (1987); Pedro Francisco Bonó, Pedro Henríquez Ureña,  y doña  Salomé Ureña  de Henríquez (1988); Antonio  Del Monte y Tejada, José Gabriel  García, José Joaquín Pérez,  Fernando Gastón Deligne,  Federico Henríquez y Carvajal, Francisco Henríquez  y Carvajal, Ramón Cáceres,  general Horacio Vásquez  y Américo Lugo, (1989); Máximo Cabral (1992); Y Luisa Ozema Pellerano (1994).
En 1989 también se decidió llevar al Panteón los  restos de  doña Trina de Moya de Vda. Vásquez; mientras  que en 1992,  por medio del decreto No. 114, se ordena remover las cenizas del civilista Francisco  J. Peynado, que todavía reposan  en la Catedral, para conducirlo al Panteón Nacional. Ambas disposiciones  aún  están pendiente de  ejecución.

TRASLADOS CONTROVERSIALES.
Desde  finales  del pasado siglo en el Panteón ha tenido lugar algunas inhumaciones controversiales. Tal  circunstancia, sin embargo, no  significa que,  en vida,  los personajes involucrados no fueran ciudadanos honestos y respetables. Así  merced a intereses de distinguidas familias o de  influyentes funcionarios gubernamentales, fue que  diversos gobiernos consintieron en que los restos de ciertos compatriotas fueron inhumados en la  Capilla de los Inmortales.
Tal es el caso  de doña Balbina de Peña  Vda.  Sánchez y Socorro del Rosario Sánchez, cuyos restos fueron depositados en  la Capilla de los Inmortales acaso por  estar empadronadas con uno de los Padres de la Patria. De doña  Balbina Peña Vda. Sánchez, salvo que fue fiel esposa del  insigne Mártir del Cercado[l1] , no se conoce algún servicio trascendental prestado  al país que le  garantice su presencia en el templo de los héroes nacionales. Falleció  en 1895 y fue sepultada en el  cementerio público, que hoy está situado en la Avenida Independencia. Luego  fue trasladada  a la Capilla de los Inmortales.
Acerca de doña Socorro del Rosario Sánchez, hermana del general Sánchez, se sabe que fue maestra en el Cibao, y en Santo Domingo; y que  al igual que otros miembros de su familia, en cierta época padeció  los rigores de la represión  santanista. Vivió honestamente, pero se desconoce algún significativo aporte suyo al desarrollo de las ideas pedagógicas en Santo Domingo que le haga digna merecedora de pertenecer al exclusivo circulo  de nuestros héroes civiles y militares. Su  deceso se produjo en marzo de 1899 y su entierro tuvo lugar directamente en la Capilla de los Inmortales.
En 1918 fueron  llevados a la Capilla de los Inmortales los restos de Ángel Perdomo, junto  con los de  Cayetano Abad Rodríguez. De ambos ciudadanos se  sabe que fueron febreristas, que fabricaron  balas para los independentistas, que tuvieron en el exilio y que también ocuparon  algunos  cargos públicos. Se estima, sin embargo, que sus respectivas hojas de servicios a la Patria no son suficiente para merecer el título de héroes nacionales.
En 1926, durante el gobierno del general Horacio Vásquez, dos diputados, uno jimenista y el otro horacista, propusieron sin  el menor rubor que los restos del dictador Lilis fueran  inhumados en la Capilla de los Inmortales. El revuelo que  entonces se originó fue mayúsculo, provocando encendidas polémicas.
No fue el único intento semejante. También hubo quienes consideraron prudente sugerir que los restos del general Buenaventura Báez, controvertido caudillo del partido rojo,  fueran conducidos a la Capilla de los Inmortales; pero afortunadamente, el proyecto no prosperó.
En 1933, a raíz  del fallecimiento  del licenciado Francisco J. Peynado, surgió nueva vez el tema de los traslados  a la Capilla de los Inmortales. El periodista Luis Sánchez Andújar propuso que el cadáver del licenciado Peynado fuera inhumado en la Catedral Primada de América, por considerar que si figura tenía “perfiles de auténtico restaurador”, y carácter de prócer de nuestra tercera independencia.
Diversos periódicos de la época se hicieron eco de las opiniones de numerosos intelectuales y ciudadanos que abordaron el tema. Entre ellos figuró el poeta Fabio Fiallo, quien era de opinión  que sólo Duarte, Sánchez y Mella debían reposar en la Capilla de los Inmortales; al tiempo que sugirió que los demás héroes  debían ser confinado a un monumento aparte, el cual se denominaría Panteón Nacional.
El célebre autor “ En el Atrio”, consideraba improcedente propiciar la apertura de la Capilla de los Inmortales a cualquier ciudadano; y era partidario de que dejara a la posteridad el reconocimiento de los méritos de nuestros prohombres porque alrededor de un difunto reciente – fuera quien fuera- , cuyo “ cuerpo no depurado aun por la acción  del tiempo y la fría meditación de la posteridad, se agitan siempre las pasiones humanas que con mayor empuje pueden conducir al error: el amor y los odios”
Nuestras instituciones públicas – es evidente- carecen de normas éticas transparentes que  producto de un consenso sectorial permitan determinar equitativamente quien o quienes, transcurrido un tiempo prudencial luego de su deceso, deberían  ser  reverenciados como héroes nacionales.
Esta  circunstancia explica que el Panteón Nacional coexistan “mansos y cimarrones”, “tirios y troyanos”,   al tiempo que nos trae a la memoria esta curiosa expresión  del poeta Fabio Fiallo, a propósito de  algunos  traslados injustificados: “ que en el templo de los Padres de la Patria se ha metido ya  a más de un pobre diablo”












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